Eduardo A Grinspon.
Escollo clínico en el cual a partir del espacio de terapia individual de uno de los padres hemos accedido a una repuesta al pasaje por el acto de los hijos en su función mensajera.
A partir de los sucesivos pasajes por el acto en su función mensajera de “los hijos de mis pacientes”, que estos aportaron a su espacio de terapia individual, se fueron generando en mí, inquietudes y diversas intervenciones relacionadas con un imperativo que habita en mi accionar clínico acerca de “cuidar un hijo”, pensando que este “hijo” re-presenta en su insistencia dentro de la intersubjetividad transferencial, al “hijo” en términos intergeneracionales.
Al no banalizar mi malestar en lo explicativo, este registro intersubjetivo transferencial me llevó a detenerme y poder pensar en sesión, el accionar de estos hijos, como una interpelación a sus padres vehiculizando su interrogante acerca del encuentro del cual cada hijo es hijo, subyaciendo en mí y pulsando desde la negatividad, el interrogante acerca de si alguna vez hubo en la pareja genitora un encuentro amoroso.
Esto me llevó a interpelar desde el espacio individual a “mis pacientes” y co-construir las diferencias entre los diversos encuentros a los que estos hijos referían. Este trabajo del negativo es la causa u origen desde donde frecuentemente surgen mis intervenciones en sesión.
En estos casos pudimos imaginar que la escena tensa, atemporal y sin salida para cada miembro de la pareja parental, hoy separados pero aun sosteniendo un pacto incestual, con núcleos tensos fusionales atemporales y paradojales, pueda representar para sus hijos la escena primaria a la cual estos refieren como origen posible. Estos hijos a los que he enunciado como “hijos del encuentro desencontrado” sostienen en acto y a través de lo actual, la vigencia de esta escena.
Planteado esto claramente en el ámbito individual con mis pacientes, también resultó claro y ahora explicito que estos hijos no pueden referir a un encuentro amoroso alguna vez habido.
Este “relato que mata dato” al ser co-construido en sesión y en presencia de mi paciente en función de “padre de sus hijos”, tuvo como consecuencia su compromiso en el acompañamiento del proceso terapéutico de sus hijos en su inevitable dependencia.
En la casuística que llevamos, diferenciamos aquellos casos en los que nunca hubo un encuentro amoroso, de aquellos en los que a pesar de haber existido, en lo actual sigue vigente una herida narcisista que sostiene el bastardeo alguna vez vivido.
En estos casos los hijos acusados hoy a partir de su accionar de bastardear los imperativos familiares, son los encargados de sostener para sus progenitores la escena “de cuerpo presente”. Una escena fija y paradojal en la que no hay posibilidad de diferenciar interrogantes, subjetividades y generaciones. Lo que determinó la variación en la re-petición hacia una diferencia, estuvo dado a partir de los pasajes por el acto, de estos hijos hacia “mi espacio individual con mis pacientes”, y la respuesta efectiva y afectiva de sus padres ante mis intervenciones.
Una de ellas promovió que sus padres hablen tensamente entre sí acerca de la opción del tratamiento individual, un dato aportado por mi paciente y reafirmado dentro de los movimientos oscilatorios posibles, por un pedido de esta hija a su padre que le recuerde cuando tiene sesión con su analista.
Ante lo cual a partir de mi endurance singular, sostuve ante mi paciente la necesidad de esta hija de reconocer que entre sus padres hay mínimamente hoy un acuerdo y una mirada benevolente, para posibilitarle salir del pacto incestual atemporal, pudiendo así terminar de nacer subjetivamente y ser alguien en su singularidad subjetiva.
En otro de estos procesos en un primer momento en sesión individual de mi paciente vaciló el cuerpo incestual “Padre— sus hijos”, en el que se presentaba estereotipadamente una referencia a la madre de estos hijos y alguna vez su pareja, demonizada de un modo atemporal a partir de las argumentaciones confirmatorias tanto referidas a “la hija como a su madre”.
A partir de mi malestar y endurance singular, el “resto en mí” me posicionó en el pliegue y me llevó a imaginar lo inimaginable por esta pareja. En una intervención contraafirmativa[1]le propuse a mi paciente que “la pareja genitora” accediera a un espacio terapéutico con “nuestra terapeuta posible para una hija” (en su diferencia con La hija Única de esta pareja). Esto generó un objeto subjetivo familiar a co-construir, remontando posiciones explicativas que aunque contuvieran restos de verdad objetiva eran datos que no constituían un relato co-construido, compartible y subjetivable, y que a su vez cerraban la posibilidad del acceso a la re-petición.
Propusimos a partir de la endurance del equipo terapéutico, una pareja terapéutica gestante y fundante desde un acuerdo amistoso ¿amoroso? y trófico, que resistiera la tensión de las diferencias pudiendo funcionar en pareja y de un modo que transitase lo incierto hacia lo aún desconocido.
Mi paciente singular respondió a mi convocatoria, lo habló con la madre de sus hijos, en su diferencia con su esposa demonizada sostenida en un espacio clivado hasta ese momento.
En síntesis: el padre convocó a su pareja genitora sosteniendo la diferencia de generaciones y seres, y ambos acudieron a nuestra analista “designada”. Esta inaugura el espacio, al que se incorpora la hija “designada” que re-presentaba “la hija Única”, como el hijo actuador predestinado de las configuraciones incestuales, dando lugar al espacio terapéutico así co- constituido.
Cada uno, a partir de la vacilación del equilibrio interdefensivo patógeno, dentro de sus posibilidades y acorde a sus soluciones narcisistas, constituyeron una espacialidad terapéutica exogámica dentro de la cual y desde nuestra posición implicativa y endurance tuvimos que resistir en “nuestros pliegues” y relanzar el trabajo del resto hacia la subjetivación y acceso al nacimiento subjetivo de estos hijos.
NOTAS
[1] E Grinspon 2016