Hay momentos en los que se genera en nosotros un “miedo a las consecuencias del decir”, se nos va haciendo imposible imaginar una sesión en la que se tolere el tiempo de hablar, sin caer en la palabra acto “provocante y convocante” de la descarga toxica conducente a un más de lo mismo.

El registro subjetivo transferencial de este escollo clínico nos despierta un tipo de malestar y atrapamiento, del cual una salida posible es continuar el proceso terapéutico dentro del “espacio terapéutico ampliado no escindido”.

Este acto analítico es aceptar el límite de estas familias, las que sosteniendo la “re-petición posible”, nos muestran e involucran en sus estrategias de sobrevida psíquica. Es poner en juego una implementación de defensas tróficas y acorde a fines, las que aportando una temporalidad no urgente y una espacialidad ampliada, nos permiten imaginar un momento de síntesis subjetiva posterior. Implica articular gradualmente la espacialidad individual de alguno de los miembros, con lo grupal familiar, pudiendo nosotros “ser subjetivamente los mismos” en ambas espacialidades. Es aceptar que como “su analista familiar” ya somos una función dentro del nuevo y tenso sistema narcisista familiar.

Pensar a la intersubjetividad transferencial[74] como un espacio “intersubjetivo” en el que se da la penetración actuada de la catástrofe generacional padecida y al espacio terapéutico no escindido[75]como “situación analizante”[76], abre posibilidades en situaciones clínicas en las cuales el narcisismo familiar puesto al servicio de estrategias de sobrevida psíquica “grita” sus problemas estructurales de constitución[77].

A partir de nuestro malestar podemos imaginar un tipo de masoquismo erógeno subjetivo transferencial que nos lleva a sostener un Yo piel necesario que opere de “continente y contenedor”[78] para los momentos de retorno de lo aún no subjetivado. Una economía vincular de urgencia que intenta recuperar un masoquismo guardián de la vida[79] ante la pérdida de la eficacia de la contrainvestidura narcisista patógena, que operaba como un masoquismo guardián del clivaje y de la sobrevida psíquica.

Un ejemplo de fracaso de este abordaje se da cuando el agente perversivo se ubica en un más allá del espacio terapéutico, es decir ni dentro ni periférico sino “mas allá de…”, rehusándose a seguir sosteniéndose dentro del espacio terapéutico no escindido. Es un momento crucial al servicio del sostenimiento transgeneracional de los clivajes de la subjetividad, al darse como “posible” continuar viviendo como si nada hubiera pasado y obturando “en ese momento” cualquier posibilidad de subjetivación de aquello que estaba retornando en búsqueda de subjetivación.