Por Eduardo A Grinspon

Siempre que he articulado en mi práctica clínica los conceptos de R Roussillon acerca del retorno de lo clivado aún no subjetivado, persistía el interrogante acerca de ¿cómo articular este concepto e instrumento clínico en nuestra especificidad grupal familiar y de pareja? Cuando enuncié el tránsito entre el cuerpo común incestual en familia y pareja hacia la singularidad subjetiva[1], ya refería a un tránsito dentro de este espacio que sostenía los interrogantes que hoy intento despejar. Sabemos que los espacios grupales familiares, contienen y superan a los vinculares que a su vez contienen y superan a los individuales[2].

Nuestra propuesta: en esta espacialidad grupal familiar, existen clivajes intra familiares, es decir fragmentos de historia, generalmente traumática pero   necesariamente vividos en familia y sostenidos como escenas clivadas en un impasse atemporal. Un modo patógeno de sostener la continuidad narcisista familiar “y \ o” la vigencia de corrientes defensivas singulares.

¿Cómo se producen estas escenas clivadas intrafamiliares? Y ¿para quién han sido traumáticas?

Hay mecanismos inter-defensivos[3] familiares que posibilitaron a este sector de historia vivida su no acceso al trabajo de subjetivación historizante, una comunión de desmentida que necesita ser definida en su especificidad sin perder de vista la asimetría generacional. Metafóricamente y en su referencia al secreto familiar, hemos referido a “lo secretado” por una glándula de secreción interna intra-familiar.

 ¿Cómo se nos presentan estos retornos en sesión?

De un modo invariante nos encontramos implicados en escenas fijas sosteniendo un paradigma relacional[4] de base en el cual a partir de la interdependencia jugada en cierto momento de la historia familiar, aún persisten distintos sufrimientos narcisistas singulares y su derivación muchas veces identitaria. Pienso que estos sectores familiares clivados, también están sometidos a la compulsión a la subjetivación que R Roussillon enuncia y retornan en una transferencia por retorno que nos implica y este es el punto específico que nos interesa desplegar. Referimos a la posibilidad de la actualización en acto de esa escena a partir del retorno a través de lo actual, de restos de aquella experiencia grupal familiar que quedó coagulada. Son restos singulares que al retornar a partir de pasajes por el acto convocantes de un otro dentro de la interdependencia familiar sostenida en lo actual, producen una vacilación en el equilibrio familiar patógeno. Jerarquizo la dimensión patógena que en su diferencia con lo patológico deja siempre restos en un otro y posibilita a su vez la dimensión mensajera del aguieren.  Es en las derivaciones posibles de estos pasajes por el acto que nos implicamos.

¿Cómo influye en la escucha del analista los momentos muchas veces fugaces de este tipo de retorno?

Es necesaria una escucha ampliada y no escindida lograda a partir de resistir en nuestro malestar y confusión ante la vigencia del atractor centrípeto incestual necesario para el mantenimiento del estado de estas escenas clivadas intrafamiliares (endurance singular de la persona del analista[5]).

En sesión, ¿a qué resistimos? Y ¿dentro de que qué tipo de alianza?

La eficacia de la defensa transindividual incestual al tomar al otro (no otro) como parte de una escena estática, genera núcleos tóxicos y crípticos expresando un tipo de violencia altamente tóxica que nos implica. Son escenas en las que desde nuestro registro intersubjetivo transferencial detectamos una tendencia supresora hacia nuestra posición subjetiva y es a partir de nuestro malestar que se genera la necesidad de resistir dentro de algún tipo de alianza, un registro de inicio inconsciente y luego sostenido en términos conscientes. Esta alianza habitualmente es jugada con un hijo, posición que responde al   imperativo que habita en mí accionar clínico acerca de la necesariedad de “cuidar un hijo”, un imperativo que termina siendo un organizador inconsciente común y compartido del acccordage psíquico de los miembros de la familia sostenido en latencia bajo el peso de lo cuantitativo de la contrainvestidura[6]. Pensamos al “hijo” como alguien re-presentando en el hoy matices del sufrimiento del hijo que aun subyace en los agentes patógenos de la pareja parental.

El equilibrio interdefensivo de estos sectores pluripsiquicos en algún momento vacila, habitualmente ante el advenimiento de los interrogantes en los hijos púberes y adolescentes dentro de la incuestionable interdependencia que la asimetría generacional sostiene.  Hijos que van a ser hijos de “sus padres” hasta que estos hijos mueran y al mismo tiempo son testigos en búsqueda del testimonio del vínculo alguna vez habido “entre y con” estos.

Intentamos conceptualizar un sub grupo familiar clivado y en latencia que al estar fusionado de un modo atemporal constituye un cuerpo común incestual “padre-madre-hijos”, en el cual en un momento determinado se produce una vacilación del estado[7] del equilibrio interdefensivo “actual”.  Esta vacilación evidencia un grito de llamado de un hijo[8] en lo actual que “nos implica” y es nuestra posición e intervenciones posibles, lo que posibilita salir del estancamiento del proceso y relanzar a su vez los procesos individuales de sus padres en su dimensión de sujetos singulares. Estos muchas veces están estancados por un empecinamiento adictivo en sostener una posición contestaría a su partenaire obligatorio siempre presente en su espacio rumiante intrasubjetivo, ahora actualizado por la presencia de sus hijos. Son escenas en las que el discurso que se nos presenta es referido a un “otro” presente en la escena traumática familiar. Cambian los personajes pero no la escena y el paradigma relacional subyacente.

¿Cómo pensar las expresiones sintomáticas provenientes de estos sectores clivados intrafamiliares? ¿Qué destino tienen esos sectores de nuestros pacientes que no se presentan en su espacio de terapia individual?

Estas expresiones sintomáticas implican a varias subjetividades singulares dentro de la familia, un subgrupo intrafamiliar cohesionado por el sufrimiento como organizador y coexistente con los procesos en curso.

Cada expresión sintomática responde a un paradigma relacional de base al cual debemos pensarlo en su diferencia cualitativa en cada sujeto singular implicado. Este modo de pensar nos implica en el paradigma subyacente y determina el abordaje. Por ejemplo intervenir en el espacio de terapia individual y convocar a hijos u otros miembros de la familia en su singularidad posible dentro del vínculo, proponiendo la apertura a otros espacios terapéuticos. En nuestra experiencia estas intervenciones y sus derivaciones posibilitaron el relanzamiento de los procesos terapéuticos individuales.


NOTAS

[1] www.eduardogrinspon.com

[2] R Kaes,

[3] E Grinspon 2016 “Acerca del equilibrio interdefensivo familiar, dinámico y en permanente readecuación”

[4] Retomo el modo en que Adela Abella describe “el paradigma relacional”, totalmente coincidente con nuestro modo de pensar la intersubjetividad transferencial. En “La construcción en psychanalyse” dice- “Nosotros sufrimos de nuestro pasado, pero más exactamente de los paradigmas relacionales inconscientes que hemos construido a partir de nuestro pasado, filtrándolos y construyéndolos a través de nuestra pulsionalidad… y luego en página 28- … en la transferencia se da la tendencia del individuo a actualizar sus paradigmas relacionales inconscientes en la relación con el analista…en esta relación no son los objetos externos del paciente, arcaicos o actuales, sino que son sus objetos internos y la calidad de su relación entre ellos tal como el sujeto los ha construido, que son transferidos”.

[5] E Grinspon, 2016 Endurance necesaria del analista frente a la presencia “en sesión” de trazas de la endurance singular de nuestros pacientes.

[6] R Kaes,

[7] E Grinspon “Una posible evolución del estado  de las alianzas defensivas patógenas[7] dentro de la incestualidad..

[8] Un hijo hoy coagulado en la trans-generacionalidad que re-presenta al hijo pensado en términos inter-generacionales.