Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXIX, nº 318
Abril 2004. Buenos Aires, Argentina.
Adicción a endeudarse económicamente. Un tipo de solución adictiva cuando impera la necesidad de pagar y perder.
Eduardo Alberto Grinspon
Introducción:
Es habitual en estos momentos que en los medios masivos de comunicación se aborde el tema del pago de la deuda. Generalmente esta temática ronda alrededor del deudor que es quien decide si paga la deuda, qué porcentaje, a quién se va a pagar y las condiciones en que esto se efectuará. Se cuestiona la legitimidad de la deuda, el origen real de los fondos, y el modo espúreo de los intereses ya ganados por el acreedor. Es decir, el cuestionamiento que aparece en los medios nacionales e internacionales es a partir de la decisión del deudor.
En el diario La Nación del día sábado 6 de marzo aparece respecto a la Argentina y su relación con el FMI: “Si no se hace ningún pago, el FMI debe poner en marcha un proceso que eventualmente declararía a la Argentina en default y eso sería muy incómodo para el FMI. La magnitud de tal default sería sin precedentes, con consecuencias para la reputación del Fondo y la manera en que maneja sus asuntos. El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, con una exposición de más de 20.000 millones de dólares entre los dos, tendrían que tomar medidas inmediatas para cubrir la mora. Así la Argentina tiene al Fondo atrapado (el destacado es del autor). Un número creciente de los accionistas del Fondo quiere poner en vereda a la Argentina.”
Estos comentarios que van develando el modo de funcionamiento del sistema financiero, trajo a mi memoria una entidad clínica con la que me conecté hace once años. A esta coyuntura clínica la llamé adicción a la deuda, implicaba adictos a endeudarse económicamente.
En el año 1993, transitábamos un momento socioeconómico posterior a la hiperinflación en la que se había sostenido la creencia que el dinero se autoproducía. Desde una lógica autoerótica, se había obtenido más rédito del dinero en el sistema financiero que en el circuito productivo. El hecho que estos pacientes por medio de transacciones económicas pervertidas, cambio de cheques o manipulaciones financieras, produjeran en un circuito deudor una cantidad de dinero inexistente, lo relacioné con este antecedente. Así mismo era evidente el nivel de pérdida y destrucción del patrimonio familiar que estos movimientos implicaban.
El haber advertido la presencia en la clínica de este tipo de coyuntura, abrió la posibilidad de un tipo de abordaje técnico interdisciplinario en el posicionamiento frente a la estructura familiar e individual del paciente.
En la estructura familiar, el quiebre de una legalidad implica una marca que retorna resignificada de algún modo en las generaciones posteriores. Es decir, lo desmentido o desestimado en una generación retorna por medio de distintos tipos de formaciones sustitutivas. A nivel social es posible pensar que cada quiebre de una legalidad genera un tipo de herida narcisista que produce a posteriori un tipo de formación sustitutiva. Algo de este proceso nos está sucediendo a partir del modo en que circula el tema del pago de la deuda a nivel mediático.
Retomando el mismo diario del 6 de marzo llama la atención este comentario: “La idea que por estas horas analiza el Presidente es no tocar las reservas para pagarle al FMI y destinar esos fondos para nuevas inversiones en obras públicas, infraestructura y en programas de crecimiento económico, en lo que se conoce dentro del círculo oficial como la puesta en marcha de un plan B…”
Es decir, en términos del preconsciente de este momento es el deudor quien, apelando a cierta condición de egoísmo necesario y un tipo particular de autoconservación, determina la posibilidad de no tocar parte de las reservas y destinarla a producir. Este comentario evocó en mí un escollo clínico que desde el punto de vista ético se nos presentaba en aquel momento al tener que tomar decisiones como equipo interdisciplinario frente a la familia en sus decisiones respecto a los medios financieros. Por ejemplo, determinar el monto real de la deuda si había vocación de pago y hasta qué punto estaba la posibilidad de pagarla, acercándonos finalmente a que el grupo familiar tomara la decisión de retener algún sector de su patrimonio para poder seguir subsistiendo.
Fue esclarecedor, a través de aportes de abogados y contadores, especialistas en cobranzas y deudas, poder enterarme que para el Banco que otorga préstamos, declarar una crédito incobrable implica tener que apelar a sus reservas para poner el mismo monto en previsión, lo cual implicaba algo sumamente costoso, probablemente mayor que el dinero adeudado por nuestro paciente. Esto permitió entender el momento en que el adicto a la deuda venía a sesión en una actitud eufórica, tranquilizante y prometedora en complicidad y connivencia con su familia a plantear “que no había ya ningún problema, que el Banco volvía a darle crédito y refinanciar la deuda, haciéndole una quita importante de capital e intereses”. Teniendo claro desde la meta clínica que era incuestionable la necesariedad de interrumpir el circuito adictivo y perdedor e ir interfiriendo en las distintas complicidades, fuimos transitando la violencia necesaria para impedir esta transacción, la que finalmente seguía siendo un pacto pervertido por manipulaciones perversas. Luego de once años y de distintos quiebres del mundo financiero y corporativo a nivel nacional e internacional, es claro que al referirse a la problemática del Banco Mundial y el BID se utiliza el mismo tipo de lógica en la que el acreedor depende del deudor, lo que en general es sabido por el deudor.
Motivo de consulta:
Habitualmente el paciente adicto a la deuda no consulta, es desde el medio familiar que circula el motivo de consulta, ya sea a través de un hijo angustiado por el cuadro depresivo y caótico de su padre y familia, un comentario hecho por un padre a un hijo acerca de fantasías suicidas, el deterioro y degradación de un vínculo de pareja por razones económicas, etc. Si bien se presenta de inicio un cuadro depresivo, en el discurso del paciente prima la temática de las deudas, del dinero, de la perentoriedad de lo que se debe, en un contexto de cuentas y números. La mezcla de posiciones prometedoras en situaciones desesperantes genera desde la subjetividad transferencial el registro de una sensación de sin salida y el destello paradojal en la mente del terapeuta que “si hubiera dinero algo se puede resolver”. La desesperación y la sin salida respecto a lo económico y el nivel de soledad que se generaba a nivel transferencial es lo que llevó a registrar la necesidad de convocar al grupo familiar. Esto posibilitaba salir del clima tóxico de soledad transferencial, generando alivio tanto al paciente como al terapeuta. Son pacientes que deben todo, sin ninguna posibilidad de afrontar sus deudas, no habiendo posibilidad de cumplir con lo debido ante la estructura financiera y familiar. Este abordaje pone en evidencia las diferentes complicidades y niveles de desmentida y desestimación que operaron para llegar a este momento del proceso.
Acorde al nivel de degradación de la situación familiar y dentro de un clima de hartazgo tóxico, la escena que se presenta es acerca de un personaje culpable, ante múltiples acusaciones y reproches. El nivel de odio circulante frente a este personaje victimario (activo) en un contexto familiar abre la posibilidad que en la contracara también sea víctima (pasivo) de esta estructura en la que se sostiene un código víctima/victimario, acreedor/deudor en la necesidad de perder. Este tipo de desenlace en estas estructuras familiares implica una seria alteración de la autoconservación, lo que evidencia una problemática de la economía pulsional en su base.
El empecinamiento a sostener la necesidad de perder en un clima de odio actuado y explícito de un modo impúdico, nos lleva a pensar al odio como un factor dinámico en el sostenimiento de esta estructura. Lo perdido pasa a ser el producto que sostiene el nivel necesario de odio en un circuito en retroalimentación odio – pérdida – odio. Este último a través del clima de excitación que genera, opera a modo de contrainvestidura obturando el registro de la paulatina e incesante pérdida de reservas, lo cual pensado en términos pulsionales llegaría hasta la pérdida total de la energía de reserva.
Es por esto que el primer objetivo terapéutico al encarar estos tratamientos es sostener la voluntad de pago y producir un basta a la necesidad perdedora y hemorrágica que habita en la complementariedad interfantasmática familiar. Todo adicto se articula a su adicto al adicto que en este caso es el personaje que sostiene la exigencia, el odio y un tipo particular de manipulación narcisista dentro del medio familiar. Si bien en varias ocasiones nos vamos a referir al adicto a la deuda como si fuera el “paciente”, es necesario no perder de vista en ningún momento de esta comunicación que el tratamiento se dirige hacia la estructura familiar a través de distintos abordajes. En el inicio del tratamiento es el adicto a la deuda quien sostiene conciencia de sufrimiento psíquico, mientras que en la familia no existe conciencia de enfermedad ni de pérdida. Uno de los objetivos terapéuticos es que se pueda descentrar la óptica respecto al adicto a la deuda, culpable de la debacle, y que la familia vaya adquiriendo conciencia de enfermedad llegando finalmente a registrar lo perdido como una pérdida de la estructura familiar.
En un primer momento la convocatoria a las entrevistas familiares tuvo como objetivo disminuir la exigencia familiar y crear algún tipo de red al ponerle palabras en un espacio grupal y familiar al estado calamitoso de la situación familiar económica (homóloga a la utilizada con pacientes adictos). Al tratar de despejar las complicidades intrafamiliares se hizo evidente una articulación particular al quedar desmentido el “no hay dinero y no podemos pagar” emergiendo frases que al ser planteadas desde la necesidad operan como un tipo de imperativo, por ej. “las expensas y el teléfono hay que pagarlas”. Estas afirmaciones y la suposición que de algún modo se tiene que pagar nos conecta desde esta exigencia proveniente de la necesidad con aquellas frases habituales en adictos a la deuda: 1) ya de algún culo va a sangrar y no va a ser el tuyo, 2) de algún culo va a sangrar (momento de mayor degradación), 3) si querés que te cuiden debe, 4) cuando debas más de la mitad de lo que tiene tu acreedor tenés la vida asegurada.
Ejemplo de escena paradigmática: Diálogo entre una esposa y su cónyuge:
– “Tenemos que pagar los gastos de la casa, hacer una compra, la casa está vacía” [“Tenemos que” opera como inoculación.]
- “Sí, sí, eso está previsto”
- “Pero los cheques que cobraste no alcanzan.” [En este momento aparece una sensación de vacío en el vínculo.]
- “No te preocupes, eso se arregla.”
- “Pero decime, cómo se arregla.”
- “Mira, ya se va a arreglar, yo lo voy a arreglar, de alguna manera ya se va a arreglar, yo lo voy a arreglar.”
Siendo esta una transcripción textual de una escena es notable como a medida que avanza el nivel de exigencia el adicto a la deuda va pasando desde el neutro “se va a arreglar” a “yo lo voy a arreglar”, momento previo a salir arrojado.
- “Estoy harta, no aguanto más, la verdad es que quisiera morirme”
- “No es para tanto, siempre agrandás las cosas”
- “¿Siempre? Estoy podrida, entendelo, vos estás contento porque cobraste dos chequecitos de mierda”
- “Pero escuchame”
- “No, no me vas a convencer, ya cobraste dos chequecitos y te parece que está todo solucionado, no puedo más, me quiero morir, me querés calmar con esto pero ¿vos te das cuenta lo que es?”
- “Escuchame, yo lo voy a solucionar de alguna manera”.
- “Yo sé lo que va a venir, siempre es lo mismo, me vas a venir a prometer cosas, a hablar del gran negocio que vas a hacer, de los cheques, y lo contenta que tengo que estar. Entendelo, estoy harta, estoy harta, no aguanto más.”
Se genera en el adicto a la deuda: “Tengo que calmarla, tengo que calmarla, no sé qué hacer, ya no aguanto más, tengo que calmarla”
Se despliega desde la esposa un acelere en escalada hasta un punto culminante de condensación en el “me quiero morir”, situación que fuerza un nivel mayor de degradación en su esposo hasta que aparece en él la necesidad de calmarla. Este registro es avalado por la esposa quien cuestiona el modo con el cual él quiere calmarla, mientras que en la complementariedad de la pareja se sostiene el imperativo “hay que calmarla”.
La habitual frase “me quiero morir” del adicto al adicto tiene una eficacia sobre el adicto a la deuda, ya que es él quien finalmente ve en la muerte una salida y un pago final de la deuda. Es una escena que condensa un nivel de odio y un tipo de desestimación que opera de un modo mortífero en el paciente. El adicto a la deuda para el adicto al adicto representa habitualmente un deudor odiado de un modo mortífero y transgeneracional.
En esta escena nos encontramos con una esposa harta pero siempre presente, que al exigir pagar los gastos para mantener el nivel de vida, logra mantener el nivel de deuda. Esto es recibido por un marido exigido e impotente, quien a medida que avanza la desesperación se torna soberbio y omnipotente ante los otros, ya que si bien no tiene dinero tiene que pagar. Se crea una tensión pulsional al positivarse una negatividad que permite sentirse vivo. Las propias fuentes pulsionales en estos sujetos van siendo sustituidas por fuentes pulsionales ajenas, el trabajo psíquico del adicto a la deuda trata de procesar fuentes pulsionales exógenas. A partir de este momento sale a pedir, en una escena en la que pedir algo a alguien es un tipo de salida de la retracción.
El hecho que el objeto imperante en este tipo de solución adictiva sea el dinero y que este último circule con diferentes tipos de significación en el medio familiar y en el financiero, me llevó a un tipo particular de abordaje técnico: 1) un abordaje familiar, 2) un abordaje interdisciplinario con abogados y contadores que asesoren en las distintas opciones del manejo financiero, 3) acompañamiento terapéutico del paciente en su relación con su familia y con los medios perversos financieros, 4) a partir de este andamiaje terapéutico, sostener un espacio para el abordaje individual. Algunos de los objetivos planteados en esas entrevistas familiares eran: 1) Blanquear la deuda, hacerla explícita mediante un número dicho y escrito frente a la familia. Lo escrito implicaba que quede un documento de lo dicho ya que un circuito paradojal habitual en estas constelaciones familiares es no quedar claro qué es lo que se dijo y cuándo se dijo. 2) Pactar con la familia la vocación de pago. 3) A partir de esto, elegir un representante de la familia o un profesional que determine negociando, con los distintos medios financieros, el monto real de la deuda al haber vocación de pago. Al intentar sostener estos objetivos nos encontramos que aparecían dos posiciones subjetivas: 1) la del adicto a la deuda quien necesita pagar, perder y saldar una deuda con una legalidad interior, 2) la posición del adicto al adicto en quien desde el hartazgo y el odio emerge un egoísmo mezquino y un manejo especulativo respecto a la posibilidad de pagar. Es desde el vínculo transferencial y a partir de conocer lo que implicaba para estas familias la necesidad de pagar del adicto a la deuda y de perder de la estructura familiar, que decidíamos como equipo interdisciplinario junto con la familia de qué modo se iba a enfrentar la deuda y qué sector del patrimonio podía quedar fuera del circuito de pago y de pérdida. Es decir no es una decisión económica a la que nos estamos refiriendo, es una nueva complementariedad dada entre la estructura familiar y el equipo terapéutico mediante la cual se intentaba poner un punto de fijación a la incuestionable necesidad de perder en términos pulsionales. Es imposible abordar este tipo de patología sin integrar las espacialidades familiar – individual – social económica.
Características del adicto a la deuda:
Estos pacientes deudores no son estafadores, son personas afables, agradables, queribles y por momentos creíbles. Sostienen un alto nivel de dependencia, fácil de registrar en el vínculo transferencial. Si los pasos ya mencionados respecto al abordaje técnico son tolerados por la estructura familiar, es notable el grado de colaboración del paciente para el tratamiento. En los momentos no depresivos quedan sometidos a un tipo de motricidad por la que se lanzan hacia la producción de la deuda. Este abalanzamiento evoca el momento en que el adicto se abalanza a un acto de incorporación.
Lo específico en estos pacientes es la necesidad de producir deuda, el dinero producido en su alquimia es usufructuado tanto por el circuito familiar como el financiero. Así como lo planteamos anteriormente, para abordar esta estructura es necesario articular tres espacialidades: 1) la espacialidad intrafamiliar, su historia y sus mitos, 2) el sistema financiero y su correlato social y económico, 3) el sujeto individual, su historia y su mito de origen. El dinero pasa a ser un objeto comerciable, negociable y productible (sin ser producto de un trabajo), equivalente a los objetos sustituibles que operaban como objeto de supervivencia de las soluciones adictivas. Las fechas de vencimiento sostienen la urgencia y la imperiosidad de la satisfacción de esa necesidad de sobrevida. La deuda y el dinero están relacionados a subsistencia, autoconservación, una temporalidad circular y sostenimiento de un nivel necesario de vida.
El número en estos pacientes tiene dos dimensiones: cantidad y fecha. En la deuda algo se torna cuantitativo y fechable, y en el espacio terapéutico se torna figurable la escena entre un demandante exigente y un personaje exigido. Háblese del número que se hable, signifique superávit o deuda, rédito intolerable o déficit, el número es un significante extraño a la significación que produce. La deuda en sí misma es la que mantiene un gradiente, una diferencia, un flujo y una relación con la ley. Nos referimos a una estructura en la que impera un tipo de negatividad, diferente a la lógica de aquella estructura en la que prima la experiencia de satisfacción. El sostenimiento del menos uno en cuanto negatividad es mantenimiento de un nivel de constancia, diferente del nirvana que implicaría el cero en la cancelación de la deuda. Es por todo esto que se da la imposibilidad de inscribir un basta en la estructura, no hay saciedad ni satisfacción, sólo el menos uno sostiene la estructura en un tipo particular de apego al negativo.
Complicidades familiares:
Es importante tener claro el concepto de pacientes deudores y no estafadores, es decir no obtienen un rédito personal en un manejo especulativo. En ellos se sostiene la necesariedad de endeudarse y pagar. A pesar de esto el nivel de mentira, promesas y manipulación avanza paulatinamente de acuerdo al nivel de degradación subjetiva. Esta última es el emergente de la articulación de las complicidades intrafamiliares y las sociales financieras.
Todo adicto a la deuda sostiene su equilibrio con diferentes complicidades dentro del medio familiar: a través del adicto al adicto, y a través de amigos o familiares. Estos últimos a partir del vínculo que tuvieron anteriormente con el paciente le prestan dinero. Lo llamo complicidades ya que a pesar de haber advertido y dado la consigna de no prestar dinero, esto se sigue produciendo ya sea “por lástima”, “no puedo hacerle esto y decirle que no”, “para sacármelo de encima y que me deje de joder”.
El adicto al adicto es quien aporta el nivel de exigencia, desvalorización y sostenimiento de la desmentida de la no posibilidad de pagar al desconocer de dónde proviene el dinero o la no actividad laboral de su cónyuge. Partiendo de una lógica de la necesidad, “de mi necesidad”, el adicto al adicto plantea desde un tono imperativo, en el que no hay ningún lugar a dudas, “hay que pagar”. Lo que subyace en su afirmación es el núcleo de desmentida, la necesidad que se concrete el perder y la desestimación de la subjetividad del adicto a la deuda, lo que es diferente del “hay que pagar” proveniente desde el imaginario de este último en quien es un imperativo el tener que pagar. El “hay que pagar” del adicto al adicto expresa lo intolerable de la caída de la eficacia de la defensa del tener que perder. Desde el adicto a la deuda esto es registrado como “hay que pagar y perder, te hago responsable de que se sostenga el nivel de pérdida.” Es en este escenario que podemos divisar alguna diferenciación, el adicto al adicto sostiene el odio y la necesidad de perder, mientras que el adicto a la deuda es quien sostiene la necesidad de pagar y producir deuda. Es esto último lo que habilita el tipo de exigencia y da soporte a la eficacia de la desmentida sosteniendo la condición de posibilidad de pagar. La exigencia que proviene del adicto al adicto circula hacia el otro en un acto de desestimación de su subjetividad. Es desde la identificación con un objeto desestimado o forcluido que el adicto a la deuda se lanza en su acting out a pedir un crédito (credibilidad), es decir un tipo de investimiento. La exigencia en el adicto a la deuda es sentida desde el cuerpo, registro somático homólogo al de la abstinencia ante ciertos tóxicos.
Así como en las soluciones adictivas la autoconservación la pensamos como paradojal, en los escenarios a los que somos convocados con los adictos a la deuda se sostiene la paradojalidad. Por ej. en una escena de muchísima violencia, la esposa dice: “porque vos sabes que en última instancia la que estuvo acá para aguantarte siempre fui yo pero ya no aguanto más.” En ese momento aparece en el esposo deudor la necesidad de acercarse y tocar a su esposa, buscar un encuentro tierno o conmiserativo con esa mujer fría, calculadora y mortífera. Este acercamiento a la piel de un otro condensa ese encuentro degradado y devorado por el frenesí deudor, transformado en un núcleo tóxico que garantiza el sostenimiento de la deuda.
A medida que avanza el nivel de desmentida y desestimación de la subjetividad se incrementa la degradación subjetiva hacia niveles difíciles de imaginar previamente. Entiendo este estadio como un alerta, un pedido desesperado emergiendo del adicto a la deuda. Se evidencia la pérdida del pudor, el acto manipulador se dirige hacia el medio familiar más próximo, por ej. Hacia los hijos. Se van generando escenas en las que el hijo en “carne propia” siente la actitud mentirosa e inescrupulosa de su padre, por ej.: 1) pedir con urgencia a un hijo el dinero fruto del sueldo cobrado por un trabajo realizado con mucho esfuerzo, 2) ofrecerse para hacer el trámite de pagar ciertos impuestos y una vez obtenido el dinero, utilizarlo para otro fin, no efectuar el pago y no avisarle a su hijo que el impuesto no estaba pago. Entiendo este momento como un punto de inflexión del tratamiento, un punto límite. Se le está pidiendo a un hijo una salida frente a la complicidad y complementariedad interfantasmática, existente habitualmente en el contrato de pareja incestual respecto a la necesidad estructural de perder. Desde la óptica de la terapia familiar psicoanalítica esto implica una apertura generacional. No es sólo un mensaje al hijo a quien se le está hablando, algo de lo no dicho en el sector hijo habitante en la estructura transgeneracional de la familia va adquiriendo palabras. A partir de esta escena en la que un padre miente, estafa y pide a un hijo, comienza a desplegarse otra escena.
Para poder poner un límite al nivel de degradación y concebir el camino de resubjetivación y redignificación es fundamental en este tipo de tratamiento sostener la existencia de una mirada benévola, un ante quien pueda el adicto a la deuda redignificarse y recuperar valores. Desde mi experiencia clínica si no se logra rescatar este personaje desde la estructura familiar, el pronóstico del tratamiento es reservado. Habitualmente este personaje emerge desde alguno de los hijos, quien es testigo y testimonio de la complicidad familiar en el perder empecinado. Pero al mismo tiempo es aquel que puede rescatar sectores del vínculo con este padre, dentro de una historia en la que, en general, hubo momentos de buena calidad afectiva. Estos restos de un patrimonio no perdido son puntos de anclaje en el tratamiento frente al ciclo frenético hacia la denigración. Lograda esta nueva meta clínica (la de sostener la mirada benévola), el clima en el tratamiento individual va cambiando. Se puede hablar de otro modo de la historia familiar y acercarnos al tipo de quiebre que se produjo para haber llegado a este desenlace.
En el inicio del tratamiento la demanda proveniente tanto de la esposa como de la entidad financiera era la trama que sostenía la tensión necesaria en nuestro paciente. Una vez desarmada esta trama, es el vínculo transferencial junto con la mirada benévola lograda lo que opera como punto de fijación para el despliegue del proceso terapéutico.
Deuda:
Un deudor debe pagar lo debido, lo cual apela tanto a la deuda, la ley y la falta. Hay momentos en que el prestamista, el personaje exigente y el dinero están diferenciados. En este momento eufórico y manipulador, el paciente es el que administra o produce aquel objeto que permanentemente tapa un agujero destapando otro, con lo que la deuda sigue vigente. A medida que avanza el nivel de degradación y retracción, entre el yo deudor y el dinero se crea un estado de fusión, el cuerpo y el objeto se fusionan, es en este momento en que se pasa de la frase “de algún culo va a sangrar y no va a ser el tuyo” a “de algún culo va a sangrar”. El deudor es el que va camino a pagar ese objeto adeudado quizás con su propia libra de carne. Si pensamos la frase que acuña la cultura de estos pacientes la referencia a “de algún culo” implica una erogeneidad anal en la que algo sólido que yo produzco lo puedo retener o expulsar, pero al referir a “va a sangrar” transformo lo sólido en líquido perdiendo la noción de borde, ya que es la sangre la que debe sostenerse en un espacio singular y no perderse hacia el exterior. Esta transformación de sólido en líquido y pérdida de bordes es opuesta a la escena productora de deuda en la que en el acting out se recupera espacio, tiempo y bordes.
En esta patología tenemos dos emergentes: la deuda y la culpa. La deuda asegura “que si debo es porque algo recibí y me une con alguien una deuda originaria que trasciende tiempo-espacio” (vínculo primario). La culpa refiere siempre a la ley y al pecado, lo que “me instituye como sujeto y como persona”. Son sobrevivientes gracias a la deuda y a la culpa. Entender que la deuda refiere al menos uno como un tipo de negatividad articulado a la ley implica que desde nuestro lugar de terapeuta, integrado en la estructura interdisciplinaria, se sostenga el imperativo “hay que pagar”, “hay que honrar la deuda”, junto a un basta a la pérdida.
Dentro del mito familiar la deuda sostenida en el secreto familiar se supone prescripta. En la escena deudora producida por el adicto a la deuda cae la prescripción, y actualiza un sector de la historia al producirla en acto en una situación actual. La deuda trasciende tiempo y espacio, abriendo la dimensión eternizante en un tiempo circular.
Toda deuda pide tiempo y los préstamos son por tiempo en el cual se espera que algo se resuelva. Un paciente abandonado por su padre al poco tiempo de nacer y cuya madre murió de un cáncer fulminante, razón por la cual tuvo que ser criado en un asilo, dice con un gesto de cierto triunfo y tranquilidad: “para mí no hay pasado ni futuro, el pasado ya pasó y zafé, y el futuro no hay, no existe, sólo los cheques que van a entrar, mis entradas y salidas diarias, si se cumple el milagro de que mi esposa se acerque y los chicos me digan que están bien, y que tengan suerte como tuve yo los primeros años de casado, ya eso me conforma.”
La escena productora de deuda implica un movimiento cíclico y repetitivo en el que se fundan espacialidades, un borde, un gradiente, un flujo, un objeto. Adquiere figurabilidad una escena que al poder ser imaginada en el espacio terapéutico permite recuperar distintos fragmentos de la historia personal y familiar. Si bien en el momento frenético se da un aceleramiento concéntrico hacia un punto de alta condensación, en la producción de deuda se accede a una temporalidad cíclica y circular en la que con escansiones se sostiene el eterno retorno. Se descondensa lo simultáneo hacia un movimiento sucesivo, la temporalidad circular es un tipo de descondensación, siendo la condensación máxima el momento en que el sujeto que debe y lo debido llegan a la fusión. El tiempo que sostiene una direccionalidad irreversible, por medio de la deuda se transforma en circular y adquiere reversibilidad, tornando lo imposible en improbable.
Momento del impulso:
Al ensamblar la exigencia familiar con las exigencias provenientes de los entes financieros, o “apretadas intimidatorias desde los circuitos de usura”, se crea en nuestro paciente un núcleo rumiante. Este último opera fundamentalmente durante la noche, no permitiendo conciliar el sueño. Esta tensión en estasis se transforma en la mañana en un movimiento impulsivo, manipulador, prometedor y eufórico en la búsqueda de deuda, tiempo y el objeto dinero con el cual poder “tapar un agujero y lograr cierto alivio”.
El adicto a la deuda lo que produce son escenas productoras de deuda. La frase habitual en el discurso de estos pacientes, “hay que mantener el nivel de vida” debe ser entendido literalmente, es decir mantener el nivel de tensión tóxica y deudora.
Si angustia refiere al estado de no representación, el circuito de la deuda da texto y posibilita metáforas. La trama que sostiene al deudor son dos niveles de acreedores: un nivel intrafamiliar, y un nivel social y financiero. El producir deuda de un modo impulsivo/compulsivo garantiza cierta disyunción: 1) al no concretarse un movimiento centrípeto y fusional hacia la acreedora interna a la estructura familiar, 2) al no concretarse un movimiento centrífugo y fusional hacia el acreedor económico, 3) poder alternar entre el lugar de ser exigido y el lugar de exigente.
El circuito: inoculación – estado tóxico – acting out con el posterior retorno incesante de la escena, va variando a medida que el nivel de retracción y degradación subjetiva aumenta. A medida que el dinero y el cuerpo se fusionan, se habilita un camino hacia al cuerpo, pasando de un acting out a un acting in. Es el momento de mayor desesperación e impudicia, apareciendo los cuadros somáticos importantes o fantasías suicidas. Esto se produce al caer la eficacia que tenía el acting out al poner una motricidad en juego dentro de una dimensión temporal y espacial.
A medida que se encuadra el tratamiento se va delineando una historia familiar y una historia individual, van confluyendo un código familiar, un código individual y un código social-económico, posibilitando la eficacia del efecto mitopoiético. Para poder articular esto último con la necesidad de pagar del adicto a la deuda, evitando que se concrete su ser culpable de la pérdida total, nuestro accionar clínico debe ser interdisciplinario frente a la toma de decisiones en el desarrollo del tratamiento.
La deuda implica una negatividad que emerge positivada en una escena que al ser parte de la realidad sostiene diversas creencias en términos familiares, sociales y económicos.
El hecho que estos procesos se desarrollen a partir de la toma de decisiones, conlleva al equipo terapéutico a estar permanentemente enfrentado a las consecuencias de cada una de estas. Esto implica diversos tipos de resistencia y un efecto resiliente por el cual se sostiene la necesidad de perder en estado latente. Como nos pasa en patologías graves, con serias alteraciones de la autoconservación, son procesos que se desarrollan por momentos a partir de decisiones “desde afuera” para luego ser pensadas y elaboradas. El dejar de perder, nos lleva a plantearnos el efecto que genera en estas estructuras familiares el rédito intolerable, un tipo de resto que al no perderse opera como cuerpo extraño.
Voy a concluir esta comunicación con una cita que creo sugerente para la temática desarrollada. Dice Sylvie Le Poulichet en Monographies de psychopathologie, Les addictions, pág. 196: En el francés antiguo el nombre adicción refiere a la “obligación por el cuerpo” que debe sufrir un individuo cuando sus deudas quedan impagas. Esta antigua práctica encuentra sus orígenes en el derecho romano donde por orden de un magistrado el acreedor recibe el derecho de tomar la persona del deudor “addictus” y tratarlo como su cosa. L´addictio es la adjudicación de la persona del deudor al acreedor que lo somete, se apropia y se sirve de este último. El término mismo deriva del verbo addicere significando “decir a” en el sentido de atribuir. Tal es la condena reservada a aquel que no puede afrontar una deuda, queda solamente su ser en sustancia, su cuerpo en estado de caución.