Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVII, nº 304
Diciembre 2002. Buenos Aires, Argentina.

Vicisitudes de la subjetividad del analista como criterio orientador de su intervención en circuitos transubjetivos de alta toxicidad. Clínica de adicciones.

*Por Eduardo Alberto Grinspon

Descriptores: solución adictiva.

Introducción

En esta comunicación quisiera reflotar el término toxicomanía para desplegar desde la clínica de pacientes llamados adictos lo enigmático de lo tóxico. Voy a intentar: 1) delinear de un modo fragmentario el período de encuadramiento del tratamiento de un paciente en el que impera una solución adictiva;

2) esbozar someramente algunos conceptos que integran la terceridad teórica presentes en mi subjetividad clínica frente a la problemática de las adicciones.

 

1) Material Clínico

Desde el inicio del vínculo con un objetivo terapéutico, el actuar del analista por presencia o por abstinencia es un modo de intervenir. El escenario intersubjetivo se va tejiendo o esculpiendo desde el primer contacto que en este caso fue un comentario hecho en el momento de la derivación de un paciente. Voy a intentar esbozar, desde lo que la interpelación conciente me posibilite, algunos de los elementos que confluyen en mí para decidir cierto tipo de intervención en pacientes o en constelaciones familiares donde impera la solución adictiva en un clima de alta toxicidad. La secuencia que voy a desplegar fue reconstruida a posteriori y revela distintas escenas vivenciadas en una complementariedad interimaginaria que me llevó a ir modelando una construcción intrapsíquica desde la cual pude intervenir.

 

Motivo de consulta

El primer contacto que tuve con este caso fue a través de un colega que al derivar el paciente me   comenta que es un adolescente que consume distintos tipos de droga hacía varios años.

 

Charla telefónica con la madre para concertar una entrevista

Respondiendo al llamado telefónico de la madre, desde el inicio escucho un tono de voz pausado, amistoso, y seductor, sintiéndome inducido a una complicidad. Me habla en una cercanía que iba generando inquietud en mí, relatándome ser una familia europea, que por decisión de la compañía donde trabaja el padre de Fernando, éste es trasladado a una filial en Buenos Aires, mientras que ella y Fernando seguían viviendo en Europa. Comenta que abriendo un e-mail del hijo, “el padre” confirma su sospechada relación de Fernando con las drogas, razón por la cual a pesar de estar separados, desde la insistencia del padre deciden vivir en Buenos Aires por un período de tiempo.

En su  línea melódica y tono de voz, hubo componentes paraverbales11 que me inquietaron, y de los componentes verbales me llamaron la atención el modo de banalizar el consumir de droga de su hijo y el modo afirmativo y cortante en que enuncia “el padre”.

Digo a la madre que entiendo su llamado como consecuencia de haber escuchado un “grito desesperado” de Fernando para que alguien registre lo que le estaba pasando. Al utilizar “grito desesperado” me alejaba del tono seductor y de la propuesta de complicidad de la madre. Me acercaba a la asociación de grito con la idea de nacimiento, es decir tomé su componente paraverbal en mi respuesta, sin responder en simetría a la seducción, e intentando descifrar algo de un componente paraverbal del hijo. En mi decir “grito desesperado” había una referencia al estado afectivo de Fernando. Desde una escena imaginada por mí, intenté esbozar desde el inicio un escenario intersubjetivo familiar, ya que en la referencia a “el padre” percibí no sólo la separación matrimonial sino una tensión que los unía, actuante sobre Fernando.

Decido ver primero a la pareja y no a Fernando. Ante este planteo la madre contesta que es imposible que esto suceda, ya que el padre no iba a aceptar por las escenas de violencia incontrolables que se habían generado anteriormente entre ellos. Este comentario refuerza en mí la necesidad de ver primero a la pareja, razón por la cual le propongo hablar yo con el padre y concertar una entrevista vincular. Luego de hablar con este último en un clima cortante y tenso, pudimos conciliar una primera entrevista.

Mi objetivo en ese momento era percibir si en estos padres separados existía, más allá de la tensión que los unía, algún acuerdo dentro de un pacto erótico de tener un hijo vivo  y evaluar a partir de allí  que tipo de escena primaria fundante del anclaje vital habitaba en Fernando para decidir si tenía sentido iniciar un tratamiento.

 

Primera sesión

Vienen ambos padres juntos a la entrevista,  Joaquín comienza arremetiendo y arrasando en la sesión diciendo, de un modo implícitamente acusatorio hacia la madre, que él siempre dijo que los distintos tratamientos que tuvo Fernando fueron fracasos ya que nunca se había encarado la temática de la drogadicción, que estaba harto de ser el responsable de todo y que en su familia todo pasaba siempre por encontrar culpables. Eran notables las variaciones tonales de las afirmaciones de Joaquín que eran recibidas por mí como mensajes paraverbales de un modo homólogo al tono seductor del inicio de la charla telefónica con la madre.  Asoció esto al sentirse acusado por los efectos de su ausencia familiar generada por su relocación en la Argentina hacia varios años. Desde el modo y el planteo de la culpa, me llaman la atención: 1) el discurso de Joaquín era reactivo, ya que le estaba contestando a alguien, y reivindicativo de una escena anterior, pues la sesión hasta ese momento no justificaba toda esa descarga; 2) el silencio de Mercedes. Pregunto entonces por la historia de Fernando pero dirigiéndome hacia la mamá. Cuando ésta empieza a hablar lo hace con un discurso culposo pero sin mostrar el hartazgo tóxico que evidenciaba Joaquín, y emerge que el nacimiento de Fernando estuvo arruinado por la muerte del tío paterno de la madre, personaje nuclear para esta última ya que al fallecer su padre cuando era pequeña, fue su tío quien ocupó el lugar del padre.

Me llama la atención la imagen de un nacimiento arruinado por la muerte de un tío abuelo, dándome la sensación de un núcleo fusional transgeneracional que condensa tres generaciones. Me pregunto en ese momento ¿qué es un nacimiento arruinado? y ¿el nacimiento de quién quedó arruinado?

Decido preguntar a la madre por la historia de Fernando, con la intención de  rescatarme y porque tengo in mente el imperativo de poder salir de lo sincrónico sustanciado por la descarga del padre, y recuperar el eje diacrónico mediante la idea de historizar y temporalizar.

Si como analista puedo imaginar y desplegar en lo errático la humildad de mi pensamiento, queda interferido el estado fusional del momento sincrónico. Poder hablar y recordar, abriendo la posibilidad de ser hablado, interfiere esos momentos sincrónicos, intercorporales, y tóxicos, sosteniendo una diferenciación. Intenté crear un espacio donde se respete el sentir distinto del otro, el sentir de la diferencia. Tenía tres alternativas: 1)  preguntar a Joaquín por el pasado; 2) preguntar por el pasado dejando circular el interrogante; 3) preguntar a Mercedes por el pasado. Decido esta última opción, pues el estar arrasante del padre estaba articulado con el lugar silencioso de ella. Esto me hacía suponer una escena anterior que estaba  siendo retroalimentada, sosteniendo una complicidad interfantasmática de los padres.

Me relatan que Fernando es hijo único que nace luego de diez años de matrimonio, en los cuales hubo un sin fin de tratamientos, generándose embarazos que se perdían en las cercanías del quinto mes. En el momento en que es concebido Fernando, la pareja se suponía con la imposibilidad de tener hijos. Podemos pensar que en el imaginario de sus padres, Fernando siempre estuvo a punto de morir, estando ellos pendientes si sobreviviría. Se va armando en mi imaginario la idea que en Fernando está instalada la marca del que sobrevive a la muerte y decido nombrar a los embarazos perdidos  “embarazos muertos”. Al nombrar algo de determinado modo jerarquizo la posibilidad de crear un tesoro de significantes propio, de tal modo que si aporto una palabra y detecto que es entendida y aceptada, pasa a ser una conquista del grupo y debo sostener esa palabra al referirme a escenas homólogas. Mi decisión se basaba en haberme sentido impactado por la carga de dolor y pesar que transmitía el planteo de Mercedes desde sus componentes paraverbales, línea melódica, tono, timbre de voz, también registrados en el gesto de pesar de Joaquín. En ese momento y en un clima diferente al violento anterior, siento que el código erótico de la pareja se había agotado en los años anteriores al nacimiento de Fernando.

Según el relato de la mamá, Fernando empieza a consumir en un momento coincidente con el alejamiento del padre. La palabra alejamiento era tanto referida a la relocación en Argentina del padre así como a la separación matrimonial no enunciada claramente. También coincidió con un cambio hacia un nivel escolar más exigente. Refiriéndose a ese momento la madre plantea “haberse tenido que matar” para que Fernando pueda resistir ese momento de transición. Frente a esto intervengo planteando que Fernando en cada etapa de cambio de su vida sigue articulando lo vivo y lo muerto. Este planteo me surge a partir de la imagen de que en el nacimiento hay un cuerpo Uno y luego una individuación, por lo tanto ese “matarme para que él pueda” es una frase con mucho peso en mi imaginario, por el componente sacrificial y la articulación de matarse para que alguien viva. Por otro lado, el haber estado varios meses a punto de morir dentro del espacio intrauterino, y ser ella quien finalmente pudo retenerlo y salvarlo,  me lleva nuevamente a preguntarme de que modo quedó inscripto el nacimiento subjetivo de Fernando.

Joaquín desvaloriza absolutamente lo que siente Mercedes, seguramente por la jerarquización de la separación matrimonial y la preeminencia de su actividad corporativa como causante de la desestabilización de Fernando, reaparece un arrasamiento por parte de él, de un modo provocante – convocante, y registro a Mercedes dispuesta a responder en espejo,  por lo que vuelvo a pensar en una complicidad arrasante para desvitalizar mi pensamiento. Desde mi experiencia clínica con otros pacientes, entiendo que cuando los padres se juntan en un “encontronazo”, como en este caso, se crea abruptamente un tipo de tensión tóxica por la cual no puedo seguir pensando y percibo un registro de malestar corporal. En el momento en que Joaquín  arrasa, se genera en mí un tipo de angustia seguramente al no poder ligar mi propia pulsión con imágenes, no se trata de una escena víctima y victimario entre la pareja de padres, sino de un tipo de comunión, de complicidad. Frente a esto le digo a Joaquín: “Ud. es papá, y si bien padeció todos estos duelos, los pudo elaborar fuera de su cuerpo, en cambio a Mercedes se le iban muriendo dentro de su cuerpo, ella no los pudo retener por lo que creo que Mercedes lleva el sentimiento de no haber podido con sus hijos. Me parece que no son  las mismas sensaciones las que tiene Mercedes que las que tiene Ud.” Si hay un sujeto que irrumpe como lo hizo Joaquín, tengo dos alternativas: lo freno o busco otro camino como este que tomé. Mi intento era integrar la pareja en la separación para que puedan elaborar su duelo. Pienso que la tensión tóxica que mantenían entre ellos sostenía de un modo eternizado y eternizante todos los muertos que quedaron habitando lo que hubiera sido el espacio creativo de la pareja. No hago una alianza con alguno de ellos, los separo, marco la diferencia: le hablo a Joaquín como entiendo a Mercedes para que Mercedes pueda verme y escuchar lo que digo, y le hablo a Mercedes como lo entiendo a Joaquín para que Joaquín pueda verme y escuchar. Intenté que Joaquín pueda respetar el sentir distinto de Mercedes, y Mercedes el sentir distinto de Joaquín. La desesperación desde la responsabilidad enarbolada por Joaquín es parte del mismo sentimiento en Mercedes, y la oposición entre ellos y el tironeo resultante se revela en este momento en un hijo que en cualquier momento se podía morir por  no poder nacer.

Al nacer Fernando y en un estado de semiconfusión y soledad la madre relata que por una situación banal su tío se enloqueció y tuvo un ataque de violencia intempestivo que arruinó ese momento. En mi imaginario vuelve a aparecer la imagen de alguien nacido en soledad por un tipo de ausencia materna aferrándose a la intrusión violenta de un sustituto paterno, asociación que iba integrándose dentro de mi construcción intrapsíquica al modo de la intrusión violenta del padre en sesión.

Lo recién descripto  es una reconstrucción de un fragmento de sesión en la que intenté recuperar lo que entiendo fueron los procesos de toma de decisión. Pienso que es propio de una teorización libremente flotante, tener la posibilidad de ir dando figurabilidad o escenificación a las construcciones  intrapsíquicas del analista, siendo fundamental preservar en sesiones de alta toxicidad la capacidad de reverie y de imaginarizar.

 

Fragmento de la primera entrevista individual con Fernando previa a su inclusión en la entrevista familiar

Al recibirlo me saluda con un beso dentro de un clima afectivo y empático, dándose un encuentro en el cual lo detecto frágil y “niño”. Es un adolescente que me llamó la atención por mantener en su actitud corporal la torpeza y los movimientos desmañados de un púber, y en su gesto y facciones un rasgo de indefinición prepuberal como si hubiera en su evolución un tránsito aún no desplegado. Al referir a las expresiones no me refiero al contenido afectivo de las mismas sino a los recursos comunicacionales de sí mismo.

Al inicio de la sesión se crea entre nosotros un vínculo distendido instalándose un clima dialógico. Dentro de este clima yo sostenía el silencio sólo en los momentos que detectaba que Fernando estaba asociando o pensando de un modo natural. Cuando nos acercábamos a momentos de un cierto vacío prefería preguntar y sostener el espacio dialógico. Tuve la sensación que yo no era desconocido para él y que sabía a lo que venía.

Hablando de sus razones para reiniciar su tratamiento en un momento Fernando comenta que él siempre sintió un “agujero que nunca pudo entender”, preguntándole por este agujero lo relaciona con el odio que él sentía hacia su padre por el clima intrusivo y acosante. Esta afirmación  me llevó a pensar: 1) en el odio fusional que yo percibía desde la madre hacia su propio padre; 2) el vínculo de odio desde la madre a su esposo y genitor de Fernando; 3) Fernando sosteniendo el discurso de la madre y poniendo como objeto de su violencia al padre. Por el modo en que Fernando describía su malestar en un clima sin salida frente a la relación acosante del padre, le pregunto por estos escenarios asfixiantes; 4) la posibilidad de ser Fernando un hijo fetichizado5.

Fernando responde que él siempre mintió. Es habitual que estos pacientes apelen a la mentira, intentando sobrevivir a una relación fusional con un otro, pero me llamó la atención que un paciente hable de su mentir espontáneamente en la primera sesión. Entiendo que era una propuesta de ir creando un espacio en el cual puedan empezar a circular palabras y recuerdos.

Nombrar en sesión el verbo mentir era abrir un espacio y una dimensión diferente. Pude imaginar el mentir de Fernando como una solución transaccional posible (disyunción) al no poder acceder a una palabra que lo representara. Era una opción diferente frente a lo cotidiano que era quedar aferrado a la violencia paterna, o entrar en caída libre frente a la ausencia materna. Aparece en mi imaginario una escena en la que Fernando puede afirmar algo frente al padre y al mismo tiempo salirse de la escena viendo como el padre imagina a alguien que él no es en ese momento.

Por todo esto le planteo a Fernando que al utilizar este modo de mentir hay un Fernando que nadie conoce,  acercándome desde esta imagen a la idea de que él no pudo terminar de nacer. Mentir para Fernando es quedar de algún modo incluido en el imaginario de un otro y no caer en el vacío. “Si mentís no quedás pegado porque el otro nunca sabe quien sos, ni te caes al vacío porque quedás agarrado a todos aquellos a los que mentís.” En el momento que voy enunciando esto, tanto el caer, el pegoteo y el no poder terminar de nacer, tengo in mente el momento de fusión transgeneracional enunciado por su madre en la primera sesión.

Fernando comenta tener miedo de no poder plantear lo que él siente en las entrevistas de familia, pues siempre fue atacado. Al escuchar la palabra atacado recuerdo el clima tóxico por momentos insoportable que se generaba en las entrevistas vinculares, siendo la sensación que Fernando planteaba compartida vivencialmente por mí. Entiendo que el adicto tiene sus posibilidades marcadas por el vínculo del adicto al adicto. Es la actividad manipuladora de este último lo que degrada la posibilidad de reintrincación pulsional y de recuperar el tránsito desde la huella somática del afecto a situaciones de complejidad creciente en las que circule la palabra.

Al desplegar la temática de las diferentes drogas que fue consumiendo a lo largo de un período de su historia, relata que siempre se sintió diferente a los otros muchachos, y no bien parado en lo masculino como muchacho frente a las chicas, que iba a un colegio donde la actividad deportiva y el rugby eran importantes y él sentía el estigma de no gustarle los deportes violentos porque le daban miedo, dedicándose al aeromodelismo y luego a la computación. Me aclara sin embargo con cierta sonrisa en su cara y dicho en un clima de logro, que alcoholizado y con cocaína después de mucho tiempo “pudo coger”. En ese momento decidí reemplazar la palabra cocaína por “ella”, y le dije: “o sea que con ella pudiste sentirte varón y coger”.

Al escuchar la enunciación de Fernando imaginé tres situaciones: 1) la excitación, 2) el pude, 3) el con. Pensado a posteriori en mi intervención jerarquicé el con y decidí sustituir a la cocaína por “ella”. Apelando a lo polisémico del significante (la palabra ella condensaba una serie de escenas que se iban desplegando en mi imaginario) intenté dar un soporte simbólico a aquello que era traído por Fernando desde un registro corporal (orgánico), una experiencia corporal significable6,  resultante de su acto de incorporación, y siendo un logro atribuido a la cocaína.

La intervención que me llevó a aportar la palabra “ella”, es resultante de una construcción intrapsíquica que se fue esculpiendo en mi imaginario a medida que iba conociendo los avatares de la historia de esta familia. Entiendo esta construcción intrapsíquica de la historia personal de Fernando como un producto de la complementariedad interimaginaria al haberme incluido dentro del grupo familiar. Si bien mi intervención apuntaba a lo actual del decir de Fernando, dejaba latente la referencia histórica en la que toda afirmación de un paciente puede ser pensada. Desde mi sensación se tornaba inquietante el sentir que iba conociendo sectores de la historia de Fernando que si bien fueron vividas por él,  supuestamente desconocía4. Nuevamente aparecía en mí el interrogante de como procesar todos aquellos datos sabidos y registrados en nuestro paciente pero aún no conocidos.

Al nombrar cocaína como “ella” diferencié el sentido que tuvo para Fernando la experiencia con el alcohol, la marihuana, los alucinógenos y la cocaína, ya que recién con ella “pudo coger”. Tuve la sensación de que cocaína era ese suplemento10 que le permitía recuperar una cierta masculinidad en el encuentro con una mujer. Si yo hubiera nombrado a “cocaína” lo hubiera atribuido a la droga, mientras que si lo nombro como “ella” le doy un valor polisémico que permite que “ella” pueda no ser una droga. En el momento en que Fernando enunciaba esta temática se me presentó la palabra atributo imaginando que había un atributo no legado ni recibido por Fernando para que él pudiera nacer como varón, y que esto hizo que la cocaína en ese momento operara como suplemento.

Estoy pensando en la madre de Fernando y en  lo subjetivo de él, voy camino a que podamos historizar el trauma dado en el desencuentro inicial con su madre, y a partir de recuperar su dolor como vivencia, podamos producir juntos una construcción. Desde mi construcción intrapsíquica en ese momento yo suponía que la madre de Fernando en su estado depresivo post parto, no pudo recibirlo como varón e inscribirlo como un objeto fálico. Fernando siguió buscando en su devenir esa experiencia corporal significable, sostenida en latencia o en acecho6,  que le permita inscribir lo aún no inscripto y al mismo tiempo sustraerse de un núcleo fusional (identificación adictiva). En mi imaginario se iban desplegando escenas que iban desde su nacimiento al encuentro con una mujer.

Por un lapsus en el que Fernando se nombra como nena intervengo con una frase que reconozco haber usado varias veces en pacientes adictos que habitualmente ponen en riesgo su vida, que condensa los conceptos que fueron surgiendo en mí hasta ese momento, y planteo que Fernando se siente “vivo-varón” y desde esa marca, “culpable-deudor”. Fernando, refiriendo nuevamente al mito paterno, relaciona lo que digo directamente con el padre suponiendo que éste y la familia de éste querían una nena porque nunca hubo nenas en la familia.

De esta sesión seleccioné tres momentos: 1) el agujero y el odio, 2) la droga, 3) su nacimiento como varón. Estos fragmentos tienen que ver con el acto de nacimiento subjetivo de Fernando, que fue uno de los primeros interrogantes generado en mí en la charla telefónica con la madre y en las primeras entrevistas vinculares.

 

Sesión de familia en la que se incluye Fernando

En la siguiente sesión de familia, emerge el tema de los muertos y Mercedes relata que la muerte de su tío fue cuando Fernando tenía dos meses y medio. Este comentario me asombra pues el primer dato registrado por mí fue que el nacimiento de Fernando fue arruinado por la muerte del tío de la madre. Puedo imaginar que en los primeros dos meses y medio de vida, la relación de Fernando con su madre fue diferente a la que yo había imaginado hasta ese momento. Se estaba produciendo una diferencia dada por el efecto de historización, y al escuchar esta afirmación pensé que la madre estaba comenzando a recuperar la posibilidad de hablar de su historia sin estar fusionada al núcleo arrasante propio de la estructura y sostenido por el padre.

Mercedes agrega que posteriormente hubo períodos en que Fernando comenzaba a llorar no habiendo modo de calmarlo, generando esto una desesperación creciente en ella. Si bien no fue enunciado por la madre no puedo dejar de evocar frases dichas por otros pacientes como “daban ganas de matarlo o de tirarlo por la ventana”.

Todo esto me llevó a imaginar un tipo de encuentro tóxico, marca de un encuentro cualitativo no habido, dejando como resto un demasiado lleno que obtura un demasiado vacío. Se me instala la sensación de estar frente a alguien desesperado, violento, y con un tipo de soledad que me deja pensando. Comienzo a decir que Fernando se iba a morir…, y la madre continúa: “había imaginado que era una nena, estaba segura de ello…”. El tono afirmativo de mi frase se relacionaba con la convicción instalada en los padres de que Fernando no iba a nacer. La madre me interrumpe, no de un modo intrusivo sino continuando un seguir hablando que rectifica mi orientación, y plantea su comentario. Este último confronta tanto a Fernando como a mí mismo al supuesto anterior de que era su padre el que esperaba una nena.

Me pude asombrar y en el asombro me alivié, se fueron integrando en mí el recuerdo del día anterior del lapsus en el que Fernando se nombró como nena, y en el momento que la madre seguía hablando pensé que Fernando podía llegar a reconocerse hijo de esta madre. El agujero sostenido en Fernando por la ausencia materna, siempre lleno de reproches comenzaba a desplegarse en escenas y a adquirir cierta figurabilidad.

Se hacía más presente en mí la idea que Fernando refería al mito paterno como modo de aferramiento al sostenerse en él una interdicción a poder referir al mito materno. Cuando  enuncio el aferramiento a la violencia paterna, el padre me interrumpe con un carácter de acelere y sin freno, e increpa de un modo violento a Fernando diciéndole que es un improperio, creándose una tensión en el vínculo entre ellos de un carácter devorador y fusional, que se hace insostenible para mí.  Decido intervenir, y ubicándome  detrás de Fernando y mirando a los ojos al papá, cosa que a Fernando era casi imposible hacer, digo: “papá, ahora que mamá empieza a hablar, dejame escuchar lo que le pasó conmigo”Intervengo de este modo pues entiendo que cuando en sesión se presenta una situación violenta y arrasante, prefiero incluir la posibilidad del “como si” y que sea dramatizada conmigo, buscando que mi paciente quede en una posición excéntrica. En este caso no solamente presté mi imaginario al decir lo que dije sino que quedé incluido corporalmente por el tipo de reacción corporal que desencadenó en mí, testimonio del clima altamente tóxico. La presencia de situaciones tóxicas, intercorporales es expresión de afectos resomatizados. Si infiero un momento fusional o de descarga tengo dos alternativas: intentar frenarla o sustituir al objeto de la fusión por mí mismo. Es esta la alternativa que fui tomando en este período del proceso terapéutico.  Pesaba en mí la premisa que en esta familia la palabra se degradaba en sustancia tóxica. Al degradarse el espacio intersubjetivo y las palabras adquirir el valor de sustancia, se crean restos intracorporales generándose reacciones viscerales.

Hay momentos en que las palabras circulan y las frases alcanzan, y otros como el momento que estoy describiendo en el que detecto un mecanismo provocante y convocante que intenta fusionar a un hijo. Con esta intervención pretendía aportar momentos de disyunción  frente a la complicidad o comunidad de desestimación de los padres, intentando generar un espacio en el que pueda sostenerse una pregunta, promover un recuerdo en un acto de historización, y recuperar aquella palabra que pueda hacer acto promoviendo la tensión que busca lo diverso. Si bien por momentos logramos que circulen recuerdos compartidos en un nivel simbólico subjetivable, es permanente y preeminente la presencia de una tendencia al retorno a momentos tóxicos y fusionales.

Comentarios finales

Con el material clínico recién esbozado intenté mostrar como se fue creando en mi imaginario una  construcción intrapsíquica, esculpida en una complementariedad interimaginaria con Fernando y su familia. En pacientes con soluciones adictivas es habitual que en su discurso en sesión aparezcan palabras o situaciones que en ese momento están siendo imaginadas por el terapeuta. Entiendo este hecho clínico como un producto del vínculo paciente – analista dado por un tipo de adhesividad particular. Hay una necesidad en estos pacientes de mantenerse vivos en el imaginario de un otro. El modo de imaginar del analista interactúa con el devenir discursivo del paciente, y en este juego interactivo se va construyendo un tipo de “escultura” al ir adquiriendo figurabilidad las situaciones pre-figurables del paciente.

Al no poder asociar libremente necesitan un imaginario receptivo, para nacer en un otro e ir recuperando junto con la capacidad de reverie del terapeuta, su propio espesor imaginario. Es desde esa resonancia entre palabras y escenas imaginadas que van surgiendo preguntas y un acceso a la historización.  Es sustancialmente diferente el pronóstico de un paciente adicto que entre sus recursos sostiene la necesidad de mantenerse vivo en el imaginario de un otro, a aquel que por un mayor nivel de retracción y desubjetivación sostiene la identificación con un objeto forcluido quedándole como opción una lógica orgánica, primando la alteración interna a costa del propio organismo.

 

2) Conceptos Teóricos

Desplegar la clínica de las adicciones implica despejar:

  • Clínica: modo en que cada terapeuta desde sus “articulaciones teóricas flotantes”  sostiene un tipo de construcción intrapsíquica desde la cual interviene, dentro de una trama en la que impera la complicidad interfamiliar habitualmente desubjetivante y por momentos filicida. Se tiende a demonizar alguno de los elementos de la estructura en una relación víctima-victimario,  tanto al adicto, a la droga, o a algún miembro de la familia que emerge como culpable, intentando desmentir o desestimar que es una estructura de interdependencias con complicidades interfantasmáticas y transgeneracionales4.
  • Adicciones, las podemos pensar: a) Desde lo subjetivo: el concepto de solución adictiva permite no excluir al sujeto del acto singular que ésta implica. b) Desde lo tóxico: ¿Qué es lo tóxico? ¿Desde dónde opera lo tóxico tanto para el paciente como para el terapeuta? c) Desde el cuerpo: las adicciones refieren a una experiencia corporal, y al efecto que tuvo y se sostiene en la subjetividad de ese individuo. Es esta experiencia corporal que al tornarse significable es utilizada al servicio de la autoconservación paradojal.

3)     Elementos diagnósticos a evaluar en el motivo de consulta: Desde la subjetividad del terapeuta podemos evaluar: 1) Nivel de subjetivación/desubjetivación; 2) Nivel de retracción; 3) Capacidad de transferencia; 4) Tipo de demanda dentro de las complicidades interpsíquicas e interpulsionales:  a) verbal, b) preverbal, dirigida hacia su medio familiar, pareja, equipo terapéutico, sociedad, c) orgánica, ésta se presenta ante el nivel máximo de retracción y desubjetivación.

 

Lo tóxico

Pensar qué es y dónde está lo tóxico10 implica desplegar la dimensión enigmática de este último. Es pensar un resto tóxico pulsional sostenido en estasis e improcesable referido a distintas espacialidades: intrapsíquica, intersubjetiva, transubjetiva, interimaginaria, interpulsional, e intrasomática.

Hablamos de lo que se consume o lo que se va a consumir, sin embargo no debemos perder de vista lo ya consumido, ese resto tóxico proveniente de situaciones familiares o intersubjetivas (cripta, núcleo imagoico4). Lo ya consumido persiste incorporado no meta-bolizado ni meta-forizado, siendo sólo un resto somatizado. Opera como un sector escindido en la subjetividad dentro de lo aún no subjetivado. Si bien lo despejamos dentro de la trama intersubjetiva para darle más precisión lo entendemos como transubjetivo. Este modo de pensar nos permite dar un salto cualitativo, entendiendo a la adicción como solución adictiva, un tipo de autocura homóloga a la solución biológica, fetichista, psicótica, etc.18

Para poder salir del encierro que implica ver al tóxico como veneno y al consumir como un modo de dañarse, es útil articular la solución adictiva con la autoconservación paradojal y la operación del pharmakon10. Siempre que hablamos de lo tóxico en adicciones estamos enfrentados a estructuras de ambigüedad y reversibilidad, ya que al consumir se produce un acto de incorporación en el que se logra un pasaje entre lo externo y lo interno, entre lo psíquico y lo fisiológico dándose un tipo particular de regresión psicosomática. El espíritu del tóxico como pharmakon implica una lógica transfusional y sostiene la reversibilidad entre los opuestos, ser tanto veneno como remedio.

Dentro de la operación del pharmakon es nuclear pensar como opera la droga. Pues al no quedar claro con qué nivel de sujeto contamos en nuestro paciente, es difícil enunciar al tóxico como objeto, siendo más pertinente que lo imaginemos como objeto de emergencia, de socorro o de sobrevida, en la lucha contra angustias muy arcaicas, homólogo a los objetos autistas  descriptos por Tustin.. La droga puede operar tanto como suplemento o como suplente10-5. Al suplemento lo podemos ubicar en aquel consumo que suplementa alguna de las funciones biológicas: dormir, animarse, desinhibirse, etc.

Dice un paciente referido a su necesidad de sostener el consumo de marihuana como suplemento: “Cuando fumo marihuana es como si me pusiera un traje. El traje de la marihuana me agrada y me defiende. El alcohol y la cocaína me llevaba a un desborde que me degrada. Hoy si voy a una reunión y no fumo antes, sé que voy a tomar, y si tomo me emboto y voy a sentir la necesidad de la cocaína. En este momento, ni bien me emboto, me da pavura. Si voy con el traje de marihuana, sé que nada de esto va a pasar.”

Cuando la droga opera como suplente, se logra por medio de la experiencia corporal dada en el encuentro con la misma un suplente físico de una función paterna ausente dentro de lo psíquico. Desde esta perspectiva el concepto autosupresor de la toxicomanía se torna dentro de esa lógica de reversibilidad en autosustracción, un tipo de disyunción posible frente a magmas fusionales.

En la solución adictiva lo compulsivo implica funcionalidad y urgencia en el uso del pharmakon, la necesariedad de instalar una prótesis química contra el retorno de vivencias de agonía, terror, dolor, vacío, etc. Con una lógica similar a la utilizada para entender el pensamiento operatorio20 en la solución biológica, en la solución adictiva se instala junto al vacío fantasmático, un control traumatolítico autocalmante por medio de registros de excitación sensorial15. Se logra una sedación posible del dolor, poniendo en el tapete de nuestros interrogantes qué tipo de anclaje vital tiene cada paciente, y qué significa para esa persona nacer, morir, la autoconservación, elementos todos condensados dentro de su historia somatopsíquica.

La solución adictiva al igual que la biológica, apela al soma como espacialidad dentro de la bio-lógica, la diferencia que caracteriza a la primera es que en ésta se da la necesidad de resomatizar los afectos por medio de la excitación. Esta última,  necesitada y buscada por medio del acto de incorporación, provee ese control traumatolítico autocalmante periódico. Es un tipo particular de proceso autocalmante, relacionado con la autoconservación paradojal, en el que prima el sadomasoquismo intracorporal. Funciona como protección antiestímulo creando una unidad sostenida por un cúmulo de sensaciones excitación que operan como objeto no objeto, sustituyendo los autoerotismos objetales fallidos que hubieran tenido que ser constitutivos de la subjetividad.

Implica un tipo particular de contrainvestidura, refiere a registros de pavor encapsulados que condensan angustias de nadificación y agonía. Opera como un intento de sustracción del núcleo fusional tóxico (formación de masa de dos), accediendo a un tránsito resubjetivante desde ese estado nadificante, camino homólogo a la recuperación narcisista lograda en el efecto psicosomático.

Dentro de lo procesal pulsional implica un tipo específico de regresión psique-soma. En este tipo de solución el movimiento regresivo implica: a) una motricidad en juego dentro de una espacialidad, y la creación de supuestos objetos3; b) una cierta recuperación de la capacidad alucinatoria al ir a la búsqueda de ese cuerpo extraño garante de cierto bienestar a lograr durante el acto de consumir. Busca reminiscentemente un encuentro fusional sostenido en una experiencia corporal alguna vez habida. Es por lo específico de este tipo de regresión que preferimos pensarlo como retro-acción, regresión al primer registro somático del afecto, huella somática de la descarga del afecto siendo un tipo de memoria corporal (memoria de sistema).

En estas soluciones la problemática está referida no a contenidos psíquicos sino a la posibilidad o imposibildad de acceder a un continente separado del sensorium corporal y pone en el tapete los límites somáticos y alucinatorios de la psique. Es el continente común que sostiene la complementariedad interimaginaria analista – paciente lo que posibilita que estos contenidos adquieran cierta figurabilidad.

Trauma autoerótico

Es resultante de una mala adecuación entre la función materna en cuanto capacidad de reverie y las necesidades neonatales. Evidencia un fracaso en la alucinación negativa encuadrante del objeto y una falla en el logro de la continuidad narcisista, implica una falla en la apropiación subjetiva de los autoerotismos. Las sensaciones corporales, formas primarias del afecto, no han sido diferenciadas en categorías perceptivas psíquicas dentro de la progresión somatopsíquica, quedando fijadas a reflejos vegetativos que siguen operando como testimonio del modo de sobrevivir. Se ha sostenido el modo de tratamiento bio-lógico de la excitación por medio de la descarga. El único tipo posible de percepción de la descarga fue el registro de una brutalidad de la descarga15, la cantidad fue trauma y al mismo tiempo meta pulsional. Esto anticipa la necesidad de un exceso en cuanto cantidad y un clima contextual de brutalidad en la descarga. Este concepto subyace en los encuentros tóxicos y brutales evidentes y persistentes en las estructuras familiares. La falla en la estructuración del apego, necesario para la diferenciación del sí mismo somatopsíquico, no permitió un resultado eficaz en la diferenciación de un sí mismo (yo piel de Anzieu) y un sí mismo somático inmunitario. Hubo un fracaso en el borde perceptivo alucinatorio.

En un trabajo anterior desplegamos el concepto de apego al negativo6 en el que el dolor era el testimonio del objeto no habido. En el mecanismo de retroacción, modo específico de regresión en la solución adictiva, sostenemos la idea del apego al negativo, pero en lugar de referirla al dolor (previo a la experiencia de dolor), la referimos al registro somático de la descarga, huella somática del afecto dentro de un prototipo corporal. Esta huella opera como núcleo masóquico primario, patrimonio singular del modo de sobrevivir.

 

Momento de incorporación

Nos encontramos en una patología donde prima la incorporación frente a la imposibilidad del acceso a la introyección del objeto por una falla en el acceso a la actividad alucinatoria y la eficacia del mecanismo de proyección. El acto de incorporación, caracterizado por tentativas frenéticas y compulsivas, mantiene un lazo narcisista con el objeto no objeto, intentando contrainvestir químicamente la huella somática del afecto.

Es búsqueda  de un exceso y desde el punto de vista de la toxicidad pulsional – prepulsional, este demasiado lleno es un intento de llenar el demasiado vacío generado por el demasiado lleno de excitación no ligada15.

En la solución adictiva se busca la marca corporal, un tipo de sensación excitación que para ser recuperada subjetivamente necesita una contrainvestidura química. Esta última condensada en el encuentro con el pharmakon y evocada en la experiencia corporal significable. A medida que va aumentando la desubjetivación y el nivel de retracción, el acto de incorporación se torna más automático, imponiéndose el sadomasoquismo intracorporal y el procesamiento por alteración interna. En este momento el nivel de la demanda se torna orgánica.

 

Autoengendramiento de cuerpos extraños

En la solución adictiva se autogeneran dos tipos diferentes de cuerpos extraños10 propios:

  • Un cuerpo extraño es el producido por la identificación adictiva8 sostenida en una formación de masa de dos que mantiene un núcleo fusional con el cuerpo y el imaginario materno. Esta formación adictiva, encarna una relación originaria pasional posesiva al y del otro. Sostiene una particular ambigüedad en la que se articulan los opuestos y lo reversible, un estado de permanente desinvestimiento junto a una relación omnipresente y fusional. Este cuerpo extraño y propio es una formación psíquica registrada como sustancia psíquica7 que funciona como una sustancia droga. En un primer momento equilibró la continuidad narcisista y en un segundo momento se torna amenazante.

2) En la necesariedad de dominar la angustia creada por la amenaza de afanisis, de nadificación, y de ser devorado en la formación de masa de dos, se impone un imperativo de incorporar repetidamente una sustancia externa que pone al cuerpo en perfusión, creando un cuerpo extraño otro e instalando un autoerotismo artificial. En este momento se accede a la operación del pharmakon, ya que la automedicación intenta restablecer una forma de disyunción al disolver lo tóxico intrapsíquico coagulado en esa sustancia psíquica.

Al incorporar el pharmakon, y lograr ese estado fusional con la droga, se produce  ese cuerpo extraño otro, representando para ese sujeto vivo no ser ese que se es en el continuum del estado fusional con el cuerpo y el imaginario materno. Implica un estado de nacimiento logrado por este efecto metonímico. En este momento la droga operó como suplente, se accede por medio de una contrasustancia externa a una operación de sustitución o de transposición, autoengendrando un órgano libidinal alucinado, y recuperando de este modo alguna capacidad alucinatoria. Esto lleva a poder sustraerse de la situación paradojal nadificante, produciendo de un modo desesperado una ausencia en esta omnipresencia.

Estos cuerpos extraños y propios, tóxicos e improcesables, son los que dan la especificidad a la formación adictiva subyacente a las soluciones adictivas.

Resumiendo: en el acto de incorporación: 1) la droga opera como suplemento al lograr una cierta “reanimación” en un estado de exceso, desde un lugar activo, modo de transformación pasivo-activo; 2) la droga opera como suplente al sustraerlo de un estado fusional y de la formación de masa de dos; 3) en un a posteriori esta experiencia se inscribe, lo que asegura tener que volver a reiniciar este ciclo en un tiempo circular, reeditando permanentemente y periódicamente el nacer sustrayéndose de un espacio y naciendo en otro.

Ante la dificultad yoica para contrainvestir el desvalimiento se instaló el uso de tóxicos o medicamentos como forma química de contrainvestimiento. Dada la descarga del afecto, la transferencia de éste puede efectuarse en un sistema en vías de complejización en la evolución somatopsíquica, pero si la descarga afectiva se efectúa hacia sistemas en red yendo al sistema inmunitario o neurohormonal, el afecto queda fijado a un feedback neuroquímico. Al desvanecerse el acceso a la representación y  a la palabra, la figura de lo tóxico aparece, quedando el acceso a circuitos cortos donde  impera la descarga, y el regreso hacia la excitación – sensación. Es este el punto de fijación al que regresa la solución adictiva.

La necesidad nostálgica de fusión, de indiferenciación, de lo incestual y de omnipotencia, intenta reencontrar virtualidades biológicas buscadas activamente en las adicciones (acting out) y pasivamente en las somatizaciones (acting in).

No existe una capacidad erotizada de temporalizar, de resistir difiriendo una descarga y soportando masoquistamente la tensión, dándose un sobreinvestimiento de la descarga como posibilidad y siendo la unidad sostenida por sensaciones el objeto anobjetal de investimiento. Todo lo descripto es propio del mecanismo de retro-acción al ser preeminente la descarga afectiva, la intensidad y lo cuantitativo 15-16.

Es la autoconservación paradojal lo que determina que la droga pueda operar como suplente, al darse clivajes estructurales del yo que determinan la puesta en juego de un tipo de pulsión de autoconservación que apela a su preforma orgánica y tropismos biológicos.

 

Mecanismo de retro-acción

En la retro-acción15 se sostiene la necesariedad de registros pasionales somáticos. Implica una búsqueda sensorial más acá de los autoerotismos, generándose una adhesividad al objeto sensación. En esta resomatización de los afectos, el soma queda interesado por movimientos autoeróticos arcaicos donde el objeto es indistinto de la sensación. Este objeto autoengendrado en el momento del acto de incorporación  queda escindido en el yo, necesitando ser periódicamente contrainvestido.

Al regresar por el mecanismo de retro-acción a este objeto sensación se reencuentra la actividad pulsional–prepulsional con el fondo pasivo de los inicios de la vida psíquica, marcado por el desvalimiento en un momento de atopía o de indistinción de instancias psíquicas. Se configura una tópica atópica en la que ninguna representación de ausencia y de falta puede advenir. Se sostiene la lógica intrauterina intercorporal (intrasomática) articulada con el autoengendramiento.

Se regresa vía la potencia del afecto a un tipo de retro-acción prepulsional, anobjetal, excitacional, co-originaria a los albores de la vida.

Resumiendo: el mecanismo de retro-acción en la solución adictiva: 1) evidencia un traumatismo precoz que dejó una deformidad en el yo por clivaje estructural2, lo que deja una alteración de las pulsiones de autoconservación que regresan a la preforma orgánica; 2) se retorna al aspecto prepulsional del automatismo o la compulsión de repetición al retornar al objeto sensación o excitación15.

 

Conclusión

En este trabajo la modalidad expositiva y de reflexión se relaciona con un interrogante actual en psicoanálisis que es poder pensar la sesión como una articulación entre diferentes subjetividades, por supuesto incluida la del analista y la actividad psíquica del mismo. Respecto a la solución adictiva he encarado sólo algunos de los escollos clínicos que se nos presentan, quedando para otras comunicaciones despejar lo profundo y enigmático que es la retracción en estos pacientes, su presencia como ausencia, los efectos sobre la economía pulsional del analista, momentos de insomnio o malestar somático en sesión o fuera de sesión, etc. Todo esto abre la dimensión de pensar los interrogantes desde la contratransferencia orgánica del analista.

Estos tratamientos nos generan cuestionamientos técnicos, subjetivos y éticos, ya que nuestra inclusión no sería posible si no es sosteniendo alguna complicidad dentro del medio familiar. Es ambivalente el efecto que genera en el terapeuta su dependencia con el adicto al adicto, al ser éste un personaje que detecta y cuida, y por otro lado ser el que ataca con ferocidad, intentando volver a devorar en un lógica de ambigüedad y reversibilidad parecida al tóxico que en cuanto pharmakon es remedio y veneno.

Un hecho notable y compartido con analistas que encaramos el tratamiento de pacientes con soluciones adictivas que ponen en riesgo su vida, es el momento en que registramos la compleja sensación de soledad de ser el que cuida lo vivo, siendo nuestro malestar el testimonio del sostenimiento de lo vivo de nuestros pacientes.


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