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Intervenciones desde nuestra intersubjetividad transferencial frente a procesos en los que se nos presenta una manifestación somática.                                                                              

                                                                    Eduardo A Grinspon[1] .

Co construcción de “Mi amiga quimio” y “Mi amigo cirujano”.

En esta oportunidad como ejemplo clínico de esta segunda intervención apelare a una experiencia personal vivida “en carne propia” con el Dr Hector Machain.

Este desarrollo intenta conceptualizar nuestra posición, intervenciones y su eficacia en procesos terapéuticos (habitualmente primando sufrimientos narcisistas de sobrevida psíquica) en los que se nos presentan pasajes por el soma[2] mensajeros[3] dentro de nuestra intersubjetividad   transferencial. ¿Qué factores inciden para   que en ciertos vínculos transferenciales nuestras intervenciones, buscando el re- investimiento erotico del cuerpo de nuestro paciente puedan ser eficaces?

Voy a   partir de dos intervenciones que sostengo hace varios años con buenos resultados clínicos e intentaré articular conceptos que subyaces en mi posición clínica 

Una de ellas la de “mi amiga quimio”, se inicia cuando un proceso canceroso, se hace presente dentro de nuestro espacio terapéutico. Un cáncer importante de pulmón ya con metástasis. Surgía un primer cuestionamiento acerca de la causa por la que   hasta ese momento no había surgido ningún registro. Esta duda es lo que luego al conectarme con la escuela de psicosomática de París, pudimos pensar que es un estado previo en el que primando un estado operatorio no hay signos subjetivables. Momento en el que un sector del cuerpo de nuestro paciente resta clivado, anónimo y huérfano. ¿Qué destino o retorno tendrá este resto clivado de la subjetividad de nuestro paciente?

Nos conectamos con el segundo tiempo del trabajo de somatización que enuncia Claude Samadja que es la solución somática “de alguien”. Jerarquizo el término solución, a la que incluyo dentro de otras soluciones narcisistas de sobrevida psíquica[4]. La aparición en “mi paciente” de este cáncer, si bien había una historia muy compleja con mucho sufrimiento histórico, me asombró, pero sobre todo me impactó que mi paciente rápidamente comenzó a mencionar los efectos devastadores de la quimioterapia, mencionando detalladamente el sufrimiento que generaba las sesiones de quimio y el efecto de quedar pelada. En sesión desde mi registro subjetivo transferencial me encontré con un malestar frente a esta afirmación. Mi paciente quizás continuando con su estado operatorio estaba   desmintiendo el mensaje de su soma en búsqueda del cuerpo de alguien.

Intervine planteando que “ella no podía convivir con el cáncer, o ella mata al cáncer o el cáncer la mata a ella”. Pensando en el tipo de anclaje vital posible en pacientes con soluciones narcisistas de sobrevida psíquica, sabemos que hubo una falla en el núcleo masoquico primario con la consecuente falla en el masoquismo guardián de la vida (B Rossemberg). Decidí junto a la enunciación de cáncer y matar, seguir enunciando que era “la amiga quimio quien nos podía ayudar a matar el cáncer   para seguir viviendo”. Esta afirmación se basaba en los logros subjetivos ya patrimoniados en nuestro proceso por mi paciente. 

Me ofrecí para acompañar en la primera sesión de quimio, estar presente e incluso darle la mano para sostener la recepción de la amiga quimio. El proceso se desarrolló favorablemente y mi paciente siguió viviendo.  

 Lo que me interesa es el registro en la intersubjetividad transferencial, el a deux que formamos mi paciente y yo para que ella me transmita un registro desafectivizado de un pasaje por su soma, y rápidamente me muestra un nivel de desmentida como si la palabra cáncer se hace intolerable. Yo creo que desde nuestro vinculo transferencial   pude acercarme al concepto   que era imposible vivir en la coexistencia con el cáncer[5], “mato al cáncer o el cáncer me mata a mí”. En esta ecuación pude encontrar estos investimientos laterales necesarios en lo psicosomático que fue apelar a la amiga quimio junto al amigo médico.,   

¿Qué me llevó a incluir el significante amigo con la quimio, incluso sostenerla de cuerpo presente en las primeras experiencias de quimio? Se tornó una intervención casi habitual en mis pacientes con cáncer. Pero llegó la hora de pensar cómo surgen estas intervenciones, partiendo de algo ya planteado en la escuela psicosomática de París, que en estos pacientes habita un núcleo masoquico primario fallido concomitante con fallas en su núcleo erógeno primario.

Es decir son personas que como pudieron han sobrevivido a   las fallas en las inscripciones corporales de experiencias primarias objetalmente necesarias para la constitución de su narcisismo, (un objeto necesario para la constitución del yo). Es Marilia Aisenstein quien enuncia una falla en el masoquismo erógeno guardián de la vida. El hecho de poder pensar en el masoquismo erógeno guardián de la vida, que es el egoísmo del sujeto para el sujeto, me reconecto con lo que enuncio como el egoísmo necesario, ese egoísmo al cual hay que apelar cuando un paciente se encuentra en estados límites de vida- muerte y se torna imprescindible su resistir para sobrevivir.

¿En qué medida nuestra posición como objeto disponible y utilizable puede relanzar sectores aun en latencia de este masoquismo erógeno guardián de la vida?

Así como “lo que en ello era en Yo debe advenir” podemos enunciar “lo que en soma era en cuerpo de alguien debe advenir” saliendo del cuerpo anónimo y huérfano.  

¿Cómo podemos pensar el cuerpo que se hace presente en sesión?

Pensamos a la organización psicosomática individual como una economía   psicosomática

Lo procesal a partir del monismo “psique soma”.

La noción de economía psicosomática y los medios variables para asegurar su regulación en los diferentes momentos de la vida, constituyen un modelo teórico – clínico que posibilita pensar los movimientos progredientes y regredientes dentro del monismo “psique soma”. César y Sara Botella integran a este último dentro de “lo procesal”, entendiendo al proceso como posibilidad transformacional de la pulsión que articula permanentemente la capacidad progrediente hacia la psico-lógica conducente hacia la representación, y la capacidad regrediente hacia lo perceptivo alucinatorio, fondo alucinatorio del psiquismo, que subyace a toda representación. Pensamos que la posibilidad de acceso a lo alucinatorio es la interfase entre la última posibilidad de recurso psíquico o de mentalización previo a precipitarse a un “más allá”, hacia el soma como espacio para lograr el pasaje por el soma mensajero hacia una solución bio-lógica. El movimiento pulsional tanto progrediente como regrediente muestra la no reversibilidad de la dirección pulsional que siempre es en el sentido “por venir”. Es este punto en el que pensamos que nuestra disponibilidad a implicarnos posibilita la apertura de circuito co alucinatorio[6] dentro de nuestra intersubjetividad transferencial. Es acá donde nuestras intervenciones adquieren su eficacia. Momento de articulación del médico clínico interlocutor del cuerpo que registra el mensaje somático y al modo del passeur (D Scarfone) opera como un objeto de transición y pasaje posibilitando salir de la preeminencia del clivaje y que los sectores clivados que persistían anónimos y huérfanos, accedan a ser parte del    cuerpo de alguien. 

Al entender la economía psicosomática dentro de este monismo cae la posibilidad de sostener el clivaje psique–soma, para pensar que la línea de clivaje se transfiere al interior del dualismo pulsional. El efecto “psico somático” es producto de la construcción o deconstrucción del juego pulsional, posibilidad singular de mantener un nivel adecuado del masoquismo erógeno guardián de la vida como nivel de resistencia primaria (Daniel Rosé). Todo esto depende de su enlace con la pulsión de autoconservación sostenedora del principio de constancia, del mantenimiento de una tensión vital opuesta a la descarga absoluta del sistema. Si se da una falla en este tipo de masoquismo y no se puede apelar a un movimiento regresivo hacia un punto de fijación adecuado, se sostiene un empecinamiento químico dentro de un automatismo aferrado a lo idéntico, en cuanto identidad de percepción, pudiéndose llegar finalmente a un triunfo de la función desobjetalizante que lleve a la descarga y a la muerte de la pulsión. Este desenlace será la consecuencia del triunfo de la defensa interpulsional desde la pulsión de muerte hacia Eros. (Freud, 1924)

Respecto al resistir es nuestra endurance[7] lo que nos posibilita intervenir más allá de las afirmaciones de nuestro paciente. 

Creo fundamental nuestra implicancia en la apertura del circuito co-alucinatrio que ya evidencia desde nuestro paciente un movimiento pulsional en búsqueda objetalizante y somos nosotros quienes sostenemos al objeto otro sujeto y su pulsión[8]  Por eso cuando se plantean la eficacia de las identificaciones laterales, pensé que en mi experiencia con estos pacientes, partiendo del médico clínico, la amiga quimio es otra identificación lateral. Es decir en nuestro espacio terapéutico estas transferencias laterales incluyen la terceridad necesaria y son ya parte de una escena en la que intervenimos. 

Segunda intervención esta vez a referida a una experiencia vivida en “carne propia”.

Hace mucho tiempo ante los actos quirúrgicos de mis pacientes diferencié el enunciado “me operan” dicho en sesión desde una posición pasiva, muchas veces dentro de un contexto de objeto quejoso y sufriente, de la enunciación “me opero” como un movimiento activo en búsqueda de una respuesta a lo que su cuerpo propio necesitaba y pedía. Este circuito mensajero tiene su complejidad   ya que se torna necesario que mi paciente pueda recibir de su cuerpo, habitualmente intermediado por su médico clínico un mensaje suficientemente doloroso o preocupante que le posibilite pedir una ayuda. A esto es lo que enuncio función passeur del clínico, un objeto de transición o de pasaje entre dos espacios el somático y el corporal.

¿A que cuerpo nos estamos refiriendo? Cristophe Dejours enuncia la posibilidad de acceder a una subversión libidinal que posibilita que el cuerpo biológico (soma) acceda a ser el cuerpo erótico de alguien. Lo denomina segundo cuerpo y es donde habitan los afectos, el circuito pulsional que ya enunciamos, la sexualidad infantil y los restos del tipo de apego al negativo del objeto que fue necesario para sobrevivir. Pienso que nuestra posición implicativa y disponibilidad sin concesiones junto a la posición del clínico es parte de esta subversión libidinal. La apertura del circuito co alucinatorio que hemos definido y desde el cual intervenimos, no podría tener lugar de otro modo.

Como segundo ejemplo voy a tratar de esbozar una situación personal. Se trata de una experiencia recientemente vivida “en carne propia” con mi clínico y el acceso a “mi amigo cirujano Dr. Héctor Machain”.

Hace varios años, mi clínico me diagnosticó un problema valvular cardiaco. Diagnostico surgido por un signo clínico (un soplo) y luego ratificado por estudios específicos. Yo no tenía ningún registro somático y sostuvimos un acuerdo de controlar su evolución anualmente. La lesión valvular iba progresando, aunque de un modo asintomático. Sin embargo yo sabía que el camino final sería la cirugía. ¿Presencia de un sector clivado para mí?

A partir de un tema articular recibo una medicación que descompensa mi equilibrio y me encuentro con una falta de aire que evidencia una insuficiencia cardiaca. Registro subjetivo de malestar que me llevó a una internación en la cual se comprueba que no tengo ninguna lesión arterial pero queda como único elemento la válvula y su agravamiento. Mi primera reacción fue negar el registro del pasaje por el soma mensajero pensando en sostener mi actividad y encarar la cirugía al regreso de mi próximo viaje.

La escucha de mi clínico, no concesiva, continente, “con memoria”, y manteniendo su registro de lo somático, generó que me llamara a los dos días proponiéndome ver a un cardiólogo, con la hora ya tomada. Su tono me llevó a no cuestionarlo. Posición esta que me posibilitó el apropiarme de lo aun clivado. Cuando veo al cardiólogo, me comenta en un clima de diálogo que lo conveniente es ir a cirugía. En ese momento pude aceptar la indicación, pero era muy difícil acceder a una cirugía tan compleja sin ningún síntoma. Yo no tenía aún ningún registro somatocorporal que me permita pedirle algo a algún amigo cirujano. Era simplemente aceptar la lectura del clínico que determinaba que ya era momento de encarar la cirugía. No cuestione esa indicación y pacte un horario para conocer al cirujano que me indicaba mi clínico.  

De inicio, me encuentro con una persona cirujano, es decir “alguien” totalmente disponible a sostener el tiempo necesario para dialogar y sentirme entendido. Pude así aceptar las ventajas respecto a que el cambio de válvula sea en este momento.  

Ese encuentro que tuve con la persona cirujano era exactamente el modelo que en lo conceptual venía sosteniendo con mis pacientes. Pude incluso, debido a que él conocía cual era mi actividad profesional (a partir de su relación con mi clínico), explicitarle lo importante de esa entrevista respecto al concepto de “mi amigo cirujano” e incluso la diferencia entre soma y cuerpo. Cuerpo ya propio desde el cual poder pedir algo. 

El Dr. Machain tiene un equipo con una coherencia notable respecto al trato con el paciente y en carne propia pude comprobar que el equilibrio inmunitario psicosomático era parte importante en esta evolución. Mi experiencia fue que me encontré ante una cirugía compleja, pero permanentemente acompañado por “mi amigo cirujano”.

Creo que el nivel de cicatrización y evolución está organizado por un equilibrio inmunitario al cual ya me refería en las situaciones transferenciales cuando mi paciente se apropia de su cuerpo intermediado por su clínico y accediendo al “amigo cirujano”.  


[1] www.eduardogrinspon.com

Artículos antecedentes:

 1988 “Somatosis y empecinamiento químico”

2016 “Del cuerpo familiar incestual a la singularidad subjetiva. Pasajes por el acto y por el soma como tránsito a la reapropiación del núcleo identitario singular 

  

[3] R Roussillon

[4] E Grinspon a partir de R Roussillon.

[5] Homologo a otros miembros de su familia que hemos enunciado tumores intra familiares.

[6] E Grinspon,”El concepto de lo alucinatorio su aplicación en nuestra especificidad de TPFP ““Posición impicativa de la persona del analista en momentos tóxicos intrsesión. Lo alucinatorio en sesion”

[7] E Grinspon “Posición preonírica del analista en sesión. Endurance necesaria del analista……”

[8] R Roussillon,

Resistencia necesaria frente a los efectos del Covid 19 Posibilidades de nuestra posición como analistas en persona ante lo incierto informe y desconocido consecuente a nuestra falta de inmunidad a nivel mundial. Eduardo Grinspon en dialogo con las interpelaciones y aportes de Irma Morosini.

Nivel de resistencia necesaria. Configuración de alianzas preventivas de índole inmunitaria.

Diferencia entre “no me quiero morir” en su referencia al sufrimiento como organizador y “quiero vivir” en su referencia a un equivalente de lo aún incierto y vital”.

¿Cómo lo transitamos?   

(Este informe es producto de las primeras tres semanas de confinamiento (13-3 al 06-4) y los ejemplos clínicos junto a su evolución en cada proceso los podremos compartir en nuestro grupo de intercambio y reflexión). 

Introducción 

Entre los múltiples matices desde los que podemos intentar abordar y pensar la crisis mundial actual, voy a referirme a lo que día a día voy transitando en ese espacio de interfaz en el que hoy se torna nuestro espacio intersubjetivo transferencial. Digo interfaz para poder pensar el momento pre-sesión, es decir la posición desde la cual iniciamos nosotros como analistas en persona cada sesión, hasta poder escuchar lo que nuestros pacientes aportan desde su nivel de angustia referida en acto a lo actual.  

¿Cómo co-construir de inicio un continente para recibir “en el tempo” necesario estas vivencias hasta acceder a las asociaciones posibles referidas a cada historia singular?  

Referimos a nuestra posibilidad de sustraernos de imperativos supeyoicos tiránicos y no negociando nuestro encuadre interno, acceder a una adecuación del equilibrio interdefensivo que nos implica y posibilitar la  plasticidad de un encuadre que inaugure la opción de diferenciar  “lo actual” sin perder de vista nuestra    apropiación de la historia familiar transmitida. Desde mi posición en sesión como analista en persona y desde el vínculo inter-subjetivo transferencial que veníamos transitando con cada paciente o familia, haber podido  resistir ante lo traumático que irrumpió sin anticipación “en nuestra realidad”, posibilitó sostener la asimetría para que el proceso continúe.  Un tipo de adaptabilidad compensatoria y trófica muy necesaria ante la situación con la que cada proceso nos enfrenta. 

Es un momento en el que los parámetros que sostenían nuestro encuadre han cambiado con diversas consecuencias en nuestra posición y accionar clínico.

Un matiz ya conocido y al cual refieren muchos colegas es el referido al uso de la virtualidad como medio posible de sostener la continuidad de nuestros vínculos terapéuticos.  Partiendo del concepto clínico conceptual que “el vínculo preexiste al conflicto”, en esta situación singular es desde nuestro vínculo “ya co-construido” que vamos a transitar la adaptabilidad al medio virtual posible con sus avatares que todos padecemos. Una diferencia notable es el modo en el que participamos hoy en la convivencia familiar, por ejemplo la presencia imprevista de hijos y mascotas.   

Respecto a la continuidad del proceso, a la que considero una meta fundamental de nuestra posición clínica en la asimetría transferencial, es notable el modo en el que esta continuidad se encuentra afectada por la vigencia en acto de “lo actual”, una dimensión incierta y desconocida que ineludiblemente nos implica. Por ejemplo el brusco cambio de condiciones de trabajo, de producción y acceso al dinero. Esta referencia emerge sin anticipación a muchos niveles, por ejemplo respecto al circulante posible, a los bancos que permanecen cerrados sin poder muchos de nosotros acceder a nuestras reservas, en dueños de empresas con locales al púbico que quedaron sin ningún ingreso. Esto dividió el grupo de pacientes entre los empleados de empresa que trabajan desde su casa y aún siguen recibiendo su ingreso, hasta los que recibían ingresos por su actividad comercial o profesional bruscamente distorsionados. Estos registros traumáticos por inimaginables movilizan diferentes angustias que entran en resonancia con nuestras situaciones personales. Esto me llevo a rescatar mi posición clínica frente a la supervivencia psíquica y la preeminencia del verbo resistir. Una dimensión de la “endurance” que enuncié como resistir durando y durante un proceso. Poder recuperar mis experiencias frente a un tipo específico de sufrimiento  narcisista que en su derivación identitaria refiere a estados límites de la subjetividad y subjetivación, habilitó matices en mi posición en sesión.   En las condiciones actuales una posición en sesión “con memoria y “en espoir” sostiene resilientemente una apertura hacia lo incierto y desconocido que posibilita salir del impasse atemporal. Este matiz de resistencia (endurance) parte de nuestra historia personal, de aquello que hayamos podido hacer con nuestros propios sufrimientos junto a las experiencias clínicas transitadas. Sin caer en la omnipotencias de pensar que hemos de resistir siempre pero sí por ahora. Como corresponde al momento actual, en una temporalidad acotada día por día, a lo sumo semana a semana.  

Propongo compartir nuestra experiencia con este nivel de endurance singular e incluso evaluar hasta este momento (últimas tres semanas) la diferencia entre los procesos que pudieron sostener una continuidad y otros que no pudimos  sostener.  La vigencia de lo actual incierto y desconocido es una dimensión que nos abarca desde los referentes conceptuales del encuadre, hasta nuestras dependencias con nuestros pacientes e incluso ingresos económicos. Dependencias que hasta ahora estaban implícitas pero no las tomábamos en cuenta. Por ejemplo si no vienen nuestros pacientes en los encuadres actuales ¿facturamos la sesión? Personalmente hasta ahora he buscado recuperarla a menos que la ausencia sea resistencial.  ¿Cómo pensamos nuestra situación actual cualitativamente desconocida? Al haber un cambio en la situación global junto a todos los contratos vigentes pensamos en la necesidad de un cuestionamiento acerca de los valores a los que refiere nuestro encuadre. Por ejemplo abandonar el valor numérico y sostener el valor de nuestro proceso inter-subjetivo transferencial. Esta posición nos enfrenta a cuestionar nuestros valores desde una posición asimétrica dentro de nuestro vinculo transferencial. Esto nos posibilita evaluar cada proceso. Por ej una paciente muy comprometida con su análisis y nuestro vínculo, tiene sus locales de venta  cerrados y varios sueldos de empleados a afrontar. Planteó con insistencia interrumpir sus sesiones.  Comencé a dirigirme a la paciente que ya habitaba en mí    (a partir de nuestro proceso) , cuestionando la interrupción y le propuse por dos meses anular los honorarios. Finalmente acordamos y pudimos continuar. En nuestra última sesión comentó que sin haberlo previsto relanzó la venta on line y pudo abonar sus sesiones. ¿Resiliencia a deux? O alianza necesaria para resistir a deux.         

En nuestra clínica 

La situación actual mundial evidencia nuestro desvalimiento dado, 

  • por la falta de inmunidad frente a lo aún desconocido,
  • un desconocido sostenido tanto por la presencia del coronavirus como sus consecuencias inéditas a nivel mundial,    
  • la evidente e inimaginable deficiencia de recursos sanitarios disponibles

Este matiz incierto y desconocido nos lleva a apelar e intentar articular:

  • la presencia de un estado protector,  junto a 
  • nuestra singular posibilidad de resistencia (endurance) ante lo que hemos planteado acerca de la sobrevida psíquica Un paradigma diferente al correspondiente a la vida psíquica. 

¿Por qué apelar a la conceptualización acerca de la sobrevida psíquica? 

Poder pensar a la supervivencia psíquica como un paradigma diferente al de la vida psíquica me permitió recuperar mís experiencias de resistir en sesión y adecuar mi escucha junto a diferentes tipos de intervenciones en estas semanas.

En la sobrevida de un ser vivo priman situaciones extremas ante las cuales, para poder resistir vivo debe apelar a recursos extremos “posibles pero quizás aún desconocidos”.  Por ejemplo en la casa de una paciente  su hijita de 4 años comenzó a circular por la casa con la aspiradora robot diciendo que era su perrito nuevo quien fue nombrado Superman o  mi paciente que pudo inaugurar la venta on line ayudada por una hija, sin haberlo imaginado  antes. Recursos intrafamiliares propios de esta convivencia inédita. 

En el momento actual y siendo estos recursos un factor esencial, nuestro resistir dentro del paradigma de la sobrevida psíquica es un verbo prínceps. En una temporalidad especifica y acotada resistimos “desde lo que ya somos” con lo propio no reductible como un valor para cada uno de nosotros. En el  momento de la irrupción traumatica en acto y a través de lo actual, la temporalidad, mirando el pasado es lo ya perdido o ineficaz , y el futuro al ser desconocido puede llegar a ser un estímulo frente a lo incierto. 

Enuncio ineficaz en cuanto a su eficacia como recurso en el momento puntual de la irrupción traumática que irrumpe en acto y a través de lo actual arrasando nuestras continencias. Es un momento en el que es necesario sostener el continente intersubjetivo transferencial para luego acceder a nuestros contenidos. Por ej    asociar el recuerdo de aquellos que pudieron resistir tanto en la guerra como en otras catástrofes   

¿Cómo resistir ante lo aun inimaginable sin apelar a mecanismos defensivos conocidos? La acción de resistir en condiciones extremas sostiene en sí misma una temporalidad orgánica somato psíquica implícita en el verbo vivir, un tiempo interno singular esencial en la acción de vivir.   

¿Cómo la configuramos en nuestros vínculos tanto personales como transferenciales al no haber “nadie” (es decir sin haber alguien) que sepa y tenga todo lo que estamos necesitando? ¿Cómo abordamos desde nuestra intersubjetividad la endurance necesaria para dar matices al sujeto “nadie” que desde la negatividad insiste en su presencia y en nuestro desvalimiento?   

Si bien hasta ahora he pensado la acción de “resistir en las soluciones de sobrevida” desde lo singular somato-psíquico, en esta situación específica pienso que la opción para resistir frente a lo incierto informe y desconocido es articular “alianzas preventivas de índole inmunitario”. Ante este desvalimiento singular y “mundial” propongo apelar a nuestra disponibilidad subjetiva y recursos singulares para co-generar estas “alianzas de índole inmunitaria”.  Enunciar “de índole inmunitaria” es referir a lo posible para resistir el tiempo necesario en el que no contamos con inmunidad

Desde nuestra asimetría transferencial estas alianzas implican una intersubjetividad ineludible junto a la posibilidad de acceso a circuitos co-alucinatorios tróficos. Es decir un movimiento que partiendo de aquello que en nuestros pacientes pulsa en búsqueda de un objeto otro sujeto y su pulsión, accede a su resonancia en nuestra implicación y respuesta. Un circuito inter-pulsional que al resistir frente a lo incierto y desconocido, nos posibilita acceder a los referentes propios de cada historia personal y sus consecuencias en nuestro proceso clínico.  

¿En que medida nuestra palabra dentro de los espacios intersubjetivos transferenciales porta las bases de la inmunidad necesaria?

Nuestra palabra en sesión no es solo lo que enunciamos desde nuestra subjetividad implicada, sino un aporte dentro de los circuitos co alucinatorios tróficos dados en nuestros vínculos intersubjetivos transferenciales.  Si hay un motivo de consulta   o espacio de sesión, hay en “nuestros” pacientes una posición “en espoir” que se torna pedido para alguien disponible y utilizable Diferenciamos la desesperanza que tiende a la agonía de la desesperación que sigue siendo aún búsqueda si hay alguien que resista en su disponibilidad subjetiva, ese es nuestro desafío actual .

Soluciones patógenas sostenedoras de lo conocido y figurable, generadas en una convivencia inédita a nivel mundial.

Personalmente considero útil diferenciar entre una enfermedad letal o terminal y esta virosis, cuya característica es la alta contagiosidad y el destino funesto esta dado por la falta de recursos sanitarios. ¿Cómo toleramos nuestra falta de recursos sin hipertrofiar lo patógeno de un virus que sigue mutando y adaptándose? ¿Y nosotros? La muerte como opción es sostenida insistentemente por los medios pero enuncia o grita la falta de recursos sanitarios a nivel mundial.  Vivíamos pensando en la inequidad social pero no dudando que alguien tenía y podía. Pero en lo actual ¿quién sabe, puede y tiene?.  

No es lo mismo la muerte a la que hoy referimos, que una mortalidad “legal” refiriendo a la legalidad de los seres vivos.

Esta reflexión me posibilitó diferenciar aquellos pacientes o grupos familiares en los que prima “no me quiero morir” o “me da terror morir solo” de aquellos en los que pudimos co-construir “yo quiero vivir”. Este registro subjetivo transferencial me permitió acceder a las diferencias entre pacientes

  • en los que el sufrimiento es un organizador de sus soluciones narcisistas habitualmente referidas a agentes tiránicos,
  • de otras opciones referidas al vivir y sus recursos frente a lo aún incierto y vital.

Es de jerarquizar que estas opciones han surgido a partir mi propio resistir dentro del circuito co-alucinatorio dado dentro de nuestra intersubjetividad transferencial.  

Entre estas al ir a buscar los momentos puntuales referidos a “querer vivir” en un clima sin tensión, una paciente pudo asociar y aportar en sesión “una pelela a la noche en casa de la abuela que la acompañaba debajp de su cama”, o unas “pasta muy rica que la mama hacia antes de llegar a una  depresión”. Pasta que pudo cocinar en esta cuarentena

 La metáfora inmunitaria vigente en mi posición clínica, me permitió a su vez diferenciar en nuestros pacientes la intención de apelar a la agentividad forzada 

para constituir recursos inmunitarios posibles y conocidos. Es decir lograr un agente responsable que organice nuestro sistema defensivo frente a lo incierto. Las defensas se tornan preventivas ofensivas y si bien logran disminuir el nivel de angustia colocando al virus en uno de nuestros próximos ya conocidos, genera circuitos tensionales de co-excitacion. Estos pueden llegar a la perdida de  movimientos  pulsionales necesarios para resistir vivos el tiempo necesario . 

¿Por qué forzada? ¿No hay siempre  circunstancias que nos fuerzan a estas soluciones?   

 Este interrogante inaugura la diferencia entre un camino en búsqueda de lo conocido sosteniendo por ej un apego al negativo del objeto siendo el sufrimiento un organizador, de otro camino en búsqueda de una diferencia, Matiz diferencial entre la re-edición hacia el más de lo mismo en una temporalidad circular de la re-petición hacia la diferencia como enunciar R Roussillon  

Otras opciones que he notado son 

  • apelar a un equivalente de auto inmunidad mediante un accionar que sostenga una culpabilidad patógena o poniendo el agente virus patógeno dentro de nuestro propio cuerpo. Solución muy complicada porque nos enfrenta con un plus de desvalimiento ya que los recursos médicos están colapsados.
  • Al primar la desmentida exitosa arrojarse en un tipo de fuga y sostener que “cuanto antes me contagie es mejor porque puedo lograr la inmunidad. 

 En sesión en este periodo me encontré interviniendo en el discurso de mi paciente o familia diciendo “es transitorio”,” No es que no quiere, no puede “  y luego ¿cómo resistir ante  este  momento que nadie sabe ni tiene lo que todos necesitamos”’ O ¿mas adelante?  ¿Cuándo? ¿Podemos saber? O “desde lo que uno ya es”.  Es decir nuestra respuesta continente compartiendo lo incierto y desconocido. 

Conclusión   

Este informe es producto de las primeras tres semanas de confinamiento y los ejemplos clínicos junto a su evolución en cada proceso los podremos compartir en nuestro grupo de intercambio y reflexión.   

Del apego al negativo a la perversión afectiva nostálgica.

Perspectiva clínica pensada desde la subjetividad transferencial del analista[1].

*Eduardo Alberto Grinspon

Introducción

Un modo singular de acceder a los interrogantes que conducen a la   investigación clínico conceptual.  

Esbozaré en esta introducción el camino mediante el cual me aproximé desde mi accionar clínico a una patología particular que Christian David denominó perversión afectiva nostálgica1. De acuerdo a la perspectiva clínica de la que partamos  existen distintas formas de presentar un paciente, en la elegida para esta comunicación el énfasis no estará puesto en las características del paciente sino en delinear la historia del “entre dos” intersubjetivo que es la “intersubjetividad transferencial[2].

Cuando presento a “mi paciente” estoy presentando a aquel que habita en mis registros subjetivos y la historia que relato es aquella construida a partir de registros que se han hecho subjetivamente significantes dentro del proceso terapéutico constituyendo “nuestro” archivo de escenas  o tesoro del significante intersubjetivo transferencial.  Esta es la razón por la que sólo voy a nombrar a “mi paciente” sin tener que fabricarle un falso nombre propio.

El devenir de un proceso terapéutico se da a través de la interacción o resonancia inter-imaginaria en un “entre dos” intersubjetivo, mediante la cual se van  esculpiendo construcciones intrapsíquicas intrasubjetivas que configuran dentro de mi trama o espesor imaginario esos archivos a los cuales refiero al intentar pensar a mi paciente y desplegar un efecto historizante o mitopoietico.

La enunciación de un paciente la puedo registrar como una referencia a “lo actual”, a “lo histórico”, incluida la dimensión trans–intergeneracional, o a “lo transferencial”. En la medida que pueda transitar libremente entre estos tres niveles, articulando imágenes de mi propia historia personal, mi capacidad de reverie está funcionando y adquieren figurabilidad escenas desde las cuales “me encuentro” subjetivamente implicado y puedo intervenir.

Con el paciente que voy a presentar hubo varias situaciones en las que este camino se interrumpía, apareciendo en mí un tipo de tensión somatopsíquica u otros registros subjetivos tóxicos de malestar.

Este malestar emergía al encontrarme sin recursos frente a mi paciente, quien se direccionaba hacia un camino ya previsible por mí. Sabiendo por el tono de voz lo que iba a decir, era un devenir anticipable e imposible de variar que nos dejaba a ambos en un callejón sin salida. La complementariedad interimaginaria dejaba de funcionar y en una particular sensación de soledad registraba lo que inevitablemente iba a desarrollarse en una re-edición hacia un más de lo mismo (  cualitativamente diferente a la repetición hacia lo diferente). Mi sensación de malestar e incomodidad, testimonio de lo que enuncio como un escollo clínico para cada analista en persona, cedía en el momento en el que al poder imaginar escenas diferentes a los estereotipos a los que me sentía convocado, recuperaba mi capacidad de reverie, y la complementariedad interfantasmática volvía a circular relanzando la cogeneratividad asociativa y el proceso terapéutico.

La perspectiva que me interesa rescatar es aquella por la cual a partir de esos “impasses relacionales y mi malestar consecuente”, pude ir descubriendo diferentes panoramas clínicos. Una posibilidad de repensar un proceso terapéutico fue a partir de los registros clínicos emergentes de la intersubjetividad transferencial, plasmados en el modo como “me  he descubierto nombrando ante mí mismo”, la situación de mi paciente en cada uno de  esos momentos. Los momentos de estancamiento en el proceso terapéutico dejaban latentes en mí interrogantes que promovían distintas derivaciones, ya sea un diálogo con colegas en grupos de intervision en nuestro Foro de articulación clínico conceptual[3] o encontrarme “casualmente” con el vivenciar clínico subjetivo de otros analistas describiendo climas subjetivo transferenciales homólogos a los que yo estaba vivenciando. En los últimos años ha habido una cantidad de categorías clínicas que  han adquirido un status diagnóstico desde la subjetividad transferencial del analista, y habilitaron la circulación de una serie de neoconceptos[4] sumamente esclarecedores que intentan dar cuenta de estos descubrimientos3.

Con el paciente al que refiero me encontré hace varios años enunciando su “empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero”, junto a otros momentos en los que me encontré diciendo un “empecinamiento adictivo a extraer ternura de un cubito de hielo”.

Si afirmo “ante mí mismo” un empecinamiento, estoy refiriendo a una característica de la relación sostenida por un tipo de motricidad e imagino a mi paciente en oposición a algo que creo que podría ser mejor para él. Desde esta referencia intersubjetiva quedaba planteado un espacio de tozudez, de necedad, y un modo de organización de los argumentos tanto en mi paciente como en mi insistencia. En esos momentos aparecían en mí: fastidio, asombro, impotencia,  encontrándome luchando contra sectores rígidos del paciente y monótonamente repitiendo de diversos modos un más de lo mismo con un grado creciente de irritación y sentimiento de insuficiencia. Pensar desde mi singularidad las metáforas y significantes que utilizo en cada construcción y “transformar la afirmación en interrogante” es el camino que me llevó a arribar a un status diagnóstico. Es diferente la posibilidad de un proceso terapéutico si ante un avatar “contratransferencial”, (que prefiero pensarlo como intersubjetivo transferencial), registrado desde mi malestar, reduzco lo que está sucediendo a lo conocido, o si  a partir de mis registros subjetivos puedo imaginar, por las diferencias en los matices que encuentro, estar frente a “una categoría clínica desconocida por mí” hasta ese momento.

Se daba en ese momento del tratamiento un circuito de empecinamiento recíproco y en el cual  a pesar de mi malestar y enojo, al escucharme decir “empecinado” me rescataba. Esto corresponde a uno de los distintos alertas egodistónicos que acompañan mi accionar analítico en sesión, por ej.: “si me escucho, me callo; si me registro insistiendo, me callo, etc.”. La sensación de soledad y vacío que emergía al correrme de la escena del empecinamiento recíproco me hacía pensar en la falta de un recurso imaginario – simbólico. Hay una imagen faltante que “insiste en mi desde mi inconsciente” y un proceso que intentaré delinear, mediante el cual arribo al encuentro con un concepto que permite finalmente reubicarme en la situación transferencial. Me siento orientado cuando  esta imagen se torna figurable, queda ensamblada con una intelección o un concepto y lo que hasta ese momento era “un registro clínico subjetivo transferencial”  adquiere palabras dándome un sostén conceptual. Recupero una terceridad que se evidencia por la aparición de aquellos interlocutores internos con los cuales “casualmente” me pude encontrar y un enriquecimiento de mi archivo de escenas a partir de lo cual vuelve a circular el tránsito de la complementariedad interimaginaria.

Los registros clínicos que voy a describir hay que pensarlos dentro del contexto de descubrimientos desde la intersubjetividad transferencial. Una dificultad que se me presenta en la comunicación de los materiales clínicos, es cuando al intentar compartir registros clínicos emergentes de la subjetividad transferencial, estos son reducidos prematuramente a “una conclusión” metapsicológica referida a lo ya conocido, lo que opera como interferencia y conlleva a  la pérdida de sutilezas y matices. Refiero al término conclusión pensando en los tiempos lógicos ya que respetando este tipo de temporalidad: “el momento de ver” correspondería al contexto de descubrimiento, en el  registro desde mi malestar del escollo clínico;  “al momento de comprender” y aquel en el que logro convalidar este registro singular frente a pares al “momento de concluir”. Este último momento se da ya apelando al contexto de justificación, al conectarme con el modo como otros analistas describen situaciones homólogas ¿acceso al otro sujeto y su pulsión necesario para el trabajo de figurabilidad? El encontrarme “casualmente” con un otro que describe un vivenciar homólogo a mi sentir, permite recuperar una línea identificatoria que finalmente articulado a un concepto se torna “terceridad”.

Este tránsito, que parte de inicio con un malestar o inquietud, se torna finalmente en alivio primero y luego en bienestar al encontrar la escena que se torna creíble para mí y sostenible en nuestro espacio terapéutico, apareciendo el recurso imaginario – simbólico que permite que aquello registrado desde un real corporal adquiera un espacio psíquico en el “entre dos” intersubjetivo transferencial.

La secuencia sería: malestar – soledad – falta de recurso imaginario – endurance singular—sustraerme del magma trans subjetivo– resistencia en el “tempo” necesario hasta apelar a “mi otro posible”–acceso al trabajo del negativo– figurabilidad y subjetivación – concepto – terceridad.

Poder transitar esta secuencia implica no quedar sometido a un superyó analítico, reduccionista y explicativo, a una función paterna banalizante que reduce lo emergente a lo ya conocido. Sostener el malestar y el conflicto4, buscar los matices, las diferencias y la especificidad, es respetar lo singular de un paciente que en muchos de los casos que estamos encarando “son sobrevivientes” que muestran en el vínculo terapéutico los recursos o dispositivos mediante los cuales han sobrevivido a distintos tipos de desvalimiento y su sufrimiento narcisista con su frecuente derivación identitaria.

Historia de “mi paciente”.  

En el período inicial del tratamiento me encontré con un paciente quien transitando una vida operatoria con un alto compromiso somático, planteaba su dificultad de elaborar ciertos duelos. Llamaba la atención que sus alteraciones somáticas lo exponían a situaciones que ponían en riesgo  su vida e iban degradando implacablemente su calidad de vida. Estas situaciones se acompañaban con momentos de alto nivel de retracción e iban quedando en mí interrogantes sobre su posibilidad de autoconservación frente a una grave falla en el  juicio de atribución que conllevaba a una imposibilidad del “a priori” y lo anticipable.  En ese momento me encontré enunciando su empecinamiento adictivo a transitar situaciones en las cuales finalmente sobrevivía “en el borde”. A partir de diferentes avatares  transferenciales frente a su modo de vivir, pude entender que  me encontraba frente a un sobreviviente con una seria dificultad tanto en “la apropiación de sus autoerotismos” como en “el acceso a su capacidad alucinatoria”. Estar permanentemente sobreviviendo al riesgo de muerte, difiere cualitativamente de vivir en un tránsito témporo – espacial hacia una muerte legal y singular que opere como causa final. Encontrarme frente a alguien produciendo diferentes dispositivos de sobrevida generó en mí una posición de respeto desde la cual pude sostener el conflicto “el tempo necesario”, y al entender que en el devenir intersubjetivo transferencial también se ponían en juego aquellos dispositivos de supervivencia, pude imaginarlo por momentos aferrado al negativo de un objeto, así como en otros imaginarlo creando escenas supuestamente posibles e inimaginables por mí hasta ese momento.

Lo estereotipado y rígido de su funcionamiento evidenciaba lo que habitualmente rotulamos de un modo explicativo como un rasgo de carácter, mediante el cual  su vivir implicaba producir permanente y sostenidamente contrainvestiduras frente a una grieta narcisista tanto individual como transgeneracional. Ante esto era fundamental que yo pudiera sostener el tiempo necesario “la herida narcisista padecida por mí”  frente al impasse relacional, habilitando el lugar de alguien que tolere lo que para mi paciente no era posible sostener. Su funcionamiento mostraba lo más propio que era el modo como pudo sobrevivir a una alteración y grave deficiencia en la base de su narcisismo por sostener las consecuencias de un clivaje estructural, diferente al clivaje funcional[5] sostenido por la pareja parental.

Voy a interpelar mi archivo de escenas para rescatar aquellas con las cuales podamos configurar una historia y acercarnos al momento de su conceptualización como la perversión afectiva nostálgica. Hace muchos años mi paciente afirmó “estoy enamorado del amor”, al escuchar esto tuve el registro y la imagen de una situación sin salida que dejó en mí latente la pregunta por el lugar del objeto otro sujeto necesario. Atravesamos luego un período de quejas permanentes, quejas de todo lo que su esposa no le daba, no lo quería, no lo abrazaba, no lo acompañaba, no abría la boca cuando lo besaba, no había relaciones sexuales, estos momentos de queja generaban en mí una mezcla de hartazgo, impotencia, sensación de sin salida y profunda incomodidad.

Lo que era previsible e imposible de evitar era que mi paciente se fuera identificando con un objeto degradado, y que en un movimiento de acelere autoproducido profundice su degradación. La mezcla de queja autoconmiserativa y sus niveles crecientes de degradación subjetiva y somática se acompañaban de un clima creciente de desesperanza entre nosotros. Dentro de este clima me encuentro nombrando su empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero. Al encontrarme “casualmente” con Benno Rosemberg hablando de un masoquismo mortífero, pude transformar mi escena de empecinamiento en concepto y preguntarme por su posición quejosa. Era la queja la que sostenía el lugar del objeto, lográndose un tipo de intrincación pulsional por lo cual ese empecinamiento pasaba a ser un tipo de masoquismo que podía operar como guardián de la vida y no aquel que tendiendo a la desvitalización y a la muerte de la pulsión operara como un masoquismo mortífero.

En el hablar de mi paciente registré un tono afirmativo en su enunciación de las escenas de lo no recibido lo que me llevó a pensar en el rédito narcisista que esto le aportaba, por lo cual el no operaba en una función positivante. Se iban generando en mi imaginario una serie de escenas existentes pero marcadas por el no. Es la articulación de la queja y la condición de existencia aportada por el no, lo que transformó mi modo de enunciar el empecinamiento adictivo al útero mortífero en un “empecinamiento adictivo al negativo del objeto”. Pensar la condición de posibilidad del negativo del objeto “para alguien” que hoy está en sesión, tiene ombligo y habla[6],  me permitió imaginar el momento en que alguien sobrevivió al desvalimiento inicial o accidental, aferrado al dolor como testimonio presubjetivo del objeto no habido5. Al tomar conciencia del valor estructurante que tenía en mi paciente la queja e intentando una mayor especificidad, pude dar un salto cualitativo acercándome a la idea del apego al negativo6. Incluir la dimensión del apego como corriente necesaria en su vida, entender y respetar su aferramiento al negativo del objeto, se fue acompañando, a través del tiempo, de la disminución de la intensidad de la queja. Paulatinamente emerge, no pudiendo precisar si por los aportes de mi paciente o por mi posición y escucha en sesión,  la presencia de matices provenientes de su relación extramatrimonial de antigua data, la cual por haberse mantenido a través de los años la entiendo como intramatrimonial7 y sosteniendo el equilibrio estructural de su relación de pareja. En este momento queda evidente en nuestro espacio terapéutico la escisión en su subjetividad. Sostenía posiciones subjetivas en paralelo, una de ellas marcada por el apego al negativo y otra por la experiencia de satisfacción. Enuncio en paralelo apelando al concepto que las paralelas se juntan en el infinito Ambas posiciones coexistían paradojalmente, y sostenían escenarios intersubjetivos, yuxtapuestos totalmente disociados. Este momento generó en mí una serie de dudas respecto a como ubicarme frente a sus conductas de ocultamiento por el esfuerzo y costo que implicaba para mi paciente sostener discursos coherentes en escenarios intersubjetivos diferentes. El único lugar donde ambos escenarios se acercaban era en la sesión y en mi imaginario.

A pesar de estar separado de su esposa hacía más de diez años la palabra divorcio sostenía una escena que condensaba supuestamente lo más temido, lo más destructivo e imposible de aprehender. Cada momento que, siguiendo la evolución y de acuerdo a mi lógica, la relación de pareja con su amante intramatrimonial podía estabilizarse y el divorcio era imaginado, algo sucedía por lo cual esto inevitablemente no se concretaba. Luego de atravesar nuevamente un período donde noto en mí una insistencia monotemática, intentando promover en él una salida o doblegar una posición, ocurrió un cambio en mi registro y capto en el escenario transferencial la aparición de una “corriente nostálgica8”.

Paulatinamente percibí que mi atención acerca del tono afirmativo del no y la queja como posibilidad resubjetivante se fue derivando hacia su tono nostálgico. El valor estructurante que tenía la queja al sostener “un objeto para un yo” que podía quejarse, suponiendo merecer haber recibido aquello aún hoy demandado y enunciar como si fuera probable lo imposible, se tornó en un investimiento nostálgico9 hacia un objeto. Este descubrimiento lo produzco a posteriori, al darme cuenta que no estaba ya pendiente de su tono de voz afirmativo sino del tono añorante. La nostalgia pasó a ser utilizada al servicio de la construcción de un objeto que podía referir a una experiencia alguna vez habida

Perversión afectiva nostálgica.  

El tono nostálgico está muchas veces presente en el discurso de un paciente, pero en esta situación particular, la nostalgia10 se tornó un organizador esencial del conjunto de su economía psíquica, mi paciente era portador de un objeto autoconstruido a quien le daba vida desde su posición nostálgica. La mezcla actual de dolor y añoranza era una transformación de lo que antes operaba como dolor y queja. Resumiendo, se dio a través del tiempo una secuencia que desde mi archivo de escenas podría resumir del siguiente modo:

1) Imágenes de apego al negativo y aferramiento al dolor.

2) Paulatinamente fueron apareciendo imágenes de la relación con su amante con quien había podido inscribir la experiencia de satisfacción que supongo  se sostenía en latencia11. A medida que desde mi imaginario pude sostener la coexistencia de estas posiciones subjetivas  “en paralelo” en mi paciente, fueron cambiando los escenarios subjetivo transferenciales apareciendo en el relato la presencia de experiencias satisfactorias que permitieron que muy lentamente pudiésemos inscribir escenas con una marca positiva.

3) Es ante esta variación que empezó a perfilarse la preeminencia de su posición nostálgica.

Era una posición diferente a la de aquel paciente que transita una depresión o que está elaborando un duelo. Desde su posición mantenía vivo y actual un vínculo con “su esposa”, enunciado como  “lo mejor que tuvo, lo que nunca pudo terminar de lograr y el testimonio de lo que fue su vida”. Enunciaciones que sostenían una afirmación narcisista inimaginables por mí desde nuestro archivo transferencial y absolutamente incuestionables hacia su posición nostálgica respecto a “algo que brillaba por su ausencia”. Así como antes la queja sostenía la presencia del objeto en el espacio donde imperaba el apego al negativo, en este momento por medio del investimiento en nostalgia quedaba construido un objeto nostálgico que mantenía una doble polaridad lo ajeno – lo propio, lo muerto – lo vivo y era testimonio de un nivel de desmentida donde lo imposible se tornaba improbable.

Lo esencial de su energía estaba consagrada a mantener posible a este personaje, “su objeto nostálgico” a través de recuerdos y emociones supuestamente sentidas. Estos relatos estaban  absolutamente desconectados de mi registro de lo que fue su historia matrimonial. Es este clivaje entre su decir y mi sentir lo que me llevó a pensar en el uso particular y pervertido del recuerdo que produce desde su posición. Así como el pensar en el apego al negativo implicó reconocer la corriente del apego como necesaria, en este momento el investimiento  en nostalgia operaba como una necesariedad en el conjunto de su vida psíquica. Habitualmente en el trabajo del duelo, el investimiento de la representación lucha contra la percepción de la falta, pero en mi paciente al haber operado un apego al negativo, no podíamos referir la nostalgia a una pérdida. Entiendo la apelación al falso recuerdo (en un sentido equivalente al del falso self) y construcción de un objeto nostálgico como un modo de positivar  a un objeto supuestamente existente, sostenido desde la presencia del dolor alguna vez vivido. Dicho de otro modo, el investimiento nostálgico lucha dentro del sistema defensivo , como contrainvestidura frente a un registro,  sostiene una fetichización del recuerdo al referirse a lo que supuestamente existió. En sesión  desde mi registro subjetivo transferencial, era escuchado como lo que hubiera sido y lo que nunca hubo. Acceso a la temporalidad del hubiera, una temporalidad imposible y al servicio de la eficacia de la desmentida. En sesión había momentos en que se registraba la contradicción entre su decir y mi sentir y mi paciente mantenía la relación transferencial ya sea discutiendo u oponiéndose, pero había otros momentos en que se registraba la presencia de un clivaje, de un vacío. El supuesto recuerdo pasaba a ser una afirmación en tiempo presente produciendo sincrónicamente una descarga de afecto y un registro del mismo. Se iba dando un escenario que debía sostenerse creíble frente a un otro para que sea eficaz la desmentida. Es la posibilidad de tener determinado registro del afecto lo que va sustituyendo o pervirtiendo la relación con el objeto12. Para esto es necesario un nivel de retracción, y sostener una lógica contradictoria, paradojal y ambivalente. Esta solución masoquista13 implicaba con todo un menor nivel de retracción al existente  cuando   apelaba a la queja y el dolor como testimonio subjetivo de lo no habido. Como dije anteriormente a diferencia del objeto depresivo en el que lo sobreinvestido es la sombra del objeto, en la construcción del objeto nostálgico se sobreinviste su brillo, tornándose fundamental lo que brilla por su ausencia14. Así como en el período anterior pude imaginar a mi paciente aferrado al dolor, en este momento puedo imaginarlo aferrado de un modo fetichista al brillo del objeto nostálgico, dentro de un espacio nostálgico y fuera de la coordenada témporo-espacial. Si bien el resto de escenarios sostenían equilibrios placenteros tanto con su nueva pareja, con sus hijos y en su vida profesional, nada era suficiente como para cuestionar la vigencia del objeto nostálgico.

Al hablar de su esposa (objeto nostálgico) 15 aparecía en su rostro una expresión facial de triunfo que yo detectaba por sus sonrisas y miradas en búsqueda de complicidad. En el investimiento nostálgico hay un triunfo obtenido por medio de un componente de dominio dándose una fusión del yo, el ideal del yo y el objeto. Lo específico en mi paciente es que su investimiento nostálgico no era un tipo de dominio sobre un objeto perdido, sino la construcción de un objeto sostenido por un componente de dominio, mediante el cual pudo ir corriéndose de la queja y el dolor. En el momento actual la mezcla de triunfo y placer es testimonio de haber podido erigir su objeto nostálgico como fetiche.

Todo investimiento objetal implica en un primer momento un movimiento activo de dominio, de aprehensión del objeto, investimiento sensorial y motor que da como resultado imágenes del objeto, y un segundo momento pasivo, de acceso a la experiencia de satisfacción con el objeto, constitutivo de representaciones propiamente dichas16. Desde mi archivo de imágenes la historia con su esposa era un cúmulo de imágenes desde el investimiento de dominio. En aquellos pacientes en quienes no hubo un acceso inicial a la experiencia de satisfacción queda jerarquizado el componente de dominio como modo de producción del objeto que junto a un investimiento pervertido del dolor opera como condición de sobrevida. Es la eficacia de este dispositivo el que empezó a estar amenazado ante la presencia de un otro espacio en donde operaba la experiencia de satisfacción. Es en este momento en el que empieza a desplegarse la postura nostálgica.

Los pacientes predispuestos a comprometerse en una vía nostálgica son aquellos en los cuales la actividad representativa quedó sometida a investimientos de dominio. La posibilidad de estar “solo en presencia del objeto” era imposible en mi paciente, esta escena se daba de un modo pervertido en la evocación inmediata de un objeto nostálgico. Esta mezcla de evocación e inmediatez se apoya en la descarga somática del afecto y el registro del mismo mediante la autoafectación, adquiriendo el afecto en este caso un lugar de percepción. La evocación inmediata del objeto nostálgico por medio de la autoafectación es el equivalente de un contacto mínimo e íntimo con un supuesto objeto. La descarga del afecto que de inicio fue el representante somático del registro perceptivo alucinatorio queda en lo actual17 adjudicado a un proceso de autoafectación provocando por medio de un sustituto afectivo un fetiche garante del contacto directo, por lo cual debe haber siempre en estos sobrevivientes una emoción al alcance de la mano. El uso del afecto que utiliza el perverso afectivo es un movimiento centrípeto y en aislamiento, regresando a la alteración interna como modo de enfrentar el registro de la necesidad.

En general pensamos al afecto en relación con la representación, pero en la categoría clínica que estamos encarando jerarquizamos: 1) la relación del afecto con el lugar específico dado al objeto y 2) un estado de retracción en el que se da un investimiento del afecto por sí mismo, el que opera como un tipo pervertido de cuasi objeto transicional. El sobreinvestimiento fetichista de un afecto es atribuido supuestamente a la relación con un objeto, cuando en realidad los afectos son promovidos por sí mismos no siendo el testimonio subjetivo de la autenticidad de un vínculo. El afecto es buscado en sí mismo logrando un fenómeno somatopsíquico en el que la representación, a la cual a posteriori se asocia en el escenario transferencial18, es auxiliar y autoproducida. El conectarnos con la autonomía del afecto a partir de la descarga, momento previo a la percepción de la descarga, abre la dimensión de poder pensar que todo afecto más allá del valor cuantitativo, puede tener un valor dinámico y funcional, pudiendo incluso llegar a tener un valor representativo en sí mismo. En la perversión afectiva nostálgica el objeto nostálgico es sostenido desde una necesariedad, el investimiento nostálgico es un modo subjetivo de construcción de un objeto virtual a partir de la articulación del dolor y del recuerdo.  Se despliega un goce puramente afectivo, un mecanismo de autoafectación en detrimento del intercambio real con un objeto en la realidad, para lo cual se da una virtualización del espacio y el objeto, es decir un sobreinvestimiento de lo virtual19.

En sesión funcionamos con doble escucha,

  1. a) una referida a la línea asociativa y representativa, y
  2. b) otra que al registrar la modulación y fluctuación afectiva permanente permite aprehender los elementos paraverbales.

Es este último tipo de escucha el que posibilitó acercarme en esta ocasión a un nuevo escollo clínico, y registrar a la autoafectación y la perversión afectiva nostálgica20 como dispositivo de sobrevida.

Hubo momentos en que mi paciente desplegaba una escena con un compromiso afectivo que lo involucraba enormemente, y yo quedaba perplejo al no poder registrar empáticamente su sentir, registro mi no sentir, registro la discordancia entre mi sentir y la escena por él relatada. En los momentos en que esta escena transferencial se desarrollaba su discurso rondaba acerca de su esposa, la que se tornaba ese objeto omnipresente, atemporal y nostálgico. Eran momentos de ausencia de un afecto interrogando mi subjetividad contratransferencial, un caer en blanco de mi atención, me encontraba observando su modo de llorar, los ruidos que producía al utilizar su pañuelo y el modo como lo doblaba, el momento en que las lágrimas y los mocos se juntaban, etc. Apareció un vacío en ese camino intersubjetivo que veníamos transitando. Fue este registro subjetivo transferencial el que llevó a preguntarme como operaba en mi paciente la articulación  del investimiento en nostalgia y el lugar del objeto en este proceso de autoafectación desplegado en ese escenario. Quiero destacar la diferencia de lo recién planteado de aquellas situaciones en las que a través de la aprehensión de la onda semántica del afecto podíamos sentir aquello que nuestro paciente no puede sentir por no disponer de recursos psíquicos. En este caso (enunciado por R Roussillon como transferencia por retorno o paradojal),  el espejo afectivo del analista es un agente revitalizante del aparato psíquico del paciente al posibilitarle la recuperación de lo aún no subjetivado.

La  situación particular que estoy describiendo responde a una perversión afectiva en la que se dio la sustitución del proceso de complejización y cumplimiento del camino pulsional hacia una relación objetal por una autoafectación virtualizante. Es un tipo de retracción hacia una realidad virtual en la que por medio de la autoafectación y la autoconmiseración se logra cierta recuperación narcisista. Para que se pueda dar la autoafectación se generó una distorsión en el tránsito entre lo psíquico y lo somático. De este último queda sólo la descarga del afecto creándose luego un escenario artificial en el cual se supone la percepción del mismo e incluso un claro registro del matiz afectivo. Este último sería revelador de un momento subjetivo si no fuera todo esto un dispositivo de autoafectación en un escenario que supuestamente habita en la realidad. Nuestra presencia en este momento es la de aquel testigo y testimonio del haberse podido transformar lo imposible en improbable. Así como en psicosomática veíamos comprometida la actividad fantasmática y el registro del matiz afectivo, en el componente perverso afectivo tenemos:

1) la sustitución de la fantasía por un escenario virtual, omnipresente y nostálgico, 2) la vida afectiva transformada en ese dispositivo de autoafectación, siendo el matiz afectivo una neoproducción afectiva,

3) el objeto rigidificado en una posición que garantice el sostenimiento de este escenario en un tiempo circular.

El sobreinvestimiento de un supuesto placer aislado y nacido de la autoafectación muestra una afectividad en circuito cerrado. La virtualización de los objetos habilita un funcionamiento autárquico del aparato psíquico configurando en esta patología narcisista una adicción electiva al flujo afectivo (directamente relacionado con el mecanismo de retro-acción que hemos definido específico en la solución adictiva) 21. Era insistente en mí  el interrogante por la omnipresencia incuestionable de su esposa como objeto nostálgico. Es ante este interrogante  que noté la importancia de diferenciar la descalificación del objeto de lo que sería la denigración del mismo. La descalificación del objeto lo mantiene presente y útil para este dispositivo. Es una transfiguración, su esposa sigue siendo garante de todo lo no dado y al mismo tiempo el objeto único e insustituible. Evidencia un afecto pantalla no relacionado con experiencia de satisfacción alguna sino simplemente proveniente de un movimiento de dominio. La descalificación del objeto que posibilita la autoafectación es narcisistamente útil ya que no implica un proceso desobjetalizante y por medio de una sobresexualización se logra un rédito narcisista y un equilibrio subjetivo. Una autoafectación virtualizante y narcisizante que no conduce hacia la satisfacción y objetalización sino a un fetiche, un objeto interno afectivo sostenido por la autoconmiseración en el proceso de autoafectación, para lo que necesita un objeto descalificado y omnipresente22.  Si la descalificación sobreviene denigración se pone en marcha un camino desobjetalizante, dándose una desintrincación pulsional que, en la medida en que se torne desubjetivante estaríamos ya en presencia de un narcisismo de muerte. Si bien en su circuito íntimo no operaba la desobjetalización, el registro de mi no sentir expresa un momento de desobjetalización respecto al lazo transferencial. Ataque al vínculo transferencial, necesario para poder sostener ese circuito cerrado albergando su propio objeto nostálgico y el sobreinvestimiento del afecto autoproducido. En estos momentos circulaba en la sesión un tipo de afecto y tensión que hacía dificultoso mi pensar, me sentía partícipe de la escena y al mismo tiempo mantenido a distancia, la alteridad de mi presencia operaba como una amenaza potencialmente traumática para mi paciente. En la autoafectación se sobreinvisten los sentidos siendo habitual que emerjan frases inacabadas y en suspenso. Todo lo planteado nos lleva a diferenciar el lugar del afecto en la perversión del uso perverso del afecto dado en la perversión afectiva. Este dispositivo de sobrevida hace que cierto sector aún no subjetivado de mi paciente pueda protegerse narcisistamente evitando tanto la desobjetalización como la desubjetivación. A posteriori de haber advertido este dispositivo pude optar, en estos momentos de impasse relacional, por acompañarlo en silencio mientras él seguía hablando. Al estar interrumpida la complementariedad interfantasmática iba tomando nota de los datos que él aportaba, para que en un momento posterior al resubjetivarse mí paciente y dentro del vínculo transferencial se pudieran retomar estos datos dándole un valor historizante. En el momento de la autoafectación la escena se despliega al aparecer una palabra gatillo, lo que sugiere la idea que para obtener este efecto se concentra el placer preliminar como lo principal del investimiento. El objeto virtualizado tiene valor de pretexto ya que lo esencial del proceso se desarrolló de modo independiente del mundo exterior y en circuito cerrado. Se logra el investimiento de un escenario fantaseado y estereotipado producto de una manipulación interna de emociones y sensaciones. Es una búsqueda compulsiva de impresiones y de emociones, una automanipulación psíquica y búsqueda de placer, un supuesto circuito de deseo independiente de un anclaje en lo somático, dándose un retorno sobre sí mismo en un tipo de autoerotismo desencarnado.

Este historial clínico muestra el modo como a partir de transformar mi malestar en registros clínicos subjetivos transferenciales pude interrogar desde estos últimos a la teoría e ir conquistando escenas e intelecciones que generaron en mí la creación de nuevos archivos en relación con un tipo particular de patología del duelo.

[1] Modificación actual del trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312. Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.

[2] Eduardo Grinspon 2015

[3] Perteneciente a Laboratorio en UCES,

[4] E Grinspon, A Eiguer

[5] G Bayle,

[6] Nuestros pacientes no comienzan con lo traumático. referir a lo traumático es “para alguien “y en un a posteriori,

 


Notas

  1. Texto incluido en La bisexualité psychique, pág. 86.
  2. Es por esto que sólo lo voy a nombrar como mi paciente sin tener que fabricarle un nombre propio
  3. Por ej.: Masoquismo mortífero, masoquismo guardián de la vida, Benno Rosemberg; Apego al negativo, Didier Anzieur, René Roussillon; Solución masoquista, adictiva, René Roussillon; Perversión narcisista, Incestualidad, Paul Claude Racamier; Perversión afectiva, Christian David; Objeto nostálgico, Claudette Lafond, Paul Denis; etc.
  4. Masoquismo mortífero, masoquismo guardián de la vida, Benno Rosemberg; Nivel adecuado de resistencia primaria, Daniel Rosé.
  5. Andre Green
  6. Didier Anzieu, René Roussillon.
  7. Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo, Eduardo Grinspon, y col.
  8. Creo importante aclarar que los distintos cambios que enuncio en esta comunicación se fueron dando a través de varios años de tratamiento.
  9. Paul Denis
  10. Paul Denis
  11. Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo, Eduardo Grinspon, y col.
  12. Christian David
  13. René Roussillon
  14. Paul Denis
  15. Claudette Lafond
  16. Paul Denis
  17. Hasta este momento, la descarga del afecto era representante de dolor, testimonio presubjetivo del objeto ausente.
  18. Escenarios ante los cuales nos sentimos presenciando un ritual privado e íntimo.
  19. Christian David
  20. Chirtian David diferencia la perversión afectiva en narcisista, masoquista y nostálgica.
  21. Vicisitudes de la subjetividad del analista como criterio orientador de su intervención en circuitos transubjetivos de alta toxicidad, Eduardo Grinspon
  22. Christian David

Bibliografía

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  • Roussillon, R.: Le plaisir et la répétition. Théorie du processus psychique, Paris, DUNOD Editeur, 2001.

Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo.

*Eduardo Grinspon – Liliana Alvarez Melero  – Beatriz Burstein

1) Introducción

 El presente artículo es el resultado de un proceso de investigación consistente en tomar coyunturas o hechos clínicos delineados a partir de detectar un funcionamiento coincidente en varios pacientes. Buscamos definir esas coyunturas clínicas, pensarlas desde la metapsicología, y evaluar las problemáticas teórico-clínicas que nos plantean para que se pueda sostener el proceso analítico.

Consideramos que al hablar de un paciente, nos referimos a la relación de cada analista con su paciente y del registro, desde su propia subjetividad, de alguna huella de lo no subjetivado por ese paciente. Es por esto último que pensamos en la importancia de generar grupos de discusión clínico-teórico que posibiliten un espacio de suficiente libertad y confianza (¿recuperando las posibilidades transicionales?) para compartir y dar figurabilidad a aquellas escenas que evidencian el genuino vínculo que cada uno de nosotros tiene con su paciente en un momento dado.

No partimos de la metapsicología para ir a la clínica, seguimos el camino inverso:

  • Esbozamos el elemento clínico;
  • Intentamos describir la problemática transferencial, dando lugar a lo que desde nuestro malestar puede revelar algo de la dificultad de ciertos pacientes en sostener una continuidad narcisista, lo cual lleva a un permanente ataque del equilibrio en el proceso terapéutico.

Estas situaciones quedan en evidencia sobre todo en lo que últimamente se ha llamado patologías narcisistas, pacientes borderline, casos difíciles, estados límites, y queremos agregar el modo en que René Roussillon define a estos pacientes dentro de una clínica de estados límites de la subjetividad y de la subjetivación en la patología del sufrimiento identitario narcisista. Una de las posibilidades de estos pacientes es que sostengan un apego al negativo, lo que se evidencia en un tipo de transferencia paradojal (D. Anzieu – R. Roussillon)1.

Vamos a apelar a una cantidad de autores con quienes compartimos lo que decidimos llamar subjetividades clínicas, y es el modo en que cada uno de nosotros interpela la teoría como terceridad necesaria en la soledad que sentimos frente a ciertos hechos clínicos.

Describiremos un tipo de coyuntura clínica sobre el que venimos investigando en el último tiempo. Para definirlo podemos seguir 3 ejes:

  • Su inserción social articulada de un modo unívoco a su vínculo laboral.
  • Un espacio familiar donde se evidencia un tipo de vínculo de pareja que da cuenta de un empecinamiento masoquista (solución masoquista – R. Roussillon)2, sosteniendo una relación fetichista al negativo del objeto.
  • Emergencia de lo nuevo, dentro de espacios de cierta marginalidad a partir de lo que hemos llamado experiencia corporal significable.

 

1.1) Su inserción social articulada de un modo unívoco a su vínculo laboral.

 Dentro de la casuística hemos notado estos hechos clínicos en aquellos sujetos que trabajan en corporaciones del mundo globalizado. Exitosos en su actividad, ejercen el poder de la toma de decisiones en sus medios laborales, son los triunfadores de la guerra económica que nos plantean permanentemente el estado de guerra de sus economías libidinales.

Dice Gerard Pirlot, (Revue Francaise de Psychosomatique, nº15, 1999)3: “Existen hoy neurosis traumáticas de la guerra económica, donde el traumatismo repetido, imprevisible o explosivo, pero siempre incesante, influye sobre las estructuras psíquicas de nuestros pacientes. Se constata igualmente la pregnancia cada vez más fuerte en el mundo social y en el de las empresas de un estado de espíritu donde las performances financieras, operatorias y/o viriles son demandas en detrimento de otros valores y al mismo tiempo sin existir alguna certeza sobre el futuro.”

Como característica histórica, hemos notado en estos pacientes, la coincidencia de haber atravesado en algún período de su vida momentos de inferioridad o disminución (sentimiento de futilidad), superados a costa del esfuerzo y la eficacia, lo que hace que permanentemente podamos percibir las dos caras de una misma situación.

La estructura corporativa la entendemos como una madre perversa que desde la seducción narcisista (P. C. Racamier)4 sostiene de un modo no verbal, el imperativo: “vas a disponer de más de lo que necesitás a cambio de sectores de tu subjetividad”.

Estos contratos, como seguramente pasa en la seducción narcisista materna, no son full time sino full life. Dentro de este marco todo lo necesario para su medio familiar pasa  a ser garantizado por la compañía (escolaridad, servicio médico, auto, disponibilidad económica, etc.) Comprobamos la existencia de un espacio marginal que funciona como parte estructural, donde emerge una veta perversa que en general pasa por el alcohol, la droga, los manejos financieros y las prostitutas.

Todo esto nos plantea permanentemente problemas técnicos: A) es muy difícil pactar horarios con estos pacientes ya que al  viajar permanentemente no hay registro de lo propio incluso respecto a su domicilio; B) nos replanteamos ante cada caso en particular el cobro de sesiones, para que la sesión y el espacio analítico no sean reducidos a un número que banalizaría el vínculo transferencial; C) son pacientes que sostienen una transferencia paradojal.

 

1.2) Espacio familiar como escenario de la eficacia de una solución masoquista

En estos pacientes existe una escisión o clivaje de la subjetividad, lo que implica la posibilidad del sostenimiento de dos posiciones subjetivas funcionando en paralelo.

Seguramente esta posibilidad de lograr escenarios en los cuales se puedan sostener este tipo de escisión fue el modo de sobrevivir. Las dos posiciones subjetivas que se producen en un momento de la vida de estos pacientes son: 1) la que articula lo social, laboral y familiar; y 2) el espacio marginal en el cual podría darse la recuperación de algún sector escindido de su subjetividad, si no quedó expulsado mediante la descarga desubjetivante.

El motivo de consulta habitual es la presencia de un conflicto emergente ante la caída de la eficacia de su defensa. Su relación de pareja la podemos delinear como sostenida desde una posición subjetiva, mediante la cual se funda un lugar acreedor, demandante, reclamante, donde impera la queja y el reproche que sostiene permanentemente a un otro articulado y no articulable que opera como deudor.

Si bien por momentos la escena se invierte y lo que se relata es la queja de ese otro respecto a la ausencia de nuestro paciente, esto habitualmente es usado: A) para sostener la idea de injusticia de ese reclamo por todo lo que logra en términos económicos y en el mantenimiento de este tipo de vida; B)  para dar sustento a un tipo de culpabilidad, que luego explicaremos, por ciertas transgresiones dadas en ese espacio de vida marginal. La relación está centrada en poder pedir desde el reclamo, aquello que el otro no puede dar “quedándome ligado desde mi sufrimiento y siendo mi dolor el testimonio de tu ausencia”. Son pacientes que al no poder procesar de un modo intrapsíquico e interinstancias el conflicto, necesitan que éste se juegue permanentemente en una intersubjetividad, tendiendo al acto desubjetivante en un momento de acelere o euforia química (predominancia de la descarga en la tendencia entrópica de la pulsión). Este tipo de relación de pareja lo enunciamos como solución masoquista por medio de una relación fetichista al negativo del objeto.

Elegimos el término negativo del objeto tomando un texto de André Green5 en el cual, mencionando a D. W. Winnicott, se refiere a que “la falta de cierta respuesta de la madre en los momentos primarios conduce a un estado en el cual lo negativo es real. La marca de estas experiencias sería tal que se extendería a toda la estructura y devendría independiente de las apariciones y desapariciones futuras del objeto; lo que significa que la presencia del objeto no modificaría el modelo negativo, devenido la característica de las experiencias vividas por el sujeto. Lo negativo se impone como una relación objetal organizada, independiente de la presencia o ausencia del objeto.” Sobre este comentario de André Green, Jean Michel Porte6 plantea que esta solución negativista tendería finalmente a hacer salir tanto al objeto de su ausencia como al yo de su nadificación, sustituyendo al fracaso de la satisfacción alucinatoria del deseo que hubiera tenido que ser encuadrante del objeto por una persistencia dolorosa, dando lugar en su presentificación a un más allá de toda cualidad masoquista.

Si en un ser vivo se da un momento inaugural de no investimiento, esa situación tiene dos posibilidades: 1) no resiste, y muere ya que la pulsión fue a la descarga en un circuito corto implicando la muerte de la pulsión; 2) pudo resistir logrando un tipo de intrincación pulsional. El modo singular que cada uno resistió queda plasmado en un núcleo masóquico primario (B. Rosemberg)7 en el cual también quedan marcas presubjetivas de lo que podemos enunciar como dolor sin conciencia, previo a la vivencia de dolor y dentro de un más acá del masoquismo.

Los rasgos caracteropáticos de estos pacientes los pensamos como lo más propio en su patrimonio subjetivo ya que es el modo como cada uno ha podido sobrevivir. La relación fetichista al negativo del objeto se da dentro de una escena necesaria para mantener viva la posibilidad de que haya un otro con quien poder sostener de un modo activo, la escena de la queja y el reproche. Decimos de un modo activo porque suponemos que esta escena de pareja opera como solución masoquista que defiende al paciente del retorno de vivencias de agonía presubjetivas y atópicas.

Nos fue muy útil la idea de René Roussillon8 de que existe un “retorno a” para evitar el “retorno de”. Es decir “el retorno a” indica el modo activo, transformación pasivo – activa, de retornar a la escena traumática (como traumatismo primario arcaico o precoz) para evitar el “retorno de” la misma escena padecida de un modo pasivo. Este modo de entender la escena es fundamental para definir la posición transferencial que tomamos. Pues debemos entender que por más intenso que parezca el dolor desde el síntoma, esto está dado dentro de una escena, hacia un otro, por medio de manipulaciones y tendencia al acto, lo cual podemos decir es un “dolor en esperanza” (en espoir), mientras que el otro dolor de cuyo retorno el paciente se defiende por ser un dolor que proviene de la marca de agonía, es un “dolor en desesperanza” (en desespoir).

Cuando el paciente se queja ante nosotros de su esposa, operamos como ese otro que da testimonio al sostenimiento de su queja, de su reproche, de su excusa que siempre son recursos yoicos. Nos habla de cómo en un otro no hay un registro de él como persona diferente en su singularidad, pero tener un cónyuge con quien poder mantener una queja y un dolor permanente  y a quien reprochar teniéndola presente, es una escena necesaria que mantiene vivo el testimonio de un dolor que es el único registro del objeto alguna vez no habido.

Pero entendamos bien, la eficacia de esta solución masoquista es que sigue manteniendo clivado el sector presubjetivo, donde se sostiene la marca de la agonía. A los vasallajes del yo habitualmente enunciados, el ello, el superyó y la realidad, debemos agregar un cuarto vasallaje: el retorno de lo no subjetivado (R. Roussillon)9. Es decir que suponemos que lo  aún no subjetivado retorna de algún modo y por no poder tener soporte representacional, corresponde a lo aún no representado. El único modo de retorno, es poder apelar a representaciones de lo actual, percepción actual, como un modo de acceder a cierta figurabilidad (R. Roussillon – C. y S. Botella) 10.

Más de una vez nos preguntamos por qué una separación no es posible, realmente lo definimos como no posible, no como no probable, porque la separación matrimonial o la pérdida de la solución masoquista acercaría a la marca de lo no representado, en cuanto estado de no representación.

Acordamos con César y Sara Botella11 en que lo que acerca a la angustia y al mayor punto de desvalimiento, no es la perdida del objeto sino la ausencia de la representación del objeto. Es este punto de estado de no representación ante el cual opera la defensa.

 

1.3) Lo nuevo – La relación corporal significable

El hecho clínico que notamos es que dentro de ese espacio marginal, previsto por la  estructura corporativa (y corporativa familiar), surgen situaciones en las que puede retornar lo no subjetivado, pero dentro de lo “aún no habido, aún no vivenciado”. Como ejemplo describimos un paciente que habitualmente establece relaciones casuales con prostitutas. Estas relaciones operan dentro del marco de la excitación y la euforia química, tienden a la descarga y habitualmente no dejan resto. Como dice un paciente “es un service”. En determinado momento dentro de estas relaciones, se da un tipo de encuentro por el cual se supone que ambos partenaires han registrado algo, que opera como resto. Es desde este resto, que se inicia una relación en lugar del código dado por el dinero y maniobras manipuladoras o especulativas. Al describir esta relación aparecen vivencias o sensaciones, suponemos, de lo nunca habido, de lo no inscripto, y se empieza a describir un tipo de satisfacción diferente. Se solidifica un clivaje apareciendo dos espacios subjetivos en paralelo, en palabras de un paciente: “dos canchas que nunca se juntan”. Recordando algo que ya dijimos, respecto al motivo de consulta, esta afirmación del “nunca se juntan” sostiene en su imperativo la posibilidad del fracaso de la eficacia de la defensa.

Decidimos llamarla experiencia corporal significable (E. Grinspon – E. Pérez Peña) 12,  porque es a través de la experiencia corporal que se posibilitó la inscripción de aquella vivencia, que en tanto una huella perceptiva pulsaba desde lo negativo buscando la representación aún no habida. Es decir, desde aquella vivencia que pulsaba, en cuanto vivencia satisfactoria sostenida en la contracara del núcleo agónico. Suponemos que en la relación con ese otro sostenido por la prostituta hubo algo del orden de la captación de la subjetividad propia y del otro. El mencionar la subjetividad del otro, nos lleva a pensar en la teoría del apego que tanto anticipa D. W. Winnicott13, cuando divide el objeto subjetivo del objetivo percibido en forma objetiva.  O cuando Daniel Widlöcher14 hablando de la teoría del apego, plantea que el objeto del apego no es sustituible y no responde al objeto de la satisfacción. Es ese mismo objeto que René Roussillon15 hablando del apego, enuncia como partenaire privilegiado en el intercambio afectivo.

Pensamos que hasta el momento de la experiencia corporal significable, la relación fetichista al negativo del objeto operaba como equivalente del apego al negativo. Pensando de qué modo se hace significable la experiencia corporal, suponemos que existe una posibilidad de desplegar el mecanismo de proyección normal (D. Maldavsky) 16. Es decir, algo del mecanismo proyectivo que debería haberse desplegado para inscribir cierto tipo de satisfacción en una relación objetal, estaba en latencia o al acecho. Nos queda como incógnita por qué se dió esta inscripción en este momento de la historia de ese individuo, en ese momento particular y en ese encuentro marginal, que nos recuerda cuando Benno Rosemberg17 dice que para que el mecanismo proyectivo pueda desplegarse debe darse en un instante fuera de la realidad. Pensamos que la proyección es lo que continúa a lo que César y Sara Botella18 denominan percepción – alucinación.

Desde la clínica nos resulta útil pensar que la marca precoz u originaria de la carencia en ser es perceptivo alucinatorio, y que la actividad alucinatoria originaria sea la interfase somato-psíquica. Dicen César y Sara Botella19 que el percipiente está próximo al yo corporal. “Pensamos que el pasaje del estado de tensión al estado alucinatorio, constituye un modelo que marca definitivamente y en permanencia toda la vida psíquica.” “Ante el fracaso de la alucinación de la satisfacción lo que significaría simultáneamente pérdida del objeto de la satisfacción, se produce una brutal condensación de investimientos, un estado de tensión donde la cantidad implota en estado alucinatorio. Este momento mítico del inicio de la vida psíquica siempre presente, implica conjuntamente implosión y escisión”.

Esta implosión del estado perceptivo alucinatorio que nos recuerda a la alucinación negativa encuadrante del objeto, se articularía al mecanismo de proyección normal para poder inscribir la experiencia de satisfacción. Es desde este fondo alucinatorio que como reviviscencia alucinatoria impregna la experiencia corporal vivenciada con la subjetividad descubierta en la prostituta y posibilita el despliegue del mecanismo proyectivo que pulsaba en latencia, o al acecho.

Queremos terminar con un párrafo de Daniel Widlöcher20: “Si la organización neurótica en el sentido más amplio del término, muestra la intrincación conflictual entre el amor al otro y la búsqueda de placer autoerótico, es evidentemente interesante investigar en qué tipo de organización patológica se mostraría una disociación entre las dos exigencias, incluso en el borramiento de una de ellas según un mecanismo que habría que determinar. Se debería interrogar sobre el destino de estas dos líneas del desarrollo de Eros en las organizaciones perversas y frente al destino tan particular del autoerotismo en el montaje del escenario perverso, y preguntarse qué ha advenido del apego primario.”

Podríamos responder, diciendo que entendemos que estos pacientes muestran en su patología de estados límites el conflicto de la difícil intrincación entre: 1) los sectores del apego a un otro insustituible, pero que aún en su falla deja una marca. Esta última marca es la que D. Anzieu21 enuncia como apego al negativo; 2) el registro de una experiencia de satisfacción mediante el cual se recuperaron sectores del autoerotismo que operaban en acecho dentro de lo aún no subjetivado.

 

2.1) Eficacia de la solución masoquista. Sostenimiento del apego al negativo del objeto.

 Intentaremos enumerar algunas particularidades del funcionamiento de pacientes, las cuales nos posibilitan pensar que estamos en presencia de una solución masoquista, evidenciada por una relación fetichista al negativo del objeto.

Para poder dimensionar el sentido de la solución masoquista, creemos importante en primer lugar entender al aparato psíquico como un aparato de trabajo y de creación, de tratamiento, de categorización, de combinación, de memorización, de ligadura y de representación simbólica. Es decir un conjunto de procesos de transformación (Bion) 22, de lo dado (arcaicamente, originariamente), informaciones y energías venidas tanto de lo externo como de lo interno, de lo actual como del pasado (R. Roussillon) 23. El hecho de pensar el aparato psíquico como un proceso transformador y creativo, nos posibilita entender la solución masoquista como un modo creativo de sobrevivir, en apariencia bajo la primacía del principio de placer – displacer, cuando realmente están funcionando en un más allá del principio de placer, lo que podríamos decir bajo la primacía de la compulsión a la repetición o automatismo de repetición, como único modo de funcionamiento ante el retorno de lo aún no subjetivado.

Dice René Roussillon24, “suponemos en estos pacientes una experiencia traumática primaria cuya huella perceptiva queda conservada en sectores clivados de su subjetividad. Estas huellas perceptivas sometidas a la compulsión de repetición, van a ser regularmente reactivadas al ser alucinatoriamente reinvestidas. Su reinvestimiento alucinatorio va a amenazar a la subjetividad y al yo a un retorno de la experiencia traumática, lo clivado tiende a retornar. Pero al no ser esto último de naturaleza representativa, se produciría en acto, lo que reproduciría el estado traumático en sí mismo. Por lo tanto, el clivaje solo no alcanza, va a ser necesario organizar defensas contra el retorno del estado traumático anterior. Estas defensas complementarias puestas en juego por el aparato psíquico, intentando ligar y coagular de manera estable la posibilidad del retorno de lo clivado, es la característica de los cuadros clínicos de este tipo de defensas narcisistas.”

El contrato de pareja sadomasoquista donde se mantiene la relación fetichista al negativo del objeto, sostiene una tentativa de retorno al estado anterior, mediante el cual se positiva un contrato narcisista alienante e insatisfactorio pero que mantiene de algún modo un lazo con el objeto. Frente a la amenaza de catástrofe psíquica en la que caería el sujeto si rechazara las condiciones alienantes, el sujeto sostiene creativamente, como solución masoquista, el contrato narcisista con el objeto.

Por más alienante que sea, por más incomprensible para la lógica del analista, que estos vínculos se mantengan siempre es una defensa frente a la confrontación de las angustias sin nombre del estado agónico. Como si se hubiera dado la posibilidad de elección de un objeto insatisfaciente y alienante, frente a la imposibilidad de elección y sensación de sin salida que implica el dolor en desesperanza y el retorno de la experiencia agónica.

Resumiendo, tenemos que pensar en una experiencia agónica en desesperanza, sin fin, sin salida, y sin representación que en general tiene dos caminos: 1) el sujeto se atribuye ser objeto y causa del estado agónico, ser el malo, el no querible, como un modo de desmentir el traumatismo primario, culpabilidad primaria dada por el fracaso del encuentro objetal necesario para apropiarse del autoerotismo o, 2) ante la amenaza absoluta de la desesperanza, proyecta, busca y encuentra las causas fuera de sí, recupera la posibilidad de la queja.

Creo que son estos conceptos enunciados por R. Roussillon25 los que nos permiten entender luego a la solución masoquista como aquel proceso que tiene jerarquizada y estabilizada la desinvestidura, la posibilidad casi atemporal de sostener la queja en la que el propio sufrimiento es el testimonio de lo que el otro le debe, y desde la deuda ya se produjo la transformación de carencia en falta. Recordemos que el discurso de estos pacientes sostiene una palabra evacuante por un lado, y reafirmante en un acelere concéntrico de su dolor, por el otro.

Jean Guillaumin26 (pág. 179) describiendo la estructura de un yo en negatividad, piensa poder concebir al yo como organizado en su centro, no por un núcleo denso sino por un vacío o un agujero negro. “Este vacío central operaría como un atractor, polarizando y manteniendo como satélites alrededor de él, en órbitas definidas o variables, formaciones masivas correspondientes a identificaciones más arcaicas o dependencias más alienantes.” “Constituyendo un verdadero caparazón, formado de representaciones que miran a la vez el adentro del yo en su agujero y los objetos de afuera.” Jean Guillaumin entiende al núcleo vacío como el atractor, lo que daría un yo fuerte que no sería otra cosa que el equivalente de un campo de fuerzas que sostiene eficazmente en su periferia.

Creo que la solución masoquista de la que hablamos podría ser metafóricamente también pensada como estas caparazones satelitales que abrazan un núcleo vacío o agujero negro (F. Tustin)27 en la que se conserva la huella presubjetiva de lo agónico. Así como está garantizada la estabilidad de la solución masoquista, el vínculo transferencial está marcado por las características de la transferencia paradojal. En este tipo de transferencia “el analizando viene a hacer sentir al analista o percibir, aquel sector de él mismo que no puede percibir, sentir, o ver de él, la demanda al analista es que sea el espejo del negativo de él mismo, que por medio de su propio sentir pueda registrar lo que no ha podido ser sentido, visto, o entendido de sí mismo. Resumiendo, es intentar hacer vivir al analista lo que no ha podido vivir de su historia.” (R. Roussillon) 28

Son los ataques a la estabilidad transferencial los que evidencian la discontinuidad narcisista, el fracaso del sostenimiento del sentimiento de sí. La sensación de nunca saber si el paciente vuelve, o cuánto tiempo va a estar en tratamiento, o qué pasa la próxima sesión con lo acontecido en el día de hoy. Contratransferencialmente es notable la duda respecto de la continuidad del vínculo, pero es la presencia invariable de la intensidad de la escena la que nos lleva a concluir la intención de “resolver el trauma metiéndose en el trauma”, modo de entender el “retorno a” para evitar el “retorno de”.

Resumiendo, hemos enunciado:

1) huella de lo agónico;

2) solución masoquista;

Podemos enunciar también:

3) morir es nacer en el campo del otro.

Suponemos que desde el traumatismo primario y la posibilidad de haber sobrevivido de algún modo, se sostiene en estos pacientes una subversión tanto del verbo nacer como del verbo morir. El verbo nacer es entendido, no creemos que sea sentido. Ese mismo agujero negro que describimos metafóricamente en el yo, lo inferimos presente en el núcleo de la palabra nacer. Por haber sobrevivido, aferrándose al negativo del objeto, el sufrimiento es el testimonio de haberse sostenido vivo frente a la ausencia del objeto, es la presencia en negativo la única garantía de algo.  Desde esta lógica, morir en un pasaje al acto, es un modo de ausentarse, provocarse ausente en el campo del otro, ir en un frenesí hacia el negativo como atractor, poder llegar  a ser (degradación del tener en ser) el objeto en negativo. Entendemos este movimiento como un movimiento en acto, sincrónico, fuera de la temporalidad. Si pensamos que para la producción de la solución masoquista operó un mecanismo de la desmentida, ya en este momento del pasaje al acto, se apela a una defensa más radical del tipo de la desestimación. Dentro de la solución masoquista y ante la imposibilidad de darse una separación o pérdida, se mantiene la omnipresencia de algún objeto “investido en nostalgia”.

En relación con la perversión, Claude Lafont29 sostiene que teniendo en cuenta los avatares y el destino dado por el peligro de la inexistencia (acercamiento al estado de la no representación, C. y S. Botella) 30, se producirían investimientos en nostalgia. Define a los objetos nostálgicos como aquellos objetos idealizados y aprehendidos como origen de felicidad. Pero si pensamos que “nostos” es retorno y “algos” es dolor, es el dolor lo que tiene un valor estructurante más en un sentido madurativo que regresivo (pág.1659, 1992, T. 56)31. La nostalgia implica el retorno de los afectos escindidos de la representación.

Paul Denise (El duelo, 1994)32 retoma el tema de la nostalgia, definiendo una posición nostálgica, para aquellos estados particulares donde la economía no es ni la del duelo ni de la depresión. La nostalgia es divisada como una fuerza organizatriz para el conjunto de la vida psíquica y la capacidad para durar y resistir. En la nostalgia hay una fetichización del recuerdo, no para luchar sino para ocultar la percepción de la falta. En nuestros pacientes, el investimiento en nostalgia sostiene parte de la solución masoquista en defensa del retorno de lo no habido, del estado de no representación.

Dice Paul Denise33: “existe una exaltación de la nostalgia singular en la confusión del ideal y del objeto. En efecto, en la nostalgia el ideal del yo no parece como una instancia respecto a la cual se da una cierta libertad de elección del objeto: el ideal del yo se confunde con la posesión del objeto. El nostálgico siente que obtuvo el dominio sobre el objeto perdido, sentimiento de triunfo próximo a la fusión del yo y el ideal del yo.” Respecto a estos pacientes que estamos viendo, César Botella34 piensa en la degradación del ideal del yo a un objeto de la autosensualidad. “El fracaso del dominio sobre el recuerdo condena al duelo o a la búsqueda de una actualización de la pérdida, por el culto del dolor, del afecto autoprovocado, del deseo del objeto perdido. El trabajo psíquico en cuanto proceso de transformación, puede no tender al duelo sino a reencontrar una forma de actualidad del objeto, a mantener la actualidad de una pérdida por el culto de una sensación. Es este tipo de lógica la que opera en los pacientes que utilizan la nostalgia como positivación de lo no habido. Lo no habido es referido al objeto, el dolor de la nostalgia es referido al sujeto. Es la reviviscencia alucinatoria lo que va a dar un contenido positivo a la ausencia realizando una actualización que afirma y desmiente.”  Esto último se inscribe en el encuadre de la perversión afectiva de Christian David35.

El cuarto punto que enunciamos es: 4) característica del tipo de escisión – lo clivado.

Es complejo definir el tipo de escisión predominante en estos pacientes. André Green36, enuncia la posibilidad de coexistencia de dos posiciones subjetivas en paralelo. Dice  hablando de estos pacientes, “son locos, locos no psicóticos. Una locura que sólo puede manifestarse verdaderamente en las condiciones facilitadoras del encuadre analítico. Encuadre analítico favorablemente receptivo a su regresión.”

Pensamos que si estos pacientes mantienen una escisión en paralelo con dos posiciones subjetivas coexistentes y yuxtapuestas, es el espacio analítico el que puede sostener la posibilidad transicional entre ambos sectores.

André Green37 enuncia que el fetichismo implica una revolución que sostiene la coexistencia de dos sistemas. Plantea que ante el modelo de defensa calificado como vertical donde la represión mantenía lo reprimido, cuando opera el clivaje no hay verticalidad sino horizontalidad, coexisten dos juicios ninguno de los cuales anula el otro. Esta misma posición la sostiene Daniel Widlöcher38 cuando para poder fundamentar la coexistencia de dos posiciones subjetivas, retoma la frase de Freud, de que el yo puede sostener dos actitudes contrarias con respecto a un solo objeto. Widlöcher rescata que no es un clivaje entre representaciones sino entre actitudes y dependientes de creencias incompatibles.

René Roussillon39 avanza un poca más, planteando que en este tipo de pacientes se sustituye la verticalidad del clivaje, oponiendo el centro a la periferia, o el retorno de uno de los polos en otro, por un funcionamiento en banda de moebius, o aún en universos paralelos sin reflexividad. Esta carencia de reflexivilidad es para nosotros el punto nodal, es esto lo que nos lleva, desde nuestra lógica, a registrar la dificultad de entender la coexistencia de dos posiciones subjetivas diferentes.

Pensamos que la solución masoquista, en cuanto relación fetichista al negativo del objeto, opera para el equilibrio narcisista de ese sujeto vivo como apego, único testimonio de lo no sustituible en cuanto aquel objeto objetivo que describe D. W. Winnicott40, o el objeto del apego que describe Daniel Widlöcher41. Si bien en este caso responde a consecuencias del apego al negativo, por el tipo de retracción en que viven estos pacientes, es útil recordar el modo en que David Maldavsky42 enuncia al apego, planteando que en el primer momento de la vida posnatal eros (libido y autoconservación) inviste los órganos como pulmón o corazón (Freud 1926)43. En este momento existe una forma primordial de resolver la exigencia de eros que es la alteración interna. La alteración interna, como respuesta a las exigencias funcionales, se desarrolla junto a un tipo específico de lazo con otro en posición de doble orgánico placentario, con funciones desintoxicantes y protectoras.

Estos pacientes viven en un estado de retracción, aferrados a un núcleo tóxico que adquirió figurabilidad a partir de la solución masoquista en la que imperaba un apego al negativo junto a procesos autocalmantes, privilegiando más la calma que la satisfacción.

Si podemos tener presente que un sector de la escisión opera como sostenimiento y garante del apego, tenemos que pensar que hay otro sector que se mantiene en latencia y al acecho, dando la posibilidad de inscribir alguna vez la experiencia de satisfacción no habida. Quizás nos sea útil tomar una frase de Daniel Widlöcher44 cuando plantea que “la sexualidad genital adulta no se contenta con absorber aquello venido del infante; más bien que una fusión, es la forma última de apoyatura, de anaclisis, (de etayage).”

Creo que es pertinente esta afirmación, pues suponemos que estos pacientes ante el exceso de dependencia hacia el objeto desinvistiente producido en la solución masoquista, promueven un tipo de búsqueda hacia un cuerpo otro, buscando la descarga y es en esta búsqueda que por un nuevo yerro de la tendencia entrópica de la pulsión hacia su descarga, podría producirse un tipo de ligadura pulsional que promueve un resto subjetivable que es lo que enunciamos como experiencia corporal significable.

 

 2.2) Experiencia corporal significable

Al definir la experiencia singular vivida con la prostituta como experiencia corporal significable, lo hicimos integrando tres términos:

1) Significable: Junto con Eduardo Pérez Peña45 lo hemos homologado a lo representable y enunciado como lo vivo. Lo significable es aquello vivo que va a la búsqueda del efecto de significación para que algo quede significado. La misma lógica la hemos homologado a lo representable que va a la búsqueda de la posibilidad de la representación para que algo quede representado para el sujeto. Integramos todo esto a lo que Roussillon46 enuncia como compulsión a la simbolización, como modo de apropiación del sujeto vivo de los sectores aún no subjetivados.

2) Experiencia: Término que también enuncia Winnicott47 en “Juego y realidad”, como experiencia corporal. Intentamos dar status a aquella situación intersubjetiva vivida, sin la certeza de haber sido vivenciada, dejando una marca presubjetiva y atópica, que apelando a lo antes mencionado como lo vivo o lo significable, va a retornar buscando su inscripción por medio de la representación (efecto de significación – compulsión a la simbolización).

3) Corporal: La espacialidad donde se procesa lo antes enunciado es la espacialidad corporal, a través de una relación corporal entre dos cuerpos (entre deux).

Si bien trasciende la temática de esta coyuntura clínica, hay algunos conceptos presentes en psicosomática que nos pueden ser útiles para pensar la experiencia corporal.

Es útil pensar, integrando conceptos tanto de César y Sara Botella48 como de Claude Smadja49, que existe un monismo pulsional psico-soma dándose la posibilidad de un proceso progrediente hacia la psico-lógica, que va hacia la representación, articulado con un camino regrediente posible hacia el fondo alucinatorio del psiquismo que subyace a toda representación. Pensamos que la posibilidad de acceso a lo alucinatorio es la interfase entre la posibilidad de recurso psíquico o de mentalización, o ir a un más allá, hacia el soma como acceso a la bio-lógica. En el cuadro orgánico, es el cuerpo por medio del dolor o el sufrimiento el que da una inscripción egodistónica, y opera por lo tanto como punto de fijación para que desde allí se pueda producir un proceso reorganizatriz.

Jerarquizamos lo egodistónico, pues no es lo mismo un cuadro orgánico silente que conduce a la muerte (y a la muerte subyacente de la pulsión), que aquel cuadro orgánico que por medio del dolor, el malestar o incluso un alerta numérica (por ej., valor numérico de glucemia o de tensión arterial)  se hace significante para un yo. Si pensamos junto con Claude Smadja, que el modo de entender la depresión esencial en el paciente psicosomático, es pensar que el objeto perdido es el yo siendo lo psicosomático “una enfermedad del narcisismo pensado desde la segunda tópica”, al ser el cuadro orgánico egodistónico es cuando se puede producir una recuperación narcisista. Si  los sectores escindidos no subjetivables no habían sido narcisizables, es desde el cuerpo en la experiencia corporal significable, que aquel sector de la experiencia de satisfacción aún no habida ni representada pudo recuperar el camino de la proyección normal, logrando un tipo de inscripción mediante la cual no sólo algo adquirió status de representación, sino que también algo fue significado para alguien, en última instancia lo significado.

Resumiendo: Cuando falla lo alucinatorio, como actividad psíquica en búsqueda de lo objetal y el acceso a la representación, se da una precipitación a un más allá donde el último recurso es la lógica biológica en el espacio corporal, apelando regresivamente a la libido intrasomática, como modo de recuperar o sostener un punto de fijación desde donde desplegar recursos psíquicos. Suponemos que en la experiencia corporal vivida con la prostituta, estos pacientes buscan por medio de la descarga  más la calma que la satisfacción, operando por lo tanto como procesos autocalmantes.

Para que la experiencia corporal haya sido significable, debe haberse dado algo diferente y no previsto por lo cual queda un resto que se inscribe. A aquello no esperado lo definimos como el encuentro con la subjetividad necesaria en un otro que posibilitó recuperar la cualidad del objeto objetivo (Winnicott) 50.

Así como estos pacientes sostenían el apego mediante una fijación al negativo del objeto, por medio de esta inscripción última, se recupera el apego al objeto objetivo recuperando la dimensión de un objeto disponible y suficientemente presente, objeto necesario, afín pero diferente, presente pero no intrusivo. Todas aquellas escenas que podemos imaginarizar mientras escuchamos a nuestros pacientes, nos convocan al momento del pasaje de la etapa de libido intrasomática, en la cual opera como lógica la alteración interna, a la etapa oral primaria accediendo a la experiencia de satisfacción.

Para que se haya dado el apego al negativo del objeto, suponemos que hubo un momento donde la alteración interna fue a costa del propio organismo, en el momento donde la implosión del estado alucinatorio fue en búsqueda de aquel objeto que hubiera permitido sostener la experiencia de satisfacción. En esa marca somática, marca cuantitativa en búsqueda de lo cualitativo, quedó inscripta la experiencia de agonía.

En la experiencia corporal significable se registra la inscripción de la marca de la satisfacción siendo marca del modo cómo alguien ha sido registrado desde un cuerpo por un otro en lugar de seguir sosteniendo la marca de un cuerpo procesando en soledad, y siendo la alteración interna a costa del propio cuerpo encerrado de un modo frenético en el sadomasoquismo intracorporal. Lo que produjo una variación para que la experiencia corporal sea significable fue el encuentro con un cuerpo otro respondiendo desde cierto registro subjetivo.

Es a partir de esta experiencia corporal significable que el discurso del paciente comienza a emerger desde dos posiciones subjetivas diferentes: una que despliega un discurso emergiendo desde la lógica del apego al negativo del objeto; y otra que emerge desde el sector de lo nuevo, desde la experiencia de satisfacción recubierta de cierta condición transgresiva o marginal. Hemos notado que en estos pacientes ciertos momentos de furia que se evidenciaban como una tensión o violencia intracorporal (sosteniendo un goce masoquista desde la tensión corporal) tienden a desaparecer. Nuestra propuesta clínica es que el modo posible de escuchar a estos pacientes que operan con un clivaje en paralelo es reconocer a la relación transferencial como el espacio donde se puede transitar la brecha de un modo transicional. Es el espacio analítico en cuanto espacio imaginario el que puede desarrollar la capacidad de contener ambos sectores y de un modo singular desde cada vínculo analítico recuperar lo transicional como posibilidad no habida en la vida de este paciente. Si bien el relato del paciente emerge recubierto de un contenido exhibicionista, lo que nos ubicaría desde nuestra escucha en un polo voyeurista, si el diagnóstico es correcto, es la escucha del analista en cuanto un otro disponible y capaz de escuchar el relato de una experiencia corporal diferente, desde donde se puede nuevamente desde lo imaginario, recuperar el  modo en que ese sujeto vivo logró no haber ido a la descarga desubjetivante sino sostenerse subjetivamente presente y poder resignificar la experiencia vivida al poder “contarla”. Si alguna vez pensamos que aquel que puede contar es porque también él cuenta en la vida (E. Grinspon y E. Pérez Peña)51 es en esta escucha donde más que escuchar cómo cuenta lo que  ha sucedido es poder escuchar a alguien que contó para alguien, siendo alguien para alguien (significante para otro significante). Es nuestra escucha y nuestra posición subjetiva lo que posibilitaría discriminar si en el relato existe ese resto, ese algo más del orden de la satisfacción en lugar de la descarga o la calma. A partir de ese momento algo interfiere en el movimiento compulsivo a un vínculo de apego hasta ese momento necesario como defensa frente a la acechante vivencia de agonía.

Así como desde la queja recuperábamos el dolor inscripto “en desespoir” y podíamos construir escenas que permitían a nuestro paciente correrse de la culpabilidad primaria, es ahora desde la experiencia de satisfacción desde donde podemos construir y dar status de figurabilidad a esas escenas que estaban condensadas en un núcleo al acecho esperando ser desplegadas. (Freud, Amorrortu, T.XVII, p. 180)52

Cuando hablamos de distintos niveles de mezcla o desmezcla pulsional enunciamos algo que lo podemos resumir como la tendencia entrópica de la pulsión (E. Pérez Peña)53. El ser vivo es un ser pulsional en quien lo presubjetivo, lo que está en acecho o en latencia, pulsa desde lo real hacia lo imaginario y lo simbólico para poder ser metabolizado dentro del circuito interinstancias, y alguna vez adquirir el status de olvido dentro de la propia historia. La pulsión es lo que define el campo de existencia del sujeto, la pulsión mediante su tendencia entrópica va a la descarga, y es en el yerro de esto último cuando se da la inscripción.

Dice un paciente ante una determinada situación, “fui a abrazar a mi mamá, nunca había abrazado a mi mamá, sentí algo extraño en mi cuerpo, abrazar a alguien desconocido por mí, era abrazar por primera vez a alguien conocido por mí y a la vez desconocido. No tengo registro de haberla abrazado nunca, si alguna vez la abracé no lo tengo registrado”. Elegimos esta viñeta clínica pues no estamos mostrando un recuerdo sino el modo en que un sujeto vivo a posteriori de la experiencia de satisfacción puede procesar situaciones que se le presentan como novedosas.

Recordemos que Freud54 nos dice que para que se inscriba la experiencia de satisfacción tiene que haber una pulsión disponible en acecho y un objeto en posición favorable que actúe como soporte para la proyección. No arrasando la pulsión del sujeto sino sosteniendo la proyección del mismo haciendo posible la inscripción.

A la experiencia corporal significable la describimos como un yerro de la tendencia entrópica de la pulsión, pues yendo el sujeto hacia la experiencia de un modo casi compulsivo buscando la descarga, hay un yerro en la concreción de este circuito corto y algo queda inscripto. Esto último asombra al sujeto, es registrado como algo nuevo y desconocido pero familiar, opera como algo extraño condensando lo que llamamos la inquietante familiaridad. Esa inscripción es la derivación hacia la vida de lo que si hubiera ido a la descarga hubiera conducido a  la muerte de la pulsión.

Es la posición del analista, al aceptar la escisión o el clivaje en paralelo como posibilidad de supervivencia de ese paciente, la que posibilita aprehender el retorno de lo aún no subjetivado. Cuando escuchamos la escena que adquiere figurabilidad en la solución masoquista podemos aprehender y construir la escena subyacente en el miedo al retorno de la vivencia de agonía.  Al hablar el paciente desde el apego al negativo del objeto, dejamos de lado la lógica de la satisfacción que interferiría nuestro pensamiento haciendo imposible y no improbable entender la lógica de ese momento, ya que siendo el núcleo el dolor, nuestra posición transferencial es ir a buscarlo empáticamente, entendiendo que es un sufrimiento que avergüenza desde la culpabilidad primaria.

Es también la escucha del relato de lo gratificante de la experiencia corporal significable lo que nos permite aprehender la marca de lo nuevo aún no subjetivado y desde donde es posible resignificar o repensar la historia de ese individuo.

 

2.3) Lo aún no subjetivado – huella mnémica presubjetiva, preontológica y atópica

Lo habitualmente descripto como huella perceptiva o signo perceptivo aún no subjetivado corresponde a una marca cuantitativa en el ser vivo que sostiene la búsqueda de lo cualitativo dentro del proceso de complejización estructural necesario para el sostenimiento de la continuidad somato-psíquica. Esa marca insiste en su necesariedad de inscribirse adquiriendo dimensión temporal y dentro de algún espacio intersubjetivo o transferencial. Es recién en ese momento donde puede ser aprehendida dentro de lo que enunciamos como el retorno de lo aún no subjetivado (aún no representado). Intentamos esbozar una diferencia respecto a lo que Freud en la carta 52 (…) 55 enuncia como signos perceptivos. Suponemos que en ese momento para Freud a la percepción inicial de la cual derivan los signos perceptivos (huellas perceptivas) está agregada la conciencia. Desplegando una mayor conceptualización de la conciencia originaria y su función, D. Maldavsky56 describe que a ese momento correspondería una percepción sin conciencia y las huellas mnémicas derivadas de la percepción sin conciencia. Estas últimas resultado de la discordancia originaria, primaria o precoz entre la economía pulsional y el mundo externo necesario.

A esta huella la enunciamos como presubjetiva, preontológica y atópica. Ella es la que puede retornar o insistir buscando su inscripción más allá del principio del placer y al aparecer carece de pasatidad como si no fuera algo del pasado del paciente. Anteriormente (Nilda Neves, Eduardo Grinspon, 1998)57 intentamos dentro del carácter siniestro del retorno de lo aún no subjetivado, esbozar diferencias entre la inquietante extrañeza y la inquietante familiaridad (Gerard Bayle) 58. En ese momento pensamos que desde el clima empático transferencial era posible registrar algo de la inquietante familiaridad, de aquello que alguna vez dejó una marca en ese ser vivo, aún vivo pero fuera del circuito de su subjetividad. Este tipo de huella mnémica retorna por medio del principio de la compulsión a la repetición infiltrando la percepción actual mediante la reviviscencia alucinatoria. Este tipo de huella mnémica enuncia el recuerdo de un yo, poniendo en evidencia la impronta de un momento particular de su constitución, momento de caos, de debacle en el momento de estructuración de ese yo (urbild del yo). Esas huellas retornan buscando la subjetivación, sometiendo al sujeto quien las padece pasivamente y es a partir del escenario intersubjetivo e incluso corporal que se posibilitaría el apropiarse de lo propio pudiendo historizarlo y de ese modo historizarse.

Así como César y Sara Botella59 planteaban que el percipiente está cerca del yo corporal y metafóricamente que “la marca queda en la carne”, pensamos que la huella mnémica presubjetiva, preontológica y atópica es testimonio de un yo real primitivo en cuya base se mantiene la marca de la agonía y el sobrevivir.

Es la estructura del yo real primitivo la que guarda la marca del modo de haber sobrevivido y del modo en que se logró el límite desde Eros frente a la tendencia entrópica de la pulsión. Es el yo real primitivo el que guarda este núcleo masóquico primario que sostiene el modo del pasaje de la etapa de la libido intrasomática a la etapa oral primaria (David Maldavsky) 60. Al pensar en distintos modos de funcionamiento del yo real primitivo frente a la discordancia originaria entre la economía pulsional y el mundo externo (medio maternante, Didier Anzieu61: “Aquel que aporta la experiencia estructurante del intercambio de ternura”, p. 107, Créer. Détruire), creemos que un punto fundamental en los pacientes que estamos describiendo, es el modo singular como cada uno constituyó el componente del apego. Donde se mantiene el desgarro, o lastimadura, es en el modo en que se constituyó el apego, pues finalmente de alguna manera se logró el auxilio ajeno y la experiencia de satisfacción. Si bien tanto, los pacientes que estamos pensando como en  pacientes psicosomáticos que apelan a la solución biológica, han llegado a resolver la experiencia de satisfacción, nos preguntamos de qué modo se instituyó el anclaje vital. Para pensarlo es importante referirse a ese momento del doble orgánico, del objeto objetivo, por medio del cual cada uno constituyó el componente del apego. Este último va a ser el soporte para poder resistir en lo actual de un modo homólogo al utilizado alguna vez para sostenerse vivo hasta lograr la experiencia de satisfacción pudiendo a posteriori resignificar esto dentro de una lógica de mayor complejización (Daniel Rosé)62. A este momento que es previo a la inscripción de la experiencia de satisfacción, y que marca el pasaje de la libido intrasomática a la oral primaria, y formación del núcleo masóquico primario, desde Freud63 lo podemos referir al sadomasoquismo intracorporal (Freud…). La lógica que en él opera es la de la alteración interna siendo importante que en el momento del sadomasoquismo intracorporal la alteración interna no sea a costa del propio organismo sino disponiendo de ese objeto necesario presente pero no intrusivo, afín pero diferente por medio del cual se pudo constituir el componente del apego.

El momento en el cual la alteración interna es a costa del propio organismo, lo homologamos a lo que César y Sara Botella64 enuncian como el momento de la implosión del estado alucinatorio en búsqueda del objeto. Es entonces cuando ante el desfasaje o la discordancia entre el medio y las necesidades pulsionales, y de acuerdo al nivel de desvalimiento tolerado, queda inscripta esa marca somática o cuantitativa. Esa marca cuantitativa en búsqueda de lo cualitativo es en estos pacientes lo que enunciamos como vivencia de agonía. Así como mantienen el apego al negativo del objeto, también mantienen vivo el movimiento de intento y fracaso hasta lograr la aparición en algún espacio y tiempo, de ese cuerpo otro, que desde su anclaje subjetivo posibilite que se inscriba tanto la marca de la satisfacción al haber sido registrado, como recuperar desde el dolor, el recuerdo de haber sido un cuerpo procesando en soledad y donde la alteración interna fue a costa del propio cuerpo. Momento frenético del sadomasoquismo intracorporal implicando una falla respecto a defensas pulsionales, no yoicas, en el que el frenesí químico apuntaría al vaciamiento lo más rápido posible, dejando al yo sin energía de reserva (proceso autocalmante, desvitalizante y desubjetivante). Es en este punto de interfase tan difícil de definir o de explicar, donde suponemos que opera la experiencia corporal para que sea significable.


Bibliografía

 

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  • Rose, D.: L´Endurance Primaire
  • Neves, N., Grinspon, E.: El acto suicida en la frontera del psiquismo, 1998.

Adicciones

Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVII, nº 304
Diciembre 2002. Buenos Aires, Argentina.

Vicisitudes de la subjetividad del analista como criterio orientador de su intervención en circuitos transubjetivos de alta toxicidad. Clínica de adicciones.

*Por Eduardo Alberto Grinspon

Descriptores: solución adictiva.

Introducción

En esta comunicación quisiera reflotar el término toxicomanía para desplegar desde la clínica de pacientes llamados adictos lo enigmático de lo tóxico. Voy a intentar: 1) delinear de un modo fragmentario el período de encuadramiento del tratamiento de un paciente en el que impera una solución adictiva;

2) esbozar someramente algunos conceptos que integran la terceridad teórica presentes en mi subjetividad clínica frente a la problemática de las adicciones.

 

1) Material Clínico

Desde el inicio del vínculo con un objetivo terapéutico, el actuar del analista por presencia o por abstinencia es un modo de intervenir. El escenario intersubjetivo se va tejiendo o esculpiendo desde el primer contacto que en este caso fue un comentario hecho en el momento de la derivación de un paciente. Voy a intentar esbozar, desde lo que la interpelación conciente me posibilite, algunos de los elementos que confluyen en mí para decidir cierto tipo de intervención en pacientes o en constelaciones familiares donde impera la solución adictiva en un clima de alta toxicidad. La secuencia que voy a desplegar fue reconstruida a posteriori y revela distintas escenas vivenciadas en una complementariedad interimaginaria que me llevó a ir modelando una construcción intrapsíquica desde la cual pude intervenir.

 

Motivo de consulta

El primer contacto que tuve con este caso fue a través de un colega que al derivar el paciente me   comenta que es un adolescente que consume distintos tipos de droga hacía varios años.

 

Charla telefónica con la madre para concertar una entrevista

Respondiendo al llamado telefónico de la madre, desde el inicio escucho un tono de voz pausado, amistoso, y seductor, sintiéndome inducido a una complicidad. Me habla en una cercanía que iba generando inquietud en mí, relatándome ser una familia europea, que por decisión de la compañía donde trabaja el padre de Fernando, éste es trasladado a una filial en Buenos Aires, mientras que ella y Fernando seguían viviendo en Europa. Comenta que abriendo un e-mail del hijo, “el padre” confirma su sospechada relación de Fernando con las drogas, razón por la cual a pesar de estar separados, desde la insistencia del padre deciden vivir en Buenos Aires por un período de tiempo.

En su  línea melódica y tono de voz, hubo componentes paraverbales11 que me inquietaron, y de los componentes verbales me llamaron la atención el modo de banalizar el consumir de droga de su hijo y el modo afirmativo y cortante en que enuncia “el padre”.

Digo a la madre que entiendo su llamado como consecuencia de haber escuchado un “grito desesperado” de Fernando para que alguien registre lo que le estaba pasando. Al utilizar “grito desesperado” me alejaba del tono seductor y de la propuesta de complicidad de la madre. Me acercaba a la asociación de grito con la idea de nacimiento, es decir tomé su componente paraverbal en mi respuesta, sin responder en simetría a la seducción, e intentando descifrar algo de un componente paraverbal del hijo. En mi decir “grito desesperado” había una referencia al estado afectivo de Fernando. Desde una escena imaginada por mí, intenté esbozar desde el inicio un escenario intersubjetivo familiar, ya que en la referencia a “el padre” percibí no sólo la separación matrimonial sino una tensión que los unía, actuante sobre Fernando.

Decido ver primero a la pareja y no a Fernando. Ante este planteo la madre contesta que es imposible que esto suceda, ya que el padre no iba a aceptar por las escenas de violencia incontrolables que se habían generado anteriormente entre ellos. Este comentario refuerza en mí la necesidad de ver primero a la pareja, razón por la cual le propongo hablar yo con el padre y concertar una entrevista vincular. Luego de hablar con este último en un clima cortante y tenso, pudimos conciliar una primera entrevista.

Mi objetivo en ese momento era percibir si en estos padres separados existía, más allá de la tensión que los unía, algún acuerdo dentro de un pacto erótico de tener un hijo vivo  y evaluar a partir de allí  que tipo de escena primaria fundante del anclaje vital habitaba en Fernando para decidir si tenía sentido iniciar un tratamiento.

 

Primera sesión

Vienen ambos padres juntos a la entrevista,  Joaquín comienza arremetiendo y arrasando en la sesión diciendo, de un modo implícitamente acusatorio hacia la madre, que él siempre dijo que los distintos tratamientos que tuvo Fernando fueron fracasos ya que nunca se había encarado la temática de la drogadicción, que estaba harto de ser el responsable de todo y que en su familia todo pasaba siempre por encontrar culpables. Eran notables las variaciones tonales de las afirmaciones de Joaquín que eran recibidas por mí como mensajes paraverbales de un modo homólogo al tono seductor del inicio de la charla telefónica con la madre.  Asoció esto al sentirse acusado por los efectos de su ausencia familiar generada por su relocación en la Argentina hacia varios años. Desde el modo y el planteo de la culpa, me llaman la atención: 1) el discurso de Joaquín era reactivo, ya que le estaba contestando a alguien, y reivindicativo de una escena anterior, pues la sesión hasta ese momento no justificaba toda esa descarga; 2) el silencio de Mercedes. Pregunto entonces por la historia de Fernando pero dirigiéndome hacia la mamá. Cuando ésta empieza a hablar lo hace con un discurso culposo pero sin mostrar el hartazgo tóxico que evidenciaba Joaquín, y emerge que el nacimiento de Fernando estuvo arruinado por la muerte del tío paterno de la madre, personaje nuclear para esta última ya que al fallecer su padre cuando era pequeña, fue su tío quien ocupó el lugar del padre.

Me llama la atención la imagen de un nacimiento arruinado por la muerte de un tío abuelo, dándome la sensación de un núcleo fusional transgeneracional que condensa tres generaciones. Me pregunto en ese momento ¿qué es un nacimiento arruinado? y ¿el nacimiento de quién quedó arruinado?

Decido preguntar a la madre por la historia de Fernando, con la intención de  rescatarme y porque tengo in mente el imperativo de poder salir de lo sincrónico sustanciado por la descarga del padre, y recuperar el eje diacrónico mediante la idea de historizar y temporalizar.

Si como analista puedo imaginar y desplegar en lo errático la humildad de mi pensamiento, queda interferido el estado fusional del momento sincrónico. Poder hablar y recordar, abriendo la posibilidad de ser hablado, interfiere esos momentos sincrónicos, intercorporales, y tóxicos, sosteniendo una diferenciación. Intenté crear un espacio donde se respete el sentir distinto del otro, el sentir de la diferencia. Tenía tres alternativas: 1)  preguntar a Joaquín por el pasado; 2) preguntar por el pasado dejando circular el interrogante; 3) preguntar a Mercedes por el pasado. Decido esta última opción, pues el estar arrasante del padre estaba articulado con el lugar silencioso de ella. Esto me hacía suponer una escena anterior que estaba  siendo retroalimentada, sosteniendo una complicidad interfantasmática de los padres.

Me relatan que Fernando es hijo único que nace luego de diez años de matrimonio, en los cuales hubo un sin fin de tratamientos, generándose embarazos que se perdían en las cercanías del quinto mes. En el momento en que es concebido Fernando, la pareja se suponía con la imposibilidad de tener hijos. Podemos pensar que en el imaginario de sus padres, Fernando siempre estuvo a punto de morir, estando ellos pendientes si sobreviviría. Se va armando en mi imaginario la idea que en Fernando está instalada la marca del que sobrevive a la muerte y decido nombrar a los embarazos perdidos  “embarazos muertos”. Al nombrar algo de determinado modo jerarquizo la posibilidad de crear un tesoro de significantes propio, de tal modo que si aporto una palabra y detecto que es entendida y aceptada, pasa a ser una conquista del grupo y debo sostener esa palabra al referirme a escenas homólogas. Mi decisión se basaba en haberme sentido impactado por la carga de dolor y pesar que transmitía el planteo de Mercedes desde sus componentes paraverbales, línea melódica, tono, timbre de voz, también registrados en el gesto de pesar de Joaquín. En ese momento y en un clima diferente al violento anterior, siento que el código erótico de la pareja se había agotado en los años anteriores al nacimiento de Fernando.

Según el relato de la mamá, Fernando empieza a consumir en un momento coincidente con el alejamiento del padre. La palabra alejamiento era tanto referida a la relocación en Argentina del padre así como a la separación matrimonial no enunciada claramente. También coincidió con un cambio hacia un nivel escolar más exigente. Refiriéndose a ese momento la madre plantea “haberse tenido que matar” para que Fernando pueda resistir ese momento de transición. Frente a esto intervengo planteando que Fernando en cada etapa de cambio de su vida sigue articulando lo vivo y lo muerto. Este planteo me surge a partir de la imagen de que en el nacimiento hay un cuerpo Uno y luego una individuación, por lo tanto ese “matarme para que él pueda” es una frase con mucho peso en mi imaginario, por el componente sacrificial y la articulación de matarse para que alguien viva. Por otro lado, el haber estado varios meses a punto de morir dentro del espacio intrauterino, y ser ella quien finalmente pudo retenerlo y salvarlo,  me lleva nuevamente a preguntarme de que modo quedó inscripto el nacimiento subjetivo de Fernando.

Joaquín desvaloriza absolutamente lo que siente Mercedes, seguramente por la jerarquización de la separación matrimonial y la preeminencia de su actividad corporativa como causante de la desestabilización de Fernando, reaparece un arrasamiento por parte de él, de un modo provocante – convocante, y registro a Mercedes dispuesta a responder en espejo,  por lo que vuelvo a pensar en una complicidad arrasante para desvitalizar mi pensamiento. Desde mi experiencia clínica con otros pacientes, entiendo que cuando los padres se juntan en un “encontronazo”, como en este caso, se crea abruptamente un tipo de tensión tóxica por la cual no puedo seguir pensando y percibo un registro de malestar corporal. En el momento en que Joaquín  arrasa, se genera en mí un tipo de angustia seguramente al no poder ligar mi propia pulsión con imágenes, no se trata de una escena víctima y victimario entre la pareja de padres, sino de un tipo de comunión, de complicidad. Frente a esto le digo a Joaquín: “Ud. es papá, y si bien padeció todos estos duelos, los pudo elaborar fuera de su cuerpo, en cambio a Mercedes se le iban muriendo dentro de su cuerpo, ella no los pudo retener por lo que creo que Mercedes lleva el sentimiento de no haber podido con sus hijos. Me parece que no son  las mismas sensaciones las que tiene Mercedes que las que tiene Ud.” Si hay un sujeto que irrumpe como lo hizo Joaquín, tengo dos alternativas: lo freno o busco otro camino como este que tomé. Mi intento era integrar la pareja en la separación para que puedan elaborar su duelo. Pienso que la tensión tóxica que mantenían entre ellos sostenía de un modo eternizado y eternizante todos los muertos que quedaron habitando lo que hubiera sido el espacio creativo de la pareja. No hago una alianza con alguno de ellos, los separo, marco la diferencia: le hablo a Joaquín como entiendo a Mercedes para que Mercedes pueda verme y escuchar lo que digo, y le hablo a Mercedes como lo entiendo a Joaquín para que Joaquín pueda verme y escuchar. Intenté que Joaquín pueda respetar el sentir distinto de Mercedes, y Mercedes el sentir distinto de Joaquín. La desesperación desde la responsabilidad enarbolada por Joaquín es parte del mismo sentimiento en Mercedes, y la oposición entre ellos y el tironeo resultante se revela en este momento en un hijo que en cualquier momento se podía morir por  no poder nacer.

Al nacer Fernando y en un estado de semiconfusión y soledad la madre relata que por una situación banal su tío se enloqueció y tuvo un ataque de violencia intempestivo que arruinó ese momento. En mi imaginario vuelve a aparecer la imagen de alguien nacido en soledad por un tipo de ausencia materna aferrándose a la intrusión violenta de un sustituto paterno, asociación que iba integrándose dentro de mi construcción intrapsíquica al modo de la intrusión violenta del padre en sesión.

Lo recién descripto  es una reconstrucción de un fragmento de sesión en la que intenté recuperar lo que entiendo fueron los procesos de toma de decisión. Pienso que es propio de una teorización libremente flotante, tener la posibilidad de ir dando figurabilidad o escenificación a las construcciones  intrapsíquicas del analista, siendo fundamental preservar en sesiones de alta toxicidad la capacidad de reverie y de imaginarizar.

 

Fragmento de la primera entrevista individual con Fernando previa a su inclusión en la entrevista familiar

Al recibirlo me saluda con un beso dentro de un clima afectivo y empático, dándose un encuentro en el cual lo detecto frágil y “niño”. Es un adolescente que me llamó la atención por mantener en su actitud corporal la torpeza y los movimientos desmañados de un púber, y en su gesto y facciones un rasgo de indefinición prepuberal como si hubiera en su evolución un tránsito aún no desplegado. Al referir a las expresiones no me refiero al contenido afectivo de las mismas sino a los recursos comunicacionales de sí mismo.

Al inicio de la sesión se crea entre nosotros un vínculo distendido instalándose un clima dialógico. Dentro de este clima yo sostenía el silencio sólo en los momentos que detectaba que Fernando estaba asociando o pensando de un modo natural. Cuando nos acercábamos a momentos de un cierto vacío prefería preguntar y sostener el espacio dialógico. Tuve la sensación que yo no era desconocido para él y que sabía a lo que venía.

Hablando de sus razones para reiniciar su tratamiento en un momento Fernando comenta que él siempre sintió un “agujero que nunca pudo entender”, preguntándole por este agujero lo relaciona con el odio que él sentía hacia su padre por el clima intrusivo y acosante. Esta afirmación  me llevó a pensar: 1) en el odio fusional que yo percibía desde la madre hacia su propio padre; 2) el vínculo de odio desde la madre a su esposo y genitor de Fernando; 3) Fernando sosteniendo el discurso de la madre y poniendo como objeto de su violencia al padre. Por el modo en que Fernando describía su malestar en un clima sin salida frente a la relación acosante del padre, le pregunto por estos escenarios asfixiantes; 4) la posibilidad de ser Fernando un hijo fetichizado5.

Fernando responde que él siempre mintió. Es habitual que estos pacientes apelen a la mentira, intentando sobrevivir a una relación fusional con un otro, pero me llamó la atención que un paciente hable de su mentir espontáneamente en la primera sesión. Entiendo que era una propuesta de ir creando un espacio en el cual puedan empezar a circular palabras y recuerdos.

Nombrar en sesión el verbo mentir era abrir un espacio y una dimensión diferente. Pude imaginar el mentir de Fernando como una solución transaccional posible (disyunción) al no poder acceder a una palabra que lo representara. Era una opción diferente frente a lo cotidiano que era quedar aferrado a la violencia paterna, o entrar en caída libre frente a la ausencia materna. Aparece en mi imaginario una escena en la que Fernando puede afirmar algo frente al padre y al mismo tiempo salirse de la escena viendo como el padre imagina a alguien que él no es en ese momento.

Por todo esto le planteo a Fernando que al utilizar este modo de mentir hay un Fernando que nadie conoce,  acercándome desde esta imagen a la idea de que él no pudo terminar de nacer. Mentir para Fernando es quedar de algún modo incluido en el imaginario de un otro y no caer en el vacío. “Si mentís no quedás pegado porque el otro nunca sabe quien sos, ni te caes al vacío porque quedás agarrado a todos aquellos a los que mentís.” En el momento que voy enunciando esto, tanto el caer, el pegoteo y el no poder terminar de nacer, tengo in mente el momento de fusión transgeneracional enunciado por su madre en la primera sesión.

Fernando comenta tener miedo de no poder plantear lo que él siente en las entrevistas de familia, pues siempre fue atacado. Al escuchar la palabra atacado recuerdo el clima tóxico por momentos insoportable que se generaba en las entrevistas vinculares, siendo la sensación que Fernando planteaba compartida vivencialmente por mí. Entiendo que el adicto tiene sus posibilidades marcadas por el vínculo del adicto al adicto. Es la actividad manipuladora de este último lo que degrada la posibilidad de reintrincación pulsional y de recuperar el tránsito desde la huella somática del afecto a situaciones de complejidad creciente en las que circule la palabra.

Al desplegar la temática de las diferentes drogas que fue consumiendo a lo largo de un período de su historia, relata que siempre se sintió diferente a los otros muchachos, y no bien parado en lo masculino como muchacho frente a las chicas, que iba a un colegio donde la actividad deportiva y el rugby eran importantes y él sentía el estigma de no gustarle los deportes violentos porque le daban miedo, dedicándose al aeromodelismo y luego a la computación. Me aclara sin embargo con cierta sonrisa en su cara y dicho en un clima de logro, que alcoholizado y con cocaína después de mucho tiempo “pudo coger”. En ese momento decidí reemplazar la palabra cocaína por “ella”, y le dije: “o sea que con ella pudiste sentirte varón y coger”.

Al escuchar la enunciación de Fernando imaginé tres situaciones: 1) la excitación, 2) el pude, 3) el con. Pensado a posteriori en mi intervención jerarquicé el con y decidí sustituir a la cocaína por “ella”. Apelando a lo polisémico del significante (la palabra ella condensaba una serie de escenas que se iban desplegando en mi imaginario) intenté dar un soporte simbólico a aquello que era traído por Fernando desde un registro corporal (orgánico), una experiencia corporal significable6,  resultante de su acto de incorporación, y siendo un logro atribuido a la cocaína.

La intervención que me llevó a aportar la palabra “ella”, es resultante de una construcción intrapsíquica que se fue esculpiendo en mi imaginario a medida que iba conociendo los avatares de la historia de esta familia. Entiendo esta construcción intrapsíquica de la historia personal de Fernando como un producto de la complementariedad interimaginaria al haberme incluido dentro del grupo familiar. Si bien mi intervención apuntaba a lo actual del decir de Fernando, dejaba latente la referencia histórica en la que toda afirmación de un paciente puede ser pensada. Desde mi sensación se tornaba inquietante el sentir que iba conociendo sectores de la historia de Fernando que si bien fueron vividas por él,  supuestamente desconocía4. Nuevamente aparecía en mí el interrogante de como procesar todos aquellos datos sabidos y registrados en nuestro paciente pero aún no conocidos.

Al nombrar cocaína como “ella” diferencié el sentido que tuvo para Fernando la experiencia con el alcohol, la marihuana, los alucinógenos y la cocaína, ya que recién con ella “pudo coger”. Tuve la sensación de que cocaína era ese suplemento10 que le permitía recuperar una cierta masculinidad en el encuentro con una mujer. Si yo hubiera nombrado a “cocaína” lo hubiera atribuido a la droga, mientras que si lo nombro como “ella” le doy un valor polisémico que permite que “ella” pueda no ser una droga. En el momento en que Fernando enunciaba esta temática se me presentó la palabra atributo imaginando que había un atributo no legado ni recibido por Fernando para que él pudiera nacer como varón, y que esto hizo que la cocaína en ese momento operara como suplemento.

Estoy pensando en la madre de Fernando y en  lo subjetivo de él, voy camino a que podamos historizar el trauma dado en el desencuentro inicial con su madre, y a partir de recuperar su dolor como vivencia, podamos producir juntos una construcción. Desde mi construcción intrapsíquica en ese momento yo suponía que la madre de Fernando en su estado depresivo post parto, no pudo recibirlo como varón e inscribirlo como un objeto fálico. Fernando siguió buscando en su devenir esa experiencia corporal significable, sostenida en latencia o en acecho6,  que le permita inscribir lo aún no inscripto y al mismo tiempo sustraerse de un núcleo fusional (identificación adictiva). En mi imaginario se iban desplegando escenas que iban desde su nacimiento al encuentro con una mujer.

Por un lapsus en el que Fernando se nombra como nena intervengo con una frase que reconozco haber usado varias veces en pacientes adictos que habitualmente ponen en riesgo su vida, que condensa los conceptos que fueron surgiendo en mí hasta ese momento, y planteo que Fernando se siente “vivo-varón” y desde esa marca, “culpable-deudor”. Fernando, refiriendo nuevamente al mito paterno, relaciona lo que digo directamente con el padre suponiendo que éste y la familia de éste querían una nena porque nunca hubo nenas en la familia.

De esta sesión seleccioné tres momentos: 1) el agujero y el odio, 2) la droga, 3) su nacimiento como varón. Estos fragmentos tienen que ver con el acto de nacimiento subjetivo de Fernando, que fue uno de los primeros interrogantes generado en mí en la charla telefónica con la madre y en las primeras entrevistas vinculares.

 

Sesión de familia en la que se incluye Fernando

En la siguiente sesión de familia, emerge el tema de los muertos y Mercedes relata que la muerte de su tío fue cuando Fernando tenía dos meses y medio. Este comentario me asombra pues el primer dato registrado por mí fue que el nacimiento de Fernando fue arruinado por la muerte del tío de la madre. Puedo imaginar que en los primeros dos meses y medio de vida, la relación de Fernando con su madre fue diferente a la que yo había imaginado hasta ese momento. Se estaba produciendo una diferencia dada por el efecto de historización, y al escuchar esta afirmación pensé que la madre estaba comenzando a recuperar la posibilidad de hablar de su historia sin estar fusionada al núcleo arrasante propio de la estructura y sostenido por el padre.

Mercedes agrega que posteriormente hubo períodos en que Fernando comenzaba a llorar no habiendo modo de calmarlo, generando esto una desesperación creciente en ella. Si bien no fue enunciado por la madre no puedo dejar de evocar frases dichas por otros pacientes como “daban ganas de matarlo o de tirarlo por la ventana”.

Todo esto me llevó a imaginar un tipo de encuentro tóxico, marca de un encuentro cualitativo no habido, dejando como resto un demasiado lleno que obtura un demasiado vacío. Se me instala la sensación de estar frente a alguien desesperado, violento, y con un tipo de soledad que me deja pensando. Comienzo a decir que Fernando se iba a morir…, y la madre continúa: “había imaginado que era una nena, estaba segura de ello…”. El tono afirmativo de mi frase se relacionaba con la convicción instalada en los padres de que Fernando no iba a nacer. La madre me interrumpe, no de un modo intrusivo sino continuando un seguir hablando que rectifica mi orientación, y plantea su comentario. Este último confronta tanto a Fernando como a mí mismo al supuesto anterior de que era su padre el que esperaba una nena.

Me pude asombrar y en el asombro me alivié, se fueron integrando en mí el recuerdo del día anterior del lapsus en el que Fernando se nombró como nena, y en el momento que la madre seguía hablando pensé que Fernando podía llegar a reconocerse hijo de esta madre. El agujero sostenido en Fernando por la ausencia materna, siempre lleno de reproches comenzaba a desplegarse en escenas y a adquirir cierta figurabilidad.

Se hacía más presente en mí la idea que Fernando refería al mito paterno como modo de aferramiento al sostenerse en él una interdicción a poder referir al mito materno. Cuando  enuncio el aferramiento a la violencia paterna, el padre me interrumpe con un carácter de acelere y sin freno, e increpa de un modo violento a Fernando diciéndole que es un improperio, creándose una tensión en el vínculo entre ellos de un carácter devorador y fusional, que se hace insostenible para mí.  Decido intervenir, y ubicándome  detrás de Fernando y mirando a los ojos al papá, cosa que a Fernando era casi imposible hacer, digo: “papá, ahora que mamá empieza a hablar, dejame escuchar lo que le pasó conmigo”Intervengo de este modo pues entiendo que cuando en sesión se presenta una situación violenta y arrasante, prefiero incluir la posibilidad del “como si” y que sea dramatizada conmigo, buscando que mi paciente quede en una posición excéntrica. En este caso no solamente presté mi imaginario al decir lo que dije sino que quedé incluido corporalmente por el tipo de reacción corporal que desencadenó en mí, testimonio del clima altamente tóxico. La presencia de situaciones tóxicas, intercorporales es expresión de afectos resomatizados. Si infiero un momento fusional o de descarga tengo dos alternativas: intentar frenarla o sustituir al objeto de la fusión por mí mismo. Es esta la alternativa que fui tomando en este período del proceso terapéutico.  Pesaba en mí la premisa que en esta familia la palabra se degradaba en sustancia tóxica. Al degradarse el espacio intersubjetivo y las palabras adquirir el valor de sustancia, se crean restos intracorporales generándose reacciones viscerales.

Hay momentos en que las palabras circulan y las frases alcanzan, y otros como el momento que estoy describiendo en el que detecto un mecanismo provocante y convocante que intenta fusionar a un hijo. Con esta intervención pretendía aportar momentos de disyunción  frente a la complicidad o comunidad de desestimación de los padres, intentando generar un espacio en el que pueda sostenerse una pregunta, promover un recuerdo en un acto de historización, y recuperar aquella palabra que pueda hacer acto promoviendo la tensión que busca lo diverso. Si bien por momentos logramos que circulen recuerdos compartidos en un nivel simbólico subjetivable, es permanente y preeminente la presencia de una tendencia al retorno a momentos tóxicos y fusionales.

Comentarios finales

Con el material clínico recién esbozado intenté mostrar como se fue creando en mi imaginario una  construcción intrapsíquica, esculpida en una complementariedad interimaginaria con Fernando y su familia. En pacientes con soluciones adictivas es habitual que en su discurso en sesión aparezcan palabras o situaciones que en ese momento están siendo imaginadas por el terapeuta. Entiendo este hecho clínico como un producto del vínculo paciente – analista dado por un tipo de adhesividad particular. Hay una necesidad en estos pacientes de mantenerse vivos en el imaginario de un otro. El modo de imaginar del analista interactúa con el devenir discursivo del paciente, y en este juego interactivo se va construyendo un tipo de “escultura” al ir adquiriendo figurabilidad las situaciones pre-figurables del paciente.

Al no poder asociar libremente necesitan un imaginario receptivo, para nacer en un otro e ir recuperando junto con la capacidad de reverie del terapeuta, su propio espesor imaginario. Es desde esa resonancia entre palabras y escenas imaginadas que van surgiendo preguntas y un acceso a la historización.  Es sustancialmente diferente el pronóstico de un paciente adicto que entre sus recursos sostiene la necesidad de mantenerse vivo en el imaginario de un otro, a aquel que por un mayor nivel de retracción y desubjetivación sostiene la identificación con un objeto forcluido quedándole como opción una lógica orgánica, primando la alteración interna a costa del propio organismo.

 

2) Conceptos Teóricos

Desplegar la clínica de las adicciones implica despejar:

  • Clínica: modo en que cada terapeuta desde sus “articulaciones teóricas flotantes”  sostiene un tipo de construcción intrapsíquica desde la cual interviene, dentro de una trama en la que impera la complicidad interfamiliar habitualmente desubjetivante y por momentos filicida. Se tiende a demonizar alguno de los elementos de la estructura en una relación víctima-victimario,  tanto al adicto, a la droga, o a algún miembro de la familia que emerge como culpable, intentando desmentir o desestimar que es una estructura de interdependencias con complicidades interfantasmáticas y transgeneracionales4.
  • Adicciones, las podemos pensar: a) Desde lo subjetivo: el concepto de solución adictiva permite no excluir al sujeto del acto singular que ésta implica. b) Desde lo tóxico: ¿Qué es lo tóxico? ¿Desde dónde opera lo tóxico tanto para el paciente como para el terapeuta? c) Desde el cuerpo: las adicciones refieren a una experiencia corporal, y al efecto que tuvo y se sostiene en la subjetividad de ese individuo. Es esta experiencia corporal que al tornarse significable es utilizada al servicio de la autoconservación paradojal.

3)     Elementos diagnósticos a evaluar en el motivo de consulta: Desde la subjetividad del terapeuta podemos evaluar: 1) Nivel de subjetivación/desubjetivación; 2) Nivel de retracción; 3) Capacidad de transferencia; 4) Tipo de demanda dentro de las complicidades interpsíquicas e interpulsionales:  a) verbal, b) preverbal, dirigida hacia su medio familiar, pareja, equipo terapéutico, sociedad, c) orgánica, ésta se presenta ante el nivel máximo de retracción y desubjetivación.

 

Lo tóxico

Pensar qué es y dónde está lo tóxico10 implica desplegar la dimensión enigmática de este último. Es pensar un resto tóxico pulsional sostenido en estasis e improcesable referido a distintas espacialidades: intrapsíquica, intersubjetiva, transubjetiva, interimaginaria, interpulsional, e intrasomática.

Hablamos de lo que se consume o lo que se va a consumir, sin embargo no debemos perder de vista lo ya consumido, ese resto tóxico proveniente de situaciones familiares o intersubjetivas (cripta, núcleo imagoico4). Lo ya consumido persiste incorporado no meta-bolizado ni meta-forizado, siendo sólo un resto somatizado. Opera como un sector escindido en la subjetividad dentro de lo aún no subjetivado. Si bien lo despejamos dentro de la trama intersubjetiva para darle más precisión lo entendemos como transubjetivo. Este modo de pensar nos permite dar un salto cualitativo, entendiendo a la adicción como solución adictiva, un tipo de autocura homóloga a la solución biológica, fetichista, psicótica, etc.18

Para poder salir del encierro que implica ver al tóxico como veneno y al consumir como un modo de dañarse, es útil articular la solución adictiva con la autoconservación paradojal y la operación del pharmakon10. Siempre que hablamos de lo tóxico en adicciones estamos enfrentados a estructuras de ambigüedad y reversibilidad, ya que al consumir se produce un acto de incorporación en el que se logra un pasaje entre lo externo y lo interno, entre lo psíquico y lo fisiológico dándose un tipo particular de regresión psicosomática. El espíritu del tóxico como pharmakon implica una lógica transfusional y sostiene la reversibilidad entre los opuestos, ser tanto veneno como remedio.

Dentro de la operación del pharmakon es nuclear pensar como opera la droga. Pues al no quedar claro con qué nivel de sujeto contamos en nuestro paciente, es difícil enunciar al tóxico como objeto, siendo más pertinente que lo imaginemos como objeto de emergencia, de socorro o de sobrevida, en la lucha contra angustias muy arcaicas, homólogo a los objetos autistas  descriptos por Tustin.. La droga puede operar tanto como suplemento o como suplente10-5. Al suplemento lo podemos ubicar en aquel consumo que suplementa alguna de las funciones biológicas: dormir, animarse, desinhibirse, etc.

Dice un paciente referido a su necesidad de sostener el consumo de marihuana como suplemento: “Cuando fumo marihuana es como si me pusiera un traje. El traje de la marihuana me agrada y me defiende. El alcohol y la cocaína me llevaba a un desborde que me degrada. Hoy si voy a una reunión y no fumo antes, sé que voy a tomar, y si tomo me emboto y voy a sentir la necesidad de la cocaína. En este momento, ni bien me emboto, me da pavura. Si voy con el traje de marihuana, sé que nada de esto va a pasar.”

Cuando la droga opera como suplente, se logra por medio de la experiencia corporal dada en el encuentro con la misma un suplente físico de una función paterna ausente dentro de lo psíquico. Desde esta perspectiva el concepto autosupresor de la toxicomanía se torna dentro de esa lógica de reversibilidad en autosustracción, un tipo de disyunción posible frente a magmas fusionales.

En la solución adictiva lo compulsivo implica funcionalidad y urgencia en el uso del pharmakon, la necesariedad de instalar una prótesis química contra el retorno de vivencias de agonía, terror, dolor, vacío, etc. Con una lógica similar a la utilizada para entender el pensamiento operatorio20 en la solución biológica, en la solución adictiva se instala junto al vacío fantasmático, un control traumatolítico autocalmante por medio de registros de excitación sensorial15. Se logra una sedación posible del dolor, poniendo en el tapete de nuestros interrogantes qué tipo de anclaje vital tiene cada paciente, y qué significa para esa persona nacer, morir, la autoconservación, elementos todos condensados dentro de su historia somatopsíquica.

La solución adictiva al igual que la biológica, apela al soma como espacialidad dentro de la bio-lógica, la diferencia que caracteriza a la primera es que en ésta se da la necesidad de resomatizar los afectos por medio de la excitación. Esta última,  necesitada y buscada por medio del acto de incorporación, provee ese control traumatolítico autocalmante periódico. Es un tipo particular de proceso autocalmante, relacionado con la autoconservación paradojal, en el que prima el sadomasoquismo intracorporal. Funciona como protección antiestímulo creando una unidad sostenida por un cúmulo de sensaciones excitación que operan como objeto no objeto, sustituyendo los autoerotismos objetales fallidos que hubieran tenido que ser constitutivos de la subjetividad.

Implica un tipo particular de contrainvestidura, refiere a registros de pavor encapsulados que condensan angustias de nadificación y agonía. Opera como un intento de sustracción del núcleo fusional tóxico (formación de masa de dos), accediendo a un tránsito resubjetivante desde ese estado nadificante, camino homólogo a la recuperación narcisista lograda en el efecto psicosomático.

Dentro de lo procesal pulsional implica un tipo específico de regresión psique-soma. En este tipo de solución el movimiento regresivo implica: a) una motricidad en juego dentro de una espacialidad, y la creación de supuestos objetos3; b) una cierta recuperación de la capacidad alucinatoria al ir a la búsqueda de ese cuerpo extraño garante de cierto bienestar a lograr durante el acto de consumir. Busca reminiscentemente un encuentro fusional sostenido en una experiencia corporal alguna vez habida. Es por lo específico de este tipo de regresión que preferimos pensarlo como retro-acción, regresión al primer registro somático del afecto, huella somática de la descarga del afecto siendo un tipo de memoria corporal (memoria de sistema).

En estas soluciones la problemática está referida no a contenidos psíquicos sino a la posibilidad o imposibildad de acceder a un continente separado del sensorium corporal y pone en el tapete los límites somáticos y alucinatorios de la psique. Es el continente común que sostiene la complementariedad interimaginaria analista – paciente lo que posibilita que estos contenidos adquieran cierta figurabilidad.

Trauma autoerótico

Es resultante de una mala adecuación entre la función materna en cuanto capacidad de reverie y las necesidades neonatales. Evidencia un fracaso en la alucinación negativa encuadrante del objeto y una falla en el logro de la continuidad narcisista, implica una falla en la apropiación subjetiva de los autoerotismos. Las sensaciones corporales, formas primarias del afecto, no han sido diferenciadas en categorías perceptivas psíquicas dentro de la progresión somatopsíquica, quedando fijadas a reflejos vegetativos que siguen operando como testimonio del modo de sobrevivir. Se ha sostenido el modo de tratamiento bio-lógico de la excitación por medio de la descarga. El único tipo posible de percepción de la descarga fue el registro de una brutalidad de la descarga15, la cantidad fue trauma y al mismo tiempo meta pulsional. Esto anticipa la necesidad de un exceso en cuanto cantidad y un clima contextual de brutalidad en la descarga. Este concepto subyace en los encuentros tóxicos y brutales evidentes y persistentes en las estructuras familiares. La falla en la estructuración del apego, necesario para la diferenciación del sí mismo somatopsíquico, no permitió un resultado eficaz en la diferenciación de un sí mismo (yo piel de Anzieu) y un sí mismo somático inmunitario. Hubo un fracaso en el borde perceptivo alucinatorio.

En un trabajo anterior desplegamos el concepto de apego al negativo6 en el que el dolor era el testimonio del objeto no habido. En el mecanismo de retroacción, modo específico de regresión en la solución adictiva, sostenemos la idea del apego al negativo, pero en lugar de referirla al dolor (previo a la experiencia de dolor), la referimos al registro somático de la descarga, huella somática del afecto dentro de un prototipo corporal. Esta huella opera como núcleo masóquico primario, patrimonio singular del modo de sobrevivir.

 

Momento de incorporación

Nos encontramos en una patología donde prima la incorporación frente a la imposibilidad del acceso a la introyección del objeto por una falla en el acceso a la actividad alucinatoria y la eficacia del mecanismo de proyección. El acto de incorporación, caracterizado por tentativas frenéticas y compulsivas, mantiene un lazo narcisista con el objeto no objeto, intentando contrainvestir químicamente la huella somática del afecto.

Es búsqueda  de un exceso y desde el punto de vista de la toxicidad pulsional – prepulsional, este demasiado lleno es un intento de llenar el demasiado vacío generado por el demasiado lleno de excitación no ligada15.

En la solución adictiva se busca la marca corporal, un tipo de sensación excitación que para ser recuperada subjetivamente necesita una contrainvestidura química. Esta última condensada en el encuentro con el pharmakon y evocada en la experiencia corporal significable. A medida que va aumentando la desubjetivación y el nivel de retracción, el acto de incorporación se torna más automático, imponiéndose el sadomasoquismo intracorporal y el procesamiento por alteración interna. En este momento el nivel de la demanda se torna orgánica.

 

Autoengendramiento de cuerpos extraños

En la solución adictiva se autogeneran dos tipos diferentes de cuerpos extraños10 propios:

  • Un cuerpo extraño es el producido por la identificación adictiva8 sostenida en una formación de masa de dos que mantiene un núcleo fusional con el cuerpo y el imaginario materno. Esta formación adictiva, encarna una relación originaria pasional posesiva al y del otro. Sostiene una particular ambigüedad en la que se articulan los opuestos y lo reversible, un estado de permanente desinvestimiento junto a una relación omnipresente y fusional. Este cuerpo extraño y propio es una formación psíquica registrada como sustancia psíquica7 que funciona como una sustancia droga. En un primer momento equilibró la continuidad narcisista y en un segundo momento se torna amenazante.

2) En la necesariedad de dominar la angustia creada por la amenaza de afanisis, de nadificación, y de ser devorado en la formación de masa de dos, se impone un imperativo de incorporar repetidamente una sustancia externa que pone al cuerpo en perfusión, creando un cuerpo extraño otro e instalando un autoerotismo artificial. En este momento se accede a la operación del pharmakon, ya que la automedicación intenta restablecer una forma de disyunción al disolver lo tóxico intrapsíquico coagulado en esa sustancia psíquica.

Al incorporar el pharmakon, y lograr ese estado fusional con la droga, se produce  ese cuerpo extraño otro, representando para ese sujeto vivo no ser ese que se es en el continuum del estado fusional con el cuerpo y el imaginario materno. Implica un estado de nacimiento logrado por este efecto metonímico. En este momento la droga operó como suplente, se accede por medio de una contrasustancia externa a una operación de sustitución o de transposición, autoengendrando un órgano libidinal alucinado, y recuperando de este modo alguna capacidad alucinatoria. Esto lleva a poder sustraerse de la situación paradojal nadificante, produciendo de un modo desesperado una ausencia en esta omnipresencia.

Estos cuerpos extraños y propios, tóxicos e improcesables, son los que dan la especificidad a la formación adictiva subyacente a las soluciones adictivas.

Resumiendo: en el acto de incorporación: 1) la droga opera como suplemento al lograr una cierta “reanimación” en un estado de exceso, desde un lugar activo, modo de transformación pasivo-activo; 2) la droga opera como suplente al sustraerlo de un estado fusional y de la formación de masa de dos; 3) en un a posteriori esta experiencia se inscribe, lo que asegura tener que volver a reiniciar este ciclo en un tiempo circular, reeditando permanentemente y periódicamente el nacer sustrayéndose de un espacio y naciendo en otro.

Ante la dificultad yoica para contrainvestir el desvalimiento se instaló el uso de tóxicos o medicamentos como forma química de contrainvestimiento. Dada la descarga del afecto, la transferencia de éste puede efectuarse en un sistema en vías de complejización en la evolución somatopsíquica, pero si la descarga afectiva se efectúa hacia sistemas en red yendo al sistema inmunitario o neurohormonal, el afecto queda fijado a un feedback neuroquímico. Al desvanecerse el acceso a la representación y  a la palabra, la figura de lo tóxico aparece, quedando el acceso a circuitos cortos donde  impera la descarga, y el regreso hacia la excitación – sensación. Es este el punto de fijación al que regresa la solución adictiva.

La necesidad nostálgica de fusión, de indiferenciación, de lo incestual y de omnipotencia, intenta reencontrar virtualidades biológicas buscadas activamente en las adicciones (acting out) y pasivamente en las somatizaciones (acting in).

No existe una capacidad erotizada de temporalizar, de resistir difiriendo una descarga y soportando masoquistamente la tensión, dándose un sobreinvestimiento de la descarga como posibilidad y siendo la unidad sostenida por sensaciones el objeto anobjetal de investimiento. Todo lo descripto es propio del mecanismo de retro-acción al ser preeminente la descarga afectiva, la intensidad y lo cuantitativo 15-16.

Es la autoconservación paradojal lo que determina que la droga pueda operar como suplente, al darse clivajes estructurales del yo que determinan la puesta en juego de un tipo de pulsión de autoconservación que apela a su preforma orgánica y tropismos biológicos.

 

Mecanismo de retro-acción

En la retro-acción15 se sostiene la necesariedad de registros pasionales somáticos. Implica una búsqueda sensorial más acá de los autoerotismos, generándose una adhesividad al objeto sensación. En esta resomatización de los afectos, el soma queda interesado por movimientos autoeróticos arcaicos donde el objeto es indistinto de la sensación. Este objeto autoengendrado en el momento del acto de incorporación  queda escindido en el yo, necesitando ser periódicamente contrainvestido.

Al regresar por el mecanismo de retro-acción a este objeto sensación se reencuentra la actividad pulsional–prepulsional con el fondo pasivo de los inicios de la vida psíquica, marcado por el desvalimiento en un momento de atopía o de indistinción de instancias psíquicas. Se configura una tópica atópica en la que ninguna representación de ausencia y de falta puede advenir. Se sostiene la lógica intrauterina intercorporal (intrasomática) articulada con el autoengendramiento.

Se regresa vía la potencia del afecto a un tipo de retro-acción prepulsional, anobjetal, excitacional, co-originaria a los albores de la vida.

Resumiendo: el mecanismo de retro-acción en la solución adictiva: 1) evidencia un traumatismo precoz que dejó una deformidad en el yo por clivaje estructural2, lo que deja una alteración de las pulsiones de autoconservación que regresan a la preforma orgánica; 2) se retorna al aspecto prepulsional del automatismo o la compulsión de repetición al retornar al objeto sensación o excitación15.

 

Conclusión

En este trabajo la modalidad expositiva y de reflexión se relaciona con un interrogante actual en psicoanálisis que es poder pensar la sesión como una articulación entre diferentes subjetividades, por supuesto incluida la del analista y la actividad psíquica del mismo. Respecto a la solución adictiva he encarado sólo algunos de los escollos clínicos que se nos presentan, quedando para otras comunicaciones despejar lo profundo y enigmático que es la retracción en estos pacientes, su presencia como ausencia, los efectos sobre la economía pulsional del analista, momentos de insomnio o malestar somático en sesión o fuera de sesión, etc. Todo esto abre la dimensión de pensar los interrogantes desde la contratransferencia orgánica del analista.

Estos tratamientos nos generan cuestionamientos técnicos, subjetivos y éticos, ya que nuestra inclusión no sería posible si no es sosteniendo alguna complicidad dentro del medio familiar. Es ambivalente el efecto que genera en el terapeuta su dependencia con el adicto al adicto, al ser éste un personaje que detecta y cuida, y por otro lado ser el que ataca con ferocidad, intentando volver a devorar en un lógica de ambigüedad y reversibilidad parecida al tóxico que en cuanto pharmakon es remedio y veneno.

Un hecho notable y compartido con analistas que encaramos el tratamiento de pacientes con soluciones adictivas que ponen en riesgo su vida, es el momento en que registramos la compleja sensación de soledad de ser el que cuida lo vivo, siendo nuestro malestar el testimonio del sostenimiento de lo vivo de nuestros pacientes.


Bibliografía

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  2. Smadja, C.: La vie opératoire. Études psychanalytiques, Paris, PUF, 2001

Somatosis y empecinamiento químico

¿Escenario del imperio de la pulsión de muerte?
* Por Eduardo A. Grinspon y Liliana Alvarez Melero

En el año 1988 hemos descripto desde la observación clínica, la emergencia del efecto psicosomático al claudicar la estructura sostenida en el espacio intersubjetivo de una pareja con un código sadomasoquista. A posteriori, habiéndonos conectado con el concepto de perversión narcisista descripto por P.C. Racamier, e integrando la posibilidad de la elaboración de un trauma por más de un aparato psíquico, describimos en el año 1999 la articulación que se daba entre un perverso narcisista y un perverso sexual. A partir del concepto de solución masoquista y biológica, desarrollado por R. Roussillon, y el apego al negativo, planteado por D. Anzieu, hemos descripto un tipo de solución masoquista que a pesar de primar un apego al negativo del objeto, sostenía en acecho la experiencia de satisfacción aún no habida, produciendo un tipo de escisión que genera posiciones subjetivas en paralelo. (Un tipo particular de escisión, UCES, 2001)

En esta oportunidad, partiendo de la comprensión metapsicológica de la vida operatoria planteada por C. Smadja, vamos a intentar pensar la emergencia del efecto psicosomático en el momento en que se desarticula el equilibrio interpulsional e intercorporal sostenido por la articulación dada por un perverso narcisista y un paciente con un funcionamiento operatorio, encuadrado dentro de una organización psicosomática. El equilibrio al que nos referimos es un tipo diferente de solución masoquista en la que prima el clima de la calma en lugar de la experiencia de satisfacción en acecho antes mencionada.

El hecho que este número sea dedicado a cáncer nos ha motivado para intentar articular el concepto de somatosis con el de empecinamiento químico. Para intentar despejar lo enigmático de estos conceptos intentaremos dar especificidad a los diferentes elementos articulados en esta coyuntura clínica en la que predomina el efecto de la negatividad, sosteniéndose una tendencia hacia la degradación y la calma, diferente cualitativamente de la posibilidad de haber sostenido la complejización psíquica en un escenario habitado por la experiencia de satisfacción. Suponemos que el clima de la calma es el emergente al primar el imperio de la pulsión de muerte, imponiéndose las defensas interpulsionales desde esta última ante Eros, terreno en el cual se satisface la tendencia entrópica de la pulsión al ir a la descarga en un empecinamiento químico llevando, en última instancia, a la muerte de la pulsión, es decir a la muerte de lo vivo. Las defensas de la pulsión de muerte ante Eros pugnan por de-vivir lo más rápida y completamente posible la tensión vital en las fuentes pulsionales y conducir en consecuencia hacia la inercia. Su estrategia defensiva puede apuntar tanto a la descarga inmediata de cualquier tensión libidinal no desexualizada como al vaciamiento del conjunto de las tensiones erógenas (Freud, 1923; Maldavsky, 1992,1995).

Intentaremos delinear: 1) lo procesal en el monismo psique – soma; 2) apego al negativo – solución masoquista; 3) vida operatoria – depresión esencial y pensamiento operatorio; 4) puntos de fijación posibles; 5) capacidad regresiva, posibilidad de reintrincación pulsional (patomasoquismo), imposibilidad de lograr esta intrincación por la eficacia de la defensa de la pulsión de muerte hacia Eros.
Constructo clínico
A partir de ciertos rasgos fenoménicos que advertimos en un conjunto de pacientes, intentaremos delinear un constructo clínico que nos permita pensar el concepto de somatosis en pacientes en los que se hace presente repetidas situaciones de enfermedad neoplásica, ya sea por la aparición de metástasis, complicaciones en el tratamiento, o por la emergencia de otros tumores en el curso de la vida. Desarrollaremos: 1) Antecedentes generales. 2) Un tipo de secuencia que dé cuenta de la aparición, en la vida de un paciente, de este tipo de devenir orgánico y los efectos singulares en la economía psicosomática.

1) El tratamiento de nuestro paciente transcurre durante un tiempo suficientemente prolongado a través de un funcionamiento operatorio, lo llamativo desde el registro contratransferencial, es la presencia de vínculos adhesivos, tóxicos, incestuales, endogámicos, con preeminencia de una dependencia incuestionable fundamentalmente en términos afectivos y económicos (libidinales y monetarios).

Un elemento a tomar en cuenta es la presencia del sacrificio, como un componente fundamental que garantiza un rédito narcisista y un lugar incuestionable en el espacio de un otro al sostener un derecho subjetivo a la relación. Los vínculos de pareja son relatados desde una posición subjetiva a través de un discurso en el que impera la queja, el reproche, la insatisfacción y la presencia del dolor como testimonio de lo no habido.

En este escenario familiar coexiste otra relación de dependencia dada con un personaje manipulador, dueño de un saber y poder, con quien a través del tiempo y mediante una relación adhesiva, se fue dando un estado de degradación que incrementa la situación de dependencia tanto en términos subjetivos como objetivos. Este personaje manipulador opera como un expoliador de vitalidad y logros subjetivos del otro. Tanto el tipo de vínculo de pareja como esta relación con este personaje déspota[1], lo enunciamos como un tipo de solución masoquista dada por la articulación de un perverso narcisista con un paciente con un funcionamiento operatorio. Por la característica particular de este déspota, en cuanto relación expoliadora de libido del otro, lo referimos a un tipo de perversión narcisista.

A través de un tiempo prolongado de tratamiento las escenas son homólogas, una presencia iterativa de los mismos personajes, el tránsito a través del tiempo deviene en círculo con la imposibilidad de acceso a un movimiento en espiral, generándose un tipo de tensión tóxica que termina agotándose en sí misma creando lo que llamamos un clima de calma, entendida ésta como un tipo de estabilidad en el empobrecimiento de la tensión vital. Es necesario remarcar que la solución masoquista lograda en estas dos situaciones puede coincidir dentro de un mismo escenario intersubjetivo.

2) Ruptura del equilibrio y la calma
Imprevistamente algo sucede en el personaje de quien nuestro paciente depende afectiva y económicamente, lo que determina un cambio fundamental y drástico en su tipo de vida, ya sea quedar sin trabajo, quedar degradado ante su propia familia, llegándose finalmente a un empobrecimiento económico inimaginable. El supuesto continuum intersubjetivo y transfusional, que sostiene este tipo de pacientes en su vínculo de dependencia, se rompe. Lo propio cambia de signo, lo familiar se hizo extraño, entramos en el clima de lo impensable, lo inimaginable que no se puede creer. Se inicia a partir de ese momento un proceso de desvitalización, instalándose un enojo tóxico, aparece un silencio pertinaz y la actividad mundana entra a operar en automatismo dentro de una intensa retracción. Si podemos imaginar que en este tipo de pacientes la adhesividad y actividad operaban como un proceso autocalmante, en estos momentos desde lo contratransferencial se percibe un incremento de la adhesividad acompañado por un tipo de actividad automática y desubjetivante (no acorde a fines, sin rédito subjetivo). Si bien el procedimiento autocalmante persigue el propósito original de imponer a la sexualidad un enlace con la autoconservación y el principio de constancia, casos como el que describimos ponen de manifiesto  el fracaso posible en sus objetivos promoviéndose entonces un giro, en vez de neutralizar la pulsión de muerte, cambian de signo y se vuelven agentes del principio de inercia al intentar conducir al vaciamiento total de la energía circulante (D. Maldavsky).

Sin pensar en una idea de causalidad, pero sí teniendo que ser pensado desde el efecto a posteriori dentro de la economía psicosomática, se presenta un tumor neoplásico. En este período, articulando los recursos aportados por lo médico más los recursos familiares, se transita el acto quirúrgico de un modo exitoso y satisfactorio. Se recupera una capacidad fantasmática y aparecen elementos metafóricos, sobre todo en la posibilidad de imaginar al tumor como aquello en lo que se transformó lo propio y en un tipo de defensa posible. Es notable la mejoría subjetiva y el cambio de las alianzas familiares e intersubjetivas, excepto en el núcleo privado, dado con el perverso narcisista, en el que se sostiene una estasis témporo – espacial. Luego de un tiempo, reaparece el mutismo, la retracción, dentro de un enojo del medio familiar por lo inexplicable de esta actitud y por lo imposible, incluso desde la vivencia del terapeuta, de poder movilizar esta situación. Así como en ciertos pacientes aparece esta retracción muda y tensa, hemos notado en un grupo de pacientes un tipo de enojo violento, con un discurso empecinado y concéntrico respecto de un supuesto enemigo, de quien hay que liberarse “porque no quiero tener otro cáncer”. Esta actitud subjetiva promueve situaciones violentas, bruscas, de cortes intersubjetivos hasta ese momento inimaginables, por ejemplo, pelear para siempre con la mejor amiga por un hecho banal[2].

Luego de un cierto tiempo, se hace presente otro tumor (metastásico o no) y se reedita el mismo proceso hasta ahora descripto. Hemos notado la relación particular en términos de réditos narcisistas que puede tener tanto la quimioterapia como el período de radioterapia,  como si por la vía trans-fusional se pudiera recuperar o instalar un tipo de alianza erótica revivificante recuperándose algún tipo de continuum. Al finalizar estos períodos de tratamiento, a pesar de haberse dado una recuperación subjetiva temporaria, reaparecen  situaciones tumorales, pudiendo llevar de diferentes modos y evoluciones hacia la muerte.

Intentamos brevemente delinear un constructo clínico limitado en la cantidad de variables posibles e incluso teniendo que ser pensado tanto desde la comprensión biológica[3] así como desde el efecto en la economía psicosomática de un sujeto vivo. Es a este último aspecto al que nos dedicaremos en este trabajo.

El concepto de empecinamiento químico surge de la vivencia contratransferencial ante un estado de empecinamiento, una insistencia concéntrica de un más de lo mismo. En pacientes con un funcionamiento operatorio muchas de las inferencias teórico – clínicas surgen del registro empático de estados afectivos, tóxicos y corporales, captados, imaginados y pensados, desde las sensaciones del propio terapeuta. Queremos dejar planteada la diferencia, ante situaciones homólogas a la descripta, en las que un cuadro somático, por ejemplo un cáncer, que si bien comprometió seriamente la vida, implicó en cuanto situación subjetiva somato – psíquica, un referente témporo – espacial que pudo movilizar una situación mantenida en estasis hasta ese momento.

 

1) Lo procesal monismo psique « soma

La noción  de economía psicosomática y los medios variables para asegurar su regulación en los diferentes momentos de la vida, constituye un modelo teórico – clínico que posibilita pensar los movimientos progredientes y regredientes dentro del monismo psique « soma. César y Sara Botella integran a éste último dentro de “lo procesal”, entendiendo al proceso como posibilidad transformacional de la pulsión que articula permanentemente la capacidad progrediente hacia la psico-lógica conducente hacia la representación, y la capacidad regrediente hacia lo perceptivo alucinatorio, fondo alucinatorio del psiquismo que subyace a toda representación. Pensamos que la posibilidad de acceso a lo alucinatorio es la interfase entre la última posibilidad de recurso psíquico o de mentalización previo a precipitarse a un “más allá”, hacia el soma como espacio para lograr una solución bio-lógica. El movimiento pulsional tanto progrediente como regrediente muestra la no reversibilidad de la dirección pulsional que siempre es en el sentido “por venir”.

Al entender la economía psicosomática dentro de este monismo cae la posibilidad de sostener el clivaje psique–soma, para pensar que la línea de clivaje se transfiere al interior del dualismo pulsional. El efecto psico « somático es producto de la construcción o deconstrucción del juego pulsional, posibilidad singular de mantener un nivel adecuado del masoquismo erógeno guardián de la vida como nivel de resistencia primaria (Daniel Rosé). El valor de esto depende de su enlace con la pulsión de autoconservación, es decir como sostenedora del principio de constancia, del mantenimiento de una tensión vital opuesta a la descarga absoluta del sistema. Si se da una falla en este tipo de masoquismo y no se puede apelar a un movimiento regresivo hacia un punto de fijación adecuado, se sostiene un empecinamiento químico dentro de un automatismo aferrado a lo idéntico, en cuanto identidad de percepción, pudiéndose dar finalmente un triunfo de la función desobjetalizante llegando a la descarga y la muerte de la pulsión. Pudiendo ser este desenlace la consecuencia del triunfo de la defensa interpulsional desde la pulsión de muerte hacia Eros. (Freud, 1924)

 

  • Apego al negativo – Solución masoquista 

Intentaremos articular dos conceptos: A) apego al negativo del objeto, B) solución masoquista (René Roussillon).

  1. Anzieu enuncia el apego al negativo como aquello que combina una experiencia negativa del apego y una fijación a objetos de amor que responden negativamente a las demandas de ternura que les son dirigidas. Esto explicaría “por qué se puede continuar en la vida amando a personas que les hacen mal”. (Didier Anzieu)

André Green plantea a partir del complejo de la madre muerta, que la falta de respuesta de la madre en los momentos primarios conduce a un estado en el cual “lo negativo es real. La marca de estas experiencias sería tal que se extendería a toda la estructura y devendría independiente de las apariciones y desapariciones futuras del objeto; lo que significa que la presencia del objeto no modificaría el modelo negativo, devenido la característica de las experiencias vividas por el sujeto. Lo negativo se impone como una relación objetal organizada, independiente de la presencia o ausencia del objeto. Esta solución negativista hace salir tanto al objeto de su ausencia como al yo de su nadificación. Sustituye al fracaso de la satisfacción alucinatoria del deseo, que hubiera tenido que ser encuadrante del objeto, por una persistencia dolorosa (previo a la vivencia de dolor), dando lugar en su presentificación a un más allá de toda cualidad masoquista”. Es decir, el apego al negativo describe la posibilidad de haber logrado una situación de apego en un clima donde lo negativo es real.

De todos los fenómenos clínicos que intentamos pensar, lo enigmático tiene que ver con el imperio de la negatividad y de la calma, entendida como testimonio del “imperio de la pulsión de muerte”. Anzieu describe que en este caso el psiquismo opera por negación, anulación, denegación, desconocimiento, lo que podemos homologar como una primacía de la abolición o desestimación (D. Maldavsky).

Si en un ser vivo se da un momento inaugural de no investimiento, esa situación tiene dos posibilidades: 1) no resiste, y muere ya que la pulsión fue a la descarga en un circuito corto implicando la muerte de la pulsión; 2) pudo resistir logrando un tipo de intrincación pulsional. El modo singular que cada uno resistió queda plasmado en un núcleo masóquico primario (B. Rosemberg), en el cual también quedan marcas presubjetivas y atópicas de lo que podemos enunciar como un dolor sin conciencia, previo a la vivencia de dolor y dentro de un más acá del masoquismo (marca de agonía).

Los rasgos caracteropáticos de estos pacientes los pensamos como lo más propio en su patrimonio subjetivo ya que es el modo como cada uno ha podido sobrevivir al estado de desinvestimiento (neurosis de comportamiento, Pierre Marty)[4].

 

  1. B) Roussillon enuncia al aparato psíquico como un aparato de procesamiento y de creación, de categorización, de combinación, de memorización, de ligadura y de representación simbólica. Por este camino se logra un proceso transformador y creativo de lo dado arcaicamente, informaciones y energías venidas tanto de lo externo como de lo interno, de lo actual como del pasado (Bion). Esto nos posibilita pensar a la solución masoquista como un modo de sobrevivir, en apariencia bajo la primacía del principio de placer – displacer, cuando en realidad se está funcionando en un más allá del principio de placer. Es decir, bajo la primacía de la compulsión a la repetición o automatismo de repetición, “único modo de funcionamiento ante el retorno de lo aún no subjetivado”.

A las soluciones tanto masoquista como biológica las enuncia como “autocuras”, es decir soluciones que no proceden de inicio de una forma de interiorización simbolizante de la experiencia subjetiva sino que muestran al sujeto intentando tratar aquello a lo que ha sido confrontado, sin poder pasar por el trabajo de la simbolización y de los duelos que esto engendra necesariamente. No son modalidades propiamente autoeróticas (ya que no hubo un acceso a la posibilidad alucinatoria) sino que pertenecen más a formas de autosensualidad (Tustin) o procesos autocalmantes (G. Szwek).

Suponemos en estos pacientes una experiencia traumática primaria cuya huella mnémica presubjetiva, preontológica y atópica[5], queda conservada en sectores clivados de su subjetividad. Estas huellas sometidas a la compulsión de repetición, van a ser regularmente reactivadas al ser alucinatoriamente reinvestidas. Su reinvestimiento alucinatorio amenaza a la subjetividad y al yo a un retorno de la experiencia traumática. Lo clivado tiende a retornar, pero al no ser esto último de naturaleza representativa, se produciría en acto, lo que reproduciría el estado traumático en sí mismo. Por lo tanto, el clivaje solo no alcanza, va a ser necesario organizar defensas contra el retorno del estado traumático anterior. Estas defensas complementarias puestas en juego por el aparato psíquico, intentando ligar y coagular de manera estable la posibilidad del retorno de lo clivado, es la característica de cuadros clínicos donde se imponen defensas narcisistas, siendo la solución masoquista una de las opciones. En las coyunturas clínicas que estamos pensando, la solución masoquista da cuenta de un tipo de vida operatoria que articula una depresión esencial instalada muy prematuramente, a partir de un estado de inorganización y un  tipo de contrainvestidura particular, dado por el pensamiento operatorio y los procesos autocalmantes.

Debemos diferenciar dentro de esta solución masoquista dos posibilidades: 1) la que sostiene de un modo desesperado la posición de sujeto en un escenario donde impera la queja y el reproche dirigido hacia un otro articulado y no articulable que opera como deudor. Aquí la relación imaginaria está centrada en poder quedar “ligado desde mi sufrimiento y siendo mi dolor el testimonio de tu ausencia”. La solución masoquista tiene jerarquizada y estabilizada la desinvestidura y la posibilidad atemporal de sostener la queja mediante la cual sería posible sostener la transformación de carencia en falta.

El contrato narcisista que subyace a la solución masoquista representa para el sujeto vivo “el precio a pagar para asegurarse el investimiento de objeto y estar así protegido del

Retorno del traumatismo primario”. Es esto último suponemos una fijación patógena introductora del caos, que no permite disponer de los recursos plásticos y dinámicos necesarios para procesar la incitación aportada por la economía pulsional y la realidad mundana. Es así que la viscosidad libidinal no encuentra  término anímico al cual enlazarse y puede quedar expuesta a una forma de apego a un objeto externo tal como un  personaje psicótico o  perverso (D. Maldavsky).

“La solución masoquista no se sostiene pues si no es por medio de una relación de complicidad con objetos que necesitan mantener la expoliación perversa de la subjetividad”. Este último comentario de R. Roussillon nos relaciona directamente a la segunda opción de la solución masoquista.

2) Esta opción que sostiene el lugar de objeto, es lo específico de este tipo de solución en la relación de una organización psicosomática con un perverso narcisista. Racamier plantea,  hablando de la perversión narcisista, que es aquella en la que el objeto es tratado como un utensillo y es por esta razón que lo más logrado de esta perversión (perversidad) se da fundamentalmente en la acción y no en la fantasía. Siempre la manipulación perverso narcisista es a expensas de un otro, en detrimento de personas reales.

En el equilibrio intersubjetivo e interpulsional que se instala en este tipo de alianza, el perverso narcisista obtiene, en la expoliación perversa de la vitalidad de un otro, la libido necesaria para mantener obturada la brecha de una herida narcisista transgeneracional.

En este tipo de alianza intersubjetiva asentada en un clima donde imperó la calma y por no quedar sostenida en acecho la experiencia de satisfacción aún no habida, se da la necesariedad de sostener un investimiento de objeto mediante un continuum pulsional dado por el equilibrio interpulsional  e intercorporal. El sujeto sostiene la posibilidad de ser alguna vez objeto del deseo de un otro saliendo de este modo de la identificación con un objeto alucinado negativamente y sostenido en un cuerpo real. Ante el fracaso de la solución masoquista y al no poder apelar a lo propio del recurso alucinatorio, queda como última posibilidad acceder a la solución bio- lógica (Roussillon), la cual tiene limitada su eficacia por estar en un espacio donde impera la negatividad, quedando quizás la muerte como último recurso, equivalente pervertido del nacimiento subjetivo nunca habido.

 

3) Funcionamiento operatorio

Si “vida operatoria” es referida habitualmente a la depresión esencial y al pensamiento operatorio, creemos pertinente intentar especificar qué matices de estos últimos priman en la coyuntura clínica cuyo desenlace puede ser la somatosis dentro del empecinamiento químico.

Tanto el pensamiento  operatorio  como las conductas autocalmantes son defensas ante el registro doloroso de una falla que afecta al narcisismo. Desde esta óptica, C. Smadja enuncia a la vida operatoria como una enfermedad del narcisismo, segunda tópica, con preeminencia de un narcisismo negativo y dándose una tendencia a la desintrincación pulsional y a la desobjetalización.

Es importante hacer una diferencia entre la enfermedad operatoria que estamos enunciando (desintrincación psicosomática), y los estados operatorios habituales en cualquier momento de la vida (regresión somática). En la enfermedad operatoria, el narcisismo queda afectado al ser el yo en cuanto objeto de investimiento del ello, el que queda sometido a un proceso de desobjetalización.  En los estados operatorios, son los objetos del yo los que son afectados por los procesos  de desinvestimiento.

En la enfermedad operatoria “el objeto no entra en cuenta”[6],  la depresión esencial es el testimonio clínico del tipo de problemática narcisista operante. Se produce un desinvestimiento del yo, en cuanto objeto psíquico, y la degradación consecuente de las posibilidades libidinales masoquistas al operar la fuerza desobjetalizante de la pulsión de muerte. El pensamiento operatorio, los comportamientos autocalmantes, la conformidad a los ideales colectivos y a la realidad del “socius”, forman un conjunto plasmado en el aferramiento al perverso narcisista y evidencia un modo de supervivencia. Al darse un apego al negativo del objeto a partir de un estado de inorganización, el pensamiento operatorio es un tipo de contrainvestidura posible frente a esta depresión esencial. Ambos configuran una vida operatoria desarrollada prematuramente, y sostenida hasta la vida adulta. Esto explica lo que habitualmente describimos como rasgos caracteropáticos en los pacientes que describimos. En este clima de negatividad el funcionamiento operatorio garantiza la adhesividad de un modo concéntrico al núcleo de creencia[7] sostenido por el perverso narcisista (C. Smadja) .

La estructura de la solución masoquista que estamos enunciando, opera como una mezcla de depresión anaclítica (Spitz), por el efecto devastador de la ausencia del objeto objetivo en el momento de estructuración de la corriente de apego  y de caparazón autista (Tustin), en cuanto modalidad defensiva prematura del yo. La cápsula autista es una organización defensiva del funcionamiento psíquico destinado a proteger del retorno de experiencias catastróficas, que hemos enunciado como marca de agonía.  Existe una homología entre el sobreinvestimiento de sensaciones descripto por Tustin y el sobreinvestimiento perceptivo. Este último, consecuencia del sobreinvestimiento del juicio de existencia a costa del juicio de atribución, implica un aferramiento a lo percibido como un real indemne a toda proyección asistiéndose al límite de la negación de la realidad psíquica. Este signo constante en el funcionamiento operatorio es dado por una falla en el acceso  a la realización alucinatoria del deseo, y por estar alterada la posibilidad de representación del objeto.

El sobreinvestimiento perceptivo deviene contrainvestidura antitraumática, ya que contribuye a paliar la ausencia traumática de la representación del objeto. La realidad operatoria, monótona e indiferenciada, permite instalar un continuum objetal que sustituye la discontinuidad de los objetos individuales. Lo traumático no es tanto por la pérdida del objeto sino por la pérdida de la representación del objeto, siendo el estado  de no representación lo que acerca a la angustia (C. y S. Botella).

Es útil recordar el modo en que C. Smadja resume al pensamiento operatorio descripto:  “respecto a la conciencia como un pensamiento fáctico, respecto a la acción como un pensamiento motriz, respecto al inconsciente como un pensamiento asimbólico, respecto al tiempo como un pensamiento actual, respecto a los afectos como un pensamiento blanco, respecto al socius como un pensamiento conformista. El deseo se declina hacia lo negativo, el sujeto está desubjetivado, sometido al orden de la psicología colectiva y la débil frontera de su psiquismo son subvertidos hacia el rédito de dos espacialidades supuestamente extrañas: la realidad exterior y el soma.  La realidad operatoria en su adhesividad a la psicología colectiva da la matriz para la adhesividad de nuestros pacientes a la creencia del perverso narcisista. El estado operatorio no resulta simplemente de un proceso regresivo, es el resultado de una distorsión profunda y la ausencia de expresión afectiva es ausencia de libido, “no se expresa porque no hay” al estar en una confluencia de negatividad libidinal”.

 

Diferencias en los puntos de fijación posibles.

El punto de fijación posible en el movimiento regresivo refiere al modo singular en que se estructuró en cada ser vivo el núcleo masóquico primario (supra pág.5). Es cualitativamente diferente si hubo un acceso a la línea alucinatoria mediante la cual se pudo constituir una estructura narcisista suficientemente lograda, permitiendo: 1) Lograr adecuadamente el destino del doble retorno y la posibilidad del acceso al goce en la pasividad. 2) El acceso a la realización alucinatoria del deseo y la posibilidad de apropiarse de los autoerotismos accediendo a la capacidad fantasmática. 3) El poder alucinar negativamente al objeto en cuanto anticipación y búsqueda como actividad objetalizante, conducente a una experiencia de satisfacción dentro de la égida del principio de placer.

En los pacientes que estamos describiendo al imperar la línea traumática, el desarrollo pulsional conduce a una estructura distorsionada, pervertida (pere – version). El narcisismo primario lleva la marca de la falla de la función maternante como medio de lograr un apego suficientemente bueno. Al darse el apego al negativo resultaría, al decir de Anzieu, “una alianza de la pulsión de apego a la pulsión de muerte más que a la autoconservación”. En las pulsiones de autoconservación se conservan las huellas de aquellos traumas que generaron quiebres en la ensambladura de la pulsión de sanar, difíciles de superar. En este terreno como en otros concernientes al cuerpo, núcleo de la vida pulsional y subjetiva, es necesario prestar atención a procesos que atraviesan las fronteras singulares conduciendo a alojar en la propia intimidad un sector extraño, ajeno, a menudo hostil al resto. (D. Maldavsky)

Es el tipo de desinvestimiento materno (desobjetalizante o anobjetalizante) lo que conduce a los distintos modos de apego al negativo. Ante esta situación, se produce en el recién nacido la posibilidad de una repetición autocalmante que opera como defensa contra los efectos de la propia pulsión de muerte no ligada, dejando una marca en el tipo de masoquismo erógeno. En el momento traumático de la ruptura del equilibrio interpulsional e intercorporal se inicia un momento de desorganización y descomplejización, desmantelando los recursos psíquicos pudiendo llegar hasta lo somático. Al ponerse en marcha el mecanismo regresión – fijación se buscaría el acceso a un punto de fijación que pueda poner un límite al proceso de desorganización. Si esto último es posible, se daría un fenómeno paradojal dado por la emergencia de un momento de recuperación subjetiva coincidente con la aparición de una enfermedad somática (paradoja psicosomática, C.Smadja). Para evitar caer en generalizaciones e ir acercándonos a lo específico de la situación que intentamos delinear, vamos a esbozar distintos tipos de regresión a distintos puntos de fijación posibles.

Desde la clínica  podemos enunciar tres observables:

1) En el curso de la vida se dan cuadros somáticos, benignos, temporarios, reversibles que pueden dejar marca o no, pero que no han comprometido la vida. Lo descripto, que implica una regresión somática, podría corresponder a los estados operatorios de la vida cotidiana primando el mecanismo de desinvestimiento y comprometiendo la libido objetal.

2) En determinadas situaciones ante un hecho traumático, luego de un período de vida operatoria, aparece un cuadro orgánico grave que compromete la vida pero que permite una recuperación subjetiva. En este caso nos encontramos ante una desintrincación psicosomática, el mecanismo operante es un mecanismo de desobjetalización, que afecta al yo como objeto pero se dio la posibilidad que desde un punto de fijación eficaz se haya puesto un límite a la desorganización, pudiendo obtener una recuperación narcisista y un buen efecto de intrincación pulsional.

3) Cuando se presenta la evolución descripta en el inicio de nuestro trabajo, nos encontramos ante una somatosis sin acceso a una capacidad regresiva ni a un punto de fijación eficaz para la reintrincación pulsional. En esta situación, el estado de desorganización se articuló con un estado de inorganización primaria, y si bien en un primer momento se cumple un “como si” de la paradoja psicosomática, al poco tiempo se retorna al estado de calma. Suponemos que esto último implica la necesidad de definir un tipo de punto de fijación en el que imperan las defensas interpulsionales (Freud, 1924), desde la pulsión de muerte hacia Eros.

De parte de la pulsión de muerte, estas defensas se evidencian por una tendencia al vaciamiento general de la energía de Eros, para conducir a un estancamiento de la sexualidad y de la autoconservación, alterándose el criterio dominante en esta última, lo que es determinante en las evoluciones que estamos pensando ya que al estar comprometida la autoconservación, la pulsión de sanar o curación sufre las consecuencias (Freud, 1933). Esta pulsión que aspira a restablecer una armonía vital perturbada (necesaria en el momento del mecanismo de regresión/fijación) resulta de la combinación entre autoconservación y narcisismo,  este último apoyado en anaclisis en la primera. La estasis en la autoconservación conduce a una alteración de lo antes planteado por lo cual queda entronizada una necesidad de estar enfermo (Freud 1940). Este cambio en las aspiraciones vitales conduce a una potenciación de situaciones tóxicas que se  tornan duraderas y en lugar de darse la lucha por sostener una constancia de la tensión vital (D. Maldavsky), se da un modo de restablecer la calma.

Paul Denise divide las fijaciones en dinámicas y depresivas (referidas a la depresión esencial). Las fijaciones dinámicas son puntos de refugio posibles, en cuanto lugar psíquico de reaprovisionamiento libidinal. Los fenómenos de repetición posibles en función de estas fijaciones, son repeticiones analógicas donde al sostenerse lo mismo, se mantiene algo de lo nuevo opuesto a lo idéntico. Junto a Eduardo Pérez Peña planteamos a la repetición como petición de la diferencia, ya que es en lo igual que se sostiene la diferencia (al ser A igual a B sólo puede ser idéntico a A). Las fijaciones llamadas depresivas, entendidas por nosotros como una fijación al negativo en el imperio de la negatividad, “no son un lugar de aprovisionamiento sino de residencia, no subyace la repetición analógica sino que es una tensión que va a una repetición hacia lo idéntico, lo nuevo queda excluido y banalizado”.

René Roussillon, plantea que la muerte o la vida no sería un objetivo propio en la intencionalidad pulsional sino algo relativo a ciertos registros. “Cuando la pulsión tiende a producir lo idéntico, al tender a la identidad de percepción y a la alucinación perceptiva, la pulsión es de muerte”(subyace la idea de muerte de la pulsión).

El punto de fijación dinámica, es un lugar de intrincación pulsional e implica un núcleo masóquico, portador de satisfacción y con posibilidades de funcionamiento autoerótico del psiquismo. Testimonio de haber habido una relación objetal alguna vez suficientemente presente y adecuada a fines (Winnicott) produciendo un objeto interno eficaz.

Si seguimos rastreando el modo en que distintos autores se han conectado con este lugar tan enigmático del imperio de la pulsión de muerte y la posibilidad de una fijación al negativo del objeto, Gerard Szwek considera que existe desde el origen una doble potencialidad en cada función orgánica primitiva, una conduciría a la subversión erótica y a la constitución de una zona erógena; la otra conduciría a la prevalencia de una actividad regida por la pulsión de muerte en una subversión autocalmante de una función al no haber suficiente intrincación pulsional. La subversión autocalmante es fruto de una distorsión particular de una función del mosaico primario y testimonio de un esbozo de diferenciación prematura del yo alrededor de huellas sensoriales de experiencias traumáticas precoces, impresas en el yo – ello aún indiferenciado. En este caso lo autocalmante es una repetición mecánica que va camino a la autoconsunción, al autoagotamiento, siendo esta descripción similar al clima que intentamos describir. La subversión calmante se pudo haber dado frente a un estado de desobjetalización o de anobjetalización, ya sea una marca de desinvestimiento posterior a una objetalización eficaz o directamente haber tenido que sobrevivir a situaciones de anobjetalización, quedando un defecto de ligadura impreso en el núcleo masóquico primario.

El momento de recuperación subjetiva coincidente con la aparición de una enfermedad somática implica el hecho de que una enfermedad pueda servir para la conservación del individuo y su reconstrucción subjetiva al darse una reorganización regresiva. Es regresiva por haber podido apelar a la capacidad regresiva y reorganizativa por haber logrado un límite al proceso desorganizativo.

Las características de este límite dependen del tipo de punto de fijación desde donde se pueda acceder a las posibilidades de intrincación.

Cuando el movimiento regresivo no puede apelar al recurso alucinatorio, el proceso regrediente sigue hacia un “más allá”, hasta alcanzar un punto de fijación intrasomática desde donde se pueda dar la posibilidad de recuperación narcisista, siempre que este último opere como punto de fijación dinámica.

La fijación intrasomática articula la espacialidad corporal y el sadomasoquismo intracorporal (Freud, 1924), constituye una solución biológica que logra la intrincación pulsional, conformando una interfase transicional somato – psíquica al promover desde lo orgánico lo conservador de la pulsión. En esos casos, la solución biológica operó como contrainvestidura posible al fallar el equilibrio sostenido por el pensamiento operatorio como contrainvestidura. Es el modo posible para un sujeto vivo dentro de la economía psicosomática y lo procesal, de recuperar la agresividad necesaria con su tendencia objetalizante.

En cambio, si el punto de fijación corresponde al apego al negativo, en el momento de la regresión – fijación, en lugar de lograrse una reorganización regresiva sostenedora de la tendencia complejizante que garantiza el proceso vital (principio de constancia), nos encontramos ante un tipo de límite que sostendría la tendencia a la calma (principio de inercia). A esta última la  podemos enunciar como una progresiva degradación o descomplejización mediante la cual silenciosamente una o más funciones somáticas se van desorganizando o desregulando perdiéndose la unidad y la funcionalidad somatopsíquica. Frente a una somatosis “el proceso de desintegración de la ensambladura de las pulsiones de vida (por pérdida de la alianza con la autoconservación) parece no tener término y conduce en cambio a un desmoronamiento progresivo que pasa por aceleraciones bruscas e impredecibles, imposibles de contener.” (D. Maldavsky)

En situaciones de enfermedad neoplásica que implican la muerte de un órgano o parte de él para seguir viviendo, dentro de la economía psicosomática se apeló a un objeto intracorpóreo, matando una parte para salvar al todo. Es diferente lo que sucede en las regresiones somáticas ya que al ser de evolución más benigna se apela a una función somática más que a un órgano objeto.

El bucle procesal es exitoso en la medida en que la pulsión llamada de muerte fue canalizada en parte hacia procesos autocalmantes y en parte como petición de intrincación libidinal adecuada. Si bien este tipo de descripción sostiene diferencias, queremos dejar establecido la permanente posibilidad procesal de ir a una u otra alternativa.

Intentando dar especificidad a lo que estamos planteando, podríamos decir que ante la desorganización se produce un alerta dada por una huella química del empobrecimiento tóxico de libido narcisista en cuanto pérdida de energía de reserva. Al darse el predominio de las defensas de la pulsión llamada de muerte, se da un trabajo activo de quiebre de las aspiraciones inherentes a Eros. La erogeinidad se pone del lado de la pulsión muerte contra la autoconservación. Ocurre una implosión en los fundamentos de la economía de Eros que genera un drenaje de la energía de reserva disponible que pierde así su meta y objeto. Ante esta alerta se produce en un primer momento un incremento de la adhesividad y actividad como proceso autocalmante, intentando expulsar la pulsión de muerte, dándose al mismo tiempo una mayor degradación. Esto crea un mayor empobrecimiento narcisista hasta que la pulsión de muerte “ocupa el lugar ausente del yo” recuperando el rol de la destructividad originaria. El desarrollo de una destructividad funcional inicial, inherente a los procesos metabólicos (nutrición, respiración, regulaciones químicas e inmunitarias) en el interior del organismo, parece ser un modo inicial en que la pulsión de autoconservación se vuelve eficaz con la libido en anaclisis (D. Maldavsky).

La somatización opera como punto de partida de un proceso en el cual la función médica, operando como “socius”, asume desde lo colectivo la función maternal supletoria. Consideramos esto último como aportes de libido narcisista fundamentales, que vienen a reforzar la capacidad deficitaria de ligadura para recuperar un nivel de masoquismo erógeno.

Si lo que opera como límite posible es un punto de fijación al negativo del objeto, en un primer momento se da una recuperación subjetiva y narcisista homóloga a la descripta pero a posteriori se reedita el clima de la calma y el retorno a lo idéntico en un empecinamiento químico (somatosis).

El objeto potencialmente contenido en el concepto de pulsión es el agente intrincador por el cual el yo se defiende de las fuerzas de desintrincación  y desobjetalización. El movimiento de desorganización progresivamente va arrasando al objeto, continuando luego con el yo como objeto y reservorio de libido con la consecuente pérdida de posibilidades masoquistas de reintrincación.

Ante la falla de la actividad alucinatoria como interfase posible al operar la vía traumática a expensas de la capacidad alucinatoria, se llega al sadomasoquismo intracorporal como última opción de recuperación. Es en esta instancia que es determinante el modo como se pueda resolver el conflicto dado por las defensas interpulsionales.

Todo factor perturbador de la ensambladura entre los componentes de Eros deja a la economía de las pulsiones de vida expuesta a la defensa de la pulsión de muerte.

Ante la ruptura de vínculos sostenidos desde la solución masoquista, si  la regresión fracasa en su función de ser un recurso para la contrainvestidura defensiva, puede culminar en una aceleración del proceso disgregante de la economía de Eros. Un fenómeno antilibidinal y antipulsional fija a la psiqué en modos de funcionamiento arcaicos y mortíferos, al ir al punto de fijación al negativo del objeto. Los movimientos desorganizadores se articulan con un momento de inorganización primitiva donde la inaptitud de utilizar las huellas de experiencias anteriores parece constituir un tipo de roca biológica a la que denominamos un factor anti regresivo (A. Fine), que llevaría a la muerte de la pulsión en un empecinamiento químico.

 

5) Capacidad regresiva

Alain Fine plantea a la regresión como una posibilidad de recuperar la anaclisis dentro de la espacialidad somática, un modo de re- anaclisis.

La regresión es consecuencia y no causa de la desintrincación; el retorno regrediente intenta retornar a un punto de fijación posible y no hacia Tánatos. Por lo tanto, podemos enunciar dos posibilidades: 1) Que haya una inaptitud para la regresión, lo que daría un frenesí hacia un más de lo mismo, un acelere concéntrico hacia la muerte; 2) Que haya una aptitud para la regresión, una posibilidad de articular lo progrediente y lo regrediente, lo más antiguo y lo más reciente, lo más arcaico y lo más evolucionado, lo más organizado y lo más desorganizado dentro de lo procesal. Esto da un espesor regresivo que potencializa los elementos eróticos y la lucha contra los movimientos donde se da la preeminencia de la pulsión de muerte. El espesor regresivo y el tipo de punto de fijación determinan las posibilidades de evolución de cada sistema.

Un trauma contingente es un hecho generador de una fuerte tensión endógena del aparato psíquico, que desestabilizaría su equilibrio inestable. El organismo vivo es un sistema abierto,  siendo la vida el mantenimiento  de una diferencia con un equilibrio, hay una necesariedad del desequilibrio para buscar un nuevo equilibrio. Este sistema en red (equivalente a la red inmunitaria), es un modo de pensar los movimientos progredientes y regredientes. El estado estable de un sistema abierto no es un equilibrio, sino un cuasi equilibrio, es un equilibrio dinámico. La vida, tanto psíquica como somática, se asimila a mantener los desequilibrios sin cesar, adaptados a situaciones internas y externas accediendo paulatinamente a un grado más elevado de libertad. En estos desequilibrios permanentes, la desorganización en su funcionalidad es un ritmo de estabilidad que permite una reorganización a otro nivel, y esto implica una auto-organización (A. Fine – I. Prigogine).

Ante la desintrincación pulsional se produce un estado de implosión que iniciaría el mecanismo regrediente. La regresión puede estar al servicio de una desorganización reguladora y limitante que posibilita la reintrincación de la carga implosiva, o al servicio de una desorganización progresiva y larvada que conduce a una somatosis. En el primer caso de la desorganización transitoria y reguladora se recupera la agresividad objetalizante desde lo erótico, en una recuperación del desequilibrio hacia una complejización creciente.

Es vital poder aceptar frente a la situación traumática la pasividad (M. Fain) capaz de amortiguar y utilizar las huellas de experiencias anteriores. El núcleo masóquico primario funciona como un atractor al operar la pulsión de sanar en su función de ir hacia un estado de armonía anterior. La memoria en estos casos no es lo traumático sino aquella huella mnémica (presubjetiva, atópica y preontológica) que opera como patrimonio singular al cual poder recurrir ante situaciones límites del desequilibrio psicosomático. El repudio de esta posibilidad es “un tipo de roca biológica que ya la enunciamos como factor antiregresivo”.

Lo expuesto en este trabajo articula el modo de pensar, desde la subjetividad clínica, de un grupo de psicoanalistas a partir del concepto de dualidad pulsional y la eficacia de la pulsión llamada de muerte enunciada por Freud. Este desarrollo nos permitió acercarnos al borde de un escollo clínico que para nosotros resulta el efecto sobre un ser vivo de lo que enunciamos como somatosis o empecinamiento químico. Intentamos con esto dejar abierto un espacio de interrogantes y seguir pensando este fenómeno. Creemos fundamental articular el modo en que David Maldavsky retoma y despliega, a partir del concepto de pulsión de sanar (Freud, 1933), el interrogante que deja planteado Freud al final de El yo y el ello, respecto al efecto producido por las defensas interpulsionales. Desde la óptica freudiana, podemos decir que es un triunfo de la eficacia de la defensa de la pulsión de muerte ante Eros, lo que genera el clima de la negatividad, de la calma, en relación directa con la subversión autocalmante acaecida en un momento precoz de la existencia del individuo.


BIBLIOGRAFÍA

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  • Szwec, G.: Les galériens volontaires, Paris, PUF, 1998.

NOTAS:

[1] D. Maldavsky
[2] Cuando la marca del desinvestimiento deja un núcleo tóxico por estasis de la necesidad, plasmado en lo “intrusivo”.
[3] Por ejemplo: Investigaciones hechas sobre tumores malignos primarios múltiples, tumores sincrónicos, metacrónicos. Función del p53 en la posibilidad de supresión tumoral; relación del p53 con la apoptosis, proceso de muerte celular programada y efecto de la disfunción del gen p53 y su correspondiente proteína en este proceso. Jorunal of Neurooncology, 2001, Klumer Academic Publishers, Malkin David, The role of PS3 in human cancer, etc.
[4] Tanto el desinvestimiento como el sobreinvestimiento del recién nacido, lo entendemos como resultado de la complicidad fantasmática de la pareja parental respecto al modo en que se articula la función amante y genitora dentro de la función paterna.
[5] UCES, “Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo”, 2001.
[6] Sin miramiento por el objeto. Freud, 1917.
[7] Concepto desarrollado en “Por amor, creencia fetiche para un tipo de complicidad perversa”, Actualidad Psicológica, 1999.

Catástrofe Generacional

Intentando pensar y dar matices al concepto de catástrofe generacional.
*Por Eduardo A. Grinspon

 

1) La catástrofe generacional es un concepto que habita en el pensamiento del analista y va adquiriendo figurabilidad a partir de la generatividad asociativa intra e interpsiquica[1] lograda dentro de la subjetividad transferencial,   dada a partir de la inclusión intra-estructural de la subjetividad de analista dentro del proceso terapéutico vivido con una familia o con una pareja.

2) Es necesario diferenciar las catástrofes generacionales extra familiares como la guerra, el genocidio, catástrofes climáticas etc, de las intrafamiliares, incesto, abusos narcisistas y sexuales, transgresiones graves etc, generadoras del clima de secreto familiar dado por lo secretado, un producto toxico  de las alianzas defensivas ofensivas patógenas[2].

Sobrevivir dentro de esta clima de catástrofe generacional, determina que la estructuración del narcisismo se haya dado a partir de estrategias de sobrevida psíquica frente al sufrimiento narcisista identitario[3], soluciones narcisistas[4] que implicaron a su vez un modo singular de nacimiento del objeto, del yo y de la estructuración  del narcisismo.

Pensamos que los orígenes o causas de lo que enunciamos como   catástrofe  generacional, refiere a un hecho que operó como intrusión traumática inelaborable, o a sus efectos dados respecto a los orígenes del objeto, del yo y al concepto de realidad imperante dado por el pacto denegativo patógeno en su estado exitoso[5]

En una familia, si partimos de su constitución y las alianzas inconscientes necesariamente dadas, el primer pacto denegativo funcional o contrato afiliativo[6] funcionaba con defensas no patógenas y lograba un andamiaje defensivo garante del sentimiento de sí dentro de lo afín pero diferente. A partir de cierta adversidad este fue adquiriendo el matiz defensivo preventivo de anticatástrofe[7], es decir una alianza defensiva ofensiva patógena sostenida por un  pacto denegativo patógeno cuyas características se fueron definiendo a partir del sufrimiento “ya” padecido por cada familia y su modo de transmisión.

5) Racamier  enuncia la “Anti Catastrofe” como la estructura defensiva puesta en acto, para que se sostenga el estado exitoso del Antedipo con su particular estructuración narcisista dada por la vigencia de un organizador superantiyoico pervertizante de la diferencia generacional y garante de que aquello expulsado no retorne. Al arrasar con la diferencia inter generacional,  lo nuevo, es decir generación siguiente queda al servicio de procesar lo intrusivo traumático de la anterior, pervirtiéndose de este modo la singularidad de la economía vincular de la primera. Este movimiento pervertizante está relacionado con la trilogía defensiva “preventiva” formada por la incestualidad, la solución perversiva narcisista y la paradojalidad cerrada[8].

6) En situaciones familiares en las que impera la solución perversiva narcisista[9],   dentro de la articulación de soluciones narcisistas, la realidad y su sentido está al servicio de sostener  la eficacia del pacto denegativo patógeno.

En estas familias podemos pensar en una catástrofe generacional sufrida y el efecto que tuvo, tanto en el equilibrio dado en la generación que la padeció, como en el modo en el que afectó a partir de la  inevitable transmisión, a las generaciones siguientes.  Es decir el modo en el que utilizando la posibilidad patógena de pervertizacion del narcisismo del otro, se fueron readecuando las alianzas inconscientes defensivas frente a la necesidad de sostener la eficacia de las diferentes desmentidas. Comunión de desmentida no solo  frente a la diferencia de sexos, sino fundamentalmente frente a la diferencia de generaciones, de vivo-muerto, de la autonomía narcisista y a la interdicción a la intercambiabilidad de seres.

Este andamiaje defensivo patógeno, sostiene  una interdependencia funcional que fijó a las personas de un modo estereotipado y a través de generaciones, a posiciones o personajes “actuantes” dentro de la economía pulsional vincular vigente.

6) El concepto de catástrofe generacional nos llevó a pensar en las neurosis traumáticas[10] en las que una intrusión  desorganiza la economía libidinal. Hablar de intrusión en el equilibrio familiar implica redefinir el concepto de  coraza o membrana de protección anti estímulo operante en cada grupo familiar.

Hay situaciones caotizantes en las que la intrusión viene del afuera, pero hay otras en las que  la intrusión viene desde adentro del medio familiar, es decir son diferentes posibilidades a ser pensadas tanto dentro del quimismo de un individuo o dentro de la economía pulsional vincular imperante en una familia.  Por ej. en la familia a la que referimos la hemofilia operó como intrusión a partir de la transmisión materna dentro de la familia y para el hijo como intrusión interna y luego el precipitado fue mixto, desde afuera por lo exógeno y desde adentro al ser aportado por el Sr en su función de esposo y padre. Esto es una redefinición en cuanto al origen de la intrusión.

En términos familiares la “coraza de protección anti estimulo” es garante del sentimiento de si familiar o  continuidad narcisista identitaria y esta dado por la eficacia del pacto denegativo imperante, no patógeno o patógeno. Es decir a partir de la articulación dada en la pareja parental entre el contrato afiliativo dado en un primer momento y el contrato filiativo de cada uno de sus integrantes.

Lo común en el concepto de catástrofe y neurosis traumática, es la  intrusión dada en un sistema que no está “preparado” y   que perturba la economía pulsional vigente[11]. Jerarquizo la dimensión de “preparado” para abrir la posibilidad de pensar en las familias en las que impera la solución perversiva narcisista, el efecto o las consecuencias del andamiaje defensivo preventivo

8) La dimensión traumática en términos individuales seria una intrusión en la economía pulsional de ese individuo y sus mecanismos de defensa sufren una perturbación y una readecuación defensiva. Cuando esto se da en una familia o en un grupo formado por varios psiquismos, hay distintas alianzas funcionado sincrónicamente y el modo de readecuación frente a la intrusión tiene que ser referida a una economía pulsional vincular que se readecua de algún modo en un equilibrio interdefensivo[12], y nosotros como analistas presenciamos sus derivaciones, tanto en el esfuerzo por sostener la continuidad narcisista identitaria, como en aquellos momentos de vacilación de la eficacia del estado de la alianza defensiva patógena. Son estos momentos en los que a partir de la desvitalización dada en el miembro de la pareja ubicado como cómplice-victima, o  del actuar de algún hijo, puede aparecer un motivo de consulta.

En términos individuales, la consecuencia más habitual frente a este tipo de intrusión, suele ser la desvitalizacion o empobrecimiento de la economía pulsional. En familias que sobreviven psíquicamente por medio de la  articulación de soluciones narcisistas en situaciones límites de la subjetividad y de la subjetivación, el equivalente de la desvitalización se da en los movimientos regresivos pulsionales extintivos antiproceso. Extintivos en cuanto tienden a la desobjetalizacion y muerte de la pulsión, y los cuales si no son exitosos dejan un resto que opera de pedido.  En términos de grupalidad familiar, alguien muchas veces mantiene una energía de reserva suficientemente vital que opera de llamado y nosotros como “su analista familiar” lo recibimos como un signo que posibilita co-construir un tipo de alianza trófica diferente y relanzar gradualmente el trabajo de subjetivación historizante de la singularidad del sufrimiento padecido.

La catástrofe generacional tiene que ver con un acontecimiento que operó como intrusión a partir del tipo de desvalimiento vivenciado y con una re adecuación defensiva de la economía vincular familiar, que en  familia se da junto a la pervertización posible del narcisismo de un  otro para sostener  la eficacia de un pacto denegativo patógeno sostenedor de un tipo singular de continuidad narcisista identitaria.

Es importante no perder de vista que este equilibrio  vacila y esta dimensión lleva a la posibilidad de  los motivos de consulta.


NOTAS:

[1] R Roussillon.
[2] R Kaes.
[3] R Roussillon.
[4] R Roussillon.
[5] D Maldavsky.
[6] R Kaes.
[7] PC Racamier.
[8] A Carel.
[9] E Grinspon.
[10] Diferente de aquellos estados tóxicos  que dependen del tipo de vinculo.
[11] D Maldavsky.
[12] E Grinspon

Por amor, la creencia fetiche para un tipo de complicidad perversa

Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año 1999. Buenos Aires, Argentina.
*Por Eduardo A. Grinspon y Nilda Neves

 

Descriptores: Transmisión intergeneracional de los traumas. Articulación entre perversión narcisista y perversión sexual. Urbild del yo (soi). Comunidad de desmentida. Hijos fetichizados. Identificación adhesiva y desmantelamiento. Clivajes. Creencia. Rasgos caracteropáticos. Erotismos y procesamientos.

 

Introducción:

Decidimos incluir este artículo en un número dedicado al amor, pues este último adquiriendo el valor de una creencia pide prestado el significante a la cultura sin nunca quedar claro “qué queda dicho de cada uno” al enunciar esta palabra.

En un trabajo anterior nos hemos referido a aquellas  situaciones clínicas en las que aparecen modos de procesamiento de un trauma por más de un aparato psíquico. Analizamos la problemática de la transmisión transgeneracional y el modo  en que retorna lo sofocado cuando lo desmentido o desestimado proviene de una generación anterior. El espacio terapéutico brinda la  posibilidad de observar que en estos casos la coparticipación de los miembros de una familia resulta un factor determinante de la estructura patológica.

Este tipo de estructura suele hallarse presente en los cuadros adictivos severos, o en aquellos en los que aparecen conductas transgresoras o promiscuas que con frecuencia transitan  en el borde de la aceptación familiar y social.

Un tema central acerca del funcionamiento de estos grupos familiares, lo constituye la manera en que los hijos al nacer son investidos como fetiches al servicio de la comunidad de desmentida, de manera tal que lo nuevo queda  puesto al servicio del procesamiento psíquico de lo encriptado anteriormente por medio de la utilización de la psiquis de un otro.

En esta oportunidad queremos desarrollar algunos interrogantes acerca de cuáles son y   cómo se producen las marcas estructurantes del psiquismo  en esos hijos fetichizados.

Dicha marca responde a la relación singular que tuvo el hijo fetichizado, objeto de seducción narcisista materna, cautivo en una comunión de desmentida con la particular inscripción de la terceridad que queda en estas estructuras. Por otra parte consideramos importante destacar que esa marca constituye una falla originaria que  afecta no a un yo terminado de constituir sino a los momentos primordiales del mismo (urbild del yo).

El punto de partida de nuestra reflexión está dado por la relación existente entre estas constelaciones familiares y la perversión. Tomamos a través de la elaboración de diversos autores una concepción de la perversión en la que es posible diferenciar dos estructuras: la del perverso sexual, que es quien actúa y muestra conductas de la gama que se describen clásicamente en la literatura psicoanalítica, y la del perverso narcisista, quien manipula y suele mantener ante el mundo y ante si mismo una apariencia de  adaptación de tipo neurótico, que en realidad corresponde a una fachada caracteropática histérica, fóbica u obsesiva.

Planteamos además la necesidad de definir distintos tipos y grados de desinvestidura, dado que en estos cuadros suelen aparecer  manifestaciones que se pueden relacionar con el concepto de alucinación negativa, entendiendo por tal un proceso desinvistiente radical que tiene la particularidad de no ser seguido por contrainvestidura alguna.

Nos interesa destacar la presencia de diferentes formas de retorno de lo sofocado, teniendo en cuenta que en muchos de estos casos la eficacia de la defensa determina que la única vía de retorno se produzca a través de lo proyectado en alguno de los integrantes del grupo familiar. La estructura toda se mantiene merced a la omnipresencia de una creencia acompañada de actividades sublimatorias, esto último conforma un tipo particular de contrainvestidura narcisista que opera como formación sustitutiva necesaria y contribuye al mantenimiento de los rasgos de carácter.

La historia

Marta llega a la consulta en un estado de desmejoramiento físico acompañado de ansiedad con ciertos rasgos melancólicos e histriónicos. Relata que la hija mayor, casada con dos hijos, se acababa de separar  de su esposo, aduciendo estar enamorada de otro hombre. La paciente  se muestra muy preocupada por la imagen familiar, y expresa la necesidad de evitar que el divorcio pueda dañar la felicidad de sus nietos.

Durante el primer tiempo de tratamiento se despliega el tema del vínculo con su marido Jorge, de quien se siente víctima. Toda su vida matrimonial fue marcada por la decepción y la amargura que le producía la relación excluyente y privada que mantenía Jorge con su madre, quien había muerto dos años atrás.

Las referencias a la familia de origen de Marta eran muy escasas, apenas algunos datos acerca de una madre racional e inafectiva, un padre ausente y difícil de conocer y una hermana. No aparecían recuerdos ni escenas familiares. Lo único que parecía interesarle eran los hijos, que debían quedar al margen de los “conflictos familiares”.

Un tema que la paciente planteó como preocupación desde el comienzo fue la adicción al juego de Jorge. Apoyada en las palabras del terapeuta, quien define a Jorge como “jugador compulsivo” Marta establece un manejo estricto de la economía familiar que permite acotar  las pérdidas de dinero de su marido. Al poco tiempo aparecen en Jorge, además de las conductas transgresoras, síntomas somáticos que podían estar asociados con comportamientos   desenfrenados.

La salud y las actividades de Jorge son objeto de un control férreo y apasionado por parte de su esposa. El discurso y la vida anímica de Marta parecen nutrirse de las acciones de Jorge.

En una ocasión la paciente muestra en sesión un objeto que no puede identificar, encontrado en un bolsillo de su marido mientras buscaba pruebas de infidelidad. El terapeuta le da el nombre de “raviol de cocaína”.

A partir de allí una secuencia de evidencias de la vida de descontrol y promiscuidad, la lleva a ocupar un espacio en el escenario de las actuaciones de su marido. El estado de Marta durante esta etapa era de aceleración con algunas manifestaciones de angustia.  En sesión declamaba que esta situación había sobrepasado su límite de tolerancia y profería amenazas de separación.

El tratamiento durante ese período se desarrolló en sesiones individuales y grupales. En estas últimas, la paciente se mostraba activa, comprometida con los problemas de los demás pero explicitando desafiantemente que de sus cosas privadas no iba a hablar.

Desde el inicio del tratamiento  Marta se había negado vehementemente a que sus hijos fueran enterados de lo que estaba sucediendo en su relación con Jorge, su argumento era que debía “cuidarles la imagen del padre”.

La situación hace crisis en el momento en que la paciente atiende una llamada telefónica de la amante de Jorge,  quien mediante una verbalización confusa denuncia su relación. A las pocas horas ésta, en un estado de intoxicación alcohólica y medicamentosa, tiene un grave accidente en un auto de la empresa familiar, razón por la cual la vida y el espacio marginal de Jorge se hace público.

La reacción de Marta ante la noticia fue catastrófica. Cayó en un estado de depresión y ansiedad similar al que había motivado la consulta, que se fue acentuando con el paso de  las horas hasta quedar retraída escuchando una radio pegada a su oído, en un movimiento incesante de balanceo.

Finalmente ante la presencia de su terapeuta, quien al contenerla frena el balanceo, Marta irrumpe en un llanto catártico e intenta quedar abrazada a él con una actitud en la que se combinan desamparo y erotización. Cuando consigue hablar pregunta, de un modo violento, si su analista había advertido que la adicta más grave era ella.

Se convoca a una reunión familiar durante la cual se explícita la situación en todo su alcance. Privadamente los hijos acuerdan con la madre en  que se debe evitar el escándalo y las consecuencias que pudieran afectar a Jorge.

En el tratamiento se sucede una etapa en la que Marta trabaja  la temática del ocultamiento a partir del  recuerdo de las palabras de su madre remarcando que “las cosas que dan vergüenza no hay que decirlas” Queda planteada en el vínculo transferencial la necesidad de construir datos de su historia y de las formas de procesamiento de los secretos familiares.

Con gran esfuerzo, gracias al dinero rescatado por Marta en un período previo a la debacle,  la familia paga las deudas y la paciente pasa a administrar lo que queda del patrimonio familiar.

Jorge decide internarse para encarar su adicción a la cocaína. Luego de un período en el cual logra abandonarla se establece, con Marta un vínculo adhesivo, posesivo y tiránico. Ella plantea su hartazgo, “ya no aguanta más e impone una separación”.

Esta posición la ubica en “droga madre” ante quien Jorge sostiene de un modo desesperado un empecinamiento adictivo, no entendiendo por qué en este momento, cuando nada grave está pasando, Marta impone una separación.

Podemos suponer que la actitud de Marta hoy, es provocadora y convocante de una otra, anteriormente representada por la madre, las amantes y la droga.

 

La falla estructural, en el momento de la enajenación constituyente del urbild del yo[1]

Freud en su 31* conferencia plantea que todo cristal, en el momento de romperse o escindirse, lo hace de acuerdo a una grieta o falla originaria. Refiere a esta última las escisiones del yo y a su efecto en las funciones sintéticas del mismo

Este momento opera como hiato o grieta originaria. Marca en la que queda inscripta en cada sujeto, la complementariedad o complicidad interfantasmática de la pareja de sus padres en cuanto signo respecto al origen y a la bisexualidad. Queda plasmada en el tránsito y transformación que va desde haber sido órgano intracorpóreo materno a irse diferenciando como sujeto con su propia piel continente. Este urbild del yo (soi) implica un marco encuadrante a toda capacidad representacional, revelando un funcionamiento específico y singular de cada individuo. Podríamos nombrarlo como una identificación originaria de un soi a otro Soi relativo al cuerpo materno[2].

Este referente estructural y característico de cada individuo revela también el tipo de anclaje vital,  el modo por el cual  lo vivo por medio de lo significable fue a la búsqueda del significante que lo signifique. Momento  de relación des sujeto del Yo, previo a la relación de objeto.

En Marta, la escisión que da su rasgo de carácter no la referimos a una falla en la capacidad de síntesis del yo que mantendría dos corrientes psíquicas coexistiendo de acuerdo a diferentes principios, sino a una falla en una capacidad primordial, lógicamente anterior al yo (moi), en la cual arraiga toda posibilidad  de acceder a posteriori a una adecuada función sintética del yo.

Varios autores han elaborado conceptos para referirse a la forma en que dichas marcas operan como determinantes de patologías: Lacan, forclusión del nombre del padre; P. C. Racamier, seducción narcisista, perversión narcisista;  M. Fain y E. Kestemberg, Comunión de desmentida y censura del amante; G. Bayle, Clivajes estructurales; J. Guillaumin, “el Soi” como fundamento, etc.

Comunión de desmentida. Seducción narcisista.

La  consecuencia en el sujeto de un modo particular de enajenación constituyente del urbild del yo es la comunión de desmentida. Esta última es un tipo de abolición simbólica que designa la forclusión o desestimaciòn interviniente en las formas de procesamiento del trauma por más de un aparato psíquico. Implica siempre una referencia transgeneracional  y aparece articulada con diferentes tipos de desmentida: la de la autonomía, la del origen,  la de la diferencia intergeneracional  y también la de la diferencia de sexos[3].

La conjunción  de la psiquis del neonato y el objeto primario, la Madre, en este caso se apoya en una desmentida de la terceridad en cuanto función paterna.

Implica un ataque desestructurante  por el que el sujeto pierde sus límites propios quedando involucrado en esta comunión de desmentida, hecha de él mismo y de la imago del objeto primario. El concepto de comunidad de desmentida aparece siempre asociado al de seducción narcisista. Relación por la cual la madre sostiene incluido, cautivado y capturado en ella misma al hijo, al servicio de su narcisismo fálico.

En el ámbito de la seducción narcisista, la emergencia de lo diferente (el registro de los propios ritmos y autoerotismo, el deseo y la capacidad de dudar y pensar) es vivida como ataques a la estabilidad narcisista materna. La omnipresencia materna  se sostiene a costa de la subjetividad naciente del recién nacido, quien queda adherido en un vínculo de fusión corporal y psíquica. Esta abolición simbólica es un ataque que deja su marca en la raíz del yo y en el modo de acceso a la capacidad de subjetivar y de simbolizar, al tener que transitar la mutación del placer de órgano hacia el placer representativo.

Identidad adhesiva y desmantelamiento

Para poder pensar la problemática de la articulación perverso narcisista – perverso sexual resulta útil esbozar el concepto de la identidad adhesiva y desmantelamiento[4].

En la comunidad de desmentida el hijo queda adherido a la madre como si fuera un desdoblamiento primitivo de sí misma. Esta formación correspondería a lo que Lacan enuncia como doble placentario, ya que la placenta es lo único que se pierde en el acto de parir.

Este momento transubjetivo corresponde a la identificación adhesiva previa a la formación de un yo piel eficaz. Es un proceso identificatorio primitivo referido a un espacio bidimensional que consiste en una adhesión al objeto reducido sólo a su superficie. En esta adhesión se sostiene un tipo de dependencia en la cual la existencia diferenciada del objeto no es registrada ni inscripta.

La falla de una función continente materna “suficientemente buena” y la subsecuente falla de la introyección de esta función ataca el pasaje a la identificación proyectiva y conduce a la identidad adhesiva[5]. Estado psíquico en el cual se da un proceso que conduce a una transformación específica de los objetos, transformándose éstos en objetos bidimensionales sin interior, sin actividad psíquica. Nos parece importante señalar esto último ya que sólo un objeto que en sí mismo sea continente puede contener y aportar a su otro como representante del apellido paterno.

El perverso narcisista mantiene esta identidad adhesiva de un modo singular y específico, manteniéndose adherido a su cómplice perverso sexual en un “hacer actuar” como si fuera una parte orgánicamente adherida. Del mismo modo adhiere a un valor cultural por medio de la creencia.

Paul Denis describe dos componentes de la pulsión, un componente activo “de dominio” y uno pasivo  “de satisfacción” que corresponde al desinvestimiento del aparato de dominio como actividad necesaria para el  acceso a la  vivencia de satisfacción.

La articulación de estos dos componentes es la que queda subvertida en pacientes como Marta, en los que se da  un predominio del sector “de dominio” a costa del componente “de satisfacción”. Esto se evidencia en la manipulación frenética y la inducción intersubjetiva. La falla en el acceso al componente de satisfacción se relaciona con la alteración en la capacidad de introyección, y con una falla estructural en la raíz de la huella mnémica.

Así como el perverso narcisista funciona en un más acá de la identificación proyectiva, también  funciona por momentos y ante la urgencia en un más acá de la represión, de la desmentida, y de la desestimación, apelando a la alucinación  negativa parcelaria de la realidad psíquica.

Junto con la identidad adhesiva, refiriéndose al momento de autismo normal, Meltzer describe al desmantelamiento como un modo de percibir al objeto reducido a una multiplicidad de hechos sensoriales, pequeños pedazos, cada uno portador de una cualidad sensorial. En este momento de pasividad el yo no registra angustia, ni dolor, ni desesperación, es un tipo de percepción cuando aún no hay consciencia.

Esta descripción nos parece pertinente para delinear el modo primitivo, de estos pacientes, de percibir ciertos aspectos de la realidad amenazante de su integridad narcisista.

 

Envoltura psíquica – Yo piel

El concepto de envoltura psíquica nos parece importante en la medida que integra las nociones de espacialidad psíquica,  continente y contenido.

El continente es una superficie que refiere al vínculo orgánico con la madre en que se comparte una misma piel, mientras que la existencia de un contenido implica ser dueño del propio continente, ser dueño de la propia piel. Es esta conquista de la propia piel lo que permite pasar de la bidimensionalidad a la tridimensionalidad.

Anzieu describe al yo piel como una relación de doble envoltura (interfaz) mediante la cual el recién nacido obtiene su propio continente, condición necesaria y previa para acceder al autoerotismo inaugurando la prevalencia del principio de placer. Implica una primer espacialidad psíquica, testimonio originario de la autonomía.

El yo piel conserva, a la manera de un pergamino, las marcas de una escritura originaria preverbal hecha de huellas cutáneas, significantes formales constituidos de imágenes táctiles, cenestésicas, propioceptivas, de equilibrio, etc.

Es la función continente de una  piel suficientemente buena la que brinda al investimiento pulsional el encuentro con el objeto de un modo adecuado. Si falla esta calidad de envoltura queda otra posibilidad que es la de producir una envoltura de sufrimiento donde el dolor físico, primacía del principio de dolor (E. Pérez Peña), produzca zonas algógenas representando una caparazón sustitutiva como modo desesperado de conservar un resto del sentimiento de si.

La articulación perversa que estamos describiendo está a mitad del camino pues mantiene algo de la identidad adhesiva y en lugar de la caparazón restitutiva algógena obtiene por medio de la coparticipación el tipo particular de coexcitación  libidinal proveedora de la cantidad necesaria, para sostener el nivel de tensión del sobrevivir.

El perverso cómplice sexual que accede a la identificación proyectiva, es para el perverso narcisista alguien que en la adhesión le sostiene la coexcitación libinal, y aquellos interrogantes que pugnan por aparecer desde la desestimación de la marca del apellido paterno.

Escisión o clivaje estructural

Dice Freud[6] “de las magnitudes relativas de las aspiraciones en lucha recíproca. Y además: el yo tendría la posibilidad de evitar la ruptura  hacia cualquiera de los lados deformándose a sí mismo, consintiendo menoscabos  a su unicidad y eventualmente  segmentándose y partiéndose”. El yo, mediador interesado necesario para la supervivencia, ante la necesidad de defenderse está dispuesto a deformarse e incluso a escindirse.

Gerard Bayle continuando esta línea de pensamiento divide los clivajes en: potenciales  funcionales y estructurales:

  • Los clivajes potenciales también descriptos por Benno Rosemberg como preclivajes, son definidos a partir de un tipo de angustia que aún puede operar como señal para el yo, intentando evitar la escisión.

En pacientes como Marta, en quien la posibilidad de percibir las señales de angustia parece agotada, la reaparición de la angustia señal se produjo en una combinatoria con la angustia de desvalimiento en un momento que podría corresponder al preclivaje en la medida que expresaba un pedido de coexcitación libidinal “en urgencia”.

  • Los clivajes funcionales corresponden, en la distinción que hace Freud de tópicos y estructurales, a los primeros, en los cuales se mantiene la coexistencia de dos corrientes psíquicas, una acorde al principio de realidad y la otra al de placer, sostenidas por la eficacia de la desmentida.
  • Los clivajes estructurales corresponden a escisiones profundas en el urbild del yo relacionadas con la falla estructural que da la comunidad de desmentida. Implican la existencia de una brecha en la experiencia del soi y promueven un rasgo caracteropático que revela un modo de sobrevivir.

El clivaje estructural relaciona una carencia narcisista y la abolición simbólica, mientras que el clivaje funcional correspondería a una conjunción de herida narcisista y desmentida.

En la problemática que estamos describiendo la defensa refiere al sobrevivir y pretende neutralizar la posibilidad de entrada en el campo representativo y en la conciencia de lo impensable por forcluido, ese agujero en lo real producido por aquello que no fue aportado para ser subjetivado. En este sentido de lo que siempre hablan estos clivajes es de la terceridad faltante en la experiencia  profunda vivida a nivel del soi[7].

Si relacionamos el ataque a la terceridad con lo que  Lacan enuncia como forclusión de Le “Nom du Pere” podemos explicitar que:

  • Forclusión implica aquello que no estando ni incluido ni excluido en cierto espacio subjetivable queda “más allá de”, implicando lo forcluido.
  • Le Nom du Pere, traducido como el apellido del padre implica claramente una referencia al origen.

En estas estructuras el ataque a la terceridad implica en la generación posterior una forclusión del apellido paterno correspondiente a la desmentida del origen.

Aparición de lo impensable

La integridad narcisista depende de que el escenario creado se mantenga invariante garantizando el equilibrio.

Ante la aparición de lo oculto y avergonzante algo de lo impensable se hizo público. Se produjo una descompensación brutal del equilibrio logrado por la escisión. Algo entró en el devenir representativo de un modo no significable ni metaforizable. Siguiendo la secuencia conceptual descripta, esta irrupción desorganizante se produjo como consecuencia de la falla del masoquismo erógeno guardián de la vida. Este hubiera, permitido mediante la producción de un yo piel adecuado ligar libidinalmente  ese elemento en bruto para hacerlo propio en cuanto subjetivable, al permitir capitalizar la tensión vital que promueve las ligaduras masoquistas erógenas.

Dice Benno Rosemberg que el masoquismo guardián de la vida es “la defensa del sujeto por el sujeto”. Marca la apropiación subjetiva que implica una resistencia primaria en cuanto límite a la descarga, en el lugar donde el sujeto nace en su primer esbozo de vida psíquica, asegurando la continuidad interna como base del sentimiento de sí.

En el perverso narcisista el autoinvestimiento fallido del soi promueve el intento de recuperar el equilibrio libidinal apelando a una “economía de urgencia”. El escenario perverso debe proveer un estado de exaltación cuantitativa que opera como una contrainvestidura narcisista, cuya función es ser es la de guardián del clivaje por falla de un masoquismo guardián de la vida. La necesidad que tiene el perverso narcisista de que el perverso sexual actúe aportando excitación  y texto es del orden de una adicción. Ante una situación de desvalimiento si no se obtiene esa cantidad de energía necesaria, se derrumba al ser arrasado por la angustia catastrófica y el sentimiento de aniquilación del yo.

Al lograr mantener constante la tensión necesaria para el sostenimiento de la escisión la brecha profunda del cuerpo materno sigue velada evitando el riesgo de hundirse en ella en la vivencia de caída sin fin o intentando defenderse en el frenesí de la pasión suicida.

En Marta su rasgo de carácter sirve de formación obturante, velando un clivaje y mostrando la adhesión a un objeto y a una creencia, esta última al servicio de una actividad narcisistamente valorada y socialmente reconocida. Todo su modo de funcionar, colmado de racionalizaciones y excesos de argumentación, sirve para sostener el tipo de contrainvestidura necesaria para un psiquismo en riesgo de claudicación, evitando la hemorragia libidinal hacia la angustia blanca. Es en esta serie blanca en la que Green incluye a la alucinación negativa en relación con la clínica del vacío o de la desinvestidura.

La creencia, entre sus determinantes, contiene un tipo de actividad sublimatoria que corresponde a un modo particular de funcionamiento superyoico.

La constelación de elementos presentes en la patología determina lógicamente una perturbación en la constitución de esa estructura más refinada que es el superyo/ideal del yo. La desmentida actúa también contra el superyo produciendo un ideal del yo pervertido equivalente a un yo ideal que incluye un superyo arcaico sin área transicional (ideal del soi). Esto también determina el tipo de temporalidad vigente en estas estructuras.

La relación superyo/ideal del yo tiene roles complementarios en la integración de la temporalidad, el ideal del yo está dirigido hacia el futuro, mientras que el superyo hacia la herencia de un pasado, el origen. En la perversión narcisista esta estructura integradora del tiempo queda degradada a la relación fusional, arcaica y tiránica yo ideal/superyo materno que articulada a la falla del carácter creativo expansivo de Eros sostiene el tiempo circular o paradojal[8].

Se impone también la adhesión a una creencia y a las sublimaciones de urgencia. G. Bayle plantea que perversión y sublimación tienen en común que la libido se encuentra desviada o inhibida en cuanto a su meta. No se trata de la libido descargada en el acto perverso sino de aquella cantidad de energía desviada para sostener la constitución de fetiches y otras estructuras narcisistas enmascarando un clivaje.

La coexcitación que logra la articulación perverso narcisista – perverso sexual es un tipo de fusión perversa entre Eros y pulsión de muerte en la medida que la erotización está al servicio de sostener la excitación con una presencia tal de la pulsión de muerte que lo que se alcanza es una estabilidad mortífera, sobrevida cuantitativa que responde a la necesidad y no al placer.

 

Hijos fetichizados – posición de suplente

En la comunidad de desmentida impera un tipo de forclusión de la función paterna que no desemboca en la psicosis por la utilización de una forma degradada  de la terceridad: “el suplente”[9].

La posición del suplente de la función paterna puede ser encontrada en diferentes formaciones, una de ellas es contrainvestir al producto salido “de mí’ de un modo fetichizante ubicando un hijo en la posición de suplente.

Freud describe cuatro tipos de elección narcisista de objeto: – Lo que yo desearía ser, – Lo que yo soy,- Lo que yo fui, – Lo que salió de mí.

La internalización de la función paterna deriva de lo que “yo desearía ser” y puede ser sustituido por diferentes modelos o ideales que el sujeto crea/encuentra en su medio al ir estructurando su realidad. La forclusión del apellido paterno hace imposible esta sustitución, sólo resta apelar a un suplente en lugar del sustituto simbólico.

En la estructura que estamos describiendo se articula un hijo fetichizado en esta posición, muchas veces enunciado como “una razón para vivir”, y un valor pedido a la cultura para dar texto a la creencia imperante, transacción necesaria para sostener la apariencia neurótica de la estructura perversa.

Existen dobles muy primitivos que tuvieron como destino  ser suplentes “de lo nuevo fallido”. El primer suplente supliría la falta de un vínculo empático adecuado en el encuentro afectivo con el objeto primario. Se produce entonces una tensión supletoria creada intracorporalmente para sustituir la cualificación faltante. Siguiendo esta misma lógica el hijo, al ser producto intracorpóreo, nace para la madre en esa posición de tensión supletoria y completante. Luego al nacer y transformarse en lo que “salió de mí”, queda en la posición de suplente. Los hijos en esta posición sostienen, en su clivaje estructural, un interrogante sobre la función paterna desde lo forcluido cuyo retorno podría darse a posteriori por medio de una fantasía pedófila paterna.

El ciclo del hijo, a través del devenir temporal, puede ser descripto:

  • Tensión supletoria completante – momento intracorpóreo
  • Hijos suplentes fetichizados – post nacimiento
  • Hijos testigos y testimonio de lo que debe ser desconocido – a posterior.

 

Articulación – Comunidad de desmentida  – Fantasía originaria – Recuerdo originario

En la estructura triádica fundamental formada  por el hijo, como producto nuevo, y los padres, como estructura originaria, se despeja un gradiente temporal que deviene desde estos hacia el hijo y una articulación de funciones diferenciadas cualitativamente.

La presencia del padre en la madre, en cuanto función tercera, habilita el modo en que esta última va a ser transmitida al hijo como marca originaria. Desde este punto de vista se opone:

  • El efecto que produce “la censura del amante”: modo del hijo de inscribir la marca del haber sido desinvestido como objeto absoluto al reconectarse su madre hacia su otro, el padre en cuanto amante. Desinvestimiento necesario, disyunción primaria, que señala la presencia del otro de la madre y articula la posición genitora y amante del padre.
  • En el extremo opuesto se encuentra la comunidad de desmentida, la cual excluye (forcluye) al padre como un otro diferente al quedar incluido en una imago de madre fálica. Esta madre al imponer la desmentida del apellido paterno desmiente también desde el origen, la posibilidad de un hombre capaz de satisfacerla, como amante, dejando la marca de este momento del goce. En el acto de fetichización del hijo/a se coagula la desmentida de la complementariedad y diferencia de sexos, queda desestimada para la función paterna toda posibilidad de representar para el hijo la amenaza de castración y un establecimiento de la ley.

Hemos definido a la seducción narcisista como un modo cautivante de detener o pervertir el nacimiento psíquico, sin embargo, un infans  no podría nacer psíquicamente si no fuera seducido originaria y adecuadamente. Existe, pues, “una pedofilia maternal necesaria por un tiempo suficiente, coincidente con el desinvestimiento de la sexualidad de la madre como adulta en el momento del postparto. El reinvestimiento de su sexualidad dirigida hacia el padre introduce la censura del amante como marca para el psiquismo del chico”[10].

En la organización de las fantasías originarias, la relación corporal con la madre ha transitado, desde lo real, el vínculo fusional intracorpóreo y la resignificación a través del contacto intercorporal, dejando marca de este pasaje.

El padre es aportado en ese momento originario desde la capacidad fantasmática de la madre siendo desde el origen una fantasía primordial.

“La seducción materna es un recuerdo, mientras que la seducción paterna es una fantasía”. El deseo de ser deseado por un padre, como parte de una fantasía originaria, es origen de la disyunción necesaria que sostiene la dimensión de la diferencia de sexos y la castración de la madre fálica, imponiéndose de este modo la estructura triádica. La fantasía de ser seducida por un padre es el único modo posible, en hijos fetichizados en la comunidad de desmentida de conectarse de un modo restitutivo con el retorno de la terceridad desestimada.

Para registrarse deseado por la madre como un hijo otro o hija otra nacida ya es necesaria la presencia estructural de “mi padre me desea”.

 

Alucinación negativa de la realidad psíquica

En pacientes como Marta es frecuente  que algo ocurrido y relatado en sesión desaparezca  dejando un vacío sólo registrable por un otro, por ejemplo en el vínculo transferencial. Este fenómeno resulta difícil de explicar a partir de las defensas que actúan sobre el universo simbólico y nos lleva a pensar en un más acá del terreno de las  defensas que refieren a los significantes.

  1. Bayle resumiendo la relación existente entre la defensa y los significantes dice:
  • “La represión opera dialécticamente y en positivo sobre los significantes en el encuadre de la simbolización (Le Guen).
  • La desmentida los ignora activamente usando la mezcla de desconocimiento y rechazo.
  • La forclusión los ataca desconstituyéndolos
  • Hay aún un más acá que es la alucinación negativa siendo este último el mecanismo de defensa más primordial”.

Por su parte Green, en “El trabajo de lo negativo”, al referirse a circunstancias clínicas homólogas a las relatadas dice: “se trata de una verdadera agnosia psíquica que corresponde no solamente  a una tentativa de alejamiento de lo consciente, sino a un no reconocimiento de las palabras o frases, sean proferidas por el propio paciente y repetidas por el analista o meramente enunciadas por este pero en una relación demasiado estrecha con lo que tiene que ser desmentido”.

La función desobjetalizante de la pulsión de muerte se realiza a través de la desintrincación  y la desinvestidura de los representantes de la realidad, lo que se traduce en la inscripción de un escotoma, de una nada en el capital representativo y libidinal del sujeto[11]. La desestimación puede desinvestir no sólo la percepción sino los restos de lo percibido en la huella mnémica desestructurándola.

Puede haber atentados muy tempranos contra las huellas mnémicas y la capacidad de reinvestidura de las mismas, sin la posibilidad que quede la mínima inscripción necesaria de la vivencia sobre la que se pueda apoyar la experiencia alucinatoria como condición de ligadura del autoerotismo inicial. Este fracaso de Eros permite que la acción de la pulsión  de muerte deje una marca  en el urbild del yo habilitando la posibilidad de alucinar negativamente.

Es sobre este fundamento que funciona un imperativo proveniente de un superyo arcaico que impone dejar fuera del campo de la conciencia todo aquel elemento de la realidad que revelaría la herida narcisista materna atentando contra ese tipo particular de yo ideal (ideal del soi).

La transformación pasivo-activo del trauma que en el perverso sexual se da en torno a una escena de odio, como traslación del papel de víctima al de verdugo, en el perverso narcisista conduce a un doble trastorno:

  • El yo suprime activamente un sector de la realidad, actuando de un modo homólogo a aquel que antiguamente le escamoteó un sector de su historia familiar.
  • El yo se vuelve contra la propia persona y deniega aquellos significantes que podrían aparecer como sustituto.

La reconexión con el mundo requiere del retorno de lo sofocado y en estas estructuras en que triunfa la defensa, lo que suele darse es la proyección en otro del fragmento que alucina, delira o actúa. En el perverso narcisista el fragmento delirante y transgresor es proyectado en el perverso sexual desde donde retorna.

Esta articulación se complementa con una desmentida hacia el superyo para evitar el surgimiento de sentimientos de inferioridad y culpa para lo cual es puesta como contrainvestidura una formación sustitutiva particular: la creencia.

 

Creencia

La presencia de la creencia como factor ordenador del psiquismo y sostenedor de la apariencia neurótica es, quizás, el rasgo evidente y específico de la estructura que estamos describiendo. El momento inaugural de investimiento opera como un acto de fe inicial en la medida que no admite vacilación ni duda. Es desde aquí que C. Le Gen nombra  la pulsión “crédula”.

Hay un momento del suceder psíquico prerrepresentacional en el que se funda la creencia como producto y hay una causalidad que impone su sostenimiento a través del tiempo, reeditando ese momento estructural.

Aquello que adquiere el status de creencia implica “una interacción creadora de nuevos afectos y representaciones del acerbo personal, no siendo ni una neoconstrucción del imaginario personal”[12] ni adhesión a un mensaje exterior. Diferencia, entonces,  a la realidad interactiva, la cual es irreductible, de la realidad psíquica y material”[13].

La formación sustitutiva que estamos enunciando refiere a la interacción dada en el momento inaugural del urbild del yo (soi).

El Soi es, desde su origen, consagrado a la intersubjetividad, testimoniando una relación de envolturas a-tópicas, en cuanto no es transformable en instancia y es indisociable del objeto primario. Este último, un “otro en sí mismo”, revelando el inicio del reflexivo “si mismo” está formado por la integración de la madre, el padre de la propia prehistoria, el grupo familiar y su medio. La comunicación posible en este momento se da entre el imaginario potencial del neonato y las inducciones emanadas por el imaginario materno.

La creencia evidencia, como si fuera la punta de un iceberg esa realidad interactiva, originaria y singular de cada sujeto. Se plasma a nivel del soi en la medida  que  éste es el representante de las primeras configuraciones provenientes de la relación entrañable y orgánica, producto de la seducción materna necesaria. Esta última, al pervertirse y tornarse seducción narcisista, promueve la necesariedad de una verdad única coagulada en una temporalidad circular, sin poder pasar, a posteriori, al status de convicción. Este pasaje requiere la introducción del factor de la duda como sostén la actividad yoica.

Freud  hablando del fetichismo relaciona la actividad de la creencia con el acto del desmentir y el falo. La creencia está al servicio de la desmentida de un saber que se vuelve traumático a partir de la experiencia. “Si esta última promueve un saber, no hay saber posible  de la castración sin algún tipo de creencia que intente enmascarar y disimular sus efectos, constituyendo, como siempre pasa en el acto de desmentir, al mismo tiempo su reconocimiento.

Lo que caracteriza al perverso narcisista, al estar desarticulado el ciclo experiencia – saber – creencia, es la institución simultánea del saber y la creencia con ausencia de la experiencia”[14].

No hay una creencia postsaber sino una adhesividad a un saber ajeno, lo que promueve a la creencia como un tipo de fetiche para el dispositivo perverso.

La creencia, como formación sustitutiva requiere del consenso “uno sólo puede creer si hay otro que cree con uno”.

Resumiendo, este acto de fetichización reúne:

  • El clivaje estructural del yo (soi), instituyéndose un trauma psíquico – prepsíquico en una tópica a-tópica.
  • La proyección para crear el objeto soporte de la creencia
  • La condensación necesaria para que el objeto de la creencia opere como un equivalente fetiche.

En Marta, desde su objeto “la familia”, podía justificar y enfatizar el orgullo que le producía soportar y neutralizar la actividad desenfrenada de su marido. Es desde el narcisismo moral que el sacrificio opera de fundamento del orgullo humano, al hacer de la moral un goce autoerótico (Green).

 

Un tipo particular de estructura perversa, articulación del perverso narcisista – perverso sexual

Para la comprensión de esta estructura es útil la descripción que G. Bayle hace de la constelación perversa y su escena, en la “que se reconocen al menos dos personas y tres personajes: el perverso narcisista, su partenaire el perverso sexual y la presa, quien puede, por momentos, coincidir con la persona del perverso narcisista. El neurótico juega los tres personajes en la fantasía mientras que el perverso requiere su despliegue en un escenario de la realidad. Entre neurosis y perversión se da un triple pasaje; del mundo interno al externo, de la fantasía al acto en la realidad material, y del individuo a un grupo físicamente real, aunque se trate de dos personas”.

 

Perverso narcisista

Racamier llama perversión narcisista a un tipo de patología narcisista que tiene como antecedente la comunidad de desmentida y la fetichización de los hijos. Es una perversión presente desde el origen, ya que se ha pervertido la energía de crecimiento del hijo en beneficio del narcisismo materno. La pulsión alcanza metas y objetos que no le son propios, en una legalidad pulsional transgredida por medio del acto manipulador y desarticulada por la lógica paradojal.

Desde un enfoque transgeneracional, “es a partir de una historia promiscua y avergonzante que surge en la tercera generación una organización articulada en la que dos personajes se reúnen en un contrato inconsciente de complicidad, encontrando ambos los registros incestuales desmentidos por una generación anterior”.

El término incestual define un tipo de violencia que de un modo velado e inaparente sostiene lo promiscuo y fusional a costa  de la subjetividad de otro. En la relación incestual “el objeto es investido como un ídolo cuya función es iluminar al idólatra; encarna un ideal absoluto cuya misión es sostener a aquel que lo inviste y a su goce absoluto”. Es el hijo fetiche quien “puede y debe” por delegación narcisista transformarse en “un sueño encarnado, un fetiche vivo”, revelando el modo en que un cortocircuito narcisista ha sustituido las trayectorias libidinales[15].

El hijo fetiche debe no reconocer otro origen más que el del linaje materno, lo cual se traduce no sólo en el desconocimiento del origen del apellido paterno sino quedando, además, interdicto el interrogante sobre el origen.

En el hijo fetichizado actúan dos tipos de desmentidas que son:

  • La desmentida de la autonomía, que impone el no registro de las necesidades propias para quedar fusionado al cuerpo materno y sus ritmos
  • La desmentida del origen que requiere para su eficacia el sostenimiento del pensamiento paradojal, como modo de quedar adherido al saber materno.

Es la necesidad de sostener un secreto familiar acerca de los orígenes lo que promueve la paradojalidad, ya que ante el surgimiento de interrogantes no es posible el acceso a una respuesta sino a varias e incluso contradictorias. Esto que  conduce a permanecer en la ambigüedad, es decir en la paradojalidad.

Lo específico de la manipulación perverso narcisista es el condicionamiento del actuar de su cómplice en el escenario de la realidad, usando la psiquis de este otro como fuente de energía para el mantenimiento de la eficacia del clivaje y el sostenimiento de la contrainvestidura narcisista.

Habitualmente la relación del perverso narcisista y su cómplice promueve en este último una degradación subjetiva que, atacando el registro del placer, involucra al sentimiento de si  llegando a graves alteraciones de la autoconservación.

La articulación del perverso narcisista – perverso sexual difiere cualitativamente de lo antes dicho e intentaremos describirla.

Marta, desde su posición perversa narcisista, asume el registro de la vergüenza[16]y necesita a su cómplice, Jorge quien mediante su actuar perverso sexual, provee el quantum de energía, y el guión interno para que persista la articulación con el nivel de culpabilidad necesaria que posibilita el sostenimiento del parecer neurótico.

En el medio familiar se jugaba la siguiente escena evidenciando en acto la posibilidad de desconocer lo sabido en algún lugar.

eduardo
Marta asumía la psicomanipulación  quedando, por momentos, en el lugar de objeto-víctima del actuar de Jorge, quien aportaba el combustible necesario para el sostenimiento de la escena. La presencia de los hijos hacía que la misma adquiera inscripción en una realidad material dentro del medio familiar.

Es característica en estas complicidades la articulación de lo que brilla de un modo evidente, con lo que queda permanentemente a la sombra. En la realidad material esto se ve en el actuar casi exhibicionista de Jorge, inducido desde la sombra por las maniobras manipuladoras de Marta.

El fetiche siempre brilla en una realidad material articulado al objeto protético quien, perteneciendo a la realidad psíquica, guarda en su núcleo desde lo avergonzante hasta lo moribundo habitado por una angustia de extinción.

En las escenas estereotipadas que Marta relataba en sesión siempre aparecía la presencia de un enigma excitante y enloquecedor que le promovía un tipo de acción frenética en búsqueda de respuesta que la llevaba a expulsar cualquier interrogante que pudiera surgir respecto al secreto familiar y al origen.

Dado el alto nivel de transgresión presente en estas estructuras nos parece pertinente diferenciar las distintas facetas que puede presentar esta relación con la ley según se trate de un caracterópata impulsivo y  transgresor o de un perverso sexual en la articulación con un perverso narcisista. El impulsivo transgresor, en su búsqueda de ley, apela a lo exogámico mientras que en estas estructuras el perverso sexual apela al perverso narcisista, en la posición de ser dueño del saber y del perdón. La relación con la ley queda en un circuito endogámico y privado en el  cual la presa y por momentos los hijos quedan como representantes del mundo exterior.

El modo de actuar del perverso narcisista se da en un juego de dominio y manipulación de la subjetividad ajena. Toma como objeto  a la psiquis de otro y utiliza su integridad narcisista en un intento de evitar el peligro de perder la propia. Esta inducción intersubjetiva se da por medio de la comunicación transubjetiva o transnarcisista. El otro tratado como un doble necesario pone en acto las escenas necesarias para sobrevivir. El perverso narcisista es cautivador y capturante mediante un efecto inductor, que no es más que la transformación pasivo activo de la seducción narcisista padecida en los orígenes.

La manipulación implica la posibilidad de apoderarse de la motricidad del otro de un modo homólogo al tipo de relación fusional en la que el recién nacido, desde su inermidad, dispone de la motricidad y el cuerpo materno.

 

Perverso sexual

Stoller plantea que la perversión (perverso sexual) es la forma erótica del odio. Lo que evidencia lo perverso de un acto es el efecto producido en el objeto. Esto es válido también en el caso del perverso narcisista cuyo efecto sólo es posible de inferir a través de su cómplice.

El acting del perverso sexual integra:

  • La presencia de la hostilidad en el acto de descarga, que implica la intención y necesidad de dañar al objeto.
  • Un componente de venganza subyacente que, por medio de una transformación pasivo activo, convierte un trauma infantil en triunfo adulto.
  • Una cantidad de excitación creciente hacia una descarga orgásmica, que tiene como complemento necesario el riesgo.

La línea de fractura que deja la marca en el perverso sexual tiene que ver con el sentimiento de humillación.

Intentando entender el valor adhesivo del odio, que mantiene unido al perverso sexual al perverso narcisista más allá de la presa, es útil recordar lo que Piera Aulagnier, refiriéndose al odio dice: “No se odia gratuitamente ……. el sujeto puede, con verdad, reconocer que no sabe por qué ama, pero siempre pretende saber por qué odia …… pero lo que uno desea es una inversión del poder de hacer sufrir que traslade del papel de víctima al de verdugo, y un verdugo que está en su derecho”. “Lo que explica por qué el odio puede, en la misma medida que el amor, sino más que éste, cimentar relaciones protegidas de todo riesgo de ruptura”.

Así como todo grupo y familia tiene su mito fundante, las fantasías sexuales, en el perverso sexual, y el actuar manipulador, en el perverso narcisista, condensan la propia vida sexual, implicando la calidad de su erotismo.

 

Los erotismos en juego y sus procesamientos

La ligazón que se establece entre los integrantes de estos grupos familiares corresponde a   los vínculos de tipo pasional  que tienen como característica el desborde afectivo en el marco del masoquismo erógeno y moral[17].

El  aspecto caracteropático  que puede aparecer en uno o más de sus integrantes representan la manera particular  en que estos pacientes enmascaran y a la vez expresan el núcleo narcisista que se halla en el fundamento de su psiquismo. Este componente central puede responder a distintas fijaciones: oral primaria, oral secundaria o anal primaria las que dan lugar respectivamente a componentes esquizoides, depresivos o transgresores. El fragmento narcisista, a pesar de ser el  organizador central de la estructura, puede en virtud de la defensa no aparecer en manifestación alguna del paciente cuando se lo aborda individualmente y se puede inferir a partir de lo proyectado en los personajes del entorno. En  tratamientos familiares o vinculares con grupos de estas características el trabajo clínico permite inferir la presencia  de  diversas corrientes defensivas y de erogenidades distintas que aparecen en el interjuego como resultado de proyecciones recíprocas. Es posible reconocer derivados de la represión de deseos  y la observancia de la ley, aunque estos efectos aparecen puestos al servicio de la corriente psíquica  hegemónica, la de la desmentida de juicios traumatizantes.  La  tendencia a invalidar el fragmento neurótico y con ello la instancia paterna, aumenta cuando la desestimación impone su fuerza desestructurante. Se reinstalan, entonces, los funcionamientos correspondientes por vía de la regresión a momentos arcaicos y en virtud de las fallas estructurales.

La actitud psicomanipuladora de Marta correspondiente a la preeminencia del narcisismo moral   aparece apoyada en el valor que le atribuía a la “familia”, cuya trama argumental es el sacrificio y el rédito particular el sentimiento de orgullo. La metáfora expresada en esta formación sustitutiva evidencia a la vez un tipo de erotismo, el posicionamiento  edípico  y la transformación impuesta por la defensa.

El objeto- creencia familia  corresponde a un ideal creado en torno del amor, dentro de la lógica del erotismo oral secundario donde el sacrificio aparece impuesto por la necesidad de preservar este ideal. En Jorge en cambio, se desarrollaba un fragmento correspondiente al erotismo anal primario con sus derivados trangresores y paranoides.

En la paciente este fragmento  estaba en retracción gracias a la eficacia de la desmentida y no retornaba como actuación o delirio sino que daba lugar al sacrificio por amor sustentado en la creencia y el acceso al orgullo como goce autoerótico.

La desmentida alcanzaba a los juicios provenientes de la realidad traumatizante, a su deseo agresivo de autonomía que la exponía a perder el amor del objeto, que era garantía de su  narcisismo, y a los juicios superyoicos que la podrían acusar de celosa y vengativa.

El efecto patógeno de la desmentida produce una regresión a un superyo materno arcaico, cuyo sadismo resulta compatible con una fijación en un masoquismo primitivo del yo que impone el sacrificio por amor. La negativa a realizar algún tipo de crítica de la real situación familiar implicaba la imposibilidad de sostener una posición egoísta de autoafirmación, como resultado de lo cual se ponía como objeto del sadismo ajeno. Este camino regrediente parece estar apoyado en una escisión temprana,  determinante de una falla en el narcisismo que alcanza a las pulsiones de autoconservación, en lo que hace a la capacidad para investir con egoísmo al propio yo (autoinvestimiento fallido del soi).

La  fuerte dependencia del marido, aparecía ligada al entrecruzamiento de distintos determinantes. En la necesidad de poseerlo y manipularlo se advertía un componente ligado a la envidia y la idealización fálica. También retornaba, desde Jorge, la posibilidad de  imponer el fragmento de las pulsiones de autoconservación ligado con el egoísmo, recuperando un esbozo de masoquismo útil, puesto al servicio de sostener la coexcitación libidinal. El aspecto propio vinculado con la violencia y los celos vengativos eran actualizados a través de las actuaciones perversas de su partenaire. La búsqueda frenética de datos que confirmaran la promiscuidad de Jorge garantizaba el permanente fluir de estos  desarrollos de afecto y su presencia en el escenario perverso.

 

El erotismo oral sádico y sus vicisitudes

La meta de la pulsión oral secundaria es la incorporación e imbrica pulsiones de autoconservación y libido narcisista en una articulación ambivalente ya que la devoración del objeto para la necesidad hace desaparecer al objeto de amor. De esta contradicción  deriva la inermidad del yo ante la pulsión de muerte, ya que la musculatura aloplástica resulta ineficaz en su tramitación hacia afuera derivándola en agresión.(Freud, 1924) Esta limitación  hace que adquieran privilegio los estados afectivos y la dependencia del objeto de amor.

El sadismo de la oralidad secundaria es indiscernible del masoquismo dado que la  destrucción del objeto del que se depende implica la pérdida del ser y la defensa consiste en  apelar a “lo familiar” como modo de reencuentro con lo perdido. El sentimiento de familiaridad crea la ilusión del compartir,  borra las diferencias dadas por la percepción discriminada  y surge la creencia de ser uno con el objeto idealizado.

Los intercambios intersubjetivos basados en la expresión de las emociones permiten al yo encontrar transacciones para el conflicto que se plantea entre la investidura amorosa del objeto que pugna por conservarlo, y la autoconservación que obliga a devorarlo. La resolución del conflicto se da por el camino que va de la incorporación a la introyección y la identificación como modo de apropiación psíquica del objeto.

El otro conflicto mencionado, en relación con la pulsión de muerte, deja un resto intramitable que conduce a la utilización de la expresión de las emociones con la finalidad  de apoderarse de la musculatura ajena por mediación del sentir. Esta manipulación necesaria en el niño pequeño, tiene como condición el uso de los afectos al servicio del egoísmo y como complemento la disponibilidad de un adulto que por amor, esté dispuesto a procesar la pulsión de muerte ajena. Este procesamiento cumplido por una madre que  ofrece su narcisismo para salvaguardar el de su hijo, es un requisito indispensable para que el niño pueda pasar de la incorporación, pasando por una proyección no patológica, a la introyección y a la identificación. Estos mecanismos psíquicos de apropiación del objeto permiten superar el riesgo de perderlo ya que ahora es posible conservarlo en la memoria.

En el momento en que surge, esta conquista psíquica es lábil, depende de la disponibilidad del objeto, ya que el anhelo de la presencia del mismo se transforma en impaciencia y culmina fácilmente en desesperación. (Freud, 1926) Este afecto en el que se potencian dolor y angustia puede conducir a un vaciamiento libidinal del yo. Queda entonces abierto el camino para que la pulsión de muerte desconstituya la posibilidad simbólica alcanzada e inhiba la ulterior complejización.

La perturbación en el procesamiento del erotismo oral secundario puede conducir en su grado extremo a la alteración somática o al suicidio.

Existe una posibilidad intermedia dada por la utilización de la desmentida de la pérdida del objeto que conduce a colocarse como la sombra de un sujeto, alguien sometido al estado afectivo ajeno y sacrificado para el engrandecimiento narcisista de otro como expresión de la contradicción semántica que designa con el nombre de amor al egoísmo. La manipulación afectiva apela a la psiquis y el actuar del otro.

La fijación temprana prepara el camino para la prevalencia de un complejo de Edipo invertido que requiere de una nueva desmentida, esta vez de la castración materna. La nueva oleada defensiva incluye la desmentida del superyo, dirigida a evitar que se desarrollen los sentimientos de inferioridad y de culpa que derivan de la comparación con el ideal y con la conciencia moral. El sacrificio, orgullosa y grandilocuente manera de redimir los pecados ajenos en nombre del amor, es la forma interpuesta para  defenderse de estos sentimientos y a la vez rendir tributo al deseo homosexual.

En el sacrificio de Marta se advierte el núcleo transgeneracional, impuesto por un superyo sádico primitivo, en un vínculo de fidelidad homosexual a una madre que realizó la misma ofrenda. La frase “por amor” acuñada por un erotismo que se expresa en el lenguaje de las emociones es transformación de otra, correspondiente al erotismo de un cuerpo en estado de fusión con otro. Es este estado de fusión la marca específica de la raíz “homo” en esta estructura. Ser la sombra del objeto garantizaba la relación entrañable y absoluta con el cuerpo materno. Ante la emergencia de lo impensable y la caída de la defensa aparece un rasgo melancólico equivalente a aquel en que la sombra al perder su objeto caería en la brecha del cuerpo materno antes velado por su contrainvestidura narcisista.

En las escenas estereotipadas previas, la presencia del actuar de Jorge soslayaba y presentificaba la pérdida. Retorna, desde él, el límite que posibilitaba poner en juego el nivel de masoquismo,  que frena el ir a un más allá que podría culminar en suicidio.

El pretendido sacrificio del egoísmo en nombre del amor culmina siempre en fracaso ya que desde aquel que debiera agradecerlo retornan la hostilidad y el sadismo rechazados por el yo. El ciclo debe reiniciarse de un modo estereotipado y rígido como re-petición inevitable por medio de lo idéntico.


 

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NOTAS:

[1] J. Lacan, Tomo I, pág. 171. Elegimos el término “enajenación constituyente del urbild del yo” para enunciar la construcción primordial del yo en cuanto predeterminación preontológica, de la cual el sujeto no puede escapar. Incluye  lo que distintos autores enuncian como: momentos inaugurales del yo real primitivo, soi, núcleo somatopsíquico del yo, etc.

[2] J. Guillaumin

[3] P. C. Racamier

[4] D. Meltzer

[5] A. Ciccone y M. Lhopital

[6] Tomo XIX, Neurosis y psicosis

[7] G. Bayle

[8] G. Diatkine

[9] J. Lacan, seminario 23

[10] P. Denis

[11] Ya planteado por Freud como escotomización en “Fetichismo”

[12] Lo que equivaldría a un delirio

[13] J. Bergeret

[14] J. Ascher y D. Weiss

[15] A. Eiguer.

[16] Coincidente con la descripción del narcisismo moral que hace Green al diferenciarlo del masoquismo moral.

[17] D. Maldavsky

El acto suicida en la frontera del psiquismo

Cuando ni el dolor ni la paradojalidad alcanzan.

Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312.
Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.
*Por Eduardo A. Grinspon y Nilda Neves

 

Introducción

Los interrogantes que como analistas planteamos a la teoría son múltiples y se renuevan incesantemente impulsados por nuestra actividad cotidiana. Dentro de este terreno  nos hemos planteado la pertinencia y también la necesidad de poner en juego nuestra subjetividad como clínicos para poder expresar, transmitir y compartir experiencias.

Entre los afectos posibles que experimenta un terapeuta en sesión, eludiendo el campo de los fenómenos resistenciales propios, existe una amplia gama de procesos acontecidos en el paciente que nos llegan a través de la captación empática de sus estados afectivos. En ocasiones lo que captamos tiene el signo de lo peculiar, extrañas vivencias que nos invaden como destellos de algo remoto u oscuro. Elementos que parecen no haber sido subjetivados jamás, acechan buscando un sujeto.

Cuando esto sucede, el analista que se reconoce afectado en el vínculo por actos psíquicos ajenos, implementa recursos diferentes entre los cuales resulta de fundamental valor el poder apelar al apoyo de una teoría sólida y actualizada que le ayude a salir de la extrañeza y a posicionarse frente al paciente conservando su lugar.

Interrogar a la metapsicología desde la subjetividad del clínico implica buscar aportes de autores que enriquezcan la perspectiva y que sostengan la búsqueda. Las reflexiones expuestas a continuación contienen algo de esas preguntas y también de los caminos y confluencias encontradas.

En el tratamiento de familias con patologías graves se despliegan escenas en las que se observa la alternancia de momentos de historización intersubjetivos, con otros fusionales, que expresan una holofrasis témporo espacial.

Un tema fundamental lo constituyen los modos, niveles y contenidos en la comunicación de los integrantes de cada familia. Hay que diferenciar entre aquello que circula en términos intersubjetivos que incluye relaciones de diferencia y de complementariedad, de lo que queda incluido como trans-subjetivo aboliendo los límites del espacio subjetivo.

Así como en los tratamientos individuales nos preguntamos por el destino intrapsíquico dado a lo nuevo, creemos que también en el nivel familiar resulta indispensable interrogarse por esta función y sus procesamientos.

En ciertas familias se puede inferir que lo nuevo expresado en los hijos es metabolizado intracorpóreamente por medio de abortos, o circula en el espacio intersubjetivo al servicio de desmentir heridas narcisistas, naciendo  como si hubiera sido producido dentro de una cripta en lugar de un útero materno.

Lo transmitido transgeneracionalmente puede, en ocasiones lograr su acceso a palabras por medio de un circuito largo,  o al tomar un circuito corto emerger en actuaciones o pasajes al acto. Esbozaremos las características de una familia en la que una de sus hijas produce un pasaje al acto suicida.

Desde este punto de vista el acto suicida puede ser leído desde lo individual como  pasaje a lo real, pero al mismo tiempo al quedar inscripto opera como una escena, acto de realización significante. (Morir es nacer en el campo del otro) Actualización significante en la medida que hace actual algo de aquello  forcluido, de lo no dicho del mito  transgeneracional

En cuanto a las características de las estructuras familiares que observamos, suele presentarse una articulación de elementos  que incluyen la  copresencia de:

  • hijos adictos o transgresores
  • hijos que permanecen a la sombra, hasta que en un momento producen un acto que funciona como el retorno de un modo siniestro, de lo forcluido.
  • Complicidad interfantasmática en los padres.

Transmisión familiar

Freud  define el concepto de intermediario como “agente de transmisión” que cumple una función reguladora entre formaciones de estructura o de intensidad diferentes. La expresión intrapsíquica más acabada del intermediario la constituye el yo, por su condición de ser  frontera.  La función de intermediario de esta instancia incluye la transmisión psíquica y la función de síntesis entre los territorios delimitados, los tres amos: el ello, la realidad y el superyo.

Proponemos agregar un cuarto vasallaje impuesto por lo antiguamente desmentido y lo nunca subjetivado (R. Rousillon – G. Bayle).

Entre los diferentes tipos de transmisión que pueden establecerse en un grupo familiar, Kaes (1993) diferencia, la intersubjetiva que implica la existencia de espacios que hacen posibles procesos transformadores dados por la subjetividad de los individuos, de aquel otro tipo de transmisión a la que llama transpsíquica en la que los limites subjetivos  son arrasados.

Este tipo de vinculación entre los individuos parece establecerse en los casos en que predomina la lógica de los llamados por Bion “sistemas protomentales”, a los que caracteriza por la falta de diferenciación entre lo físico y lo psicológico o mental. En ellos se conserva o actualiza, un nivel de organización que corresponde a un momento anterior a la aparición de afectos y representaciones como contenidos de la conciencia. Los límites entre los aparatos psíquicos no existen; las barreras entre los cuerpos son atravesadas, constituyéndose cada masa corpórea en órgano o fuente erógena para los demás, quienes no la consideran ajena sino prolongación del propio cuerpo. Esta lógica de funcionamiento puede aparecer en las estructuras familiares ya descriptas.

La profundización en los determinantes, hace necesario el planteo acerca de qué es lo que se transmite y  de cómo se transmite. Para ello es necesario indagar en cuales son las fallas  de intermediación del yo  que borran las  fronteras entre instancias, generando desbordes en lo real. Esta función está presente desde el comienzo de la estructuración yoica y las perturbaciones pueden abarcar desde los más tardíos y refinados recursos hasta, en virtud de la regresión, los más arcaicos.

Cuando claudica una estructura yoica, es una anterior la encargada de efectuar los procesamientos psíquicos de ligadura, de acuerdo con las leyes que la organiza.

El modo de transmisión que podemos inferir como propio de los sistemas protomentales parece estar vinculada con una perturbación en el yo real primitivo.

Este yo que tiene como función diferenciar el adentro del afuera, dejando el mundo exterior desinvestido, puede resultar perturbado en su desarrollo y pasar a considerar estímulo pulsional aquello que tendría que resultarle indiferente. La barrera de protección antiestímulo que debería proteger de intrusiones del medio, presenta fallas de diversa magnitud. Los estímulos resultan desbordantes, los externos por falta de protección, los internos por falta de filtro. En estas condiciones lo primero “nuevo” que debería surgir, el registro de los afectos en la conciencia, resulta en anegamiento de la misma. La desestimación del matiz afectivo introduce una falla fundamental en el proceso de subjetivación

 

Que es lo que se transmite

Sostenemos que en un grupo familiar, lo transmitido sin intermediaciones, aquello ajeno que se introdujo en lo propio en forma arrasante y que por lo tanto  nunca fue subjetivado tiene una relación estrecha con lo que habita una cripta en la generación anterior. Lo encriptado en la pareja parental opera como imago, núcleo imagoico enquistado en la generación siguiente.

Situaciones traumáticas vivenciadas en las generaciones precedentes determinan la puesta en marcha de defensas patógenas del tipo de la desmentida. Lo desmentido en una generación resulta abolido en la siguiente.

Refiriendo a la transicionalidad como modelo necesario para la apropiación subjetiva Winnicott habla de la ilusión de lo creado/encontrado, Roussillon agrega lo destruido/encontrado. Creemos necesario pensar también en la importancia que asume en estos casos límite, lo no-habido/encontrado. La  diferencia  estriba en que cuando hay algo destruido siempre queda un resto, un testimonio que pulsa para encontrar un trámite de realización, para ser inscripto, para ser encontrado. En el caso contrario cuando no hay resto, por no haber habido ¿qué es lo que queda?

Estamos en el campo de la representación de la no representación (Green, 1993) o de la vivencia de la no vivencia.  

Esta huella de la no vivencia, de lo no habido insiste para ser encontrada. La transmisión inter y transgeneracional de los traumas, nos lleva a cuestionarnos acerca de los modos de procesamiento intrapsíquico de los traumas. 

Roussillon plantea que el narcisismo puede ser entendido como el esfuerzo del sujeto para integrar de algún modo, en cuyo trámite apela al masoquismo erógeno guardián de la vida (B. Rosemberg), aquellas zonas traumáticas de su historia en el seno de su omnipotencia interna. La realidad psíquica del sujeto lleva la marca concreta de las respuestas parentales al estado de desvalimiento, en que se producen sus primeros movimientos pulsionales. Nos habla además de un tipo de huella que no se presenta como memoria sino como sensación, percepción o motricidad y que se hace presente como elemento actual.

Es un modo de reorganización apres coup, mediante el cual se intenta recuperar lo que, junto a lo que funciona como simbolizado representado y reprimido se presenta clivado. Estos clivajes, subvierten los modos del funcionamiento psíquico impidiendo el proceso representativo. Lo mantenido en estado arcaico, en estado ello, se caracteriza por estar (en souffrance) en sufrimiento, intentando en su advenir, actualizarse en el presente. Como dice Rousillon “para poder ser sepultado en la historia y no frecuentar las alcobas del presente”. Ya  Lacan describe en La deuda simbólica al “Invitado de piedra que retorna en los síntomas…. ” (Lacan – La cosa freudiana – La deuda simbólica – Escritos 1).

La escucha del analista, es el único espacio donde lo jamás subjetivado, va a poder ser percibido, en ese punto de inflexión que Haydee Fainberg enuncia como la escucha de la escucha. Diferenciamos lo anteriormente desmentido que retorna como “la inquietante familiaridad” de lo nunca subjetivado que retorna como “la inquietante extrañeza”.

La  historia familiar

Guillermo consultó en forma individual, por sus severas crisis de angustia en el transcurso de las cuales “no podía llorar”. Su meta fundamental era cuidar a “la familia” a la que decía otorgar un lugar fundamental en su escala de valores.

Nacido en el seno de una familia encumbrada, por ser el hijo menor quedó al cuidado de una institutriz, que le brindó cariño y principios diferentes  de los que se privilegiaban en su familia.

Recordaba haber sido testigo mudo de escenas promiscuas que tenían como protagonistas a sus padres.

Desde muy niño se adjudicó la función de cuidar a la familia ayudando a ocultar lo “corrupto, falso o hipócrita”.

En su historia familiar se sucedieron muertes violentas. En la actualidad cuida a su madre alcohólica a quien administra personalmente la medicación  psiquiátrica y “hace la vista gorda sobre las botellas de vino que aparecen en la casa”

Marisa, su esposa, daba mucha importancia al ambiente social y económico que la rodeaba. En la pareja eran frecuentes las peleas, por celos o por críticas hacia la falta de habilidad de su marido para producir los bienes materiales a los que aspiraba.

Guillermo la describe como fría, inafectiva y con una notable impunidad en su decir y en su hacer. En el trato hacia los hijos, no acostumbraba nombrarlos sino que se dirigía a ellos a través de apodos insultantes.

Pasaba por momentos de retracción, “con depresiones”, de los que salía con ataques de  violencia hacia sus hijos.

La preocupación constante de Guillermo y su tema habitual era su hijo Willy,  adicto a la marihuana y a la cocaína, quien vivía en un estado de aceleración, desplegando conductas de riesgo, que intentaba sostener con mentiras y maniobras transgresoras, seguidas de promesas de enmienda y pedidos de disculpa.

Guillermo centraba la problemática de Willy en el desamor de la madre quien constantemente expulsaba al hijo de la casa familiar. Guillermo se desesperaba para resolver los problemas del joven, intercediendo para evitarle las consecuencias de la ira materna y en ocasiones “salvándolo” de graves sanciones legales.

El grupo familiar se completaba con dos hijas. Mariela, la mayor, representaba un apoyo para Guillermo con el que compartían muchas responsabilidades de la casa.

Estaba de novia con Pablo, un muchacho de nivel social inferior al de la familia, razón por la cual su madre se oponía tenazmente a la relación.

Mariela parecía resistir las presiones de Marisa, hasta que queda embarazada y se somete a un aborto. Dos meses más tarde comunica a su novio su decisión de interrumpir la relación. Pablo muy alterado, se aleja en su auto y a las pocas cuadras sufre un accidente en el cual pierde la vida.

Mariela acude al velatorio y se enfrenta con la madre del joven, quien la acusa en una escena de violencia, de ser la culpable de la muerte de su hijo. Guillermo intenta mediar y apaciguar con argumentos acerca  del dolor que está experimentado su hija.

Al día siguiente Mariela se suicida arrojándose al paso de un tren.

El estado de abatimiento y angustia en que quedan  los hermanos a partir de la tragedia motiva el pedido de terapia para la familia.

Al poco tiempo de iniciado el tratamiento se plantea que Marisa ha comenzado a hostilizar a su hija menor, Inés para que abandone a su novio por no pertenecer a su misma clase social. La evidente similitud con las circunstancias asociadas a la tragedia anterior hace reaccionar a Guillermo y a Willy convalidando el lugar de Inés.

El tratamiento se mantuvo solo unos meses, en el transcurso de los cuales el protagonismo de Willy fue disminuyendo hasta que, al poco tiempo aceptó una internación en una clínica psiquiátrica.

Creemos de utilidad para la comprensión de la dinámica familiar recortar una escena ocurrida en ese lapso.

En un momento de los habituales en Marisa, en que se mostraba deprimida y retraída, Guillermo organiza una cena, para mejorar el clima familiar, a la que asisten Elena y su esposo, amigos de la pareja. Marisa hace una escena de celos, en la que según su marido “se puso como loca”.  Guillermo reconoce, en su sesión individual, que la situación no es del todo descabellada ya que efectivamente Elena es su amante desde hace mucho tiempo.

Articulación entre clínica y teoría

Tan sólo al mes de la muerte de una de sus hijas, la madre saliendo de la  depresión ubica a Inés como lo nuevo que debe ofrendarse para desmentir lo sucedido. El suicidio de Mariela había instaurado un orden en la estructura familiar, el problema grave ya ocurrió y era fechable para el resto de la familia.

Al inducir en la hija sobreviviente, la misma escena que antes había generado fatalmente en la mayor, ésta no habría muerto del todo. Para el particular funcionamiento de esta familia alguien debe no morir pero sí estar al borde de la muerte. (Ante el final dramático de un film, se retrocede la película para que a partir del mismo punto pueda tener un fin diferente y eternizado).

Frente a la nueva escena toda la dinámica familiar se modificó, limitando a la madre en su acto intrusivo, intentando evitar la repetición de lo ya producido.

La muerte de Mariela produjo un movimiento exogámico, que incluyó el pedido de tratamiento, en el transcurso del cual se pudieron desplegar ciertas complicidades, lo que permitió aportar palabras y escenas para la apropiación subjetiva. Luego de la enérgica reacción familiar de apoyo a Inés, Marisa empieza a deprimirse y a quedarse en cama. Es en el momento de la depresión de su esposa que Guillermo lleva a su amante a la casa.

Hoy Marisa mira la escena promiscua, así como Guillermo lo hizo en su infancia. Hoy quizás como ayer la escena promiscua, tapa ó vela una escena de desvitalización aportando excitación y texto adecuado.

En este momento Guillermo es el personaje omnipotente que aporta “lo sucio, lo corrupto” y depende de él que  no se note. En esta escena Marisa pasa a ser una loca acreedora que reclama lo propio vivo a un tercero que es Elena y Guillermo pasa a ser el objeto, el deudor holofraseado. Tanto Mariela en el acto suicida, como Guillermo en esta escena perversa, asumen el lugar del objeto.

Esta escena se puede interpretar en referencia a otra, la  del velatorio, en  la que una madre desesperada interpela y reprocha a alguien la muerte de lo propio,  promoviendo en  la acusada  el acto suicida.

Se advierte cómo lo nuevo puede o debe ser usado para desmentir lo ya sucedido y cómo las escenas perversas aportan excitación y personajes para sacar a alguien de la retracción.

En la madre era evidente el exhibicionismo de la impunidad. Las acciones degradantes y humillantes aparecían articuladas con otras del padre que tendían al ocultamiento. Creemos que Guillermo, suponía soslayar las consecuencias del rechazo (químico) materno neutralizando el efecto mortífero y su evidencia.

Lo que habitualmente no es proferido por hallarse reprimido o transformado, en esta familia perdía el velo y era dicho impúdicamente por Marisa o jugado perversamente por su marido.

Guillermo como adicto al adicto defendía al hijo vivo, sobrevivido  al odio de la  madre.

Este hijo se tornaba entonces en acreedor permanente, impulsivo, imperativo y transgresor, adecuado solo para la lógica de la supervivencia (P. Racamier, 1991).

En la pareja aparecía un pacto de inseparabilidad, necesario para sostener la impunidad anónima y promiscua. En la familia parece predominar un criterio que así como no admite diferencias de sentimientos o pensamientos tampoco reconoce diferencias entre los cuerpos. La relación de dos al fusionarse, transforma el producto de la misma en algo  generado por un solo cuerpo. Este producto, degradado a lo orgánico, resulta asimilable y/o excretable.

Al suicidarse Mariela se instaura como objeto nostálgico para el padre, quien desde siempre mantenía esa tristeza de base sin llegar al llanto, típica de la dependencia adictiva  de un objeto nostálgico.

En Mariela podemos inferir la articulación entre un sentimiento de celos y de exclusión respecto a “en quién piensa mi padre” y una identificación con una madre que la desestima en su subjetividad. Madre e hija quedan encriptadas en ese vínculo, centrado en la incorporación y fagocitación, tendiente a retener con envidia a la hija, sin abortarla, pero ligándola de un modo fetichizado a su propio narcisismo intermediado siempre por la función neutralizante del padre (P. Racamier – L’inceste et l’incestuel – Une presence de fetiche, 1995).

Podemos inferir dos ejes de fetichización, Guillermo con el hijo, como un adicto al adicto donde también el adicto funcionaba adherido al narcisismo del padre y otro entre madre e hija en una alianza mucho más críptica.

En la estructura triangular que formaban el padre, el hijo y la droga, esta última es el agente que ataca químicamente a Willy del mismo modo en que era atacado fusionalmente por su madre, el padre neutralizaba en parte, los efectos de ambas situaciones tóxicas, pero sin sustraerlo del todo.

Guillermo, frente a situaciones difíciles afirmaba, “no es tan grave porque a mí también me pasa”. Este modo de banalizar,  habitual en el adicto al adicto es una forma de neutralizar la diferencia,  por medio de la identificación.

Willy por medio de la droga y de la velocidad,  lograba la obnubilación de la conciencia y la descarga de una tensión insoportable. Procuraba expulsar frenéticamente a aquel para quien el rédito de la subjetividad  hubiera marcado vivo y diferente. La tensión vital, que tiene como destino la complejización,  no se puede sostener y queda al servicio de la pulsión de muerte. La pulsión deviene tóxica, y el principio de placer es desbordado por un más allá que exige la satisfacción del goce.

Las conductas frenéticas  borran las diferencias degradando al testigo, ese otro de sí mismo que puede ser excéntrico. En esta condición no era posible apropiarse subjetivamente de la afectividad, de la percepción y de la motricidad. El yo queda inerme frente a un modelo identificatorio que en lugar de operar como garante del ser, aparece como un déspota que sólo aspira a la supresión del sujeto (D. Maldavsky,  1992).

En estas familias el duelo patológico queda encapsulado crípticamente, el hijo nace sobreinvestido en un lugar heroico y triunfante, teniendo garantizado el ser fetiche para alguien y al mismo tiempo sostiene en sí mismo un tipo particular de triunfo de la pulsión de muerte (P. Racamier).

Diferenciamos al claustro materno, matriz de lo nuevo e inscripción de lo imaginario, de la cripta, pre-ocupada por aquello cuyo destino ya está eternizado. Lo nuevo queda al servicio de desmentir heridas narcisistas, duelos patológicos. Va a ser  desde los hijos que lo anteriormente desmentido va retornar, imponiéndose como algo siniestro, como “inquietante familiaridad”. Este sentimiento de ajenidad es homólogo al núcleo incluido intrusiva y brutalmente en el espacio psíquico del hijo.

Lo que retorna por medio del pasaje al acto de los hijos, presentifica una escena que condensa lo desmentido, lo desestimado y algo del superyo  que reclama infructuosamente una inscripción diferente.

Se podría ubicar cada formación sintomática como un modo de salir y al mismo tiempo de retornar. De este modo la adicción a la droga desde la lógica intersubjetiva  familiar es un intento de salir en la búsqueda de lo diferente,  rescatándose del circuito endogámico, salida  que culmina en  el encuentro con aquello de lo que se pretende huir: lo mortífero, lo inercial.

Un interrogante posible sería si estas familias consultan porque están preocupadas por la adicción o porque la evidencia exogámica de la adicción del hijo produce un desequilibrio económico y estructural, por medio del cual el mito fundante de este grupo familiar podría llegar a adquirir palabra.

Transmisión del mito familiar. Enquistamiento imagoico

El mito fundante en estructuras familiares como las que describimos tiene  contenidos que le son propios, características y formas de transmisión más generales que nos interesa destacar.

Como contenido del inconsciente, el imago se diferencia de la representación cosa, creada como condensación de vivencias, y a la vez surge a partir de ella.

La imago corresponde al tipo de representación que aparece en el momento restitutivo, cuando la representación cosa se ha desconstituido o dicho en otros términos, cuando la metáfora paterna ha fallado. En ese momento aparece la imago como retorno de lo forcluido, de lo desestimado y opera  como un objeto extraño y exterior al yo al  que se le impone de un modo tiránico y omnipotente.

Este terreno ha sido preparado por un tipo especial de vivencias traumáticas que dejan una fijación duradera.

Las diferentes formas de trauma determinan distintos tipos de fijación. La fijación a vivencias de satisfacción, dentro del ámbito de los traumas necesarios, provee un contenido representacional para la fantasía y puede llegar a ser usado como contrainvestidura.

La fijación despertada por una vivencia de dolor, puede encontrar en otra vivencia el apoyo para su transformación en vivencia de satisfacción. En este caso la pulsión no se enlaza con la percepción de un objeto, sino a una actividad del yo y a una realidad perceptiva modificada supuestamente por esa actividad. Esta inscripción es usada luego como contrainvestidura al servicio de la desmentida (herida narcisista).

Finalmente la fijación puede  surgir en torno a una vivencia no habida, en cuyo caso la pulsión queda sometida a la compulsión, a la repetición, sólo puede enlazarse con la puesta de un sujeto ajeno que toma al yo como objeto de su percepción y su motricidad, dejando lugar como defensa a la desestimación. El yo del sujeto, desde su necesariedad narcisista va a ofertarse a la necesidad narcisista del perverso o del psicótico (retorno de lo jamás subjetivado).

“La pulsión no despertada por vivencia queda estancada con un carácter tóxico produciendo efectos patógenos en el cuerpo o generando objetos restitutivos”                (D. Maldavsky, 1994).

Para Freud las representaciones restitutivas surgen de la necesariedad psíquica determinada por la imposición de lo filogenético. Los esquemas heredados constituyen un saber, (para Lacan perteneciente a una ética inconsciente) una preparación para entender, una preconcepción (Bion) que da forma a las vivencias del suceder individual. Cuando no hay coincidencia entre los esquemas y el vivenciar, la necesariedad estructural impone el predominio de los primeros.

Desde la vivencia no habida pero impulsora de desenlaces, surgen las representaciones imagoicas. Aparecen desde lo encriptado y circulan como lo maldito (A. Eiguer – Le generationel, 1997).

La transmisión intergeneracional de los traumas incluye habitualmente historias insoportables, inconfesables, en padres, abuelos e incluso en otras generaciones.

En este último punto es importante enunciar como formación del inconsciente, el concepto de cripta de Abraham y Torok y el de imago como lo enuncia Paul Denis.

Cripta es descripta como un lugar cerrado en el interior del yo. Este lugar es habitado por el fantome o espectro, definido como una imagen  o recuerdo que ha sido enterrado sin sepultura legal. Contiene el recuerdo de un idilio vivido con un objeto prestigioso y que ha devenido inconfesable. Desde su inclusión espera su resurrección.

A esta mezcla de idilio y olvido lo llama “represión conservadora” ya que por su naturaleza de indecible escapa a todo trabajo de duelo. Imprimirá al psiquismo una modificación oculta, es necesario enmascarar y desmentir tanto la efectividad del idilio así como la pérdida de tal unión o compromiso narcisista todo lo cual conduce a un tipo de duelo patológico.

J. C. Roushy plantea, que no es pertinente hablar de transmisión, ya que estamos hablando de un momento de unidad dual, de fusión. El registro es somato psíquico y comprende una trans-fusión.

Evelyne Kestemberg (1978)  describe al soi como la primera configuración organizada del aparato psíquico, que emana de la unidad madre hijo. Representa a nivel del sujeto, objeto de la madre, lo que pertenece al propio yo de manera precoz  antes que se instaure la distinción entre sujeto y objeto.

El hijo es objeto para la madre y el mundo fantasmático de ésta modula las premisas de su organización psíquica, la relación objetal, el autoerotismo y la continuidad narcisista.

El soi no puede ser identificado con el yo (moi) que sigue siendo la instancia organizante, pero representa en su seno el origen del sentimiento de si (Ich gefuhl). Lo nunca subjetivado persiste enunciado desde los orígenes por el objeto primario y su entorno.

Paul Denis, (1996) describe a la imago como figura colosal y aplastante. Combina los aspectos de dos personajes, masculino y femenino, con asociaciones precedentes, las que no interactúan, no dialogan, sino que forman una sola figura que se impone.

En las escenas que la familia desplegaba en sesión era notable la coincidencia entre esta definición y el modo particular de vivenciar el vínculo que los hijos mantenían con la pareja parental.

La imago es una representación coagulada que juega en el inconsciente un rol de prototipo. Poderoso, tiránico y limitante; pesando sobre nuestro destino psíquico e integrando las características provenientes de la relaciones precoces con ambos padres.

El status metapsicológico de las imagos es diferente al de la representación que organiza el funcionamiento pulsional, configurando objetos sustituibles que se combinan para formar  conjuntos funcionales de representaciones.

La instancia superyoica resulta, en una elaboración subjetiva, de la sumatoria de influencias sucesivas de las imagos parentales que le han servido de base.

Paul Denis cuando intenta definir la regresión imagoica rastrea en la obra de Freud el destino de la pulsión ante su desinvestimiento  La libido abandona la representación de objeto, la cual, por estar precisamente desprovista  del investimiento que la designaba como interior, puede ser tratada como una percepción y proyectada hacia el exterior.

Lo que es desinvestido, expulsado en lo real (forcluido) no podrá ser investido nuevamente por la libido sino bajo una forma no simbolizada, perceptiva, alucinatoria modificada o persecutoria.

Paul Denis sostiene que la imago ocupa un lugar intermediario respecto a este movimiento Su constitución o su reconstitución a partir de una representación implica una forma de retiro del investimiento libidinal respecto a la representación inicial, retiro que la priva de su pertenencia al tejido del psiquismo y le da el carácter de  cuerpo extraño psíquico, sin expulsarlo en lo real.

Describe  dos componentes de la  pulsión: el componente de dominio (emprise) y el de satisfacción, de cuya articulación depende el mantenimiento de la tensión vital. El componente de dominio, lo relaciona al elemento motor, activo, en búsqueda del objeto, es una especie de “vector narcisista”. El componente  de la satisfacción es relacionado con la vivencia, lo enunciamos como  “vector  objetal”.

La representación es el resultado de la integración de los dos tipos de investimientos: las huellas mnémicas en dominio (en emprise) son combinadas con el recuerdo de la experiencia de satisfacción, y lo que queda de esta experiencia da  a la representación su pertenencia al mundo interno (vivencia de satisfacción). Las huellas perceptivas no tienen más que un rol de soporte y el componente de investimiento en dominio  está al mínimo. Lo que da a la representación su carácter de imago es que se produce un retiro en el registro del investimiento en satisfacción.

El debilitamiento de los lazos con la experiencia de la satisfacción y el aumento de su investimiento en dominio desplaza a la representación, la hace devenir imago, del mundo interno migra hacia la periferia: abandona al yo sin abandonar al psiquismo. La representación es constitutiva del juego representativo interinstancias, la imago deviene cuerpo extraño no entrando más en la relación. Entre la cripta y el enquistamiento imagoico, intermedia la identificación, la constitución del superyo.

 

Fallas en la constitución del superyo

Es habitual encontrar en familias como las que presentamos un secreto de familia oculto e inconfesable, que ha colocado al representante de la función paterna en posición de impostura.

Lacan jerarquiza la idea de impostura o transgresión en la generación precedente, como un elemento fundamental en el origen del superyo de cada individuo así como las consecuencias sintomáticas en las generaciones que siguen.

En esta familia estaba vedada la posibilidad de asumir la libertad de una posición epistemofílica capaz de sostener la actitud interrogativa hacia el medio, la cual hubiera  posibilitado deconstruir-reconstruir el apellido paterno, implicando las propias características biográficas (mito familiar fundante).

El apellido del padre  tiene eficacia como ley en la medida que la madre lo demande para encarnar la ley ante sus ojos y ante los ojos del sujeto. Esta terceridad marca el límite de la relación fusional y posibilita que paulatinamente se integre el pensar con esa actitud interrogativa.

Es el padre esperado desde la necesariedad de una ley el que al ser degradado en su función respecto de la impunidad de la madre, queda ubicado en el lugar de impostura.

En la medida en que el sujeto vivo ya antes de nacer ha sido objeto del deseo de sus padres, en el acceso a su subjetividad se ha dado la subjetivación forzada de la deuda simbólica.

Al “Invitado de Piedra” de Lacan lo podemos pensar como el retorno en presencia del asesinado, de la ausencia, del pecado, del espectro que habitualmente habita en las criptas.

 

Tipo de duelo – Herida narcisista -Hijos fetichizados

Jean Cornut (1991), ubicó dentro del terreno de la  desmentida un mecanismo utilizado para refutar la diferencia existente entre vivo-muerto  El efecto de esta desmentida es la producción de un “niño de reemplazo” que continúa el destino de una culpabilidad transmitida de una generación a otra. La transmisión de lo desmentido circula tanto por lo no dicho de lo dicho en el discurso familiar así como por las contrainvestiduras.

Ante un duelo que desencadena una herida narcisista, por la hemorragia  libidinal  pesa sobre el yo la amenaza de un hundimiento subjetivo. Esta amenaza que revela el retorno sobre el yo de la pulsión de muerte, se da por desintrincación pulsional ya que era  el objeto ahora perdido en quien se sostenía la ligadura pulsional. Debe producirse entonces, un clivaje dinámico y económico, que luche contra la extensión de la desintrincación, evitando la nadificación del sujeto.

La desmentida y la idealización alimentadas por todas las energías disponibles van a constituir de urgencia un objeto protético (G. Bayle – Les clivages, 1996). El mantenimiento de este objeto es necesario para evitar el riesgo de melancolizarse o entrar en crisis de despersonalización (situación que se vivía estáticamente en esta familia).

La creación y el mantenimiento del objeto protético intenta preservar de toda alteración el objeto interno anterior a la herida. Llamamos objeto interno al conjunto de movimientos de investimientos pulsionales en relación con el representante exterior.

Ante la caída del representante de la representación del objeto, los investimientos pulsionales se orientan a construir una prótesis interna, con un gran costo libidinal. Este elemento protector está asegurado por la actividad fetichizante. Habrá que apelar a la contrainvestidura para que se produzca un tipo de representante que no es ni el del objeto perdido, ni  del protético. Este es el objeto fetiche, que va a permanecer brillante e idealizado mientras que el protético  queda clivado. Cuanto más próximo y peligroso sea el objeto protético que pertenece a la realidad psíquica, más deberá eclipsarlo el fetiche que responde a la realidad material.

Los hijos de esta familia funcionaban como estos objetos fetiches evidenciando en otro lugar y en otra escena, un objeto protético que obturaba una herida narcisista. La desmentida entre vivo-muerto estaba en la base de esta familia, produciendo el estado de casi muerto en el borde, pero debiendo nunca morir.

Las actividades fetichizadas mediatizan la relación con el objeto protético, intentando vivir como si “lo ocurrido aún no ocurrió”.

Censura del amante – Comunión de desmentida

Michel Fain y Denise Braunschweig (1971) definen censura del amante diferenciando dos funciones: a) la coraza de protección antiestímulo que depende de la madre y b) la censura que pertenece al amante, representación maternal inconsciente”. Es ella quien ejerce “la censura del amante”. Esto implicada la capacidad de la madre de desinvestir alternativamente a su bebe, “de poder dormirlo”, para luego recibir el deseo del hombre. En este desvío, tránsito de la madre desde el niño al padre, en función de amante de la madre, (diferenciado del genitor), esta última retoma su propio narcisismo depositado antes en el hijo.

Por este camino el niño accede a la posibilidad del autoerotismo que primero acompañará a la  alucinación y luego  a la  fantasía.

Si este procesamiento no se da, se instalará  o una perversión de la censura o a una forclusión del amante (forclusión del Nombre del Padre) que dará lugar, en el mejor de los casos,  a la producción de los hijos fetiches antes descriptos.

La fusión de la madre, y del hijo a su servicio, lleva a una “comunión de desmentida”  que implica siempre un ataque a la terceridad.  En el niño esta fusión se da a costa del propio yo piel (D. Anzieu), privándose de su continente propio, quedando adherido al objeto primario en forma permanente.

A partir de estas escenas se crea un clivaje entre el mundo exogámico y el mundo privado endogámico en el que la familia  mediante sus complicidades sostiene la lógica de la comunidad de desmentida.

Temporalidad circular.

A la vida psíquica la entendemos como un sistema abierto y el sujeto vivo, hablante es hijo de una evolución dada por la tendencia a una satisfacción alucinatoria nacida de los sufrimientos, falta, ausencia, pérdida.

La idea de proceso que esta relacionado con lo temporal, no refiere ni a lo instantáneo ni a lo simultáneo sino a un desarrollo orientado en una dirección. En esta familia el proceso tiene característica de paradojal, como estructura de temporalidad circular alrededor de un núcleo inmovilizante y contradictorio, un proceso sofocado (César y Sara Botella).

La paradojalidad es un tipo de repetición degradada a la reedición, utilizada como resistencia al devenir. El pasaje al acto de Mariela implica un intento, dentro de la estructura, de retomar  lo procesal saliendo de la lógica de la paradojalidad.

Pensamos a este pasaje al acto de un modo homólogo a como se presenta la repetición alucinatoria de una percepción dolorosa, que a pesar de su apariencia automática es en realidad en su compulsión a repetir, una búsqueda de lo diferente, testimoniando  una función mínima de ligadura pulsional, y un proceso en marcha.

  1. Racamier (1978) define al Principio de Supervivencia como aquel que tiende y asegura la propia sobrevida.

Este principio funciona tanto bajo la égida del principio de placer como en oposición complementaria con él. Sobrevivir no es un postulado, es un fruto, un resultado. Es imposible pensar el sobrevivir sin su antagonista; respecto de la vida, estaría la no vida, frente al sobrevivir, la nadificación.

La lógica que acompaña a este principio, dentro de la cual entraría la oposición definida por J. Cornut de  vivo/muerto. La paradojalidad excluye el registro de la contradicción, es la organización psíquica capaz de inmovilizar la circulación de significantes y coagular las fantasías sin siderar el psiquismo.

El inconsciente es intemporal, la paradojalidad es antitemporal.

En una familia como la que estamos describiendo, la paradojalidad organiza la vida psíquica y el sistema relacional de toda la familia, se puede pensar sin referir ni a los orígenes, ni a los fines de lo procesos, nada es verdadero ni falso.

La paradojalidad es uno de los sistemas defensivos más poderosos ( para la supervivencia ), que se ejercen contra la conflictualidad, la ambivalencia, la individuación/separación

La desmentida de lo originario, tiende a apaciguar una angustia transgeneracional respecto a la posibilidad de que exista un origen y un mito familiar. En el origen de la desmentida de los orígenes, persiste “en souffrance”  el sufrimiento de no haber sido psíquicamente engendrado.

 

Escena Plena – Acto suicida

La escena producida por Mariela produce un corte en el clima tóxico, pasional y mudo que predominaba en la familia. Este hecho actual, da sentido en un apres coup a una escena antigua, que al no tener inscripción había quedado en suspenso, en acecho   circulando de un modo no integrado.

Siguiendo la definición de Lacan del efecto de una palabra plena, en “ función y campo de la palabra ”,  llamamos escena plena a aquella que reordena las contingencias del pasado (dándole un status imaginario) otorgándole un sentido en las necesidades por venir (posibilidad de ser subjetivadas simbólicamente) con lo poco de libertad que cada estructura familiar tiene, de acuerdo a la articulación entre lo transubjetivo, lo intersubjetivo y lo intrapsíquico ( E. Pérez Peña y E. Grinspon – “¿Qué repite el efecto psicosomático? ”, 1988 ).

La escena plena, es el modo de realización posible de lo nunca subjetivado o nunca simbolizado.  Este efecto de actualización significante se produce en la medida que los significantes se constituyen como tales, en el preciso momento en que cobran su efecto, sólo en la medida que den coherencia a una escena toman el valor de significante.

El clima tóxico en el que vivía esta familia es lo que llamamos un demasiado lleno, una presencia masiva, inmovilizante que sostenía un clima fusional eternizante.

Mariela al matarse se propone como objeto perdido. Mata algo, se produce ausente para alguien, para quien esta ausencia ya es del orden de la falta y sostiene la necesariedad de ser significado. Lo que era angustia en Mariela no tuvo otro trámite, que el de ser derivado en la motilidad, nivelándose hacia el principio de Nirvana. Canceló su posibilidad de ser, constituyéndose en ser para los otros al hacerse presente como ausente.

Entre el principio de constancia y de placer, proponemos incluir un principio de dolor ( E. Perez Peña, E. Grinspon ) al cual se apelaría al utilizar en urgencia al masoquismo guardián de la vida,( Beno Rosemberg, 1991 ) que coincidiría con el principio de supervivencia definido por P. Racamier.

Entendemos el acto suicida como el momento de la total desintrincación pulsional. Se concreta la tendencia mortífera de la pulsión. Dándose el gozo absoluto y frenético en Eros, en paralelo con el gozo absoluto y desobjetalizante de la pulsión de muerte (Green, 1995).

Simultáneamente se produce la articulación con un superyo degradado cuyo  imperativo mortífero impone el “goza”.

En la estructura quedó fundado, de modo trágico, un momento de pérdida del objeto, necesaria para que caiga la omnipresencia del objeto Madre y se pueda reinstalar el ciclo pérdida-ausencia-representación. La temporalidad sólo se inscribe en el movimiento de la pérdida. Incluso lo impensable, hasta ese momento, irrepresentable, tiende ahora hacia lo temporal, inscribiéndose en el movimiento vivo de la pérdida. Esta última dada en el sujeto en persona real; (P. Guillaumin, 1996) en la producción de la representación en devenir y el futuro de la misma.

Que haya un mas allá del principio de placer, una pulsión de muerte, un principio de Nirvana no quiere decir que estos últimos estén desintrincados respecto del principio de placer. No quiere decir que el trabajo psíquico efectuado para remontarlo no se base en el reinado del principio de placer. La repetición alucinatoria de una percepción dolorosa a pesar de su apariencia automática, es compulsión a repetir en búsqueda de sentido y testimonia ya el ejercicio de una función mínima de ligadura, de un tiempo previo al, trabajo de acceso a la representación, de un proceso en marcha (César Botella y Sara Botella, 1995).

La Madre funcionaba como ese objeto inutilizable, en el sentido Winnicottiano, que provoca una seducción narcisista, obliga al sujeto a ponerse al servicio del narcisismo del objeto, a incorporar a este objeto en su interior para salvaguardar su narcisismo quedando alienado al mismo.

El funcionamiento del sujeto queda al servicio de este objeto que conserva el status de núcleo imagoico, sin apertura asociativa sin generatividad ni transicionalidad. Esta descripción correspondería a los vínculos de complicidad narcisista entre un padre y un hijo, a la persistencia de núcleos imagoicos que tratan al yo como un cuerpo extraño (D. Maldavsky, lo enuncia como el déspota o psicótico proyectado).

El objet no fue ofertado al sujeto como objouet (Jouet – juguete). No hubo un espacio lúdico, en términos transicionales que permitiera la apropiación subjetiva. La falla del objeto primario en asegurar la coincidencia entre alucinación y percepción ( logrando la ilusión ) conducen al enquistamiento narcisista primario de experiencias anteriores condenadas a ser activadas alucinatoriamente y a atormentar persecutoriamente al individuo.

Mariela mata a la Madre atacando la fusión objetal. En el acto suicida se da una profunda regresión, el cuerpo ya no queda excéntrico al yo, siendo “mi cuerpo”, sino que regresa a la posición autoerótica, sin acceder a ningún tipo de espacialización y transicionalidad.

Para Lacan, imago es sólo la del cuerpo propio, lugar donde, desde la ética inconsciente se articula la función del objeto y la función de Ley o disyunción. Si acto es el modo mediante el cual un lugar inconsciente deviene sitio espacializado, matar-se fue el modo de matar a costa del cuerpo propio la imago eternizante, eternizada, poniendo en circulación la necesidad de disyunción y la propia marca subjetiva.

La escena plena producida a costa de un sector propio, es el modo de la estructura familiar de relanzar la capacidad de historizarse así como de recuperar la función de transicionalidad.

Conclusión

La línea de pensamiento parte de la posibilidad de procesamiento del trauma por más de un aparato psíquico. Hemos integrado un grupo de conceptos correspondería a lo que enunciamos como clínica del desinvestimiento, del particular ensamble entre desinvestimiento, contrainvestidura narcisista, distintos tipos de clivajes y un singular retorno en condiciones no siempre previstas dentro del clima del sobrevivir. Este modo de pensar es muy útil en terapia familiar ya que estamos en presencia de por lo menos dos generaciones.

Creemos que también puede ser instrumentado en tratamientos individuales, cuando nos encontramos ante la emergencia intrusiva de esos elementos en bruto, expresión de lo nunca subjetivado, que nos exponen en la transferencia a estados de inermidad e impotencia o a caer en complicidades perversas.

Es función de la transferencia analítica contener y transformar estos elementos de modo que permitan recuperar la transicionalidad necesaria para la apropiación subjetiva.


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Adicción a Endeudarse

Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXIX, nº 318

Abril 2004. Buenos Aires, Argentina.

 Adicción a endeudarse económicamente. Un tipo de solución adictiva cuando impera la necesidad de pagar y perder.

Eduardo Alberto Grinspon

 

Introducción:

Es habitual en estos momentos que en los medios masivos de comunicación se aborde el tema del pago de la deuda. Generalmente esta temática ronda alrededor del deudor que es quien decide si paga la deuda, qué porcentaje, a quién se va a pagar y las condiciones en que esto se efectuará. Se cuestiona la legitimidad de la deuda, el origen real de los fondos, y el modo espúreo de los intereses ya ganados por el acreedor. Es decir, el cuestionamiento que aparece en los medios nacionales e internacionales es a partir de la decisión del deudor.

En el diario La Nación del día sábado 6 de marzo aparece respecto a la Argentina y su relación con el FMI: “Si no se hace ningún pago, el FMI debe poner en marcha un proceso que eventualmente declararía a la Argentina en default y eso sería muy incómodo para el FMI. La magnitud de tal default sería sin precedentes, con consecuencias para la reputación del Fondo y la manera en que maneja sus asuntos. El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, con una exposición de más de 20.000 millones de dólares entre los dos, tendrían que tomar medidas inmediatas para cubrir la mora. Así la Argentina tiene al Fondo atrapado (el destacado es del autor). Un número creciente de los accionistas del Fondo quiere poner en vereda a la Argentina.”

Estos comentarios que van develando el modo de funcionamiento del sistema financiero, trajo a mi memoria una entidad clínica con la que me conecté hace once años. A esta coyuntura clínica la llamé adicción a la deuda, implicaba adictos a endeudarse económicamente.

En el año 1993, transitábamos un momento socioeconómico posterior a la hiperinflación en la que se había sostenido la creencia que el dinero se autoproducía. Desde una lógica autoerótica, se había obtenido más rédito del dinero en el sistema financiero que en el circuito productivo. El hecho que estos pacientes por medio de transacciones económicas pervertidas, cambio de cheques o manipulaciones financieras, produjeran en un circuito deudor una cantidad de dinero inexistente, lo relacioné con este antecedente. Así mismo era evidente el nivel de pérdida y destrucción del patrimonio familiar que estos movimientos implicaban.

El haber advertido la presencia en la clínica de este tipo de coyuntura, abrió la posibilidad de un tipo de abordaje técnico interdisciplinario en el posicionamiento frente a la estructura familiar e individual del paciente.

En la estructura familiar, el quiebre de una legalidad implica una marca que retorna resignificada de algún modo en las generaciones posteriores. Es decir, lo desmentido o desestimado en una generación retorna por medio de distintos tipos de formaciones sustitutivas. A nivel social es posible pensar que cada quiebre de una legalidad genera un tipo de herida narcisista que produce a posteriori un tipo de formación sustitutiva. Algo de este proceso nos está sucediendo a partir del modo en que circula el tema del pago de la deuda a nivel mediático.

Retomando el mismo diario del 6 de marzo llama la atención este comentario: “La idea que por estas horas analiza el Presidente es no tocar las reservas para pagarle al FMI y destinar esos fondos para nuevas inversiones en obras públicas, infraestructura y en programas de crecimiento económico, en lo que se conoce dentro del círculo oficial como la puesta en marcha de un plan B…”

Es decir, en términos del preconsciente de este momento es el deudor quien, apelando a cierta condición de egoísmo necesario y un tipo particular de autoconservación, determina la posibilidad de no tocar parte de las reservas y destinarla a producir. Este comentario  evocó en mí un escollo clínico que desde el punto de vista ético se nos presentaba en aquel momento al tener que tomar decisiones como equipo interdisciplinario frente a la familia en sus decisiones respecto a los medios financieros. Por ejemplo, determinar el monto real de la deuda si había vocación de pago y hasta qué punto estaba la posibilidad de pagarla, acercándonos finalmente a que el grupo familiar tomara la decisión de retener algún sector de su patrimonio para poder seguir subsistiendo.

Fue esclarecedor, a través de aportes de abogados y contadores, especialistas en cobranzas y deudas, poder enterarme que para el Banco que otorga préstamos, declarar una crédito incobrable implica tener que apelar a sus reservas para poner el mismo monto en previsión, lo cual implicaba algo sumamente costoso, probablemente mayor que el dinero adeudado por nuestro paciente. Esto permitió entender el momento en que el adicto a la deuda venía a sesión en una actitud eufórica, tranquilizante y prometedora en complicidad y connivencia  con su familia a plantear “que no había ya ningún problema, que el Banco volvía a darle crédito y refinanciar la deuda, haciéndole una quita importante de capital e intereses”. Teniendo claro desde la meta clínica que era incuestionable la necesariedad de interrumpir el circuito adictivo y perdedor e ir interfiriendo en las distintas complicidades, fuimos transitando la violencia necesaria para impedir esta transacción, la que finalmente seguía siendo un pacto pervertido por manipulaciones perversas. Luego de once años y de distintos quiebres del mundo financiero y corporativo a nivel nacional e internacional, es claro que al referirse a la problemática del Banco Mundial y el BID se utiliza el mismo tipo de lógica en la que el acreedor depende del deudor, lo que en general es sabido por el deudor.

 

Motivo de consulta:

Habitualmente el paciente adicto a la deuda no consulta, es desde el medio familiar que circula el motivo de consulta, ya sea a través de un hijo angustiado por el cuadro depresivo y caótico de su padre y familia,  un comentario hecho por un padre a un hijo acerca de fantasías suicidas, el deterioro y degradación de un vínculo de pareja por razones económicas, etc. Si bien se presenta de inicio un cuadro depresivo, en el discurso del paciente prima la temática de las deudas, del dinero, de la perentoriedad de lo que se debe, en un contexto de cuentas y números. La mezcla de posiciones prometedoras en situaciones desesperantes genera desde la subjetividad transferencial el registro de una sensación de sin salida y el destello paradojal en la mente del terapeuta que “si hubiera dinero algo se puede resolver”. La desesperación y la sin salida respecto a lo económico y el nivel de soledad que se generaba a nivel transferencial es lo que llevó a registrar la necesidad de convocar al grupo familiar. Esto posibilitaba salir del clima tóxico de soledad transferencial, generando alivio tanto al paciente como al terapeuta. Son pacientes que deben todo, sin ninguna posibilidad de afrontar sus deudas, no habiendo posibilidad de cumplir con lo debido ante la estructura financiera y familiar. Este abordaje pone en evidencia las diferentes complicidades y niveles de desmentida y desestimación que operaron para llegar a este momento del proceso.

Acorde al nivel de degradación de la situación familiar y dentro de un clima de hartazgo tóxico, la escena que se presenta es acerca de un personaje culpable, ante múltiples acusaciones y reproches. El nivel de odio circulante frente a este personaje victimario (activo) en un contexto familiar abre la posibilidad que en la contracara también sea víctima (pasivo) de esta estructura en la que se sostiene un código víctima/victimario, acreedor/deudor en la necesidad de perder. Este tipo de desenlace en estas estructuras familiares implica una seria alteración de la autoconservación, lo que evidencia una problemática de la economía pulsional en su base.

El empecinamiento a sostener la necesidad de perder en un clima de odio actuado y explícito de un modo impúdico, nos lleva a pensar al odio como un factor dinámico en el sostenimiento de esta estructura. Lo perdido pasa a ser el producto que sostiene el nivel necesario de odio en un circuito en retroalimentación odio – pérdida – odio. Este último a través del clima de excitación que genera, opera a modo de contrainvestidura obturando el registro de la paulatina e incesante pérdida de reservas, lo cual pensado en términos pulsionales llegaría hasta la pérdida total de la energía de reserva.

Es por esto que el primer objetivo terapéutico al encarar estos tratamientos es sostener la voluntad de pago y producir un basta a la necesidad perdedora y hemorrágica que habita en la complementariedad interfantasmática familiar. Todo adicto se articula a su adicto al adicto que en este caso es el personaje que sostiene la exigencia, el odio y un tipo particular de manipulación narcisista dentro del medio familiar. Si bien en varias ocasiones nos vamos a referir al adicto a la deuda como si fuera el “paciente”, es necesario no perder de vista en ningún momento de esta comunicación que el tratamiento se dirige hacia la estructura familiar a través de distintos abordajes. En el inicio del tratamiento es el adicto a la deuda quien sostiene conciencia de sufrimiento psíquico, mientras que en la familia no existe conciencia de enfermedad ni de pérdida. Uno de los objetivos terapéuticos es que se pueda descentrar la óptica respecto al adicto a la deuda, culpable de la debacle, y que la familia vaya adquiriendo conciencia de enfermedad llegando finalmente a registrar lo perdido como una pérdida de la estructura familiar.

En un primer momento la convocatoria a las entrevistas familiares tuvo como objetivo disminuir la exigencia familiar y crear algún tipo de red al ponerle palabras en un espacio grupal y familiar al estado calamitoso de la situación familiar económica (homóloga a la utilizada con pacientes adictos). Al tratar de despejar las complicidades intrafamiliares se hizo evidente una articulación particular al quedar desmentido el “no hay dinero y no podemos pagar” emergiendo frases que al ser planteadas desde la necesidad operan como un tipo de imperativo, por ej. “las expensas y el teléfono hay que pagarlas”.  Estas afirmaciones y la suposición que de algún modo se tiene que pagar nos conecta desde esta exigencia proveniente de la necesidad con aquellas frases habituales en adictos a la deuda: 1) ya de algún culo va a sangrar y no va a ser el tuyo, 2) de algún culo va a sangrar (momento de mayor degradación), 3) si querés que te cuiden debe, 4) cuando debas más de la mitad de lo que tiene tu acreedor tenés la vida asegurada.

 

Ejemplo de escena paradigmática: Diálogo entre una esposa y su cónyuge:

–  “Tenemos que pagar los gastos de la casa, hacer una compra, la casa está vacía”  [“Tenemos que” opera como inoculación.]

  • “Sí, sí, eso está previsto”
  • “Pero los cheques que cobraste no alcanzan.” [En este momento aparece una sensación de vacío en el vínculo.]
  • “No te preocupes, eso se arregla.”
  • “Pero decime, cómo se arregla.”
  • “Mira, ya se va a arreglar, yo lo voy a arreglar, de alguna manera ya se va a arreglar, yo lo voy a arreglar.”

Siendo esta una transcripción textual de una escena es notable como a medida que avanza el nivel de exigencia el adicto a la deuda va pasando desde el neutro “se va a arreglar” a “yo lo voy a arreglar”, momento previo a salir arrojado.

  • “Estoy harta, no aguanto más, la verdad es que quisiera morirme”
  • “No es para tanto, siempre agrandás las cosas”
  • “¿Siempre? Estoy podrida, entendelo, vos estás contento porque cobraste dos chequecitos de mierda”
  • “Pero escuchame”
  • “No, no me vas a convencer, ya cobraste dos chequecitos y te parece que está todo solucionado, no puedo más, me quiero morir, me querés calmar con esto pero ¿vos te das cuenta lo que es?”
  • “Escuchame, yo lo voy a solucionar de alguna manera”.
  • “Yo sé lo que va a venir, siempre es lo mismo, me vas a venir a prometer cosas, a hablar del gran negocio que vas a hacer, de los cheques, y lo contenta que tengo que estar. Entendelo, estoy harta, estoy harta, no aguanto más.”

Se genera en el adicto a la deuda: “Tengo que calmarla, tengo que calmarla, no sé qué hacer, ya no aguanto más, tengo que calmarla”

Se despliega desde la esposa un acelere en escalada hasta un punto culminante de condensación en el “me quiero morir”, situación que fuerza un nivel mayor de degradación en su esposo hasta que aparece en él la necesidad de calmarla. Este registro es avalado por la esposa quien cuestiona el modo con el cual él quiere calmarla, mientras que en la complementariedad de la pareja se sostiene el imperativo “hay que calmarla”.

La habitual frase “me quiero morir” del adicto al adicto tiene una eficacia sobre el adicto a la deuda, ya que es él quien finalmente ve en la muerte una salida y un pago final de la deuda. Es una escena que condensa un nivel de odio y un tipo de desestimación que opera de un modo mortífero en el paciente. El adicto a la deuda para el adicto al adicto representa habitualmente un deudor odiado de un modo mortífero y transgeneracional.

En esta escena nos encontramos con una esposa harta pero siempre presente, que al exigir pagar los gastos para  mantener el nivel de vida, logra mantener el nivel de deuda. Esto es recibido por un marido exigido e impotente, quien a medida que avanza la desesperación se  torna soberbio y omnipotente ante los otros, ya que si bien no tiene dinero tiene que pagar. Se crea una tensión pulsional al positivarse una negatividad que permite sentirse vivo. Las propias fuentes pulsionales en estos sujetos van siendo sustituidas por fuentes pulsionales ajenas, el trabajo psíquico del adicto a la deuda trata de procesar fuentes pulsionales exógenas.  A partir de este momento sale a pedir, en una escena en la que pedir algo a alguien es un tipo de salida de la retracción.

El hecho que el objeto imperante en este tipo de solución adictiva sea el dinero y que este último circule con diferentes tipos de significación en el medio familiar  y en el financiero, me llevó a un tipo particular de abordaje técnico: 1) un abordaje familiar, 2) un abordaje interdisciplinario con abogados y contadores que asesoren en las distintas opciones del manejo financiero, 3) acompañamiento terapéutico del paciente en su relación con su familia y con los medios perversos financieros, 4) a partir de este andamiaje terapéutico, sostener un espacio para el abordaje individual. Algunos de los objetivos planteados en esas entrevistas familiares eran: 1) Blanquear la deuda, hacerla explícita mediante un número dicho y escrito frente a la familia. Lo escrito implicaba que quede un documento de lo dicho ya que un circuito paradojal habitual en estas constelaciones familiares es no quedar claro qué es lo que se dijo y cuándo se dijo. 2) Pactar con la familia la vocación de pago. 3) A partir de esto, elegir un representante de la familia o un profesional que determine negociando, con los distintos medios financieros, el monto real de la deuda al haber vocación de pago. Al intentar sostener estos objetivos nos encontramos que aparecían dos posiciones subjetivas: 1) la del adicto a la deuda quien necesita pagar, perder y saldar una deuda con una legalidad interior, 2) la posición del adicto al adicto en quien desde el hartazgo y el odio emerge un egoísmo mezquino y un manejo especulativo respecto a la posibilidad de pagar. Es desde el vínculo transferencial y a partir de conocer lo que implicaba para estas familias la necesidad de pagar del adicto a la deuda y de perder de la estructura familiar, que decidíamos como equipo interdisciplinario junto con la familia de qué modo se iba a enfrentar la deuda y qué sector del patrimonio podía quedar fuera del circuito de pago y de pérdida. Es decir no es una decisión económica a la que nos estamos refiriendo, es una nueva complementariedad dada entre la estructura familiar y el equipo terapéutico mediante la cual se intentaba poner un punto de fijación a la incuestionable necesidad de perder en términos pulsionales. Es imposible abordar este tipo de patología sin integrar las espacialidades familiar – individual – social económica.

 

Características del adicto a la deuda:

Estos pacientes deudores no son estafadores, son personas afables, agradables, queribles y por momentos creíbles. Sostienen un alto nivel de dependencia, fácil de registrar en el vínculo transferencial. Si los pasos ya mencionados respecto al abordaje técnico son tolerados por la estructura familiar, es notable el grado de colaboración del paciente para el tratamiento. En los momentos no depresivos quedan sometidos a un tipo de motricidad por la que se lanzan hacia la producción de la deuda. Este abalanzamiento evoca el momento en que el adicto se abalanza a un acto de incorporación.

Lo específico en estos pacientes es la necesidad de producir deuda, el dinero producido en su alquimia es usufructuado tanto por el circuito familiar como el financiero. Así como lo planteamos anteriormente, para abordar esta estructura es necesario articular tres espacialidades: 1) la espacialidad intrafamiliar, su historia y sus mitos, 2) el sistema financiero y su correlato social y económico, 3) el sujeto individual, su historia y su mito de origen. El dinero pasa a ser un objeto comerciable, negociable y productible (sin ser producto de un trabajo), equivalente a los objetos sustituibles que operaban como objeto de supervivencia de las soluciones adictivas. Las fechas de vencimiento sostienen la urgencia y la imperiosidad de la satisfacción de esa necesidad de sobrevida. La deuda y el dinero están relacionados a subsistencia, autoconservación, una temporalidad circular y  sostenimiento de un nivel necesario de vida.

El número en estos pacientes tiene dos dimensiones: cantidad y fecha. En la deuda algo se torna cuantitativo y fechable, y en el espacio terapéutico se torna figurable la escena entre un demandante exigente y un personaje exigido. Háblese del número que se hable, signifique superávit o deuda, rédito intolerable o déficit, el número es un significante extraño a la significación que produce. La deuda en sí misma es la que mantiene un gradiente, una diferencia, un flujo y una relación con la ley. Nos referimos a una estructura en la que impera un tipo de negatividad, diferente a la lógica de aquella estructura en la que prima la experiencia de satisfacción.  El sostenimiento del menos uno en cuanto negatividad es mantenimiento de un nivel de constancia, diferente del nirvana que implicaría el cero en la cancelación de la deuda. Es por todo esto que se da la imposibilidad de inscribir un basta en la estructura, no hay saciedad ni satisfacción, sólo el menos uno sostiene la estructura en un tipo particular de apego al negativo.

 

 

Complicidades familiares:

Es importante tener claro el concepto de pacientes deudores y no estafadores, es decir no obtienen un rédito personal en un manejo especulativo. En ellos se sostiene la necesariedad de endeudarse y pagar. A pesar de esto el nivel de mentira, promesas y manipulación avanza paulatinamente de acuerdo al nivel de degradación subjetiva. Esta última es el emergente de la articulación de las complicidades intrafamiliares y las sociales financieras.

Todo adicto a la deuda sostiene su equilibrio con diferentes complicidades dentro del medio familiar: a través del adicto al adicto, y a través de amigos o familiares. Estos últimos a partir del vínculo que tuvieron anteriormente con el paciente le prestan dinero. Lo llamo complicidades ya que a pesar de haber advertido y dado la consigna de no prestar dinero, esto se sigue produciendo ya sea “por lástima”, “no puedo hacerle esto y decirle que no”, “para sacármelo de encima y que me deje de joder”.

El adicto al adicto es quien aporta el nivel de exigencia, desvalorización y sostenimiento de la desmentida de la no posibilidad de pagar al desconocer de dónde proviene el dinero o la no actividad laboral de su cónyuge. Partiendo de una lógica de la necesidad, “de mi necesidad”, el adicto al adicto plantea desde un tono imperativo, en el que no hay ningún lugar a dudas, “hay que pagar”. Lo que subyace en su afirmación es el núcleo de desmentida, la necesidad que se concrete el perder y la desestimación de la subjetividad del adicto a la deuda, lo que es diferente del “hay que pagar” proveniente desde el imaginario de este último en quien es un imperativo el tener que pagar. El “hay que pagar” del adicto al adicto expresa lo intolerable de la caída de la eficacia de la defensa del tener que perder. Desde el adicto a la deuda esto es registrado como “hay que pagar y perder, te hago responsable de que se sostenga el nivel de pérdida.” Es en este escenario que  podemos divisar alguna diferenciación, el adicto al adicto sostiene el odio y la necesidad de perder, mientras que el adicto a la deuda es quien sostiene la necesidad de pagar y producir deuda. Es esto último lo que habilita el tipo de exigencia y da soporte a la eficacia de la desmentida sosteniendo la condición de posibilidad de pagar. La exigencia que proviene del adicto al adicto circula hacia el otro en un acto de desestimación de su subjetividad. Es desde la identificación con un objeto desestimado o forcluido que el adicto a la deuda se lanza en su acting out a pedir un crédito (credibilidad), es decir un tipo de investimiento. La exigencia en el adicto a la deuda es sentida desde el cuerpo, registro somático homólogo al de la abstinencia ante ciertos tóxicos.

Así como en las soluciones adictivas la autoconservación la pensamos como paradojal, en los escenarios a los que somos convocados con los adictos a la deuda se sostiene la paradojalidad. Por ej. en una escena de muchísima violencia, la esposa dice: “porque vos sabes que en última instancia la que estuvo acá para aguantarte siempre fui yo pero ya no aguanto más.” En ese momento aparece en el esposo deudor la necesidad de acercarse y tocar a su esposa, buscar un encuentro tierno o conmiserativo con esa mujer fría, calculadora y mortífera. Este acercamiento a la piel de un otro condensa ese encuentro degradado y devorado por el frenesí deudor, transformado en un núcleo tóxico que garantiza el sostenimiento de la deuda.

A medida que avanza el nivel de desmentida y desestimación de la subjetividad se incrementa la degradación subjetiva hacia niveles difíciles de imaginar previamente. Entiendo este estadio como un alerta, un pedido desesperado emergiendo del adicto a la deuda. Se evidencia la pérdida del pudor, el acto manipulador se dirige hacia el medio familiar más próximo, por ej. Hacia los hijos. Se van generando escenas en las que el hijo en “carne propia” siente la actitud mentirosa e inescrupulosa de su padre, por ej.: 1) pedir con urgencia a un hijo el dinero fruto del sueldo cobrado por un trabajo realizado con mucho esfuerzo, 2) ofrecerse para hacer el trámite de pagar ciertos impuestos y una vez obtenido el dinero, utilizarlo para otro fin, no efectuar el pago y no avisarle a su hijo que el impuesto no estaba pago.   Entiendo este momento como un punto de inflexión del tratamiento, un punto límite. Se le está pidiendo a un hijo una salida frente a la complicidad y complementariedad interfantasmática, existente habitualmente en el contrato de pareja incestual respecto a la necesidad estructural de perder. Desde la óptica de la terapia familiar psicoanalítica esto implica una apertura generacional. No es sólo un mensaje al hijo a quien se le está hablando, algo de lo no dicho en el sector hijo habitante en la estructura transgeneracional de la familia va adquiriendo palabras. A partir de esta escena en la que un padre miente, estafa y pide a un hijo, comienza a desplegarse otra escena.

Para poder poner un límite al nivel de degradación y concebir el camino de resubjetivación y redignificación es fundamental en este tipo de tratamiento sostener la existencia de una mirada benévola, un ante quien pueda el adicto a la deuda redignificarse y recuperar valores. Desde mi experiencia clínica si no se logra rescatar este personaje desde la estructura familiar, el pronóstico del tratamiento es reservado. Habitualmente este personaje emerge desde alguno de los hijos, quien es testigo y testimonio de la complicidad familiar en el perder empecinado. Pero al mismo tiempo es aquel que puede rescatar sectores del vínculo con este padre, dentro de una historia en la que, en general, hubo momentos de buena calidad afectiva. Estos restos de un patrimonio no perdido son puntos de anclaje en el tratamiento frente al ciclo frenético hacia la denigración. Lograda esta nueva meta clínica (la de sostener la mirada benévola), el clima en el tratamiento individual va cambiando. Se puede hablar de otro modo de la historia familiar y acercarnos al tipo de quiebre que se produjo para haber llegado a este desenlace.

En el inicio del tratamiento la demanda proveniente tanto de la esposa como de la entidad financiera era la trama que sostenía la tensión necesaria en nuestro paciente. Una vez desarmada esta trama, es el vínculo transferencial junto con la mirada benévola lograda lo que opera como punto de fijación para el despliegue del proceso terapéutico.

 

Deuda:

Un deudor debe pagar lo debido, lo cual apela tanto a la deuda, la ley y la falta. Hay momentos en que el prestamista, el personaje exigente y el dinero están diferenciados. En este momento eufórico y manipulador, el paciente es el que administra o produce aquel objeto que permanentemente tapa un agujero destapando otro, con lo que la deuda sigue vigente. A medida que avanza el nivel de degradación y retracción, entre el yo deudor y el dinero se crea un estado de fusión, el cuerpo y el objeto se fusionan, es en este momento en que se pasa de la frase “de algún culo va a sangrar y no va a ser el tuyo” a “de algún culo va a sangrar”. El deudor es el que va camino a pagar ese objeto adeudado quizás con su propia libra de carne. Si pensamos la frase que acuña la cultura de estos pacientes la referencia a “de algún culo” implica una erogeneidad anal en la que algo sólido que yo produzco lo puedo retener o expulsar, pero al referir a “va a sangrar” transformo lo sólido en líquido perdiendo la noción de borde, ya que es la sangre la que debe sostenerse en un espacio singular y no perderse hacia el exterior. Esta transformación de sólido en líquido y pérdida de bordes es opuesta a la escena productora de deuda en la que en el acting out se recupera espacio, tiempo y bordes.

En esta patología tenemos dos emergentes: la deuda y la culpa. La deuda asegura “que si debo es porque algo recibí y me une con alguien una deuda originaria que trasciende tiempo-espacio” (vínculo primario). La culpa refiere siempre a la ley y al pecado, lo que “me instituye como sujeto y como persona”. Son sobrevivientes gracias a la deuda y a la culpa. Entender que la deuda refiere al menos uno como un tipo de negatividad articulado a la ley implica que desde nuestro lugar de terapeuta, integrado en la estructura interdisciplinaria, se sostenga el imperativo “hay que pagar”, “hay que honrar la deuda”, junto a un basta a la pérdida.

Dentro del mito familiar la deuda sostenida en el secreto familiar se supone prescripta. En la escena deudora producida por el adicto a la deuda cae la prescripción, y actualiza un sector de la historia al producirla en acto en una situación actual. La deuda trasciende tiempo y espacio, abriendo la dimensión eternizante en un tiempo circular.

Toda deuda pide tiempo y los préstamos son por tiempo en el cual se espera que algo se resuelva. Un paciente abandonado por su padre al poco tiempo de nacer y cuya madre murió de un cáncer fulminante, razón por la cual tuvo que ser criado en un asilo, dice con un gesto de cierto triunfo y tranquilidad: “para mí no hay pasado ni futuro, el pasado ya pasó y zafé, y el futuro no hay, no existe, sólo los cheques que van a entrar, mis entradas y salidas diarias, si se cumple el milagro de que mi esposa se acerque y los chicos me digan que están bien, y que tengan suerte como tuve yo los primeros años de casado, ya eso me conforma.”

La escena productora de deuda implica un movimiento cíclico y repetitivo en el que se fundan espacialidades, un borde, un gradiente, un flujo, un objeto. Adquiere figurabilidad una escena que al poder ser imaginada en el espacio terapéutico permite recuperar distintos fragmentos de la historia personal y familiar. Si bien en el momento frenético se da un aceleramiento concéntrico hacia un punto de alta condensación, en la producción de deuda se accede a una temporalidad cíclica y circular en la que con escansiones se sostiene el eterno retorno. Se descondensa lo simultáneo hacia un movimiento sucesivo, la temporalidad circular es un tipo de descondensación, siendo la condensación máxima el momento en que el sujeto que debe y lo debido llegan a la fusión. El tiempo que sostiene una direccionalidad irreversible, por medio de la deuda se transforma en circular y adquiere reversibilidad, tornando lo imposible en improbable.

 

Momento del impulso:

Al ensamblar la exigencia familiar con las exigencias provenientes de los entes financieros, o “apretadas intimidatorias desde los circuitos de usura”, se crea en nuestro paciente un núcleo rumiante. Este último opera fundamentalmente durante la noche, no permitiendo conciliar el sueño. Esta tensión en estasis se transforma en la mañana en un movimiento impulsivo, manipulador, prometedor y eufórico en la búsqueda de deuda, tiempo y el objeto dinero con el cual poder “tapar un agujero y lograr cierto alivio”.

El adicto a la deuda lo que produce son escenas productoras de deuda. La frase habitual en el discurso de estos pacientes, “hay que mantener el nivel de vida” debe ser entendido literalmente, es decir mantener el nivel de tensión tóxica y deudora.

Si angustia refiere al estado de no representación, el circuito de la deuda da texto y posibilita metáforas. La trama que sostiene al deudor son dos niveles de acreedores: un nivel intrafamiliar, y un nivel social y financiero. El producir deuda de un modo impulsivo/compulsivo garantiza cierta disyunción: 1) al no concretarse un movimiento centrípeto y fusional hacia la acreedora interna a la estructura familiar, 2) al no concretarse un movimiento centrífugo y fusional hacia el acreedor económico, 3) poder alternar entre el lugar de ser exigido y el lugar de exigente.

El circuito: inoculación – estado tóxico – acting out con el posterior retorno incesante de la escena, va variando a medida que el nivel de retracción y degradación subjetiva aumenta. A medida que el dinero y el cuerpo se fusionan, se habilita un camino hacia al cuerpo, pasando de un acting out a un acting in. Es el momento de mayor desesperación e impudicia, apareciendo los cuadros somáticos importantes o fantasías suicidas. Esto se produce al caer la eficacia que tenía el acting out al  poner una motricidad en juego dentro de una dimensión temporal y espacial.

A medida que se encuadra el tratamiento se va delineando una historia familiar y una historia individual, van confluyendo un código familiar, un código individual y un código social-económico, posibilitando la eficacia del efecto mitopoiético. Para poder articular esto último con la necesidad de pagar del adicto a la deuda, evitando que se concrete su ser culpable de la pérdida total, nuestro accionar clínico debe ser interdisciplinario frente a la toma de decisiones en el desarrollo del tratamiento.

La deuda implica una negatividad que emerge positivada en una escena que al ser parte de la realidad sostiene diversas creencias en términos familiares, sociales y económicos.

El hecho que estos procesos se desarrollen a partir de la toma de decisiones, conlleva al equipo terapéutico a estar permanentemente enfrentado a las consecuencias de cada una de estas. Esto implica diversos tipos de resistencia y un efecto resiliente por el cual se sostiene la necesidad de perder en estado latente. Como nos pasa en patologías graves, con serias alteraciones de la autoconservación, son procesos que se desarrollan por momentos a partir de decisiones “desde afuera” para luego ser pensadas y elaboradas. El dejar de perder, nos lleva a plantearnos el efecto que genera en estas estructuras familiares el rédito intolerable, un tipo de resto que al no perderse opera como cuerpo extraño.

Voy a concluir esta comunicación con una cita que creo sugerente para la temática desarrollada. Dice Sylvie Le Poulichet en Monographies de psychopathologie, Les addictions, pág. 196: En el francés antiguo el nombre adicción refiere a la “obligación por el cuerpo” que debe sufrir un individuo cuando sus deudas quedan impagas. Esta antigua práctica encuentra sus orígenes en el derecho romano donde por orden de un magistrado el acreedor recibe el derecho de tomar la persona del deudor “addictus” y tratarlo como su cosa. L´addictio es la adjudicación de la persona del deudor al acreedor que lo somete, se apropia y se sirve de este último. El término mismo deriva del verbo addicere significando “decir a” en el sentido de atribuir. Tal es la condena reservada a aquel que no puede afrontar una deuda, queda solamente su ser en sustancia, su cuerpo en estado de caución.