*Por Eduardo A. Grinspon
ABSTRACT
En el congreso anterior de TFP presenté, a partir de la demanda de tratamiento de un adolescente adicto de alto riesgo, a la subjetividad transferencial como criterio orientador y al espacio terapéutico no escindido como “situación analizante” en familias en las que predominaba el clivaje familiar, la incestualidad y la defensa perverso narcisista dentro de las perversiones morales. Implicaba la articulación pactada de inicio, de entrevistas individuales y familiares, pudiendo lo sucedido en cualquiera de los espacios terapéuticos ser mencionado sin que ésto implicara infidencia.
Desde esta perspectiva clínica, cuando la falla narcisista está en el centro de la escena, delinear un proceso terapéutico es describir lo acontecido en el espacio potencial “entre deux” que es la subjetividad transferencial.
Espacialidad transferencial pluripsíquica y plurinarcisista descripta desde la subjetividad del analista quien, a partir de su disponibilidad narcisista en función de «accueille», resiste en su malestar el tiempo necesario hasta encontrar un camino adecuado para dar figurabilidad a escenas diferentes a las convocadas por el imperativo del Superyo incestual y sostener la memoria del proceso terapéutico.
La propuesta y aceptación de este encuadre operó como acción antiperversiva/anticlivaje y la evolución dependió del nivel de disponibilidad tanto del analista como del grupo familiar para sostener el tratamiento.
Describiré un fragmento clínico actual luego de 2 años del mismo tratamiento, el cual estará centrado en el proceso desplegado a partir de la inclusión intraestructural de la subjetividad del analista y los escollos clínicos atravesados para que el espacio terapéutico acceda a la posibilidad transicional y transformacional, entre los cuales fue importante la colusión de la pareja parental acerca de ideales enunciados desde una perspectiva sociopolítica y banalizantes de sus consecuencias.
El espacio de TFP es un espacio intersubjetivo en el cual somos testigo y testimonio de los efectos devastadores producidos por las maniobras del perverso sobre el otro. Así mismo, es la posibilidad que tiene un perverso narcisista para que su sufrimiento identitario y vacío constitutivo por clivaje estructural pueda entrar en la re-petición hacia la diferencia.
Intentaré mostrar, a pesar de la rigidez de inicio, la movilidad posible de estructuras familiares en las que los circuitos pervertidos pero aún no perversos guardan sectores en latencia, que relacionados al concepto de transferencia paradojal, nos permitió pensar al efecto de lo aún no subjetivado en la generación de los hijos como el retorno de lo clivado en la pareja parental. Extenderé el concepto de clivaje de la subjetividad a la posibilidad del clivaje en el medio familiar.
En la evolución clínica, a partir del hijo se pudo desplegar en un hijo en términos transgeneracionales, el interrogante por el origen el cual al recuperar en momentos sucesivos su referencia diacrónica, relanzó el proceso mitopoiético.
1 – INTRODUCCIÓN
Ante la demanda de tratamiento de un adolescente quien presentaba una solución adictiva[2]con alto riesgo para su vida y siendo mi registro subjetivo transferencial el criterio orientador, presenté en el congreso anterior de TFP, a la temporoespacialidad terapéutica no escindida como “situación analizante” en el tratamiento de familias en las que predominaba el clivaje familiar, la incestualidad y la defensa perverso narcisista, entre las perversiones morales. El acuerdo implicaba dos sesiones semanales de las cuales, cada 15 días una de ellas era familiar.
La información que fuera surgiendo en el transcurso del tratamiento podía ser mencionada en cualquiera de los espacios terapéuticos sin que implicara infidencia. Era condición sine qua non para la continuación del tratamiento, la presencia conjunta en las entrevistas familiares de la pareja parental[3]. La propuesta y aceptación de este encuadre operó como acción antiperversiva/anticlivaje y la evolución dependió de la disponibilidad [4] tanto del grupo familiar como del analista para sostener el tratamiento.
Al nombrar entidades clínicas como perversión narcisista y maniobras perversas narcisistas apelamos al concepto de narcisismo desde una perspectiva clínica, ante la cual a la espacialidad pluripsíquica de la TFP la concebimos como plurinarcisista. Nos conectamos con lo específico de su funcionamiento, a partir de los efectos registrados en el lugar del otro (del objeto no objeto)[5], camino hacia su desubjetivación[6]. Desde esta perspectiva cuando la falla narcisista está en el centro de la escena, delinear un proceso terapéutico es describir lo acontecido en el espacio potencial “entre deux” intersubjetivo e internarcisista[7] que es la subjetividad transferencial.
Espacialidad descripta desde la subjetividad del analista quien, a partir de su disponibilidad narcisista[8] en función receptiva (accueille), resiste en su malestar[9] el tiempo necesario hasta encontrar un camino adecuado para la subjetivación de los afectos y relanzar el trabajo de la puesta en figurabilidad[10]. Accede de este modo a imágenes, diferentes a las convocadas por el imperativo del superyó incestual, que van configurando co-construcciones intrapsíquicas y un tipo de memoria del proceso terapéutico. Mi paciente es aquel que pudo nacer y habitar en mi subjetividad y la historia que puedo relatar, es solo aquella construida a partir de datos “aparentemente objetivos”, los cuales se han hecho subjetivamente significantes en un momento dado del proceso y dentro de nuestro vínculo y espacio terapéutico.
Pensar a la subjetividad transferencial como transferencia posible y a la espacialidad terapéutica no escindida como “situación analizante”, abre posibilidades en situaciones clínicas en las cuales el narcisismo puesto al servicio de la estrategia de sobrevida “grita” sus problemas estructurales de constitución[11] .
Describiré un fragmento clínico actual centrado en el proceso desplegado a partir de la inclusión intraestructural de la subjetividad del analista y los escollos clínicos atravesados para que el espacio terapéutico acceda a ser transicional y transformacional. Entre estos escollos fue importante la colusión de la pareja parental acerca de ideales enunciados desde una perspectiva sociopolítica, de un modo banalizante de sus consecuencias y que operaban dentro de la estructura como “creencia”[12].
A pesar de estar separados hacia mucho tiempo, los padres mantenían un pacto fusional y violento en el cual la madre asumía una actitud de víctima culposa y omnipresentemente ausente y el padre sostenía en un movimiento perverso narcisista[13] y paradojal un personaje violento, denigrante, salvador y necesario tanto para sus hijos como para su ex esposa en posición de cómplice. De este padre supuestamente dependían los cuidados básicos y recursos económicos. Imperaba un clima incestual[14] en el que se mantenía constante el nivel de abuso narcisista y violencia desubjetivante necesaria para sostener la eficacia del pacto y el demasiado lleno tensional[15].
El objeto hijo era un personaje fundamental que debía ser “casi” destruido por las manipulaciones desubjetivantes[16] del padre[17], para finalmente ser rescatado por éste del abandono y desamparo materno.
2 – ALIANZA COLUSIVA[18], UN TIPO PARTICULAR DE TRANSFERENCIA NARCISISTA Y RE-PETICIÓN PARADOJAL.
El padre insultaba al hijo de un modo impune e irrefrenable, argumentando afirmaciones denigrantes hacia su madre[19]en su presencia. Estos insultos provocantes convocaban a esta a una reacción automática que posibilitaba al padre su argumentar concéntrico e irrefutable. Este clima colusivo devorador del hijo, generaba en mi un registro subjetivo transferencial de malestar somato psíquico, ante la violencia desestimante de la representación pareja y de un hijo que pueda reconocer en esta su origen. Se fue tornando en mi un imperativo “cuidar al hijo” ante el ataque paterno[20]. La inclusión intraestructural del analista en circuitos trans-subjetivos en los que impera el movimiento perverso-narcisista, implica que el analista sea una función dentro del sistema narcisista imperante en la familia y monopolizado por el perverso. Para este la relación narcisista emerge como modalidad “pervertida” de investimiento del “otro”, “una tercer vía entre el camino hacia el objeto y el repliegue narcisista sobre el yo”[21]. Es un tipo de transferencia narcisista que involucrando los distintos sectores del narcisismo del analista abre una posibilidad al perverso narcisista para que su sufrimiento identitario y vacío constitutivo[22] pueda entrar en la re-petición hacia la diferencia, a “reconstituir o a constituir la piel desgarrada de su yo”[23].
En estrategias de sobrevida la ausencia de receptividad de las necesidades narcisistas por un otro y el analista es muchas veces una última opción, implica que éste se transforme en un objeto excitante y persecutorio.
Tener esto presente es no reducir en una lectura moral a la defensa perversa narcisista [24] y con la plasticidad necesaria para abordar situaciones limites, dar acceso en el grupo familiar a la subjetivación de lo aún no subjetivado[25].
En familias en las que impera el sistema colusivo, el registro de las consecuencias de las maniobras perversas confusiógenas se encuentra proyectado en el espacio subjetivo transferencial. Tópica pluripsíquica en la que se articula el trabajo entre la estructura colusiva familiar en la que predomina la resistencia de la defensa perversa[26] y la delegación en el analista de la función subjetivante[27] del Yo y el sostenimiento de la terceridad.
Transferencia paradojal[28] en la que la disponibilidad narcisista del analista a resistir y sobrevivir sin represalias a la destructividad que genera su presencia subjetiva, garantiza la coraza de protección antiestímulo que posibilita la emergencia en la espacialidad familiar, del “analista en persona”, objeto “destruido-encontrado-creado”[29] para simbolizar el objeto a simbolizar. Personaje referencial de capital importancia en este tipo de transferencia narcisista, ya que es un objeto subjetivo transferencial[30] producto del interfuncionamiento inconsciente del grupo familiar y del analista. En un terreno de inyección proyectiva[31] sin acceso a la introyección, se pudo dar una relación de sujeto del yo. Sentimiento de si (soi) que se obtiene al darse un tipo de identificación primaria que refiere al “nexo afectivo con el modelo o ideal” en el cual el yo aspira a serlo y es anterior a la relación de objeto (D. Maldavsky).
Abordar en espacios pluripsíquicos las consecuencias de la perversión narcisista, permite pensar a esta como un sufrimiento narcisista identitario revestido de una sintomatología altamente tóxica que involucra indefectiblemente a otros, y en la que el automatismo de repetición primaria[32], opera como un tercer principio (junto al de placer y realidad) en el que está en juego el retorno de lo clivado de la subjetividad, concepto aplicable a clivajes en el espacio familiar.
Son familias que mantienen en lo incesante del automatismo de repetición el pedido de subjetivación de sectores en latencia aún no subjetivados.
En el inicio del tratamiento, este hijo adherido a la violencia paterna, miraba su no ser visto por su madre y tironeado en el pacto parental, apelaba a la autoconservación paradojal sumergiéndose en su mundo privado de la droga como modo de auto sustraerse del clima tóxico familiar[33]. Pensar que la muerte podía ser para este hijo un modo pervertido o desesperado de nacer subjetivamente, me llevó a proponer el espacio terapéutico no escindido.
Imperaba la escena de “hijo único salvado por genitor único”[34], cuyas afirmaciones omnipresentes eran contrainvestiduras que involucraban de un modo devorador a todos los presentes. Ante el silencio cómplice de la esposa y ruidoso para la subjetividad del testigo, la desesperación violenta del padre fue pensada como su singular petición de un otro que registre su desvalimiento y lo sustraiga del recurso al acto o del pasaje por el acto[35] como salida que alivia al sujeto perverso por exportación en el objeto de su sufrimiento narcisista intolerable por su falla narcisista identitaria[36]. Un tipo de retorno ante el cual mi malestar era el alerta egodistónico que conducía a la interacción anticolusiva, intervención que en su efecto de difracción imagoica testimoniaba una respuesta intersubjetiva posible.
Ante el planteo del hijo de enloquecedoras agresiones del padre sucedidas en el espacio post-sesión de familia, volvió a hacerse presente en mí la escena en la que un hijo desespera[37] pidiendo la terceridad que lo sustraiga del magma fusional.
3 – RELACIÓN DEL HIJO Y LA VIOLENCIA
El hijo evidenciaba un ciclo en dos tiempos en los que 1) era maltratado e insultado por el padre 2) actuaba en consecuencia, producto del transactuar transnarcisista[38] y sosteniendo el argumento paterno se convalidaba intrapsíquicamente e intersubjetivamente como “un desastre”[39].
El agredir del padre al hijo desmintiendo su afecto y autonomía narcisista[40], llevaba a éste -a partir de la violencia padecida en el abuso narcisista- a asumir la representación psíquica de la culpabilidad “ausente en su padre”.
En familias en las que impera un clivaje del Superyo[41] y el narcisismo está puesto al servicio de la sobrevida psíquica, esta captura narcisista rescata restos subjetivos sostenidos en latencia frente al Superyo incestual. Estrategia de sobrevida en situaciones extremas de la subjetividad y de la subjetivación en las que la desubjetivación fue la única salida frente al dolor padecido en malestar. (desespoir)
Reconocer la perversidad en juego y ponerlo en palabras en el tratamiento individual del hijo implicó no ser espectador pasivo y cómplice ante la violencia desmentida. Entender un tipo de retorno y petición, en este pasaje por el acto del padre, me permitió cierta comodidad para sostener una posición desde la cual reatribuirle dentro de la realidad que se iba configurando, un sentido al hacer padecer activamente a su hijo, lo que fue sufrido pasivamente.
En este clima de terceridad analítica que trascendía el espacio terapéutico individual, se fue generando una complementariedad interfantasmática para contener y pensar el padecimiento de un hijo, el cual -en términos transgeneracionales- abarcaba tanto al hijo en su tenso y fusional silencio frente a la argumentación incesante de su padre para “que este no se ponga loco”[42], como al padre quien pudo salir de la soledad absoluta de la exportación de su sufrimiento como única salida. Soledad y tensión somatopsíquica han sido registros subjetivos presentes en mí en este periodo del tratamiento. Encarar en TFP el sufrimiento de estas coyunturas clínicas, permite desplegar el camino que va desde la marca somática de la descarga del afecto[43] que tiende a expulsarse en el circuito corto trans-subjetivo, y entenderlo como repetición en/de un circuito largo hacia la percepción de la descarga. Primer rasgo subjetivo[44] camino a la psiquización para obtener el matiz afectivo y el acceso a la representación para lo cual es necesaria la matriz internarcisista e intersubjetiva, en la que la subjetividad del analista frente al demasiado lleno tensional es fundamental.
4- ACCESO AL SUPUESTO NÚCLEO DEL SECRETO FAMILAR Y AL INTERROGANTE POR EL ORIGEN
Los términos hijo, hijos muertos y muerto se fueron tornando interrogantes que, desplegados en el espacio terapéutico no escindido, posibilitaron recuperar el eje diacrónico y salir de la escena coagulada en lo sincrónico del “hijo víctima de la manipulación narcisista de su padre”.
El hijo mencionaba en su espacio individual el accionar político de su padre en su juventud, que implicaron actos violentos con “manejo de armas, robos y posibles muertos”. Estos hechos enunciados de este modo generaban en mí la tensión entre la justificación banalizante,[45] o desde una terceridad escuchar la referencia a la legalidad que cada término implicaba. La tópica intersubjetiva operaba por resonancia[46] a partir de la coherencia y continuidad narcisista sostenida por los matices de mi malestar subjetivo transferencial[47]. La argumentación ideológica planteada por el padre como creencia[48]era un apego a las contrainvestiduras[49] guardián del clivaje, propio de la resistencia perverso narcisista. Estructuración pervertida de la corriente del apego en la que la continuidad narcisista de un miembro de la familia depende de circuitos trans-subjetivos en los que distintos narcisismos se desvitalizan al servicio de la estrategia de sobrevida del factótum.
Ante lo que sucedía en el espacio de terapia individual del hijo, era difícil pensar en incluir cuestionamientos que aporten matices y diferencien momentos de la historia y subjetividades. Aparecía un clima de traición o infidelidad al soporte afiliativo que daba lo ideológico ante la falta del patrimonio filiativo.
Dentro de las consecuencias imaginadas de ese periodo de su padre se planteó el interrogante ¿hubo un muerto?, el cual abrió la dimensión temporal al diferenciar interrogantes respecto a lo vivido en un momento de la vida, del recuerdo del hecho pensado a posteriori en el marco del grupo familiar y el modo en que fue transmitido.
La palabra muerto desplegó diferencias en el espacio individual, en el que el muerto dejó de ser el hijo que podía morir y abrió la dimensión del “los muertos”, que implicó diferenciar el matado en un operativo, de los compañeros muertos del accionar político, de los hijos muertos a los pocos meses de embarazo[50] anteriores al hijo sobreviviente quien finalmente fue el que pudo cumplir su ciclo biológico normal y nacer.
En el espacio terapéutico individual el accionar del padre ubicado en el centro de la escena, despejó el interrogante por su madre quien comenzó a brillar por su ausencia[51]. El hijo se corre del aferramiento al padre, solución fetichista[52] en la cual se sostenía adherido al contexto violento para no caer en el clima nadificante de la ausencia materna, y recupera interrogantes respecto al vínculo primario con su madre. Cuestionando con enojo las causas de su ausencia diferencia a esta de la madre hasta ahora banalizada y coagulada en el mito imperante en el medio familiar monopolizado por el padre y surge la pregunta ¿quiénes eran ustedes antes que yo nazca? La receptividad en sesión y resistir en el malestar el tiempo necesario sin desvitalizar interrogantes ni franquear el borde para desplegar lo que quedaba en latencia, permitió al hijo vehiculizar este interrogante en el espacio familiar y hacer presente al tercero analítico[53], sujeto tercero de la intersubjetividad del análisis, situado en una tensión dialéctica entre analista y analizando en tanto que individuos separados y con subjetividades propias.
El interrogante por el origen en uno de los miembros del grupo familiar recuperaba la dimensión diacrónica, la representación de la pareja de padres y la posibilidad de de construir el mito del autoengendramiento paternal que incluía desde lo negativo a la madre presente como ausente.
Formularlo en el espacio de terapia familiar implicó un punto de inflexión ya que el padre de un modo desafectivizado relata datos concretos de aquella época entre los que refiere a “las armas que guardábamos en la casa”. El tono de voz en lugar de ser una afirmación provocante/convocante de una escena tóxica, era un llamado a su pareja a la complementariedad e inició un cambio de posiciones en el escenario familiar.
La madre sostiene la eficacia de la comunión de desmentida imperante y en un tono sugerente y enigmático afirma “no recordar absolutamente nada”. Reaparece la madre con presencia física y ausencia psíquica, la que nunca sabe ni puede, y que al poner en duda lo ocurrido detenta el poder absoluto de ser quien sabe la verdad. Se hace manifiesta la desesperación del padre por convalidar un periodo complejo de la historia en la que se desplegaban imágenes confusas de su protagonismo: ¿héroe, asesino, culpable, víctima, victimario?
Primer momento de confusión y quiebre emocional del padre ante la dependencia unívoca con su esposa para historizar un hecho específico del pasado solo por ellos conocido[54]. Clima puntual de tenso silencio en el que en mí aparecen imágenes de escenas de violencia de la pareja, en las que el padre reprochaba “no haber podido contar nunca con ella”. Se abría una nueva témporo espacialidad y un circuito de dependencias diferente. El hijo con enojo interpela a su madre por su participación en esos momentos.
El padre retoma una maniobra provocante/convocante hacia el hijo y refiriendo a la angustia expresada por éste ante la vaguedad de las afirmaciones de su madre le pregunta «si con el también le pasaba lo mismo”. Registro la desesperanza del hijo, lo nuevo podía ser destruido por el padre, quien, en su función protagónica habitual, intentaba recuperar su continuidad narcisista.
Ante este momento de tensión tóxica que emergía como si el tiempo no hubiera transcurrido, intervengo mediante una interacción anticolusiva y en un doblaje psicodramático, me dirijo al padre poniendo en palabras la necesidad del hijo de “poder hablar con mi madre de nuestra historia en común”. Ante la maniobra narcisista del padre quien nuevamente convocaba al hijo a su guión privado, mi y nuestra, aportaba diferencias.
Saliendo de esta encrucijada de un modo imprevisible y automático la madre relata[55], que en los primero meses de vida ante la angustia del hijo, al no poder calmarlo, le pegaba sin poder evitarlo. El hijo llegó a un estado tal de retracción en el que lloraba ante la sola presencia de su madre y solo su retirada lo calmaba. El hijo aporta la emoción faltante en esa afirmación y dirigiéndose a su madre, enuncia la primera escena que incluye a su padre y madre con diferencias y dice “yo me pasé haciendo la paja con el viejo[56] y vos eras la que me cagabas a golpes”.
Aparecen en mí, imágenes del espacio individual de ese momento, en las cuales ante la menor inquietud generada por un proyecto personal, el hijo se denigraba ferozmente y sin justificación. Era una escena singular cuya dimensión colusiva adquiría figurabilidad en ese momento y ante la cual era imposible intervenir. Yo solo podía “quedarme mirando” frente a su auto acusación denigratoria.
Habiendo sido el vínculo tóxico y violento un tipo pervertido del apego, ocupar los dos lugares que se escenificaban en ese momento (penetrante, penetrado/agresor y agredido), fue su modo singular de sostener el vínculo con su madre.
En la próxima sesión de familia, el hijo dirigiéndose a mi, dice de un modo intempestivo y nuevamente imprevisible “sacámela de encima porque la quiero matar”.
Estas escenas me generaban asombro a partir del cual se tornaban por su efecto de significancia en interpretantes, elementos productores de sentido por su inscripción en una red asociativa, elementos en búsqueda de otro elemento, representación o afecto para obtener sentido.
“La quiero matar” enunciado en tiempo presente me lleva a intervenir y, dirigiéndome al hijo, digo que “la quiero matar” era su modo de poner palabras una vivencia registrada en su cuerpo, así como, “sacámela de encima porque la quiero matar”, era su modo de ponerle palabra a la escena vivida por él y su madre en aquel momento.
Apropiación subjetiva de lo aún no subjetivado a partir del retorno en el hijo, de la marca corporal, huella presubjetiva, atópica, preontológica, correspondiente a la descarga somática del afecto en aquel encuentro tóxico con la violencia desubjetivada y desubjetivante de su madre[57]. La frase metabolizada en el espacio pluripsíquico[58] y no actuada ni explosivamente hacia afuera ni implosivamente hacia el cuerpo común familiar, permitió desplegar escenas de los primeros años del hijo y de la pareja en épocas anteriores al nacimiento de este hijo y muy difíciles de hablar hasta este momento.
A partir de lo que estaba siendo historizado en ése momento, intervengo yo explicitando la situación que veníamos procesando en las sesiones individuales[59].
La dimensión témporoespacial intersubjetiva del espacio terapéutico no escindido, resistiendo la tendencia a ser arrasada por el circuito de complicidades, recuperó la complementariedad interimaginaria y posibilitó en un hijo sostener el interrogante por el origen y el lugar de su madre.
La madre que nace al poder hablar y recordar, fue alguien quien, en lugar de descargar implosivamente en soledad o ser la entregadora y convocar una sanción superyoica, pudo hablarle a su hijo en un espacio intersubjetivo. Se desplegó una escena “aún no subjetivada” entre la madre y el/un hijo que estaba condensada en la escena transferencial presente en el espacio de terapia individual. En un momento en la sesión familiar mirando a su madre dice “ahora sé que mi mamá me pegaba”. El hijo pudo pensar a su madre y restituir la función materna y en nuestro archivo de escenas quedó “mi mamá”.
5 – CONCLUSIÓN
El espacio terapéutico no escindido permitió desplegar este singular hilo asociativo al ser lícito el desarrollo de temáticas generadas en cualquiera de los espacios terapéuticos, e implicó 1) salir del escenario habitado solo por el protagonismo provocante convocante del padre 2) recuperar interrogantes no obturados por la violencia asesina de la autonomía narcisista y subjetividad, entre los cuales el interrogante por el origen “¿de qué tipo de encuentro soy hijo?”, implicó deconstruir el mito autoengendrado al adquirir figurabilidad la subjetividad presente de la madre y la escena primitiva simbolizada en la pareja parental 3) llegar al placer de pensar periodos rescatables de la historia familiar [60].
La evolución posibilita esbozar una interrogante: ¿de qué hijo se hablaba cuando se planteó la terapia del hijo y quién fue la madre ausente en su necesaria función?
NOTAS:
[1] Jean-Luc Donnet. La situation analysante. Modo de haber co-construido la situación analítica, situación analizante “resultado del encuentro suficientemente adecuado del paciente y del sitio analítico. (oferta de un tratamiento analítico que incluye al analista en función) Utilización subjetivada, “encontrado creado” de los recursos del sitio y de su configuración singular por el analizando”, en este caso por el grupo familiar.
[2] E. Grinspon. Las primeras sesiones por las cuales decidí este encuadre son descriptas en “Subjectivité transférentielle: critère orientateur chez des familles avec des circuits de haute toxicité.”
[3] E. Grinspon. Clínica de las Adicciones “Actualidad Psicológica”, Diciembre 2002. Buenos Aires. Lo ya consumido, resto tóxico proveniente de situaciones familiares trans-subjetivas (cripta, núcleo imagoico), persiste incorporado no meta-bolizado ni meta-forizado, siendo un resto somatizado que opera como un sector escindido de la subjetividad dentro de lo aún no subjetivado.
[4] Articulación entre disponibilidad y resistencia.
[5] Este tipo de objeto llamado “objeto no objeto” por P.C. Racamier, R Roussillon lo define como un representante perceptivo de la representación en el cual la representación y percepción de objeto no devienen a ser diferentes. En la fijación perversa al objeto, objeto y sujeto tienen una piel común y se impone una forma de dominio.
[6] A. Green. Ante la intrusión del demasiado lleno, se desarrolla un narcisismo negativo con una función desobjetalizante. Tendencia del Yo a deshacer su unidad.
[7] Rene Kaes. La poliphonie du rêve. Apuntalamiento mutuo de narcisismos. (Etayage mutuel de narcissismes).
[8] Disponibilidad inconsciente a poner en juego el sector narcisista mas próximo al yo corporal y rescatando el registo de la percepción de la descarga somática del afecto, acceder al matiz afectivo (D. Maldavsky) e inscribir subjetivamente aquellos afectos que debían ser expulsados para el sostenimiento del clima incestual. Tipo de reverie necesaria en familias en las que impera la retroacción. (G. Pirlot. La Psyché dans les addictions )
[9]Ante una situación de malestar en sesión, cuando recibo una imagen lo que opera en mi responde a procesamientos ilusorios en un área ilusoria y en un primer momento internarcisista. Se”abre un canal” y promueve un efecto de resonancia con un primer momento analógico en el que me “encuentro y acomodo” para luego rescatarme en un momento complementario (A. Eiguer), accediendo al polo objetal o antinarcisita (F. Pasche).
[10] C. Botella. Búsqueda de la puesta en figurabilidad e inteligibilidad de lo no subjetivado por medio de la vía regrediente formal y tópica que partiendo de elementos Cc –Pcc pueden ir hacia el Incc y bajo su influencia los transforma en imágenes, gracias a la capacidad de reverie del analista en la situación analítica.
[11] R. Roussillon. Esfuerzo del sujeto perverso a hacer advenir en su presente lo que ha faltado en la organización primitiva de su identidad primaria narcisista. El narcisismo presente en el perverso es la búsqueda de un objeto narcisista , un“otro doble y regulador de Soi”.
[12] Jean Bergeret. Prélude á une étude psychanalytique de la croyance, RFP, 1997/3, por lo convocante a partir de una realidad interactiva a la adhesión a un sistema de creencia.
[13] P.C. Recamier. “Lé génie des origines”.
[14] A partir de P.C. Recamier. Producto de la articulación de las distintas desmentidas: de sexo, generaciones, vivo-muerto, de la autonomía narcisista y de la interdicción a la intercambiabilidad de seres bajo la preeminencia del superyo incestual. El término incestual define un tipo de violencia que de un modo velado sostiene lo promiscuo y fusional a costa de la autonomía narcisista del otro. En la relación incestual “el objeto no objeto”encarna un ideal absoluto cuya misión es sostener a aquel que lo inviste. Revela el modo en que un cortocircuito narcisista ha sustituido las trayectorias libidinales, el hijo fetiche debe no reconocer otro origen que el del mito de autoengendramiento imperante, quedando interdicto el interrogante sobre el origen.
[15] M. Hurni y G. Stoll. Tensión intersubjetiva perversa que mantenía un equilibrio “metaestable”.
[16] P.C. Recamier. Maniobras perverso narcisistas, parte actuada de la defensa perverso narcisista, caracteriza su modo de relación de objeto y pertenece a la tópica transactuada transnarcisista.
[17]Ante el trabajo del negativo desestructurante, el blanco o vació es llenado por maniobras narcisistas a costa de un otro aún subjetivamente vivo.
[18] S. Wainrib. Colusión: mecanismo antielaborativo en el que la resistencia no se ubica en un conflicto interinstancias, sino en el interjuego que implica a dos o mas personas y tiende a destituir al tercero en posición diferenciante, exclusión radical de la función simbolizante del tercero. La desmentida es un mecanismo de defensa intrapsíquico, mientras que la colusión, verdadera comunión de desmentida se sitúa en el campo trans-subjetivo.
[19] La madre fallida en su función implicaba al Hijo en términos transgeneracionales . Déficit de la pedofilia primaria necesaria (A. Ciavaldini) para la constitución del eje narcisista del hijo. Esta madre quedó en latencia en la re-petición ¿del síndrome de Couvade? dentro del espacio terapéutico no escindido.
[20] R. Roussillon. El afecto ausente en el escenario perverso retorna en el testigo .La escena convoca al afecto clivado y forcluido , a aquello sentido que representaría al sujeto en el escenario y produce en el analista una reacción (terapéutica) ante su inducción.
[21] Agnes Oppenheimer RFP 1997/2
[22] J. Guillaumin, G. Bayle. Los clivajes implican la existencia de una brecha en la experiencia del soi y promueven un rasgo caracteropático que revela un modo de sobrevivir. El clivaje estructural relaciona una carencia narcisista y la abolición simbólica, mientras que el clivaje funcional correspondería a una conjunción de herida narcisista y desmentida.
[23] P. C. Recamier.
[24] A. Carel. “emitir un juicio de atribución, “el actuar perverso es malo”, entraña un juicio de existencia relativo al sujeto mismo “es un perverso”. Es estigmatzarlo como un objeto de repulsión. A la pulsión del perverso responde la repulsión del terapeuta, elemento beta contra elemento beta sin transformación en alfa. (Perversión 2 groupal )
[25] E. Grinspon. “Por amor, la creencia fetiche para un tipo de complicidad perversa”. Actualidad Psicológica. 1999. Lo aún no subjetivado es producto de la imposibilidad de entrada en el campo representativo de lo impensable por forcluido, agujero en lo real producido por aquello que no fue aportado para ser subjetivado. Estos clivajes siempre hablan de la terceridad faltante en la experiencia profunda vivida a nivel del Soi. Si relacionamos el ataque a la terceridad con lo que Lacan enuncia como forclusión de “Le Nom du Père” podemos explicitar que: Forclusión implica aquello que no estando ni incluido ni excluido en cierto espacio subjetivable queda “más allá de”, implicando lo forcluido. Le Nom du Père, traducido como el apellido del padre implica claramente una referencia al origen. En estas estructuras el ataque a la terceridad implica en la generación posterior la desmentida respecto del origen
[26] Defensa transindividual en la que se articulan la manipulación perverso narcisista, la incestualidad imperio del superyo incestual y la preeminencia de la comunión de desmentida en un clima de secreto familiar.
[27] Disponibilidad a partir de la capacidad de reverie del analista, a la “regresión regrediente” como recuperación subjetiva en situaciones relacionales tóxicas.
[28] R. Roussillon. En este tipo de transferencia “el analizando demanda al analista ser el espejo del negativo de él mismo, que por medio de su propio sentir pueda registrar lo que no ha podido ser sentido o entendido de sí mismo.
[29] R. Roussillon. Objeto “destruido encontrado”. Se construyó progresivamente un diferenciador interno, un signo interno que permite discriminar representación interna investida y percepción de objeto investido. Se constituye un representante de la representación diferente del representante perceptivo de la representación propio de la solución fetichista.
[30] Relacionado con el tercero analítico de T. Ogden y la quimera analítica de M. Muzan.
[31] E. Grinspon. “Por amor, la creencia fetiche para un tipo de complicidad perversa”. La falla de una función continente materna “suficientemente buena” y la subsecuente falla de la introyección conduce a la identidad adhesiva (Meltzer) transformación específica de los objetos en objetos bidimensionales sin interior, sin actividad psíquica. Sólo un objeto en sí mismo continente puede contener y aportar a su otro como representante del apellido paterno.
[32] R. Roussillon. Plaisir et repetition.
[33] E. Grinspon. Clínica de las Adicciones. Actualidad Psicológica. Dic. 2002. Cuando la droga opera como suplente, se logra por medio de la experiencia corporal dada en el encuentro con la misma un suplente físico de una función paterna ausente dentro de lo psíquico (S. Le Poulichet). Desde esta perspectiva el concepto autosupresor de la toxicomanía se torna dentro de esa lógica de reversibilidad en autosustracción, un tipo de disyunción posible frente a magmas fusionales
[34] Podría estar relacionado con lo que Dominique Amy define “Síndrome de “couvade”. El padre ataca el Yo maternal al servicio de su propio narcisismo, expulsa y descalifica a la madre instalándose en su lugar en el funcionamiento de la seducción narcisista necesaria. El sostenimiento de esta posición aliada a la autosensualidad nos lleva al terreno de la perversión narcisista. Se crea un vinculo patológico en el cual se inscribe una “forclusión del significante maternal”.Fantasía no fantasía de autoengendramiento dado por el engendramiento paternal.
[35] R. Roussillon. Parte del proceso forico por medio del cual se puede pasar del momento semafórico, registro de un índice para el analista, al metafórico.
[36] R. Roussillon.
[37] En el camino ya transitado hacia la desubjetivación.
[38] P.C. Recamier Mecanismo de “engrenement”.
[39] Este mecanismo que R. Roussillon lo enuncia como “culpabilidad primaria” pudo a posteriori ser aplicado también al vínculo con su madre.
[40] El maniobrar narcisista del padre desmentía la autonomía narcisista del hijo en una inyección proyectiva (P.C. Recamier), es decir una identificación proyectiva excesiva sin retorno introyectivo, que alivia al sujeto perverso por exportación en el objeto de un afecto narcisista intolerable.
[41] A. Carel. A las familias incestuales se las puede pensar a partir de la disfuncionalidad del Superyó, junto al sector del Superyó entregador, incestual y perverso hay en latencia otro sector del Superyó protector en búsqueda de los orígenes.
[42] La misma escena imaginada y verbalizada en individual, al repetirse en sesión familiar, tenía un efecto de resonancia por la cual la respuesta del hijo o su llamado a mi subjetividad la hacía diferente.
[43] E. Grinspon. Clínica de Adicciones. Actualidad Psicológica. Dic 2002. Retroacción, tipo de regresión especifica descripta (G. Pirlot) en términos individuales y aquí ampliada al espacio familiar, que implica la regresión al primer registro somático del afecto, huella somática de la descarga del afecto siendo un tipo de memoria corporal (memoria de sistema) en este caso retenida y rescatada por la subjetividad del analista. En el apego al negativo (D. Anzieu, R. Roussillon) el dolor es el testimonio presubjetivo del objeto no habido. En el mecanismo de retroacción, modo específico de regresión en la solución adictiva, sostenemos la idea del apego al negativo, pero en lugar de referirla al dolor (previo a la experiencia de dolor), la referimos al registro somático de la descarga del afecto dentro de un prototipo corporal. Esta huella opera como núcleo masóquico primario, patrimonio singular del modo de sobrevivir (D. Maldavsky).
[44] D. Maldavsky
[45] El clima colusivo sostenía una creencia (G. Bayle, J. Bergeret), transacción pervertida con la realidad y el Superyo, en función de ideal banalizante.
[46] C. Balier. Diferencia la relación “cara a cara” de la relacion “regard a regard“ en la que opera la resonancia.
47 Producto del funcionamiento de la terceridad analítica. T. Ogden.
[48] E. Grinspon. “Por amor, la creencia fetiche para un tipo de complicidad perversa”. Actualidad Psicológica. 1999. En la estructura que estamos describiendo se articula un hijo fetichizado y un valor pedido a la cultura para dar texto a la creencia imperante, transacción necesaria para sostener la apariencia neurótica de la estructura perversa.
La creencia es un tipo de fetiche para el dispositivo perverso y como formación sustitutiva requiere del consenso “uno sólo puede creer si hay otro que cree con uno”.
[49] En el perverso narcisista el autoinvestimiento fallido del Soi por una falla en el compartir (partage) estesico y afectivo, promueve el intento de recuperar el equilibrio libidinal apelando a una “economía de urgencia”. El escenario perverso debe proveer un estado de exaltación cuantitativa que opera como contrainvestidura narcisista, cuya función es ser “guardián del clivaje” por falla de un masoquismo guardián de la vida.
[50] Hubo varios embarazos perdidos antes del nacimiento del paciente.
[51] Es característica en el circuito de complicidad la articulación de lo que brilla de un modo evidente, con lo que queda permanentemente a la sombra.
[52] La solución fetichista y la relación de objeto fetichista involucra tanto al padre como al hijo en estrategias de sobrevida.
[53] T. Ogden, RFP 2005/3. Tercero analítico “Creación de una experiencia en y a través de la intersubjetividad analítica inconsciente. La experiencia analítica tiene lugar entre el pasado y el presente y hace intervenir un pasado que esta en tren de recrearse de nuevo ( historizarse) a la vez por analista y analizando a través de la experiencia que nace entre ambos”. Conjunto de experiencias intrapsíquicas e intersubjetivas vividas y construidas conjuntamente y de manera asimétrica.
[54] Escena nuclear en la que se condensaba tanto el desencuentro madre-bebé padecido por el padre y por su hijo; situación que desplegaba vivencias homólogas a la padecida poreviamente por el hijo y por mi mismo.
[55] ¿Quizás porque su presencia subjetiva era demandada desde otro lugar?
[56] “el viejo” dicho de un modo afectivo que involucraba subjetivamente a los presentes, evocaba sin desconocer lo vivido hasta ese momento.
[57] R. Kaes. La poliphonie du rêve. La inclusión de la psique del infans en la de la madre puede ser la de “un objeto mortífero incapaz de ser soñado”, trauma compartido que se presenta de un modo sincrónico.
[58] A partir del tránsito somato–psíquico intermediado en el espacio terapéutico por la presencia efectiva y afectiva de todos los personajes involucrados en su historia.
[59] Teniendo la sensación de que encarar esta misma situación en la próxima sesión individual será diferente.
[60] A posteriori pudimos construir que este padre asesino y salvador consideraba haberse salvado a sí mismo de su tóxica relación con su madre y sostenía en soledad un estado de depresión e insomnio que cedía con alcohol. Imagen aportada por mi paciente opuesta a la manifiesta acción violenta paranoica e implicaba apelar a un tóxico externo para disolver la angustia tóxica.