Categoría: Dialogando

Acerca de la presencia de los hijos u otros miembros de la familia de nuestros pacientes en sus espacios de terapia individual. Adecuación posible del encuadre.

Eduardo A Grinspon

Espacio terapéutico no escindido a partir de una escucha implicativa no escindida que resiste al sostenimiento de los clivajes intrafamiliares.

Siempre que he articulado en mi práctica clínica los conceptos de R Roussillon acerca del retorno de lo clivado aún no subjetivado, persistía el interrogante acerca de ¿cómo articular este concepto e instrumento clínico en nuestra especificidad grupal familiar y de pareja? Cuando enuncié el tránsito entre el cuerpo común incestual en familia y pareja hacia la singularidad subjetiva[1], ya refería a un tránsito dentro de este espacio que sostenía los interrogantes que hoy intento despejar. Sabemos que los espacios grupales familiares, contienen y superan a los vinculares que a su vez contienen y superan a los individuales.

Nuestra propuesta: en esta espacialidad grupal familiar, existen clivajes intra familiares, es decir fragmentos de historia vividos en familia, pero sostenidos como escenas clivadas en impasse en una atemporalidad.

¿Cómo se producen estas escenas clivadas intrafamiliares? 

Hay mecanismos defensivos familiares que posibilitaron a este sector de historia vivida su no acceso al trabajo de subjetivación historizante, una comunión de desmentida que necesita ser definida en su especificidad sin perder de vista la asimetría generacional. Metafóricamente y en su referencia al secreto familiar, hemos referido a “lo secretado” por una glándula de secreción interna intra familiar.

¿Cómo se nos presentan estos retornos en sesión?

De un modo invariante nos encontramos implicados en escenas fijas sosteniendo un paradigma relacional[2] de base en el cual a partir de la interdependencia jugada en cierto momento de la historia familiar, aún persisten distintos sufrimientos singulares y su derivación muchas veces identitaria. Pienso que estos sectores familiares clivados, también están sometidos a la compulsión a la subjetivación que R Roussillon enuncia y retornan en una transferencia por retorno que nos implica y este es el punto específico que nos interesa. Referimos a la posibilidad de la actualización en acto de esa escena a partir del retorno de restos de aquella experiencia grupal familiar que quedó coagulada. Son restos singulares que al retornar a partir de pasajes por el acto convocantes de un otro dentro de la interdependencia familiar sostenida en lo actual, producen una vacilación en el equilibrio familiar patógeno. Es en las derivaciones posibles de estos pasajes por el acto que nos implicamos.

¿Cómo influye en la escucha del analista los momentos muchas veces fugaces de este tipo de retorno?

Es necesaria una escucha ampliada y no escindida lograda a partir de resistir en nuestro malestar y confusión ante la presencia del atractor centrípeto incestual necesario para el mantenimiento del estado de estas escenas clivadas intrafamiliares (endurance singular de la persona del analista).

El equilibrio interdefensivo de estos sectores pluripsiquicos en algún momento vacila, habitualmente ante el advenimiento de los interrogantes en los hijos púberes y adolescentes dentro de la incuestionable interdependencia que la asimetría generacional sostiene.  Hijos que van a ser hijos de sus padres hasta que estos mueran y al mismo tiempo son testigos en búsqueda del testimonio del vínculo alguna vez habido en estos.

Intentamos conceptualizar un sub grupo familiar clivado y en latencia que al estar  fusionado de un modo atemporal constituye un cuerpo común incestual “padre-madre-hijos”, en el cual en un momento determinado  se produce una vacilación del estado del equilibrio interdefensivo “actual”.  Esta vacilación evidencia un grito de llamado de un hijo[3] en lo actual que “nos implica” y es nuestra posición e intervenciones posibles, lo que posibilita salir del estancamiento del proceso y relanzar a su vez los procesos individuales de sus padres en su dimensión de sujetos singulares. Estos muchas veces están estancados por un empecinamiento adictivo en sostener una posición contestaría a su partenaire obligatorio siempre presente en su espacio rumiante intrasubjetivo, ahora actualizado por la presencia de sus hijos. Son escenas en las que el discurso que se nos presenta es referido a un otro presente en la escena traumática familiar. Cambian los personajes pero no la escena y el paradigma relacional subyacente. ¿Cómo pensar las expresiones sintomáticas provenientes de estos sectores clivados intra familiares? ¿Qué destino tienen esos sectores de nuestros pacientes que no se presentan en su espacio individual?

Estas expresiones sintomáticas implican a varias subjetividades singulares dentro de la familia, un subgrupo intrafamiliar cohesionado por el sufrimiento como organizador y coexistente con los procesos en curso.

Cada expresión sintomática responde a un paradigma relacional de base al cual debemos pensarlo en su diferencia en cada sujeto singular implicado. Este modo de pensar nos implica en el paradigma subyacente y determina el abordaje. Por ejemplo intervenir en el espacio de terapia individual y convocar a hijos u otros miembros de la familia. En nuestra experiencia estas intervenciones y sus derivaciones posibilitaron el relanzamiento de los procesos terapéuticos individuales.

 

[1] www.eduardogrinspon.com

[2] Retomo el modo en que Adela Abella describe “el paradigma relacional”, totalmente coincidente con nuestro modo de pensar la intersubjetividad transferencial. En “La construcción en psychanalyse” dice- “Nosotros sufrimos de nuestro pasado, pero más exactamente de los paradigmas relacionales inconscientes que hemos construido a partir de nuestro pasado, filtrándolos y construyéndolos a través de nuestra pulsionalidad… y luego en pagina 28- … en la transferencia se da la tendencia del individuo a actualizar sus paradigmas relacionales inconscientes en la relación con el analista…en esta relación no son los objetos externos del paciente, arcaicos o actuales, sino que son sus objetos internos y la calidad de su relación entre ellos tal como el sujeto los ha construido, que son transferidos”.

[3] Un hijo hoy  coagulado en la trans-generacionalidad que re-presenta al hijo pensado en términos inter-generacionales.

Registros subjetivo transferenciales de la persona del analista

Un modo singular de acceder a los interrogantes que conducen a la investigación clínico conceptual.

 *Eduardo Alberto Grinspon

 

Fragmento introductorio en el artículo “Del apego al negativo a la perversión afectiva nostálgica. Perspectiva clínica pensada desde la subjetividad transferencial del analista[1].

 

Esbozaré en esta introducción el camino mediante el cual me aproximé desde mi accionar clínico a una patología particular que Christian David denominó perversión afectiva nostálgica. De acuerdo a la perspectiva clínica de la que partamos  existen distintas formas de presentar un paciente, en la elegida para esta comunicación el énfasis no estará puesto en las características del paciente sino en delinear la historia del “entre dos” intersubjetivo que es la “intersubjetividad transferencial[2].

Cuando presento a “mi paciente” estoy presentando a aquel que habita en mis registros subjetivos y la historia que relato es aquella construida a partir de los registros que se han hecho subjetivamente significantes dentro del proceso terapéutico constituyendo “nuestro” archivo de escenas o tesoro del significante intersubjetivo transferencial.  Esta es la razón por la que sólo voy a nombrar a “mi paciente” sin tener que fabricarle un falso nombre propio.

El devenir de un proceso terapéutico se da a través de la interacción o resonancia inter-imaginaria en un “entre dos” intersubjetivo, mediante la cual se van  esculpiendo construcciones intrapsíquicas e intrasubjetivas que configuran dentro de mi trama o espesor imaginario esos archivos a los cuales refiero al intentar pensar a mi paciente y desplegar un efecto historizante o mitopoietico.

La enunciación de un paciente la puedo registrar como una referencia a “lo actual”, a “lo histórico”, incluida la dimensión trans–intergeneracional, o a “lo transferencial”. En la medida que pueda transitar libremente entre estos tres niveles, articulando imágenes de mi propia historia personal, mi capacidad de reverie está funcionando y adquieren figurabilidad escenas desde las cuales “me encuentro” subjetivamente implicado y puedo intervenir.

Con el paciente que voy a presentar hubo varias situaciones en las que este camino se interrumpía, apareciendo en mí un tipo de tensión somatopsíquica u otros registros subjetivos tóxicos de malestar.

Este malestar emergía al encontrarme sin recursos frente a mi paciente, quien se direccionaba hacia un camino ya previsible por mí. Sabiendo por el tono de voz lo que iba a decir, era un devenir anticipable e imposible de variar que nos dejaba a ambos en un callejón sin salida. La complementariedad interimaginaria dejaba de funcionar y en una particular sensación de soledad registraba lo que inevitablemente iba a desarrollarse en una re-edición hacia un más de lo mismo (cualitativamente diferente a la repetición hacia lo diferente). Mi sensación de malestar e incomodidad, testimonio de lo que enuncio como un escollo clínico para cada analista en persona, cedía en el momento en el que al poder imaginar escenas diferentes a los estereotipos a los que me sentía convocado, recuperaba mi capacidad de reverie, y la complementariedad interfantasmática volvía a circular relanzando la cogeneratividad asociativa y el proceso terapéutico.

La perspectiva que me interesa rescatar es aquella por la cual a partir de esos “impasses relacionales y mi malestar consecuente”, pude ir descubriendo diferentes panoramas clínicos. Una posibilidad de repensar un proceso terapéutico fue a partir de los registros clínicos emergentes de la intersubjetividad transferencial, plasmados en el modo como “me  he descubierto nombrando ante mí mismo”, la situación de mi paciente en cada uno de  esos momentos. Los momentos de estancamiento en el proceso terapéutico dejaban latentes en mí interrogantes que promovían distintas derivaciones, ya sea un diálogo con colegas en grupos de intervision en nuestro Foro de articulación clínico conceptual[3] o encontrarme “casualmente” con el vivenciar clínico subjetivo de otros analistas describiendo climas subjetivo transferenciales homólogos a los que yo estaba vivenciando. En los últimos años ha habido una cantidad de categorías clínicas que  han adquirido un status diagnóstico desde la subjetividad transferencial del analista, y habilitaron la circulación de una serie de neoconceptos[4] sumamente esclarecedores que intentan dar cuenta de estos descubrimientos.

Con el paciente al que refiero me encontré hace varios años enunciando su “empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero”, junto a otros momentos en los que me encontré diciendo un “empecinamiento adictivo a extraer ternura de un cubito de hielo”.

Si afirmo “ante mí mismo” un empecinamiento, estoy refiriendo a una característica de la relación sostenida por un tipo de motricidad e imagino a mi paciente en oposición a algo que creo que podría ser mejor para él. Desde esta referencia intersubjetiva quedaba planteado un espacio de tozudez, de necedad, y un modo de organización de los argumentos tanto en mi paciente como en mi insistencia. En esos momentos aparecían en mí: fastidio, asombro, impotencia,  encontrándome luchando contra sectores rígidos del paciente y monótonamente repitiendo de diversos modos un más de lo mismo con un grado creciente de irritación y sentimiento de insuficiencia. Pensar desde mi singularidad las metáforas y significantes que utilizo en cada construcción y “transformar la afirmación en interrogante” es el camino que me llevó a arribar a un status diagnóstico. Es diferente la posibilidad de un proceso terapéutico si ante un avatar “contratransferencial”, (que prefiero pensarlo como intersubjetivo transferencial), registrado desde mi malestar, reduzco lo que está sucediendo a lo conocido, o si  a partir de mis registros subjetivos puedo imaginar, por las diferencias en los matices que encuentro, estar frente a “una categoría clínica desconocida por mí” hasta ese momento.

Se daba en ese momento del tratamiento un circuito de empecinamiento recíproco y en el cual  a pesar de mi malestar y enojo, al escucharme decir “empecinado” me rescataba. Esto corresponde a uno de los distintos alertas egodistónicos que acompañan mi accionar analítico en sesión, por ej.: “si me escucho, me callo; si me registro insistiendo, me callo, etc.”. La sensación de soledad y vacío que emergía al correrme de la escena del empecinamiento recíproco me hacía pensar en la falta de un recurso imaginario – simbólico. Hay una imagen faltante que “insiste en mi desde mi inconsciente” y un proceso que intentaré delinear, mediante el cual arribo al encuentro con un concepto que permite finalmente reubicarme en la situación transferencial. Me siento orientado cuando  esta imagen se torna figurable, queda ensamblada con una intelección o un concepto y lo que hasta ese momento era “un registro clínico subjetivo transferencial”  adquiere palabras dándome un sostén conceptual. Recupero una terceridad que se evidencia por la aparición de aquellos interlocutores internos con los cuales “casualmente” me pude encontrar y un enriquecimiento de mi archivo de escenas a partir de lo cual vuelve a circular el tránsito de la complementariedad interimaginaria.

Los registros clínicos que voy a describir hay que pensarlos dentro del contexto de descubrimientos desde la intersubjetividad transferencial. Una dificultad que se me presenta en la comunicación de los materiales clínicos, es cuando al intentar compartir registros clínicos emergentes de la subjetividad transferencial, estos son reducidos prematuramente a “una conclusión” metapsicológica referida a lo ya conocido, lo que opera como interferencia y conlleva a  la pérdida de sutilezas y matices. Refiero al término conclusión pensando en los tiempos lógicos ya que respetando este tipo de temporalidad: “el momento de ver” correspondería al contexto de descubrimiento, en el  registro desde mi malestar del escollo clínico;  “al momento de comprender” y aquel en el que logro convalidar este registro singular frente a pares al “momento de concluir”. Este último momento se da ya apelando al contexto de justificación, al conectarme con el modo como otros analistas describen situaciones homólogas ¿un acceso al otro sujeto y su pulsión necesario para el trabajo de figurabilidad? El encontrarme “casualmente” con un otro que describe un vivenciar homólogo a mi sentir, permite recuperar una línea identificatoria que finalmente articulado a un concepto se torna “terceridad”.

Este tránsito, que parte de inicio con un malestar o inquietud, se torna finalmente en alivio primero y luego en bienestar al encontrar la escena que se torna creíble para mí y sostenible en nuestro espacio terapéutico, apareciendo el recurso imaginario – simbólico que permite que aquello registrado desde un real corporal adquiera un espacio psíquico en el “entre dos” intersubjetivo transferencial.

La secuencia sería: malestar – soledad – falta de recurso imaginario – endurance singular—sustraerme del magma trans subjetivo– resistencia en el “tempo” necesario hasta apelar a “mi otro posible”–acceso al trabajo del negativo– figurabilidad y subjetivación – concepto – terceridad.

Poder transitar esta secuencia implica no quedar sometido a un superyó analítico, reduccionista y explicativo, a una función paterna banalizante que reduce lo emergente a lo ya conocido. Sostener el malestar y el conflicto4, buscar los matices, las diferencias y la especificidad, es respetar lo singular de un paciente que en muchos de los casos que estamos encarando “son sobrevivientes” que muestran en el vínculo terapéutico los recursos o dispositivos mediante los cuales han sobrevivido a distintos tipos de desvalimiento y su sufrimiento narcisista con su frecuente derivación identitaria.


NOTAS

[1]Modificación actual del trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312. Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.

[2]Eduardo Grinspon 2015

[3]Perteneciente a Laboratorio en UCES,

[4] E Grinspon, A Eiguer

 

Posición implicativa de la persona del analista en momentos tóxicos intrasesion y su derivación en equivalentes preoníricos. Lo alucinatorio en sesión.

*Eduardo A Grinspon

Fragmento proveniente de articulo ubicado en Investigación clínico conceptual…: “Posición  pre-onírica  del analista en sesión. Resistencia (endurance) necesaria del analista frente a los movimientos pervertizantes  dados en la articulación patógena de diferentes soluciones narcisistas”.

Al estar implicados dentro de la violencia desplegada “impúdicamente”, quedan en nosotros restos, los cuales al no ser desvitalizados se tornan signos que sostienen a su vez la posición del testigo transferencial quien funciona  como un punto de convergencia y coherencia[1].Un “atractor” que convoca la vida pulsional, creando las condiciones para la transformación de los elementos en bruto y relanzar la vida psíquica.

Si partimos de una concepción de los sueños desde la perspectiva de la realización de deseos[2], nuestra presencia opera como un punto de convergencia y proyección en el que cada miembro del grupo familiar “a su modo” aporta algo para que nuestro espacio[3]se ordene alrededor del sector más vital del proyecto familiar inconsciente, –dentro del cual al referir solo a familias en tratamiento–, entiendo a la re-petición en búsqueda de la diferencia. Ante esta convocatoria funcionamos como un Yo nocturno, en regrediencia del pensamiento y desde nuestro malestar vamos integrando los elementos clivados que “deberían” ir a la descarga.

Al sostener la eficacia de “nuestra  membrana  de protección” anti estímulo, los recibimos como elementos preoníricos, es decir aquellos “restos diurnos” que penetran el  aparato psíquico, y a partir de los cuales se va realizando dentro de nuestro espacio intersubjetivo,  un equivalente del trabajo del sueño. Esto es posible al abrigo de un contenedor interno, que nos permite conectarnos con lo potencialmente traumático, conservando la vitalidad de “nuestros” afectos, y pudiendo poner en juego el potencial alucinatorio propio.

Diferenciamos estos momentos pre-oníricos en su tránsito hacia el objeto alucinable, de un momento posterior dado en el trabajo de subjetivación historizante.

Tipo de Reverie posible ante estas configuraciones vinculares.

Nuestra inclusión al dar lugar a la apoyatura mutua de narcisismos[4], posibilita recuperar la eficacia en su función del potencial alucinatorio del psiquismo.

El momento de violencia en sesión, es un momento de descarga somática del afecto, “una dimensión cuantitativa que al ir en la búsqueda de cualidad”, despliega un potencial alucinatorio que es expresión de empuje, movimiento y aferencia hacia el objeto[5]. Este movimiento a su vez está en búsqueda del potencial alucinatorio de un otro sujeto y su pulsión[6], en nuestra propuesta el analista en persona, con quien a partir del continuum co-alucinatorio pueda acceder a la co-generatividad asociativa y figurabilidad.

Es la adecuación del analista[7] dentro de la situación analizante lo que posibilita  recuperar la eficacia del fondo alucinatorio del psiquismo y el acceso a la subjetivación de lo clivado a un no subjetivado.

Este continuum co-alucinatorio al ser contenido en nuestra subjetividad transferencial,  deviene un “alucinatorio de transferencia”[8] que nos involucra.

Habitualmente en este tipo de familias, en un momento se accede a este encuentro con alguno de sus miembros dentro de una tensión inevitable y padecida por el analista, ya que este encuentro entra simultáneamente en contradicción con sectores del resto del grupo familiar, representantes de la eficacia de la defensa transubjetiva[9]y del circuito de complicidades.

Lo alucinatorio debe estar contenido y organizado en un aparato psíquico   grupal para soñar[10]. En estas familias, más que soñar el sueño que no pueden soñar, nuestra endurance singular permite que advenga la pesadilla que la familia no podía soñar o no se animaba a seguir soñando. Nuestra endurance nos posibilita recibir aquello que obturaba incluso la pesadilla

A partir de nuestra presencia “en persona”, del “sentir con” empático y la relación asimétrica en la “situación analizante”, se accede a este sueño compartido cuyo efecto se hace evidente y figurable a posteriori, lo mismo que el sueño al que le damos figurabilidad  a posteriori con un sector yoico  diferente al que sueña.

Tránsito hacia lo “soñable” o a la pesadilla soñable, habitualmente dado a partir del resto que queda en nosotros  producto de una escena dada en el espacio intra e inter sesión, que nos convoca de un modo singular y que accede en el “tempo posible” a la intersubjetividad  transferencial que nos implica, hasta adquirir cierta figurabilidad. Explicito la dimensión de “tempo” ya que estas situaciones clínicas se dan  habitualmente a partir de un tipo de transferencia marcada por múltiples pasajes “por el acto”.


[1]C Botella.

[2]No excluyente como plantea R Roussillon, de un resto de historia que se hace presente, al ser re-presentada.

[3]Subjetivo transferencial.

[4] R Kaës.

[5] C Botella, G Lavallee.

[6] Lugar del objeto para simbolizar el objeto a simbolizar.

[7]Transferencialmente “endurer” no es dejar hacer, es co sostener la esperanza (“espoir”) frente al núcleo de desesperanza (“desespoir”) subyacente.

[8] G. Lavallee.

[9]S.Wainrib.

[10]R.Kaës.

Endurance necesaria del analista frente a la presencia “en sesión” de trazas de la endurance singular de nuestros pacientes. Apertura de la posibilidad co-alucinatoria y acceso al trabajo de subjetivación historizante en TPFP.

*Eduardo A. Grinspon

        • ¿A qué llamamos “endurance”? A partir del termino en francés, referimos en el analista a la resistencia singular de la persona del analista, “durando y durante” el tiempo necesario hasta llegar a una intervención adecuada.
        • En nuestros pacientes, referimos a la resistencia singular de cada uno de nuestros pacientes, que posibilitó acceder “como pudieron” a su solución de sobrevida psíquica singular.  

Intentaremos desplegar:

        •  Trabajo de subjetivación dado a partir del retorno de la huella perceptiva de “nuestros pacientes”[1], en quienes en su solución narcisista de supervivencia psíquica, se sostiene el clivaje necesario en su estado “exitoso fracasado”[2], junto a la posibilidad del retorno de lo clivado, por medio del reinvestimiento alucinatorio de la huella perceptiva. Este retorno es específico en la transferencia por retorno dentro de la transferencia paradojal[3].
        • Posición del analista frente a la descarga somática del afecto “en sesión”. Articulación del afecto como factor cuantitativo en búsqueda del acceso a la representación (lo cualitativo) a partir de “lo alucinatorio”[4], que es empuje y fuerza pulsional en búsqueda del objeto necesario para el acceso a la figurabilidad.

 La experiencia traumática, lo vivido de un modo traumático por “nuestros pacientes”, va a ser reactivada alucinatoriamente en el automatismo de re-petición[5], a partir del reinvestimiento alucinatorio de la huella perceptiva[6], una marca de lo traumático alguna vez vivido, pero aun no vivenciado o subjetivado. Remarco “nuestros pacientes”, pues  este desarrollo clínico conceptual, parte de la subjetividad del analista en sesión y sus consecuencias en el proceso terapéutico “dans la duree”.

¿Cómo se hace presente en nuestra especificidad de familia y pareja y en la transferencia por retorno de lo aun no subjetivado[7], ese resto cósico[8] infiltrado por la huella perceptiva[9]? Este tipo de retorno se nos hace presente, es decir  se re-presenta en sesión a partir de la huella perceptiva que infiltra “en acto a lo actual”, ante lo cual para acceder a una actualización significante, se impone un tipo particular de nuestra disponibilidad narcisista para recibirlo y dar acceso a la co-generatividad asociativa.

Nuestra endurance singular, muchas veces evidenciada por momentos de confusión o malestar al registrar el gesto y la descarga somática del afecto en un miembro del grupo familiar o de la pareja. No referimos a nuestro registro consciente sino al proceso que cada analista puede desplegar a partir de su malestar intra en intersesion en este tipo de transferencia paradojal[10]. Damos un lugar fundamental a “lo actual”, pensado en sesión y dentro del vínculo inter-subjetivo transferencial. La huella perceptiva, retorna compulsivamente[11]por medio de su apertura alucinatoria en búsqueda de un objeto alucinable, y nos enfrenta “en sesión” con el complejo de percepción, en el que podemos referir al “predicado”, aquello con lo que nos podemos identificar o “comprender”,[12], lo descriptible, explicable y tranquilizador para nosotros, o logramos resistir a partir de nuestra endurance, sostenemos nuestro malestar “durando y durante el tiempo necesario” y damos lugar a “la cosa”, lo aun desconocido, un resto cósico, intraducible sostenido en el sector “infans” de nuestros pacientes[13].

Nos referimos aquel sector de nuestros pacientes aun clivado del lenguaje, no importando a que edad que persiste e insiste en búsqueda de la necesaria subjetivación (apropiación subjetiva). Este resto opera como un núcleo traumático “actual” susceptible de la re-petición.

La implicación singular de cada analista[14] a partir de su malestar, no desmentido por una posición explicativa, le posibilita acceder a un equivalente de neurosis traumática[15] un tipo de reverie que hemos enunciado “posición pre-onírica en sesión[16]”. Un modo posible de recuperar las posibilidades yoicas, arrasadas en el equilibrio interdefensivo patógeno sostenido en la trans-subjetividad trans-narcisista incestual y dado en familia y pareja. Es decir, recuperamos a partir de nuestra presencia, disponibilidad subjetiva e historia personal, el potencial alucinatorio dentro del movimiento pulsional de la vida psíquica. Diferenciamos la vía larga de la vida psíquica, con su acceso al principio de placer, la experiencia de satisfacción y la representación, intermediada por un objeto disponible y utilizable, cualitativamente diferente de la vía corta de la sobrevida psíquica dada por la imperiosidad, el alivio y la calma. Accedemos a la transformación del estado operatorio imperante “en sesión”, con sus equivalentes de procesos auto calmantes “a deux”, habitualmente sostenidos por la descarga y el sufrimiento del “otro no otro”[17], en una neurosis traumática, con la posibilidad, ante el retorno posible, de la subjetivación de lo clivado de la subjetividad. Referimos a la transferencia por retorno[18] que sostiene el encuentro co-alucinatorio, es decir el potencial alucinatorio de “nuestros pacientes” reorganizado dentro de la intersubjetividad transferencial que nos implica. Se recupera de este modo “el sentido y la fuerza subversiva” del representante psíquico de la pulsión. Transformación de los procesos autocalmantes del funcionamiento operatorio, en autoerotismos, una condición necesaria para acceder al circuito largo pulsional. El potencial alucinatorio es parte del narcisismo de vida ya que articula pulsión y narcisismo, y es atacado en los movimientos perversivos narcisistas.

En la posibilidad de acceso en el encuentro co-alucinatoria “en sesión”, a aquello vivido traumáticamente por nuestros pacientes, no referimos solo a los traumas infantiles. Suponemos que el potencial alucinatorio desencadenado por la huella perceptiva de lo vivido traumáticamente, dentro de lo estructuralmente humano,  esta siempre disponible en búsqueda de un objeto alucinable. El potencial alucinatorio original, indestructible incluido en el ello[19], puede siempre ser recibido y remodelado por un objeto que tenga las cualidades psíquicas adecuadas. Nuestros pacientes pueden reorganizar su potencial alucinatorio en contacto con “su” objeto analista en persona, un objeto “otro sujeto y su pulsión”[20] vivido en continuidad co-alucinatoria con su psiquis. Momento crucial en nuestra propuesta de posición subjetiva implicativa dentro de estas transferencias paradojales y por retorno[21]. Dice R Roussillon “en paralelo con la transferencia por desplazamiento[22] y de un modo clivado, otro proceso transferencial se hace presente y viene a doblar en paralelo al primero, sin antagonismo manifiesto y en el cual el analista está puesto en el lugar y posición en que estuvo el analizando, frente a sus objetos y singularmente frente a aquellos y a aquello que debió repudiar de él mismo para mantener la relación narcisista con ellos o para el sostenimiento de su continuidad narcisista”. En esta actualización significante se impone un clima en el cual la paradoja tiende a sustituir al conflicto psíquico subjetivamente percibido. La necesidad principal en las personas que configuran estas parejas o familias, sostenida en la transferencia paradojal, es poder apropiarse del sector de su historia subjetiva clivada, aquello que no ha podido ser simbolizado accediendo a la figurabilidad y a la palabra y que frecuentemente se mantiene incorporado, un “incorporat” que persiste e insiste.

Lo opuesto a lo planteado, se da ante la indisponibilidad del objeto sosteniendo en le re-edición hacia el mas de lo mismo, una alucinación en vacío que lleva a la desvitalización.

 


Notas:

 

[1] C Botella, en su diferencia con  la huella mnémica

[2] D Maldavsky.

[3] R Roussillon,

[4] Cesar y Sara Botella ,

[5] R Roussillon, compulsión a la subjetivación,

[6] C Botella

[7] R Roussillon,

[8]  D Scarffone,  RFP Dic 2014,  5.

[9] Cesar y Sara  Botella, La figurabilite.

[10] Anzieu- Roussillon,

[11] R Roussillon,

[12] Dentro del proceso de los tiempos lógicos,  ver-comprender- concluir,

[13] D Scarffone, retomando Lacan, afasia del infans.

[14]Interrogante sostenido por  Cesar Botella quien se preguntaba si mi reverie estaba sostenida por mi   neurosis traumática, una  posibilidad ausente en nuestros pacientes,

[15] C Botella

[16] C Botella,

[17] PC Racamier,

[18] R Roussillon,

[19] Lo que en ello estaba en yo debe advenir , pensado en nuestra especificidad de TPFP;

[20] R Roussillon,

[21] R Roussillon,

[22] en la que se juegan los desplazamientos sobre el analista de antiguas modalidades relacionales jugadas en  la historia del paciente  

El trabajo del trauma en un “entre dos” y su especificidad en TPFP frente a la supervivencia psíquica

*Eduardo Grinspon.

El trabajo del trauma “para alguien”, ante la amenaza de la presencia del retorno “en crudo” de lo clivado o de lo “aun no subjetivado”[2], retorno de aquello que precisamente fue clivado como  un recurso de sobrevida psíquica, para no amenazar su continuidad identitaria,  exige un proceso en dos tiempos. Es necesario en un primer tiempo construir una escena “en la realidad”, en acto y a través de lo actual, en la que se haga presente ese “resto cósico”[3], para ser re-presentado[4] para alguien, una posibilidad dada “a posteriori” por su  presencia en sesión, pudiendo finalmente acceder en el segundo tiempo a la representación para nuestros pacientes. Es decir lograr la distancia necesaria para que se torne “pensable y decible”[5], (lo alguna vez impensable e indecible), entre humanos y frente a un semejante, es decir “un humano como uno”, refiero a la persona del analista.

Esta etapa transicional y transformacional, es la que hace que estos pacientes con un importante sufrimiento narcisista identitario[6], o vital identital[7], necesiten configurar primero en un “entre dos”, en acto y a través de lo actual, una escena, en la que subyace la vigencia  del “paradigma relacional”[8]de sobrevida psíquica de cada uno, para luego a partir de la “presencia tercera del analista como persona”, pueda vacilar la rigidez de este equilibrio interdefensivo. Se accede a partir de la disponibilidad y resistencia (endurance) de la persona del analista a interrogantes, en un primer momento a nuestros interrogantes, los cuales operan al modo de “significantes enigmáticos”[9] tróficos y no patógenos[10]. Estos, por su efecto en quien aun sostiene interrogantes en espera de la respuesta de un otro,  posibilitan el acceso al espacio psíquico, (psiquisacion), de esas  improntas cuantitativas. Improntas o marcas de sus experiencias de dolor[11]que no cesan de insistir en búsqueda del objeto otro sujeto “y su pulsión”[12], “con quien” ante este tipo de retorno de las experiencias de dolor[13]en términos cuantitativos, poder “pasar”[14]a vivencia de dolor para alguien, una dimensión cualitativa con sus diferencias.

Apelemos a una referencia de J Laplanche, quien enuncia que en la transferencia en crudo, “se re-presenta lo enigmático del otro, es un incendio en el teatro que pone en crisis la corriente asociativa y abre sobre la “experiencia actual” de la alteridad”[15].El verdadero negativo, lo crudo, lo intocable depende de una disposición fundamental “del otro” que es exigido en primer lugar a la persona del analista. Un tipo de pasividad necesaria que implica dejarnos penetrar por lo desconocido, por aquello no identificable con el predicado, por lo diferente de la  cosa o resto cosico que retorna. Diferenciamos la cosa y el predicado, el predicado es aquello con lo que nos podemos identificar, un atributo que reconocemos como lo conocido, mientras que la cosa, aquello extraño es lo aún desconocido. Esta “pasividad activa”(no pasivacion)  es la regla fundamental del análisis en estas situaciones clínicas que nos posibilita acercarnos a lo desconocido o más precisamente a lo impensable e indecible aun no subjetivado de nuestros pacientes. A esta pasividad la homologamos a la “passibilite” es decir nuestra disponibilidad a sostener un objeto de transición o de pasaje. Le “passeur” que enuncia D Scarffone[16] y retoma Catherine Chabert.

Aquel sector que retorna y amenaza a partir de un levantamiento del clivaje como andamiaje defensivo preventivo “a deux”, muchas veces es intolerable para ese sujeto y su continuidad identitaria. Son procesos que vacilan y se interrumpen   por ejemplo ante el decir de un paciente  “a pesar de todo lo que sufro la quiero mucho y tenemos algo muy fuerte que nos une”. La escena vivida en pareja sostiene en acto y a través de lo actual el inevitable retorno pero dentro de una escena en la realidad y en impasse que es garante del sostenimiento del impassé[17], pero al darse en sesión ya es frente a un testigo implicado como “passeur”, sostenido en nuestra presencia y disponibilidad. Depende de nuestra paciencia y endurance singular encontrar el timing o “tempo” de cada paciente, en el pasaje del “a deux” a lo singular, en compañía de nuestra presencia (nuestra passibilite).

Retomo el modo en que Adela Abella describe “el paradigma relacional”, totalmente coincidente con nuestro modo de pensar la intersubjetividad transferencial. En “La construcción en psychanalyse” dice- “Nosotros sufrimos de nuestro pasado, pero más exactamente de los paradigmas relacionales inconscientes que hemos construido a partir de nuestro pasado, filtrándolos y construyéndolos a través de nuestra pulsionalidad… y luego en pagina 28- … en la transferencia se da la tendencia del individuo a actualizar sus paradigmas relacionales inconscientes en la relación con el analista…en esta relación no son los objetos externos del paciente, arcaicos o actuales, sino que son sus objetos internos y la calidad de su relación entre ellos tal como el sujeto los ha construido, que son transferidos”.

[1] J Altounian

[2] R Roussillon,

[3]D Scarffone,

[4]Jean Claude Rolland 1998, Retorno, presentación, re-presentación para alguien, acceso a la representación.

[5]J Altounian,

[6] R Roussillon,

[7]M de M’Uzan, por su referencia autoconservativa,

[8] A Abella,

[9] J Laplanche,

[10] Refiero a su diferencia con el atractor centrípeto incestual familiar.

[11] R Roussillon

[12] R Rousillon transferencia por retorno,

[13]R Roussillon.

[14] D Scarffone, travail de passibilite,

[15] Citado por D Scarffone en RFP L’actuel en psychanalyse Dic 2014  ),

[16] L’actuel en psychanalyse Dic 2014

[17] P Denis, D Scarffone

Estancamiento de un proceso terapéutico y su diferencia con interrupción

*Eduardo Grinspon

Un disparador para esta derivación, fue nuestro malestar frente al estancamiento de procesos terapéuticos con parejas y/o familias, no interrupción, sino estancamiento, especialmente en el tratamiento de parejas, ya que la presencia de los hijos en la familia, detonan interrogantes que muchas veces relanzan los procesos. Aclarando: Llamamos estancamiento a un registro advenido en el analista a partir de su malestar intra e inter sesión, es decir a su registro subjetivo singular. Es un matiz importante,ya que si pensamos en los equilibrios inter defensivos en familia y pareja, al  sostenerse ensu  estado de “exitoso fracasado”, puede mantenerse en estado de impass de un modo atemporal, pero al incluirnos e implicarnos con nuestra subjetividad que implica nuestra historia personal y aquello que hemos podido hacer con nuestro propio sufrimiento, (ya que un hijo no es lo que recibió sino lo que pudo hacer con lo recibido), el equilibrio inter defensivo que nos implica puede acceder al estado de “fracasado en búsqueda de una diferencia”, es decir  acceder al objeto otro sujeto posible. Si no se da esta derivación en espiral y trófica, entramos en un circuito de complicidad y nuestros pacientes y familias pueden mantenerse en una reedicion en el “más de lo mismo”, durante mucho tiempo. Es el malestar de cada analista en los procesos vividos que conduce a una modificación. Volviendo a nuestro pensar en sesión, cuando enuncio el hijo en términos filiativos inter-generacionales refiero tanto al hijo que alguna vez fue el hoy padre (abusador en su derivación perversiva), como al hijo que alguna vez fue el hoy la persona del analista, quien se ofrece en su disponibilidad narcisista y subjetiva para sostener el analista en persona de nuestros pacientes. Por esta razón, no son nuestros pacientes los que van a plantear el estancamiento, es nuestro malestar que alguna vez llame “hartazgo, cansancio, somnolencia, registro somático,etc” lo que nos lleva a auto sustraernos del magma incestual y a partir de nuestro dolor singular intervenir de algún modo.

Una posible evolución del estado de las alianzas defensivas patógenas dentro de la incestualidad

Fragmento de “La perversión narcisista una solución perversiva dentro de un equilibrio patógeno de soluciones narcisistas. Posición del analista dentro de la incestualidad”.

*Eduardo Grinspon

En estas familias en algún momento el contrato narcisista afiliativo[1] de la pareja con su pacto denegativo funcional[2] complementario, se sostenía en base a una reciprocidad y comunión de investimientos narcisistas y objetales, junto a una comunión de mecanismos de defensas no patógenas. Se daba una combinación inter-defensiva, una “metadefensa”[3] que sostenía el sentimiento de sí. Luego ante una adversidad o amenaza a la estabilidad de dicho contrato narcisista, se dio un pacto denegativo patógeno que llevó a clivar y expulsar algo dentro de la espacialidad familiar y mantuvo la continuidad identitaria bajo la egida de una instancia superyoica en su carácter antisuperyoico familiar pervertizante. Una alianza patógena que sostenía la ilusión de vivir en una “neo realidad” “auto producida” junto a la “fantasía de autoengendramiento”.

Luego de un tiempo y frente a la amenaza del retorno de lo clivado, se dio la aparición de manifestaciones sintomáticas y sus re-adecuaciones defensivas necesarias. El estado de la alianza patógena se torna “exitoso fracasado”. En este se mantiene lo expulsado, pero ya la ilusión de omnipotencia o rédito narcisista es relevada por experiencias de sufrimiento psíquico. Se genera en la pareja parental de un modo provocante-convocante, entre ellos pero “también” hacia los hijos como partenaires forzosos[4], un movimiento en el cual cada miembro, de un modo fijo y estereotipado, sostiene su disponibilidad para aportarle a su partenaire el personaje necesario para la escena privada de cada uno. Sostenedora ésta de su singular continuidad narcisista identitaria acorde a su contrato filiativo[5] y a la cadena de la cual cada uno es miembro.

Es decir se produce un tipo de doble al servicio de sostener la eficacia del desmentir dentro de esta alianza “defensiva”, la cual por involucrar a los hijos se torna para estos “ofensiva” o alienante[6]. Estas situaciones familiares altamente tóxicas son habitualmente previas a la presencia del actuar de alguno de los hijos, posicionado como el hijo actuador predestinado[7], que lleva finalmente al estado de fracasado de la alianza defensiva.

Presencia del lenguaje del acto que puede dar lugar al retorno en acto y a través de lo actual[8], tanto de lo clivado en la subjetividad parental como de aquello clivado de la subjetividad del hijo[9]. Estos son los momentos en los que los movimientos perversivos se tornan más destructivos.

Ante la insistencia del actuar de algún hijo nos enfrentamos con el efecto del fracaso del “estado exitoso” del clivaje funcional[10] de la pareja parental,en el que se daba la articulación de herida narcisista y comunión de desmentida. Este “agieren” es a su vez expresión de la vacilación del clivaje estructural, articulación de carencia narcisista y desestimación subyacente dentro del grupo de hermanos.

Estamos enfrentados de un modo implicativo con los efectos de la presencia del clivaje familiar[11]. Lo clivado en la subjetividad parental refiere a una catástrofe generacional secretada dentro de una comunión de desmentida. Se produjo a partir de lo no dicho de lo dicho, un resto expulsado como indecible dentro de la espacialidad familiar, el que a su vez quedó clivado de la subjetividad de los hijos. En estos la marca de la nadatomó el lugar de aquello desmentido y desencadenó nuevas modalidades defensivas. Estas sostienen a su vez en lapresencia del actuar a través de lo actual la posibilidad del retorno de lo clivado aun no subjetivado[12].

Al pensar esta situación de retorno en “nuestro espacio intra e intersesiòn”, lo que estaba clivado “de la” subjetividad del hijo pasa a ser “lo clivado en” la subjetividad transferencial que incluye al hijo, su familia y a nosotros como “su” analista familiar”. A partir de esta subjetividad transferencial se da un nuevo estado de las alianzas defensivas, al que hemos llamado “fracasada en búsqueda de la diferencia”[13]. Este último es dado a partir de un pasaje por el acto de alguno de los hijos, siendo necesaria nuestra disponibilidad subjetiva para recuperar la función mensajera y objetalizante de la moción pulsional.[14]

Son momentos en los que sostener el imperativo de “cuidar a un hijo de las maniobras perversivas”[15], posibilita a este hijo acceder a la diferencia entre ser “El Hijo Único cautivo y cautivado” en la solución fetichizante de la pareja parental, a ser “un hijo” en términos intergeneracionales. Este posicionamiento analítico tiene un efecto a posteriori ya que involucra también al hijo que alguna vez fue quien es hoy el agente perversivo narcisista[16] En esta situación transferencial, nuestro malestar pone en juego nuestra disponibilidad para resistir a las maniobras desubjetivantes y dar gradualmente acceso a alianzas intersubjetivas no patógenas, tróficas y acorde a fines.


[1] Basado sobre el narcisismo secundario, es un contrato que redistribuye los investimientos del contrato narcisista originario y que entra en conflicto con él, sobre todo cuando el sujeto establece los vínculos extra familiares

[2] El pacto denegativo según Kaes es una meta-defensa que se funda sobre diversas operaciones defensivas, de represión o de denegación en el mejor de los casos, pero también de desmentida, de desestimación, de repudio o de enquistamiento. Al mismo tiempo que es necesario para la formación del vinculo, crea en este, aquello de no significable y de lo no transformable, zonas de silencio o bolsillos de intoxicación que mantienen los sujetos de un vinculo, algunas veces extraños a su propia historia. El pacto denegativo cualifica un acuerdo inconsciente sobre el inconsciente impuesto o concluido mutuamente para que el vinculo se organice y se mantenga en la complementariedad de intereses de cada sujeto y de su vinculo.

[3] R Kaes.

[4] Hijo rehén cautivo y cautivado por los movimientos fetichizantes dados por la alianza patógena parental.

[5] R Kaes: Contrato narcisista originario fundado en los conceptos de la auto conservación define un contrato de filiación transgeneracional al servicio del conjunto y del sujeto de ese conjunto pues es un eslabón, un servidor, un beneficiario, y un heredero

[6] R Kaes.

[7] PC Racamier.

[8] E Grinspon.

[9] R Roussillon.

[10] A partir del modo en el que G Bayle describe los clivajes.

[11] PC Racamier.

[12] Actualización significante dada en acto ya a través de lo actual.

[13] E Grinspon

[14] Recordemos que Roussillon enuncia a lacompulsión a la subjetivación dentro del automatismo de repetición, como un tercer principio junto al de placer y realidad, así como al retorno de lo clivado de la subjetividad como un cuarto vasallaje del yo (además del ello, del superyó y de la realidad).

[15] Fundamento de un superyó tiránico que extiende su imperio a cada ligadura, intrincación y moción pulsional objetalizante posible, sosteniendo un economía de guerra y de penuria. Tiranía ejercida con toda la energía de la pulsión de muerte del ello conferida al superyó, instancia que deviene totalitaria es decir surantimoi. Es este tipo de presencia patógena lo que nos lleva a intervenir con un tipo de tiranía que G Bayle la llama la tiranía de Eros, en nombre de las pulsiones de vida. Estas intervenciones implican un tipo de acto analítico inminente frente al movimiento anti proceso o reedición destructiva.

[16] P C Racamier