Categoría: Sin categoría

Intervenciones desde nuestra intersubjetividad transferencial frente a procesos en los que se nos presenta una manifestación somática.                                                                              

                                                                     Eduardo A Grinspon[1] .

Co construcción de “Mi amiga quimio” y “Mi amigo cirujano”.

En esta oportunidad como ejemplo clínico de esta segunda intervención apelare a una experiencia personal vivida “en carne propia” con el Dr Hector Machain.

Este desarrollo intenta conceptualizar nuestra posición, intervenciones y su eficacia en procesos terapéuticos (habitualmente primando sufrimientos narcisistas de sobrevida psíquica) en los que se nos presentan pasajes por el soma[2] mensajeros[3] dentro de nuestra intersubjetividad   transferencial. ¿Qué factores inciden para   que en ciertos vínculos transferenciales nuestras intervenciones, buscando el re- investimiento erotico del cuerpo de nuestro paciente puedan ser eficaces?

Voy a   partir de dos intervenciones que sostengo hace varios años con buenos resultados clínicos e intentaré articular conceptos que subyaces en mi posición clínica 

Una de ellas la de “mi amiga quimio”, se inicia cuando un proceso canceroso, se hace presente dentro de nuestro espacio terapéutico. Un cáncer importante de pulmón ya con metástasis. Surgía un primer cuestionamiento acerca de la causa por la que   hasta ese momento no había surgido ningún registro. Esta duda es lo que luego al conectarme con la escuela de psicosomática de París, pudimos pensar que es un estado previo en el que primando un estado operatorio no hay signos subjetivables. Momento en el que un sector del cuerpo de nuestro paciente resta clivado, anónimo y huérfano. ¿Qué destino o retorno tendrá este resto clivado de la subjetividad de nuestro paciente?

Nos conectamos con el segundo tiempo del trabajo de somatización que enuncia Claude Samadja que es la solución somática “de alguien”. Jerarquizo el término solución, a la que incluyo dentro de otras soluciones narcisistas de sobrevida psíquica[4]. La aparición en “mi paciente” de este cáncer, si bien había una historia muy compleja con mucho sufrimiento histórico, me asombró, pero sobre todo me impactó que mi paciente rápidamente comenzó a mencionar los efectos devastadores de la quimioterapia, mencionando detalladamente el sufrimiento que generaba las sesiones de quimio y el efecto de quedar pelada. En sesión desde mi registro subjetivo transferencial me encontré con un malestar frente a esta afirmación. Mi paciente quizás continuando con su estado operatorio estaba   desmintiendo el mensaje de su soma en búsqueda del cuerpo de alguien.

Intervine planteando que “ella no podía convivir con el cáncer, o ella mata al cáncer o el cáncer la mata a ella”. Pensando en el tipo de anclaje vital posible en pacientes con soluciones narcisistas de sobrevida psíquica, sabemos que hubo una falla en el núcleo masoquico primario con la consecuente falla en el masoquismo guardián de la vida (B Rossemberg). Decidí junto a la enunciación de cáncer y matar, seguir enunciando que era “la amiga quimio quien nos podía ayudar a matar el cáncer   para seguir viviendo”. Esta afirmación se basaba en los logros subjetivos ya patrimoniados en nuestro proceso por mi paciente. 

Me ofrecí para acompañar en la primera sesión de quimio, estar presente e incluso darle la mano para sostener la recepción de la amiga quimio. El proceso se desarrolló favorablemente y mi paciente siguió viviendo.  

 Lo que me interesa es el registro en la intersubjetividad transferencial, el a deux que formamos mi paciente y yo para que ella me transmita un registro desafectivizado de un pasaje por su soma, y rápidamente me muestra un nivel de desmentida como si la palabra cáncer se hace intolerable. Yo creo que desde nuestro vinculo transferencial   pude acercarme al concepto   que era imposible vivir en la coexistencia con el cáncer[5], “mato al cáncer o el cáncer me mata a mí”. En esta ecuación pude encontrar estos investimientos laterales necesarios en lo psicosomático que fue apelar a la amiga quimio junto al amigo médico.,   

¿Qué me llevó a incluir el significante amigo con la quimio, incluso sostenerla de cuerpo presente en las primeras experiencias de quimio? Se tornó una intervención casi habitual en mis pacientes con cáncer. Pero llegó la hora de pensar cómo surgen estas intervenciones, partiendo de algo ya planteado en la escuela psicosomática de París, que en estos pacientes habita un núcleo masoquico primario fallido concomitante con fallas en su núcleo erógeno primario.

Es decir son personas que como pudieron han sobrevivido a   las fallas en las inscripciones corporales de experiencias primarias objetalmente necesarias para la constitución de su narcisismo, (un objeto necesario para la constitución del yo). Es Marilia Aisenstein quien enuncia una falla en el masoquismo erógeno guardián de la vida. El hecho de poder pensar en el masoquismo erógeno guardián de la vida, que es el egoísmo del sujeto para el sujeto, me reconecto con lo que enuncio como el egoísmo necesario, ese egoísmo al cual hay que apelar cuando un paciente se encuentra en estados límites de vida- muerte y se torna imprescindible su resistir para sobrevivir.

¿En qué medida nuestra posición como objeto disponible y utilizable puede relanzar sectores aun en latencia de este masoquismo erógeno guardián de la vida?

Así como “lo que en ello era en Yo debe advenir” podemos enunciar “lo que en soma era en cuerpo de alguien debe advenir” saliendo del cuerpo anónimo y huérfano.  

¿Cómo podemos pensar el cuerpo que se hace presente en sesión?

Pensamos a la organización psicosomática individual como una economía   psicosomática

Lo procesal a partir del monismo “psique soma”.

La noción de economía psicosomática y los medios variables para asegurar su regulación en los diferentes momentos de la vida, constituyen un modelo teórico – clínico que posibilita pensar los movimientos progredientes y regredientes dentro del monismo “psique soma”. César y Sara Botella integran a este último dentro de “lo procesal”, entendiendo al proceso como posibilidad transformacional de la pulsión que articula permanentemente la capacidad progrediente hacia la psico-lógica conducente hacia la representación, y la capacidad regrediente hacia lo perceptivo alucinatorio, fondo alucinatorio del psiquismo, que subyace a toda representación. Pensamos que la posibilidad de acceso a lo alucinatorio es la interfase entre la última posibilidad de recurso psíquico o de mentalización previo a precipitarse a un “más allá”, hacia el soma como espacio para lograr el pasaje por el soma mensajero hacia una solución bio-lógica. El movimiento pulsional tanto progrediente como regrediente muestra la no reversibilidad de la dirección pulsional que siempre es en el sentido “por venir”. Es este punto en el que pensamos que nuestra disponibilidad a implicarnos posibilita la apertura de circuito co alucinatorio[6] dentro de nuestra intersubjetividad transferencial. Es acá donde nuestras intervenciones adquieren su eficacia. Momento de articulación del médico clínico interlocutor del cuerpo que registra el mensaje somático y al modo del passeur (D Scarfone) opera como un objeto de transición y pasaje posibilitando salir de la preeminencia del clivaje y que los sectores clivados que persistían anónimos y huérfanos, accedan a ser parte del    cuerpo de alguien. 

Al entender la economía psicosomática dentro de este monismo cae la posibilidad de sostener el clivaje psique–soma, para pensar que la línea de clivaje se transfiere al interior del dualismo pulsional. El efecto “psico somático” es producto de la construcción o deconstrucción del juego pulsional, posibilidad singular de mantener un nivel adecuado del masoquismo erógeno guardián de la vida como nivel de resistencia primaria (Daniel Rosé). Todo esto depende de su enlace con la pulsión de autoconservación sostenedora del principio de constancia, del mantenimiento de una tensión vital opuesta a la descarga absoluta del sistema. Si se da una falla en este tipo de masoquismo y no se puede apelar a un movimiento regresivo hacia un punto de fijación adecuado, se sostiene un empecinamiento químico dentro de un automatismo aferrado a lo idéntico, en cuanto identidad de percepción, pudiéndose llegar finalmente a un triunfo de la función desobjetalizante que lleve a la descarga y a la muerte de la pulsión. Este desenlace será la consecuencia del triunfo de la defensa interpulsional desde la pulsión de muerte hacia Eros. (Freud, 1924)

Respecto al resistir es nuestra endurance[7] lo que nos posibilita intervenir más allá de las afirmaciones de nuestro paciente. 

Creo fundamental nuestra implicancia en la apertura del circuito co-alucinatrio que ya evidencia desde nuestro paciente un movimiento pulsional en búsqueda objetalizante y somos nosotros quienes sostenemos al objeto otro sujeto y su pulsión[8]  Por eso cuando se plantean la eficacia de las identificaciones laterales, pensé que en mi experiencia con estos pacientes, partiendo del médico clínico, la amiga quimio es otra identificación lateral. Es decir en nuestro espacio terapéutico estas transferencias laterales incluyen la terceridad necesaria y son ya parte de una escena en la que intervenimos. 

Segunda intervención esta vez a referida a una experiencia vivida en “carne propia”.

Hace mucho tiempo ante los actos quirúrgicos de mis pacientes diferencié el enunciado “me operan” dicho en sesión desde una posición pasiva, muchas veces dentro de un contexto de objeto quejoso y sufriente, de la enunciación “me opero” como un movimiento activo en búsqueda de una respuesta a lo que su cuerpo propio necesitaba y pedía. Este circuito mensajero tiene su complejidad   ya que se torna necesario que mi paciente pueda recibir de su cuerpo, habitualmente intermediado por su médico clínico un mensaje suficientemente doloroso o preocupante que le posibilite pedir una ayuda. A esto es lo que enuncio función passeur del clínico, un objeto de transición o de pasaje entre dos espacios el somático y el corporal.

¿A que cuerpo nos estamos refiriendo? Cristophe Dejours enuncia la posibilidad de acceder a una subversión libidinal que posibilita que el cuerpo biológico (soma) acceda a ser el cuerpo erótico de alguien. Lo denomina segundo cuerpo y es donde habitan los afectos, el circuito pulsional que ya enunciamos, la sexualidad infantil y los restos del tipo de apego al negativo del objeto que fue necesario para sobrevivir. Pienso que nuestra posición implicativa y disponibilidad sin concesiones junto a la posición del clínico es parte de esta subversión libidinal. La apertura del circuito co alucinatorio que hemos definido y desde el cual intervenimos, no podría tener lugar de otro modo.

Como segundo ejemplo voy a tratar de esbozar una situación personal. Se trata de una experiencia recientemente vivida “en carne propia” con mi clínico y el acceso a “mi amigo cirujano Dr. Héctor Machain”.

Hace varios años, mi clínico me diagnosticó un problema valvular cardiaco. Diagnostico surgido por un signo clínico (un soplo) y luego ratificado por estudios específicos. Yo no tenía ningún registro somático y sostuvimos un acuerdo de controlar su evolución anualmente. La lesión valvular iba progresando, aunque de un modo asintomático. Sin embargo yo sabía que el camino final sería la cirugía. ¿Presencia de un sector clivado para mí?

A partir de un tema articular recibo una medicación que descompensa mi equilibrio y me encuentro con una falta de aire que evidencia una insuficiencia cardiaca. Registro subjetivo de malestar que me llevó a una internación en la cual se comprueba que no tengo ninguna lesión arterial pero queda como único elemento la válvula y su agravamiento. Mi primera reacción fue negar el registro del pasaje por el soma mensajero pensando en sostener mi actividad y encarar la cirugía al regreso de mi próximo viaje.

La escucha de mi clínico, no concesiva, continente, “con memoria”, y manteniendo su registro de lo somático, generó que me llamara a los dos días proponiéndome ver a un cardiólogo, con la hora ya tomada. Su tono me llevó a no cuestionarlo. Posición esta que me posibilitó el apropiarme de lo aun clivado. Cuando veo al cardiólogo, me comenta en un clima de diálogo que lo conveniente es ir a cirugía. En ese momento pude aceptar la indicación, pero era muy difícil acceder a una cirugía tan compleja sin ningún síntoma. Yo no tenía aún ningún registro somatocorporal que me permita pedirle algo a algún amigo cirujano. Era simplemente aceptar la lectura del clínico que determinaba que ya era momento de encarar la cirugía. No cuestione esa indicación y pacte un horario para conocer al cirujano que me indicaba mi clínico.  

De inicio, me encuentro con una persona cirujano, es decir “alguien” totalmente disponible a sostener el tiempo necesario para dialogar y sentirme entendido. Pude así aceptar las ventajas respecto a que el cambio de válvula sea en este momento.  

Ese encuentro que tuve con la persona cirujano era exactamente el modelo que en lo conceptual venía sosteniendo con mis pacientes. Pude incluso, debido a que él conocía cual era mi actividad profesional (a partir de su relación con mi clínico), explicitarle lo importante de esa entrevista respecto al concepto de “mi amigo cirujano” e incluso la diferencia entre soma y cuerpo. Cuerpo ya propio desde el cual poder pedir algo. 

El Dr. Machain tiene un equipo con una coherencia notable respecto al trato con el paciente y en carne propia pude comprobar que el equilibrio inmunitario psicosomático era parte importante en esta evolución. Mi experiencia fue que me encontré ante una cirugía compleja, pero permanentemente acompañado por “mi amigo cirujano”.

Creo que el nivel de cicatrización y evolución está organizado por un equilibrio inmunitario al cual ya me refería en las situaciones transferenciales cuando mi paciente se apropia de su cuerpo intermediado por su clínico y accediendo al “amigo cirujano”.  


[1] www.eduardogrinspon.com

Artículos antecedentes:

 1988 “Somatosis y empecinamiento químico”

2016 “Del cuerpo familiar incestual a la singularidad subjetiva. Pasajes por el acto y por el soma como tránsito a la reapropiación del núcleo identitario singular 

  

[3] R Roussillon

[4] E Grinspon a partir de R Roussillon.

[5] Homologo a otros miembros de su familia que hemos enunciado tumores intra familiares.

[6] E Grinspon,”El concepto de lo alucinatorio su aplicación en nuestra especificidad de TPFP ““Posición impicativa de la persona del analista en momentos tóxicos intrsesión. Lo alucinatorio en sesion”

[7] E Grinspon “Posición preonírica del analista en sesión. Endurance necesaria del analista……”

[8] R Roussillon,

¿Culpabilidad, terceridad, vergüenza?

En este universo de agentes patógenos, y sufrientes con sus matices singulares, ¿Cómo pensar la dimensión de la culpabilidad y luego de la vergüenza? Dimensiones a las que nos vamos a referir solo desde nuestro espacio implicativo subjetivo transferencial.

Cuando pensamos la particularidad de la función narcisista e identitaria del objeto primario[1] en las soluciones narcisistas, referimos a todos los contactos y modo “posibles” de presencia del objeto primario y de la terceridad necesaria. Ante el comentario de R Roussillon acerca de que “el niño se identifica con las representaciones que le son re enviadas por su medio primario, que funciona como un espejo de el mismo con el cual va a  tener que construir su economía narcisista y su yo”, nosotros agregamos que esta es la posibilidad con la que se comienza a acceder a las soluciones narcisistas de sobrevida psíquica posibles. Constituyéndose, por ejemplo en un primer momento el “yo culpable”,

 En la articulación de soluciones narcisistas al recuperarse la dimensión humana de la culpabilidad, podemos imaginar que en estos agentes patógenos, se dio en un primer momento una posición de; Yo soy culpable y deudor de lo que “el otro no puede”, es decir, me dispongo dentro de mi solución a ser “causa del límite del otro”. “Limite que es detectado desde mi sufrimiento y me abre a su vez la posibilidad de encontrar mi solución posible”. Esta posición de “yo culpable” vigente en las escenas que nos implican, es una posibilidad de recuperar la culpabilidad necesaria, muchas veces ausente en los movimientos perversivos de su medio parental. A éste lo pensamos de un modo innegociable, como la articulación de funciones fallidas en su función estructurante y nos corremos de la posibilidad de  sostener desde nuestra posición, la posibilidad de “hijos Únicos de genitor único”[2]

Luego en una situación posterior y quizás más grave por sus consecuencias, o quizás por la intensidad de su pedido, se llega a  “yo soy el mal”[3].

Frente a la hostilidad primaria, en lugar de fundarse un sentimiento  identitario a partir de  “yo soy el seno”, se da un tipo de culpabilidad primaria que termina  constituyendo un núcleo identitario de “yo soy el mal”. La destructividad clásicamente observada en los cuadros de patologías del narcisismo, debe ser relacionada  con esta posición existencial de base a partir de la cual el sujeto se construye, o podemos enunciar que su posición de sujeto fue co-construida.  En diversas situaciones de su vida relacional, el hoy agente de una solución narcisista, retorna desde “su” interior, aun movimiento que enunciamos  “más bien culpable- pues sujeto activo, que ser impotente- sujeto pasivo”.Estos momentos de retorno expresan los primeros proceso por los cuales el sujeto confrontado a una decepción narcisisista traumática, intentó asimilarse y en su solución posible, subjetivar la sombra del objeto narcisista que ha sido incorporada.

También R Roussillon agrega a partir de “matan a un niño” ,formación sin duda central en la melancolía, se lo mata haciéndolo sentir el origen del mal, sentirse intrínsecamente malo. Se mata a un niño no ofreciéndole un contrato narcisista en base viable, aceptable en un mundo organizado bajo la primacía del principio placer. El chico así matado, matado activamente o por el no investimento de su vitalidad, rechazado fuera del mundo puede intentar vengarse matando.

Desde nuestra posición implicativa, es nuestro malestar “al no ser banalizado sosteniendo lo explicativo”, lo que da lugar al retorno de lo “incorporado no aun subjetivado”. Retorno que al ser pensado dentro de la re-petición posible, lo pensamos en busca de la objetalizacion necesaria para acceder a la singularidad subjetiva y al trabajo de subjetivación historizante. Condición ineludible, si estamos en la clínica del sujeto perdido, o ausente, o aun no constituido.

Cuando planteo en sesión, que una legalidad en familia es,  “un cuerpo no se toca, el oído no se viola y el respeto y la dignidad no se negocia[4]” junto a la necesidad de compartir el dolor en presencia de una terceridad, sostengo una legalidad que no refiere a las interdicciones edípicas, sino  aquella que al fallar, nos ubica fuera de la condición humana. Una ley fundamental que refiere a la conciencia de pertenecer a la comunidad de humanos y que hace que  se pueda reconocer en el otro, un desconocido o diferente, pero siempre un semejante. 

 Estos estados traumáticos producen un impasse subjetivo, provocan un desespoir existencial, una vergüenza de ser que amenazan la existencia misma de la subjetividad, dentro de una culpabilidad primaria que es lo que le posibilita tornar subjetivamente coherente un guión respecto del tipo de sufrimiento (desamor) producto del desencuentro primario.


[1]habitualmente referida a la función espejo de la mirada de la madre, 

[2] E Grinspon.

[3]R Roussillon

[4]Refiero a la propia dignidad y el  respeto por uno mismo y por  el otro.  .

Vínculos adictivos a los que enunciamos dentro de la “patología del objeto único”.

En varios procesos estancados con parejas en las que subyace un pacto narcisista de “inseparabilidad”[1], se impone paulatinamente la degradación de la función tercera, en un acuerdo respecto a la impunidad y banalización de las consecuencias de la violencia, expresada en el plano verbal por insultos, paulatina “negociación de la propia dignidad y el respeto por el otro”, llegando incluso a la violencia física. Nuestro malestar frente al estancamiento, nos enfrenta con el concepto, (ya enunciado en la melancolía), de “la incapacidad del sujeto a desplazar su investimiento sobre otro objeto”, es decir con el problema del carácter patógeno de la dimensión irremplazable del objeto transformado en “único”, pero ¿cómo conceptualizar de un modo no explicativo, nuestro malestar coincidente con esta descripción, al referirlo a un pacto dado “entre dos o más de dos, configurando un vínculo adictivo a partir de sus singulares soluciones narcisistas? ¿De qué sujeto hablamos?

Al pensarlo dentro de una economía pulsional vincular, nos enfrentamos con la necesidad de re-definir la cuestión de la especificidad del “objeto otro sujeto” y sus consecuencias, y no solamente referirlo al hecho que la libido tenga una dificultad de abandonar una posición establecida. Al intentar pensar la especificidad del objeto, nos acercamos en primer lugar a la precocidad del vínculo con el objeto en la constitución del yo sujeto, y al hecho que las particularidades singulares del objeto otro sujeto, fue “la puerta abierta”[2] a las marcas o huellas del impacto del objeto sobre la pulsión en el yo sujeto. A la pareja fuente/objeto se agrega ahora, la pareja pulsión introyectada en el seno del yo / receptividad del objeto al aspecto pulsional del sujeto y sus consecuencias[3]. Ampliando la referencia hecha en la melancolía a las patologías narcisistas identitarias, pensamos que el carácter singular de la consecuencia o efecto de la “pérdida”, está dado por el carácter narcisista del objeto, por lo cual la perdida al ser narcisista, es la perdida de una parte del sí mismo (Soi) y está ligada a la huellas de la sobrevida psíquica lograda, a partir de la decepción provocada por la respuesta del objeto.

A partir de lo planteado, no podemos seguir enunciando de un modo generalizante “las consecuencias del objeto perdido”, sino que a partir de la articulación narcisismo, yo sujeto, presencia necesaria del objeto, pensamos que la dimensión a la que referimos está ligada al modo decepcionante, fallido[4] de presencia del objeto. No referimos a una escena única, sino a la multiplicidad de escenas dadas tanto, en “la constitución del yo sujeto”, como a la de “su objeto posible” en su dimensión narcisista. A esta faceta referimos la dimensión singular de las soluciones narcisistas de sobrevida psíquica, es decir al modo que cada ser vivo pudo sobrevivir psíquicamente. Un efecto traumático dado sobre la regulación narcisista identitaria del sujeto. 

Las consecuencias de las vicisitudes del objeto en su dimensión narcisista, es que este porta una parte del yo y esto hace que su duelo o equivalente se torne imposible, ya que no es respecto a “una pérdida” sino a una “falla en su función necesaria”.

Es importante no perder  de vista que estamos centrados en las posibilidades narcisistas de autoconservación de cada sujeto vivo, ya que  el duelo lo hace el ser vivo para seguir viviendo. En estas situaciones clínicas  nos encontramos frente a estrategias de sobrevida psíquica en las que cada agente de estas ecuaciones vinculares, “hizo lo que pudo y no lo que quiso”. Nos alejamos de la dimensión voluntarista que inaugura un tipo de culpabilidad y terceridad que habita muchas veces en el ideal del analista, obturando la emergencia del sufrimiento en el modo posible para cada singularidad. Esta escena que está en la base de las configuraciones vinculares que estamos encarando, nos enfrenta clínicamente a la difícil pero posible salida del apego al negativo[5] del objeto a partir de la elaboración del “duelo de lo no habido”.  ¿Cuál es la posición clínica adecuada para sostener la objetalizacion necesaria?

En la constitución de un narcisismo de sobrevida psíquica, el objeto en su dimensión narcisista no ha desaparecido de la percepción, ni es perdido, como habitualmente se lo ha descripto, sino ausente y fundamentalmente fallido para alguien. Esta particularidad y sus consecuencias, evidencian su modo de disponibilidad y presencia “alguna vez habida”, frente a los encuentros y a las esperas del sujeto. No hablamos solo de su modo de presencia, sino “y sin duda” también de su deseo[6].

El objeto narcisista participa en la regulación narcisista del Soi y la marca de la decepción o falla en el uso de esta función, ataca la economía narcisista identitaria y este efecto traumático está en la base de la solución narcisista eficaz lograda. Esta característica deja al sujeto ante un tipo de desvalimiento (desamparo) y es su solución posible el modo con el que se presenta en nuestra clínica, a la que R Roussillon enuncia como “clínica del sujeto perdido” y nosotros agregamos, ¿ausentado?, o ¿aún no eficazmente constituido? Un efecto de aquello ausentado del “sí mismo” (Soi) por la sombra del objeto al que resta unido desde su negatividad.

Como analistas de parejas y familias, y buscando su especificidad, tenemos que revisitar estos conceptos que han sido descriptos dentro de una clínica “del impasse”[7]o del “sujeto clivado” o “aun no constituido[8].

El carácter enigmático de la formula “la sombra del objeto cae sobre el yo”, nos lleva en primer lugar a una reflexión, pues la sombra del objeto no es el objeto mismo, sino el doble negativo del objeto[9] necesariamente demandado[10] por un Yo en su constitución, aquel objeto otro sujeto quien por sus características singulares, en su función de objeto narcisista, ha limitado el investimiento necesario, expresión de aquello que no fue reflejado de “sujeto a sujeto”.

La decepción narcisista primaria referida al objeto, concierne a aquello que el objeto, en razón de sus características propias, no reenvía de manera adecuada: estamos refiriendo a “la sombra del objeto para el Yo de alguien”[11]

¿En qué devienen la sombra del objeto cuando esta es caída sobre el yo?

La sombra es el negativo del objeto, aquello que el objeto no reenvía al sujeto o reenvía de manera inaceptable. La incorporación del objeto viene en lugar de una verdadera introyeccion[12] que supone un acceso a la experiencia de satisfacción[13], es decir al principio de placer y una elaboración representativa suficiente. Bion y Winnicott completan este modelo señalando la necesidad delante de la cual se encuentra ubicado el joven niño[14], pero no solo el joven niño ya que es una buena definición de nuestra posición subjetiva transferencial intraproceso, que el medio maternante ¿analizante? le forje representaciones tranquilizantes ¿calmantes? de sus estados internos, es decir que sean compartidos, reconocidos, nombrados de un modo humano e inscriptos en una forma primera de lenguaje de significación. En estas estrategias de sobrevida psíquica, el sujeto, haciendo lo posible, incorpora una parte negativada del objeto, junto a la parte de él que porta “su objeto posible”, es decir se da un incorporar (un incorporat) en lugar de poder introyectar la función narcisista potencial del objeto “su objeto”.  Esto abre la posibilidad del apego a las consecuencias dadas por la negatividad de la objetalizacion necesaria[15]. Este rasgo que lo podemos referir a lo que enunciamos como un rasgo de carácter, R Roussillon lo refiere a[16]la posibilidad que se dé una modificación durable del yo que asimila aquello a lo que fue confrontado para que una respuesta se perfile[17].

¿Cómo encontramos este matiz en nuestra clínica con familias y parejas?

Este efecto del “incorporat[18] es lo que subyace en este tipo de pacto narcisista a deux o más de deux, y el consecuente clima toxico de descarga imparable, provocante y convocante de un modo desesperado de un otro no otro. Una mezcla mortífera de la necesidad de descargar, expulsar lo intolerable, junto a una necesidad de aferramiento contestatario dentro de la coexcitacion”. Este clima intersubjetivo transferencial nos implica, con el riesgo para las posibilidades tróficas de “nuestros pacientes”, que quedemos degradados subjetivamente a ser parte de lo que enunciamos como cuerpo común incestual”[19]. Estas coyunturas clínicas, en las que nuestros pacientes hacen lo que pueden, nos enfrenta con un tipo de retorno que pone en el tapete nuestra capacidad de “endurance” (resistencia) subjetivo transferencial, en la posición clínica de “objeto “destruido-co-alucinado –encontrado”[20].

Nos encontramos en sesión dentro de una escena en la que un agente acreedor con “su razón” necesita que: “alguien convalide mi sufrimiento “frente a mi pulsión y en presencia del objeto”. En esta escena “el objeto”, es tanto la referencia al agente “actual de mi sufrimiento”, como a la terceridad que habilite el tránsito de testigo del sufrimiento padecido, hasta acceder a un testimonio frente a un otro, es decir acceder a la figurabilidad y a la representación.

En estas configuraciones vinculares patógenas, nuestra posición como analistas sostiene esta función del objeto

Son problemáticas en las que el trabajo de acceso a la sublimación[21] esta distorsionado, ya que la función objetalizante, que abriría la posibilidad del investimento significativo hacia el objeto sustitutivo[22], esta obturado. También lo está el sistema de representancia de la pulsión[23], y su producción de “objetos representación” que devendrán representación de objetos.

¿Puede este tránsito, estar mediatizado por nuestra presencia implicativa, nuestro malestar y sus destinos?

Estas descripciones clínicas conducen a profundizar la exploración psicoanalítica de las alianzas y pactos posibles sostenidos por sujetos presentando una patología importante de su economía narcisista.

Nos enfrentamos con la cuestión de las defensas narcisistas frente a traumas narcisistas primarios, y en particular frente a la manera en la que el sujeto intenta “re-petir”[24] para transformar “dentro del medio humano en el que convive”, sus carencias narcisistas en heridas posibles de ser sostenidas de un modo atemporal referido a un agente actual, o a partir de un espacio terapéutico “adecuado” acceder al trabajo de subjetivación del sufrimiento padecido y a una cicatrización posible. 

No olvidemos que el tejido cicatrizal, evidencia un mecanismo de auto conservación singular que pone “hoy de un modo trófico, recursos actuales para cicatrizar”. La marca de la herida sigue vigente y si “uno la busca la encuentra”, pero ya no duele, es una demanda prescripta. ¿Podemos pensar que nuestra función implicativa como analistas es la de facilitar o posibilitar, la acción trófica de este tejido cicatrizal? (Diferenciamos la dimensión cuantitativa del dolor de la dimensión cualitativa del sufrimiento de alguien para alguien)

Reflexión clínico teórico, surgida a partir de una singular intervención y luego sostenida en diversas evoluciones clínicas.

 Como ya lo hemos planteado, en este tipo de coyuntura clínica altamente patógena y con tendencia al estancamiento y la atemporalidad, nos enfrentamos con la ardua tarea de sostener o relanzar de algún modo el proceso del trabajo de subjetivación historizante de lo clivado de la subjetividad, o de lo aun no subjetivado[25].

En las escenas dadas “en sesión”, en las que ambos miembros de la pareja son agentes responsables del sufrimiento del otro, nosotros como analistas podemos imaginar las escenas que operaron como traumáticas, pero es difícil no caer en la estéril dimensión explicativa.  En una de estas parejas luego de rescatarme de mi desesperanza, “me encontré enunciando  de un modo comprensivo y no acusatorio, quizás refiriendo más a un comentario personal que abriendo interrogantes, “en ustedes, ¡que poco registro tienen ambos del dolor padecido! y ¡qué difícil que se torna para ambos honrar el propio dolor padecido!”. No entiendo aun, porque lo enuncié de este modo pero es notable y me asombró, el efecto trófico que ha tenido. Luego de una primer experiencia que despliego a continuación, esta dejó un resto en mí que me llevo a sostener esta posición y en este momento a interrogarme por su origen “en mi”.En esta pareja al enunciar en sesión como analista en persona, el dolor de este modo, se generó un silencio, un momento de impasse útil, sin tensión, y en el que yo me encontré refiriendo a la vergüenza como una consecuencia posible de este tipo de dolor. De un modo personal y sin preguntar, luego de enunciar al dolor, aporté la dimensión de la vergüenza como una derivación posible del registro del propio dolor padecido. Fue notable para mí que al sostener una posición clínica que:

1) en lugar de explicar “desde afuera” la escena, enuncia “en un plural” ¡qué difícil es para ustedes honrar el propio dolor padecido!

2)  Registrar subjetivamente el momento en el que al ser enunciado “honrar el dolor” por “su analista en persona”, se generó una situación de silencio expectante en ambos, momento que en lugar de retornar al conocido aferramiento contestatario en el que cada uno declamaba con razón el sufrimiento que el otro le generaba, posibilitó que yo continuara hablando y acceder a la dimensión cualitativa de la vergüenza. ¿Referencia a un otro, a una mirada otra?, ¿recuperación del pudor, de la posibilidad de la intimidad, y un acceso a la terceridad? Es notable que tanto la palabra honrar, dolor y vergüenza lo he aportado desde mi registro subjetivo transferencial de un modo sincero y no estratégico.


[1] Refiero a su condición de posibilidad,

[2] R Roussillon

[3]R Roussillon

[4]E Grinspon, Lo consideramos fallido al referirlo a su función que de algún modo opero en todo sujeto vivo, “que tenga ombligo y respire”.

[5]R Roussillon, D Anzieu,

[6]R Roussillon

[7]R Roussillon

[8] en la que como ya dijimos, se abre la cuestión de las marcas o huellas ligadas a la  “fallida función del objeto narcisista en la economía del sujeto.

[9]R Roussillon,

[10]Demandado y no pedido, retomando el concepto de demanda en términos inconscientes.

[11] E Grinspon.

[12]R Roussillon,

[13]P Denis,

[14] R Roussillon,

[15] Apego al negativo del objeto,

[16]Freud 1926,

[17]junto a Winnicott y Bion, a partir de quienes pudimos conceptualizar los interjuegos de la decepción narcisista primaria en el núcleo de la melancolía.

[18]R Roussillon

[19]o un cuerpo para dos J M Dougall,

[20] R Roussillon, C Botella,

[21]Cambio de objeto y modificación de meta, inhibición en cuanto a meta

[22]A Green

[23]R Roussillon

[24]R Roussillon; Compulsión a la re-petición y a la subjetivación de lo aun no subjetivado,

[25]Diferenciamos a partir de G Bayle el clivaje estructural en el que priman la carencia narcisista y ls desestimación, de los clivajes funcionales en los que priman la herida narcisista y la desmentida.

Reflexiones en el espacio inter sesión, a partir del malestar subjetivo transferencial en el tratamiento con parejas y familias en las que prima la articulación de soluciones narcisistas con  preeminencia de la solución perversiva narcisista.

Ante los interrogantes enunciados, se nos impone la diferencia de pensarlos dentro de una economía pulsional singular, o incluir el matiz diferencial dado en la economía pulsional vincular de las parejas y familias a las que nos dedicamos.  Esta especificidad nos posibilitó conceptualizar el hecho que en las parejas en las que prima un pacto narcisista dado por la articulación de soluciones narcisistas de sobrevida psíquica frente al singular sufrimiento narcisista identitario, la marca de una carencia narcisista producto de una falla grave en la presencia del objeto y la terceridad necesaria, se pueda transformar en un “entre deux”, en una herida narcisista, con un agente responsable y “siempre” deudor ahora presente. Esta solución “a deux” posibilita salir del dolor “en desesperanza[1]” y su dimensión de ser innombrable, sin un origen, sin fin y atemporal. Nos encontramos subjetiva y transferencialmente implicados, en un circuito trans-subjetivo sostenedor de un apego al negativo del objeto[2], dentro del cual, a partir del “sufrimiento que hoy padezco y “vos me lo provocas”, el dolor sostenido como el último testimonio presubjetivo de las fallas en la presencia del objeto en la constitución del yo sujeto[3], adquiere la dimensión cualitativa de sufrimiento “de alguien” como un organizador posible de la escena vivida.

A partir de una transformación pasiva activa “a deux” en su estado exitoso[4]y dentro de un tipo de vínculo en el que el aferramiento al dolor es un organizador y priman la deuda, la queja y el reproche; un Yo puede activamente, reclamar desde una posición de “agente acreedor con su razón” (es decir racionalmente entendible y figurable en la dimensión humana), a un agente “siempre” deudor, el sufrimiento dado a partir de las consecuencias de algo sucedido en una atemporalidad innegociable[5]. A su vez el agente “siempre” deudor, de un modo desesperado y desesperanzado tiene que demostrar a “su supuesto otro no otro”, que yo no soy ese que vos afirmas que soy”.

Queda velada en esta descripción la desesperanza transformada en desesperación y las consecuencias patógenas dadas por las afirmaciones provocantes-convocantes sostenidas por el agente acreedor.

A partir de nuestro malestar singular, una secuencia posible  pensada dentro de la “intersubjetividad transferencial” que nos implica,

Aclaremos en primer lugar el concepto de “intersubjetividad transferencial”. Desde una posición implicativa que nos posiciona dentro de los movimientos  enloquecidos y enloquecedores que se dan en estas parejas o familias, sus efectos nos involucran “más allá del momento de sesión”. Estos efectos o afectación “inter-sesión”, nos llevó a ampliar el concepto de  transferencia al de intersubjetividad transferencial, una espacialidad intersubjetiva que nos implica como analistas en persona, en el neogrupo[6] especifico que constituimos y en el que se da la posibilidad de la penetración actuada[7]del clima toxico “invivible” en el que sobreviven estas familias.

Secuencia posible:

Dolor, dimensión cuantitativa en búsqueda de la objetalizacion necesaria,

En desesperanza, un tipo de desvitalizacion representante de la hemorragia libidinal posible (equivalente a la agonía, R Roussillon)

Alerta que lleva a la desesperación, dimensión humana que enuncia la,

Posible recuperación pre subjetiva de la condición de posibilidad,

 Ante esto, nos encontramos implicados frente a diversas opciones entre las cuales distinguimos:

A) Rumiacion “intrasubjetiva” y posibilidad de instalar un “incorporat”  intra somático o

B) Apelar a una agresividad necesaria en su función objetalizante, pero degradada a un tipo de violencia con:  

Tendencia a la descarga provocante y convocante ahora de un “otro no otro”, un tipo de doble narcisista y,

– respuesta de este otro acorde a su propia posibilidad, dada por su singular solución narcisista de sobrevida psíquica.

Configuración en acto y en lo actual, en un “entre dos”, de una escena que puede ser puesta en acto o relatada, entre un acreedor con “su razón entendible por humanos”, frente a “su pulsión” y al objeto “ahora presente y deudor”, frente a una terceridad demandada e impotente. Por ejemplo “un padre pintado” (presente físicamente y ausente en su función tercera), sostenido en latencia a partir de nuestra presencia y malestar.   Esto ya es un resto “dentro de nuestra intrsubjetividad transferencial”. 

En las escenas producidas por esta secuencia, se recupera de un modo pervertido y patógeno, la posibilidad identitaria en su referencia a un otro necesario y a una negatividad singular, dada por las consecuencias del negativo del objeto.

¿Pero negativo de qué objeto y objeto para quién?

Son escenas en las que se da en nuestra presencia un aferramiento contestatario “a deux”, una dimensión cuantitativa de co-excitación fusional, sostenedora de la posibilidad de la co existencia de varias realidades.

En un clima de acusaciones y defensas posibles, se abre “frente a nosotros” la dimensión de la culpabilidad, pero sostenida por agentes culpables de “algo sucedido y comprobable”.


[1]En “desespoir”,

[2] R Roussillon D Anzieu,

[3]Esto nos lleva a diferenciar en nuestra posición clínica conceptual, al sujeto del propio dolor, de la posición de objeto del dolor causado por otro.

[4]A partir de la variación posible dr los estados de las defensas D Maldavsky.

[5]Dada esta por el “siempre vos…”  en una temporalidad  particular dada por el “habría o hubiera”.

[6] E Granjon,

[7] R Roussillon,

Algunos conceptos re-visitados por R Roussillon a los que he referido [1]

[1] Revue francaise de psychanalise Mars 2014 N°1

  • “A partir del momento en el que por la vía de la organización del narcisismo, es delimitado un yo sujeto en el seno de la psique,  la cuestión del objeto considerado como otro sujetova a encontrar también su lugar e importancia clínica-metapsicológica”
  • Una opción es “pensar al objeto solo a partir de la pulsión y su relación entre la fuente y el objeto para la pulsión, en esta dimensión, el objeto era intercambiable”. Pero a partir del momento en el cual el yo sujeto está constituido y  diferenciamos   un  “yo objeto de la pulsión de un yo sujeto de la vida pulsional”, la cuestión del objeto otro sujeto, tiene que ser tomado en cuenta. Nos acercamos a la concepción narcisista del objeto-.
  • Conciencia del yo y conciencia de la alteridad del objeto van a la par como toda la clínica de la primera edad lo pone en evidencia.
  • El objeto en la medida de las vicisitudes de la vida pulsional, no es más un objeto intercambiable sino que es también un objeto para el yo. A partir de que se producen los encuentros con él, los efectos que dejan su modo de presencia, su disponibilidad, o perdida[1] van a comenzar a tomar un status metapsicológico verdadero”. El psicoanálisis debe ser también una psicología social (Freud 1921).
  • También R Roussillon jerarquiza y nos invita a repensar:
  • “Es a partir del lugar que el paradigma de la melancolía toma en el análisis de las patologías narcisistas que me parece más heurístico explorar esta problemática.
  • “Mi hipótesis es que cuando Freud empieza a hablar de duelo y melancolía, eso  deja entrever la cuestión de las identificaciones y del impacto del objeto sobre el yo, en su referencia a “la sombra del objeto cae sobre el yo”,  abriendo la consecuencia global que esta cuestión tiene sobre el conjunto de la meta psicología”.

[1]E Grinspon, O su tipo de ausencia.

Especificidad en el abordaje a partir del espacio terapéutico con parejas y familias.

El modo en el que R Roussillon re-visita ciertos conceptos (luego desplegados), nos permitió pensar nuestra posición clínica frente a ciertos escollos clínicos, entre los cuales enunciamos el estancamiento del proceso analítico de  parejas y familias en las que prima la articulación de soluciones narcisistas frente al singular sufrimiento narcisista identitario. Este último refiere tanto a las fallas en la constitución de un narcisismo trófico, como a sus consecuencias en el núcleo identitario posible.

Esta especificidad clínica implica no perder de vista que como analistas, nos encontramos “subjetivamente implicados” ante estrategias de sobrevida psíquica[1], las que refieren al singular modo de haber sobrevivido psíquicamente a las fallas en el modo de presencia del objeto (otro sujeto) y la terceridad necesaria. Es decir de algún modo se logró resistir y acceder a una “solución narcisista” sostenedora del sentimiento de sí y del núcleo identitario posible. Éstas operan para cada uno como su marca identitaria, a la que enunciamos, como “su apellido otro”[2].Es decir los agentes de estas soluciones, tienen una singularidad subjetiva producto del modo de haber resistido frente a su necesario llegar a ser alguien para alguien. Fue el  haber sobrevivido a los climas abusivos (por exceso o por defecto) y sin salida, lo que  forjó el sentimiento de sí y su núcleo identitario. Es importante el modo en el que desde “nuestra subjetividad transferencial”, recibimos este matiz identitario, para llegar a co-producir un nombre posible que lo represente dentro de nuestro trabajo de subjetivación historizante, por ejemplo “la testigo permanente”, “la que no”, “el loco” o “la loca” etc. Esta co-construcción  inscribe este “apellido otro” en nuestro espacio intersubjetivo transferencial y abre la opción que podamos ser testigos del destino que tiene este tipo de intervención.

Pensar en este tipo de estrategia de sobrevida psíquica[3], con una lógica diferente a aquella de la vida psíquica[4], nos permitió dar matices al concepto de perversión narcisista y acercarnos a la solución perversiva narcisista y sus derivaciones patógenas dentro del “siempre presente” espacio relacional. Esto nos posibilitó dar sentido y figurabilidad, a las escenas en las que se articula tanto:

1 El sufrimiento que el agente perversivo narcisista[5] inflige de un modo compulsivo a “un otro no otro”, quien posicionado tanto como víctima o cómplice es agente de una solución sacrificial autoabusiva antinarcisista[6], como al:

 2 sufrimiento “desesperanzado-desesperado” que subyace en el agente perversivo.

Este neo-concepto de solución perversiva narcisista surge a partir de la articulación del concepto de “solución narcisista” en el que R Roussillon refiere al esfuerzo y posibilidad del psiquismo, de ligar los restos de experiencias de dolor que retornan compulsivamente “evitando el encuentro con la necesidad del objeto” (“referencia al objeto otro sujeto”) con el de perversión narcisista de PC Racamier, quien la enuncia  como “la manera organizada de defenderse de todo dolor y contradicción interna expulsándolos en otro”. También R Roussillon, enuncia la posibilidad de pervertir las funciones de autoconservación,para asegurarse la descarga de lo que no puede integrarse y significarse, (es decir “ser significativo para alguien”), en la propia economía pulsional. Este espectro clínico nos enfrenta con la necesidad de definir:

  • ¿a qué nos referimos el enunciar la dimensión de restos de las experiencias de  dolor? Nos referimos a huellas perceptivas presubjetivas, una dimensión cuantitativa en su camino al acceso  a ser  el sufrimiento de alguien, en su dimensión cualitativa.
  • ¿a qué tipo de retorno referimos lo compulsivo?, Nos referimos tanto al retorno de lo clivado “en la intersubjetividad familiar” y “de la subjetividad de algún hijo”, como  al retorno de “lo aun no subjetivado”.
  • Al enunciar la “necesidad del objeto,” tenemos que precisar ¿necesidad de quién? ¿de un Yo? ¿de qué tipo de yo? del Yo sujeto de la pulsión o del yo objeto del investimiento pulsional?
  • Y al referir a objeto ¿objeto de la pulsión en su dimensión intercambiable”, u “objeto para el yo en su dimensión narcisista”?
  • ¿A qué movimiento de descarga y a qué tipo de contradicción interna nos referimos?, necesidad de descargar ¿de quién? y ¿en quién? Estos  movimientos expulsivos dejan restos ¿en quién? ¿un resto para quién?
  • El destino de estos restos nos llevó a conceptualizar acerca del “trabajo del resto en circuitos mensajeros intrafamiliares[7]
  • Finalmente ¿a qué economía pulsional referimos? En pareja y familia referimos a una economía pulsional vincular[8], la que a su vez nos lleva a no enunciar a las defensas en términos individuales sino dentro de “un equilibrio interpulsional interdefensivo[9], dinámico y en permanente readecuación”,
  •  La autoconservación habla de un egoísmo necesario para el sujeto, ¿de qué sujeto hablamos? ¿está constituido el sujeto para poder referir a el?
  • Anteriormente R Roussillon había enunciado la clínica del Impasse, a la que en nuestra clínica la relacionamos a los procesos en los que el equilibrio interdefensivo patógeno conduce a un estancamiento libidinal y del proceso terapéutico.
  • En uno de sus artículo refiriendo al trabajo de subjetivación historizante necesario en estas configuraciones clínicas, nos enfrenta con la “clínica de lo extremo”, refiriendoa “sectores aun no subjetivados” en búsqueda de la subjetivación posible.

[1] R Roussillon.

[2]“el asesino salvador”, “la que no tendría que haber nacido”, o “el abusador y la abusada silenciosa y tensa”, “la testigo permanente”, “el siempre culpable”, “el soy un desastre” etc)

[3]En las que prima ante situación extremas, apelar a recursos extremos, una tendencia a anonimato,  el alivio y la calma,

[4]En las que prima la experiencia de satisfacción, el acceso al principio de placer y la objetalizacion necesaria,

[5] muchas veces en su derivación tiránica,

[6]F Pasche ,

[7] E Grispon,

[8]D Maldavsky.

[9]E Grinspon,

Ombligo de alguien. Cicatriz de una experiencia “incuestionable” alguna vez vivida y via de acceso a “lo desconocido” o “lo aun no reconocido”.

                                                                              Eduardo A Grinspon

Secuencia en mi posición preoníricaen sesión que antecede a este desarrollo.

  • Desde una posición implicativa en sesión frente a situaciones de un profundo colapso de mi paciente, presencia de un desvalimiento en el que “ya” prima el silencio, la retracción y la desesperanza, resistiendo (endurance) a la posibilidad de mi desesperanza, en una sesión de pareja advino el interrogante e intervención pertinente acerca de ¿fue chiquita alguna vez? Esto llevo a esta hermana melliza a “continuar diciendo” acerca de su “no lugar” frente al espacio que ocupó su hermana “siempre” enferma desde su nacimiento. Enuncio “continua diciendo” por la continuidad de su tono respecto al tono de mi intervención. Situación específica que he notado y referidas a mis intervenciones luego de la apertura del circuito co-alucinatorio intrasesion. 
  • A posteriori, ante mi atrapamiento frente a la reedición de estados de profunda desesperanza de mi paciente, de un modo homologo a las escenas que surgen a partir de mi pensamiento en escenas, advino una reflexión intrasesión, pero, nuestros pacientes no nacen ni comienzan con el trauma ya que todo trauma es un trauma para “alguien ya vivo”
  • Ante un escollo clínico similar e insistiendo en mí el resto “alguien para alguien”, al sustraerme en sesión de la desesperanza (desespoir) pude imaginar-pensar a “mi paciente” y recuperando una posición “en espoir” advino, si tiene ombligo y habla algo recibió. Este fue un punto de inflexión en el que “me encontré” aportando el interrogante ¿usted tiene ombligo? 

La presencia “en mí del significante ombligo” inauguró la posibilidad de intervenciones que me posibilitaron co-generar en nuestro espacio inter-subjetivo transferencial, diversas escenas en las que intentamos acceder junto con mi paciente a su marca de resistencia primaria singular, base de su solución de sobrevida psíquica. Esto me llevó a diferentes intervenciones intentando co-construir y dar figurabilidad a marcas de su experiencia de nacimiento, expresión de una escena primaria gestante y fundante para todo ser vivo.

¿Es posible que esta experiencia quede resignificada al modo de convicción constituyendo una marca identitaria sostenida a partir de experiencias de sufrimiento claramente “nombrables” en las cuales el sufrimiento se tornó organizador de un apego al negativo del objeto alguna vez alucinado y fallido?  A partir de procesos recorridos con pacientes y familias en las que primaban soluciones narcisistas de sobrevida psíquica y su derivación identitaria, este interrogante y presunción clínico conceptual no cesaba de insistir en mí.      

Un ejemplo introductorio de intervención en sesión familiar.   

En una sesión de familia una hija adoptiva (22 años), luego de diversos y serios pasajes por el acto frente a la fecha de su cumpleaños, puede enunciar y sostener su enojo por haber sido abandonada por su madre biológica. Un momento puntual en el que sinérgicamente emerge en su madre adoptante un claro gesto de malestar que podía lleva a las conocidas escenas de co-excitación fusional entre ambas. Implicarme en esa tensa escena intersubjetiva transferencial posibilitó sustraerme de lo ya conocido y dirigiéndome a la hija enunciar que su madre biológica decidió no abortarla, de algún modo la deseó viva y luego de algunos meses posteriores a su nacimiento la entregó en adopción.  Continúe explicitando, ahora dirigiéndome a su madre, que sus padres adoptantes ante su dificultad de concebir un hijo mantuvieron innegociable el lugar del “hijo deseado”. Esto posibilitó el encuentro y nacimiento “familiar” de esta hija para esta pareja parental adoptante, quienes continuando con el medio maternante necesario, posibilitaron a esta hija tanto ser quien hoy era así como sostener sus interrogantes en sesión. 

Desde mi posición en sesión esta enunciación sostiene en cada hijo la diferencia entre su madre genitora de la función maternante. J Andre se interroga ¿“un afecto no constituido puede nacer de la experiencia transferencial”? , agregando que la diferencia entre analistas y obstetras no es tan clara, un planteo con el que mi experiencia clínica  me lleva a estar totalmente de acuerdo.  

Ombligo marca de una experiencia subjetivable. 

Enunciamos al ombligo como “el ombligo de alguien singular”, una marca corporal “nombrable” para todo ser nacido y vivo que implica a su vez una “experiencia incuestionable alguna vez vivida”. Esta marca es un vestigio del vínculo con su genitora quien cumplió su función gestante y fundante de ese ser vivo. En todo hijo que “tiene ombligo y habla”, esta marca refiere a lo más arcaico y vital de esa relación junto a sus múltiples avatares. Esta enunciación al ser pensada desde el hijo, nos enfrentó con interrogantes y diferencias en esta necesaria función maternante para cada “hijo” frente a su desvalimiento inaugural. Es el destino de los avatares antes mencionados con lo que nos enfrentamos en nuestra clínica frente al sufrimiento narcisista identitario extremo.   

En cada hijo el corte del cordón realizado por un “tercero” fue su primera separación e interrupción de su continuidad humoral en el camino” de acceso a su autonomía somato psíquica. Se inaugura su acceso a la posibilidad de respirar y luego en su dependencia inevitable con el medio (environement) se accede a la termo regulación y alimentación. Esta experiencia relacional fundamental generó la inscripción de significantes de demarcación para ese hijo, a partir de lo cual esta marca corporal sostiene “una huella (trace)” abierta a la “relación de lo no reconocido” en su diferencia con la “relación de l´inconnu” o de desconocido. Lo no reconocido como lo deja planteado G Rosolato es de algún modo conocible o deducible de otros significantes en la sustitución posible. Esta diferencia al ser pensada desde una posición implicativa  dentro de nuestra intersubjetividad transferencial, nos llevó a plantearlo como lo aun no reconocido.  

Pensamos que en un hijo esta marca sintetiza y evoca sus diferentes búsquedas del objeto (otro sujeto y su pulsión), en cuanto “objeto de o para su pulsión”. Búsquedas con su consecuente apertura alucinatoria y las marcas generadas acorde a la respuesta registrada. Experiencia vivida por nuestros pacientes en quienes el trabajo del afecto sostuvo el circuito en el que se articularon los significantes enigmáticos enunciados por J Laplanche con los de demarcación descriptos por G Rosolato. Es necesario aclarar que nos referimos tanto a las marcas generadas a partir de la presencia trófica de este objeto y el acceso a la experiencia de satisfacción, como a aquellas dadas por las fallas en su presencia. Estas últimas restan como trazas cuantitativas enunciadas como  perceptivas.  En estas al ser “la sombra del objeto la que fue incorporada”, se inaugura la ´posibilidad de constituirse un apego al negativo del objeto como recurso de sobrevida psíquica y la consecuente presencia en “lo actual” de “incorporats”. Estos incorporats evidencian la capacidad de resistencia primaria de nuestros pacientes como base estructural en el acceso a su solución narcisista de sobrevida psíquica.  Al pensarlos como   una presencia “en lo actual” de restos de alguien para alguien, un destino posible de estas incorporaciones es acceder al trabajo de representancia logrado a partir de la transferencia por retorno de estos restos en sesión.  Partiendo del concepto que el par pulsión-objeto se considera indisoluble, nuestra  posición clínica  se   implica en el circuito inter pulsional entre lo  intrapsíquico  y  lo intersubjetivo. En este punto lo planteado como lo no reconocido pasa a ser lo aun no reconocido en nuestra intersubjetividad transferencial. Lo desconocido por impensable es la matriz negativa que subyace en nuestra reverie articulada con las búsquedas en las que el sufrimiento de nuestros pacientes se torna en sesión, gritos mensajeros para alguien disponible.   

 Pensamos al ombligo como marca de una experiencia vital y un saber corporal con la posibilidad de un conocimiento aun no re-conocido. Estamos refiriendo a partir de la separación original a una experiencia de vacío en búsqueda del objeto de perspectiva y solución narcisista lograda. El ombligo, una marca corporal en ausencia de función, sostiene la posibilidad de una representación fantasmatica para alguien y disponible para la “puesta en juego” del trabajo del resto dado en el circuito desde  lo desconocido hacia lo aun no reconocido. 

¿Qué es lo necesario para esta puesta en juego? 

Para acceder a esta posibilidad en nuestros pacientes, es necesario relanzar el trabajo de representancia o de simbolización previo a toda representación. Una situación estructuralmente homologa a la que en la dimensión de lo primario, la falla en la presencia del objeto condujo a su incorporat. Estamos enunciando la posibilidad del retorno de los restos de este incorporat, para lo cual es necesario relanzar desde la intersubjetividad posible, la búsqueda alucinatoria de lo aun no re-conocido. Esta búsqueda que desde nuestros pacientes no cesan en su insistencia, se plasma a partir de la apertura co-alucinatoria dada por la presencia de un objeto otro sujeto y su pulsión.

 ¿Quién? ¿Nosotros en sesión frente a la presencia de la desesperanza? ¿Situaciones de riesgo de vida en nuestros pacientes?

Esta cicatriz es un orificio obturado que reenvía directamente a una madre genitora, enunciado por G Rosolato como “fente”, hendidura o grieta, “los labios de un orificio que expresa la discontinuidad hacia un interior continente y a un exterior “abismal”. Un límite y una cubierta (couvercle).  

Al enunciar la escena primaria (u originaria) gestante y fundante, intento continuar la reflexión de A Green al enunciar “no podemos seguir pensando en jerarquizar padre “o madre, sino pensar en la pareja y su evolución hacia el padre (del hijo). Una relación de tres, la madre originaria de inicio, luego, ¿qué es el padre para esa madre?  Una relación de dos con un tercero en latencia, “a trois”, el padre sale de su latencia hacia un verdadera triangulación”. Debemos pensar todo esto en sus diferencias entre las posiciones familiares para cada uno de nuestros pacientes.  

¿Es posible en situaciones de gran desvalimiento que alguien apele a esta marca en búsqueda de alguna sensación necesaria como un punto de fijación ante la tendencia desobjetalizante en desesperanza? Refiero a una búsqueda desde nuestros pacientes o desde nosotros como personas implicados en nuestra intersubjetividad transferencial.  

 Ejemplos que relanzaron este interrogante

Guy Rosolato despliega el ejemplo de una paciente que en momentos de repliegue en su infancia, se chupaba el pulgar con una mano y con la otra iba debajo de su ropa y se acariciaba el ombligo, logrando un sentimiento muy vivo de omnipotencia. Esta paciente refería a una madre psíquicamente ausente. Este ejemplo abrió el interrogante acerca de su diferencia con una paciente mía que en la actualidad padece artritis reumatoidea auto inmune, quien de chiquita sola en su casa frente a una madre desinvistiente y un padre no conocido, se cubría con la sabana y para dormirse se arrancaba las pestañas necesitando la experiencia de su dolor para dormirse. Un equivalente de experiencia intrauterina accediendo a un apego al dolor como marca del apego al negativo del objeto como estrategia de sobrevida psíquica.

Otra paciente relata que a los pocos  meses que muere su mama,  comienza con  mucha angustia, “no era extrañarla ya que no la veía seguido, pero me  angustiaba mucho darme cuenta que nunca más la iba a volver a ver ni escuchar su voz”. ¿Presencia de la negatividad necesaria en búsqueda de la representación de la falta? Continua mi paciente “registro su muerte y comienzo con crisis de llanto, en las que se me tornaba imposible parar de llorar y tranquilizarme. Una noche acostada en mi cama, sin darme cuenta me toco el ombligo y automáticamente me doy cuenta de que mi ombligo era la marca en mi cuerpo de que estuve unida a ella. Me invadió una sensación de tranquilidad y me calmé en ese mismo momento, me alivió el dolor, dejé de llorar y tocándome mi ombligo pensé ¿Cómo nunca lo pensé o como no me di cuenta antes? El hecho de pensar que tengo una cicatriz “de por vida” que representa la unión con mi mama me daba tranquilidad. Luego me quedo dormida y al día siguiente al despertarme siento una molestia en el ombligo y lo tenía lastimado, supuse que dormida me lastime. A los pocos días “se me hicieron cascaritas” que luego se fueron. A partir de ahí empecé a utilizarlo como herramienta para los días difíciles. 

Siempre tuve sensibilidad en el ombligo, no tolero que alguien me toque el abdomen por miedo a que me lastimen el ombligo. Incluso si alguien acercaba la mano a mi panza me encorvaba para protegerme. A los 16 años me hice un piercing en el ombligo, requería de mucho cuidado para que no se infecte. “No lo cuide como debía” creyendo que no iba a pasar nada y se infectó. Luego de curar esta infección, pudo cicatrizar y me saqué el piercing. En ese momento tenía doble marca, la del ombligo y la del arito ya que era una marca visible. Hoy a los 34 años, a 6 años de que murió mi mama sentí ganas de volver a hacerme el piercing, no sé si por el arito en si o para cuidármelo como correspondía. Así lo hice, cuidé la marca, cicatrizó más rápido de lo que se espera y hoy es parte mía”.