Perspectiva clínica pensada desde la subjetividad transferencial del analista[1].

*Eduardo Alberto Grinspon

Introducción

Un modo singular de acceder a los interrogantes que conducen a la   investigación clínico conceptual.  

Esbozaré en esta introducción el camino mediante el cual me aproximé desde mi accionar clínico a una patología particular que Christian David denominó perversión afectiva nostálgica1. De acuerdo a la perspectiva clínica de la que partamos  existen distintas formas de presentar un paciente, en la elegida para esta comunicación el énfasis no estará puesto en las características del paciente sino en delinear la historia del “entre dos” intersubjetivo que es la “intersubjetividad transferencial[2].

Cuando presento a “mi paciente” estoy presentando a aquel que habita en mis registros subjetivos y la historia que relato es aquella construida a partir de registros que se han hecho subjetivamente significantes dentro del proceso terapéutico constituyendo “nuestro” archivo de escenas  o tesoro del significante intersubjetivo transferencial.  Esta es la razón por la que sólo voy a nombrar a “mi paciente” sin tener que fabricarle un falso nombre propio.

El devenir de un proceso terapéutico se da a través de la interacción o resonancia inter-imaginaria en un “entre dos” intersubjetivo, mediante la cual se van  esculpiendo construcciones intrapsíquicas intrasubjetivas que configuran dentro de mi trama o espesor imaginario esos archivos a los cuales refiero al intentar pensar a mi paciente y desplegar un efecto historizante o mitopoietico.

La enunciación de un paciente la puedo registrar como una referencia a “lo actual”, a “lo histórico”, incluida la dimensión trans–intergeneracional, o a “lo transferencial”. En la medida que pueda transitar libremente entre estos tres niveles, articulando imágenes de mi propia historia personal, mi capacidad de reverie está funcionando y adquieren figurabilidad escenas desde las cuales “me encuentro” subjetivamente implicado y puedo intervenir.

Con el paciente que voy a presentar hubo varias situaciones en las que este camino se interrumpía, apareciendo en mí un tipo de tensión somatopsíquica u otros registros subjetivos tóxicos de malestar.

Este malestar emergía al encontrarme sin recursos frente a mi paciente, quien se direccionaba hacia un camino ya previsible por mí. Sabiendo por el tono de voz lo que iba a decir, era un devenir anticipable e imposible de variar que nos dejaba a ambos en un callejón sin salida. La complementariedad interimaginaria dejaba de funcionar y en una particular sensación de soledad registraba lo que inevitablemente iba a desarrollarse en una re-edición hacia un más de lo mismo (  cualitativamente diferente a la repetición hacia lo diferente). Mi sensación de malestar e incomodidad, testimonio de lo que enuncio como un escollo clínico para cada analista en persona, cedía en el momento en el que al poder imaginar escenas diferentes a los estereotipos a los que me sentía convocado, recuperaba mi capacidad de reverie, y la complementariedad interfantasmática volvía a circular relanzando la cogeneratividad asociativa y el proceso terapéutico.

La perspectiva que me interesa rescatar es aquella por la cual a partir de esos “impasses relacionales y mi malestar consecuente”, pude ir descubriendo diferentes panoramas clínicos. Una posibilidad de repensar un proceso terapéutico fue a partir de los registros clínicos emergentes de la intersubjetividad transferencial, plasmados en el modo como “me  he descubierto nombrando ante mí mismo”, la situación de mi paciente en cada uno de  esos momentos. Los momentos de estancamiento en el proceso terapéutico dejaban latentes en mí interrogantes que promovían distintas derivaciones, ya sea un diálogo con colegas en grupos de intervision en nuestro Foro de articulación clínico conceptual[3] o encontrarme “casualmente” con el vivenciar clínico subjetivo de otros analistas describiendo climas subjetivo transferenciales homólogos a los que yo estaba vivenciando. En los últimos años ha habido una cantidad de categorías clínicas que  han adquirido un status diagnóstico desde la subjetividad transferencial del analista, y habilitaron la circulación de una serie de neoconceptos[4] sumamente esclarecedores que intentan dar cuenta de estos descubrimientos3.

Con el paciente al que refiero me encontré hace varios años enunciando su “empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero”, junto a otros momentos en los que me encontré diciendo un “empecinamiento adictivo a extraer ternura de un cubito de hielo”.

Si afirmo “ante mí mismo” un empecinamiento, estoy refiriendo a una característica de la relación sostenida por un tipo de motricidad e imagino a mi paciente en oposición a algo que creo que podría ser mejor para él. Desde esta referencia intersubjetiva quedaba planteado un espacio de tozudez, de necedad, y un modo de organización de los argumentos tanto en mi paciente como en mi insistencia. En esos momentos aparecían en mí: fastidio, asombro, impotencia,  encontrándome luchando contra sectores rígidos del paciente y monótonamente repitiendo de diversos modos un más de lo mismo con un grado creciente de irritación y sentimiento de insuficiencia. Pensar desde mi singularidad las metáforas y significantes que utilizo en cada construcción y “transformar la afirmación en interrogante” es el camino que me llevó a arribar a un status diagnóstico. Es diferente la posibilidad de un proceso terapéutico si ante un avatar “contratransferencial”, (que prefiero pensarlo como intersubjetivo transferencial), registrado desde mi malestar, reduzco lo que está sucediendo a lo conocido, o si  a partir de mis registros subjetivos puedo imaginar, por las diferencias en los matices que encuentro, estar frente a “una categoría clínica desconocida por mí” hasta ese momento.

Se daba en ese momento del tratamiento un circuito de empecinamiento recíproco y en el cual  a pesar de mi malestar y enojo, al escucharme decir “empecinado” me rescataba. Esto corresponde a uno de los distintos alertas egodistónicos que acompañan mi accionar analítico en sesión, por ej.: “si me escucho, me callo; si me registro insistiendo, me callo, etc.”. La sensación de soledad y vacío que emergía al correrme de la escena del empecinamiento recíproco me hacía pensar en la falta de un recurso imaginario – simbólico. Hay una imagen faltante que “insiste en mi desde mi inconsciente” y un proceso que intentaré delinear, mediante el cual arribo al encuentro con un concepto que permite finalmente reubicarme en la situación transferencial. Me siento orientado cuando  esta imagen se torna figurable, queda ensamblada con una intelección o un concepto y lo que hasta ese momento era “un registro clínico subjetivo transferencial”  adquiere palabras dándome un sostén conceptual. Recupero una terceridad que se evidencia por la aparición de aquellos interlocutores internos con los cuales “casualmente” me pude encontrar y un enriquecimiento de mi archivo de escenas a partir de lo cual vuelve a circular el tránsito de la complementariedad interimaginaria.

Los registros clínicos que voy a describir hay que pensarlos dentro del contexto de descubrimientos desde la intersubjetividad transferencial. Una dificultad que se me presenta en la comunicación de los materiales clínicos, es cuando al intentar compartir registros clínicos emergentes de la subjetividad transferencial, estos son reducidos prematuramente a “una conclusión” metapsicológica referida a lo ya conocido, lo que opera como interferencia y conlleva a  la pérdida de sutilezas y matices. Refiero al término conclusión pensando en los tiempos lógicos ya que respetando este tipo de temporalidad: “el momento de ver” correspondería al contexto de descubrimiento, en el  registro desde mi malestar del escollo clínico;  “al momento de comprender” y aquel en el que logro convalidar este registro singular frente a pares al “momento de concluir”. Este último momento se da ya apelando al contexto de justificación, al conectarme con el modo como otros analistas describen situaciones homólogas ¿acceso al otro sujeto y su pulsión necesario para el trabajo de figurabilidad? El encontrarme “casualmente” con un otro que describe un vivenciar homólogo a mi sentir, permite recuperar una línea identificatoria que finalmente articulado a un concepto se torna “terceridad”.

Este tránsito, que parte de inicio con un malestar o inquietud, se torna finalmente en alivio primero y luego en bienestar al encontrar la escena que se torna creíble para mí y sostenible en nuestro espacio terapéutico, apareciendo el recurso imaginario – simbólico que permite que aquello registrado desde un real corporal adquiera un espacio psíquico en el “entre dos” intersubjetivo transferencial.

La secuencia sería: malestar – soledad – falta de recurso imaginario – endurance singular—sustraerme del magma trans subjetivo– resistencia en el “tempo” necesario hasta apelar a “mi otro posible”–acceso al trabajo del negativo– figurabilidad y subjetivación – concepto – terceridad.

Poder transitar esta secuencia implica no quedar sometido a un superyó analítico, reduccionista y explicativo, a una función paterna banalizante que reduce lo emergente a lo ya conocido. Sostener el malestar y el conflicto4, buscar los matices, las diferencias y la especificidad, es respetar lo singular de un paciente que en muchos de los casos que estamos encarando “son sobrevivientes” que muestran en el vínculo terapéutico los recursos o dispositivos mediante los cuales han sobrevivido a distintos tipos de desvalimiento y su sufrimiento narcisista con su frecuente derivación identitaria.

Historia de “mi paciente”.  

En el período inicial del tratamiento me encontré con un paciente quien transitando una vida operatoria con un alto compromiso somático, planteaba su dificultad de elaborar ciertos duelos. Llamaba la atención que sus alteraciones somáticas lo exponían a situaciones que ponían en riesgo  su vida e iban degradando implacablemente su calidad de vida. Estas situaciones se acompañaban con momentos de alto nivel de retracción e iban quedando en mí interrogantes sobre su posibilidad de autoconservación frente a una grave falla en el  juicio de atribución que conllevaba a una imposibilidad del “a priori” y lo anticipable.  En ese momento me encontré enunciando su empecinamiento adictivo a transitar situaciones en las cuales finalmente sobrevivía “en el borde”. A partir de diferentes avatares  transferenciales frente a su modo de vivir, pude entender que  me encontraba frente a un sobreviviente con una seria dificultad tanto en “la apropiación de sus autoerotismos” como en “el acceso a su capacidad alucinatoria”. Estar permanentemente sobreviviendo al riesgo de muerte, difiere cualitativamente de vivir en un tránsito témporo – espacial hacia una muerte legal y singular que opere como causa final. Encontrarme frente a alguien produciendo diferentes dispositivos de sobrevida generó en mí una posición de respeto desde la cual pude sostener el conflicto “el tempo necesario”, y al entender que en el devenir intersubjetivo transferencial también se ponían en juego aquellos dispositivos de supervivencia, pude imaginarlo por momentos aferrado al negativo de un objeto, así como en otros imaginarlo creando escenas supuestamente posibles e inimaginables por mí hasta ese momento.

Lo estereotipado y rígido de su funcionamiento evidenciaba lo que habitualmente rotulamos de un modo explicativo como un rasgo de carácter, mediante el cual  su vivir implicaba producir permanente y sostenidamente contrainvestiduras frente a una grieta narcisista tanto individual como transgeneracional. Ante esto era fundamental que yo pudiera sostener el tiempo necesario “la herida narcisista padecida por mí”  frente al impasse relacional, habilitando el lugar de alguien que tolere lo que para mi paciente no era posible sostener. Su funcionamiento mostraba lo más propio que era el modo como pudo sobrevivir a una alteración y grave deficiencia en la base de su narcisismo por sostener las consecuencias de un clivaje estructural, diferente al clivaje funcional[5] sostenido por la pareja parental.

Voy a interpelar mi archivo de escenas para rescatar aquellas con las cuales podamos configurar una historia y acercarnos al momento de su conceptualización como la perversión afectiva nostálgica. Hace muchos años mi paciente afirmó “estoy enamorado del amor”, al escuchar esto tuve el registro y la imagen de una situación sin salida que dejó en mí latente la pregunta por el lugar del objeto otro sujeto necesario. Atravesamos luego un período de quejas permanentes, quejas de todo lo que su esposa no le daba, no lo quería, no lo abrazaba, no lo acompañaba, no abría la boca cuando lo besaba, no había relaciones sexuales, estos momentos de queja generaban en mí una mezcla de hartazgo, impotencia, sensación de sin salida y profunda incomodidad.

Lo que era previsible e imposible de evitar era que mi paciente se fuera identificando con un objeto degradado, y que en un movimiento de acelere autoproducido profundice su degradación. La mezcla de queja autoconmiserativa y sus niveles crecientes de degradación subjetiva y somática se acompañaban de un clima creciente de desesperanza entre nosotros. Dentro de este clima me encuentro nombrando su empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero. Al encontrarme “casualmente” con Benno Rosemberg hablando de un masoquismo mortífero, pude transformar mi escena de empecinamiento en concepto y preguntarme por su posición quejosa. Era la queja la que sostenía el lugar del objeto, lográndose un tipo de intrincación pulsional por lo cual ese empecinamiento pasaba a ser un tipo de masoquismo que podía operar como guardián de la vida y no aquel que tendiendo a la desvitalización y a la muerte de la pulsión operara como un masoquismo mortífero.

En el hablar de mi paciente registré un tono afirmativo en su enunciación de las escenas de lo no recibido lo que me llevó a pensar en el rédito narcisista que esto le aportaba, por lo cual el no operaba en una función positivante. Se iban generando en mi imaginario una serie de escenas existentes pero marcadas por el no. Es la articulación de la queja y la condición de existencia aportada por el no, lo que transformó mi modo de enunciar el empecinamiento adictivo al útero mortífero en un “empecinamiento adictivo al negativo del objeto”. Pensar la condición de posibilidad del negativo del objeto “para alguien” que hoy está en sesión, tiene ombligo y habla[6],  me permitió imaginar el momento en que alguien sobrevivió al desvalimiento inicial o accidental, aferrado al dolor como testimonio presubjetivo del objeto no habido5. Al tomar conciencia del valor estructurante que tenía en mi paciente la queja e intentando una mayor especificidad, pude dar un salto cualitativo acercándome a la idea del apego al negativo6. Incluir la dimensión del apego como corriente necesaria en su vida, entender y respetar su aferramiento al negativo del objeto, se fue acompañando, a través del tiempo, de la disminución de la intensidad de la queja. Paulatinamente emerge, no pudiendo precisar si por los aportes de mi paciente o por mi posición y escucha en sesión,  la presencia de matices provenientes de su relación extramatrimonial de antigua data, la cual por haberse mantenido a través de los años la entiendo como intramatrimonial7 y sosteniendo el equilibrio estructural de su relación de pareja. En este momento queda evidente en nuestro espacio terapéutico la escisión en su subjetividad. Sostenía posiciones subjetivas en paralelo, una de ellas marcada por el apego al negativo y otra por la experiencia de satisfacción. Enuncio en paralelo apelando al concepto que las paralelas se juntan en el infinito Ambas posiciones coexistían paradojalmente, y sostenían escenarios intersubjetivos, yuxtapuestos totalmente disociados. Este momento generó en mí una serie de dudas respecto a como ubicarme frente a sus conductas de ocultamiento por el esfuerzo y costo que implicaba para mi paciente sostener discursos coherentes en escenarios intersubjetivos diferentes. El único lugar donde ambos escenarios se acercaban era en la sesión y en mi imaginario.

A pesar de estar separado de su esposa hacía más de diez años la palabra divorcio sostenía una escena que condensaba supuestamente lo más temido, lo más destructivo e imposible de aprehender. Cada momento que, siguiendo la evolución y de acuerdo a mi lógica, la relación de pareja con su amante intramatrimonial podía estabilizarse y el divorcio era imaginado, algo sucedía por lo cual esto inevitablemente no se concretaba. Luego de atravesar nuevamente un período donde noto en mí una insistencia monotemática, intentando promover en él una salida o doblegar una posición, ocurrió un cambio en mi registro y capto en el escenario transferencial la aparición de una “corriente nostálgica8”.

Paulatinamente percibí que mi atención acerca del tono afirmativo del no y la queja como posibilidad resubjetivante se fue derivando hacia su tono nostálgico. El valor estructurante que tenía la queja al sostener “un objeto para un yo” que podía quejarse, suponiendo merecer haber recibido aquello aún hoy demandado y enunciar como si fuera probable lo imposible, se tornó en un investimiento nostálgico9 hacia un objeto. Este descubrimiento lo produzco a posteriori, al darme cuenta que no estaba ya pendiente de su tono de voz afirmativo sino del tono añorante. La nostalgia pasó a ser utilizada al servicio de la construcción de un objeto que podía referir a una experiencia alguna vez habida

Perversión afectiva nostálgica.  

El tono nostálgico está muchas veces presente en el discurso de un paciente, pero en esta situación particular, la nostalgia10 se tornó un organizador esencial del conjunto de su economía psíquica, mi paciente era portador de un objeto autoconstruido a quien le daba vida desde su posición nostálgica. La mezcla actual de dolor y añoranza era una transformación de lo que antes operaba como dolor y queja. Resumiendo, se dio a través del tiempo una secuencia que desde mi archivo de escenas podría resumir del siguiente modo:

1) Imágenes de apego al negativo y aferramiento al dolor.

2) Paulatinamente fueron apareciendo imágenes de la relación con su amante con quien había podido inscribir la experiencia de satisfacción que supongo  se sostenía en latencia11. A medida que desde mi imaginario pude sostener la coexistencia de estas posiciones subjetivas  “en paralelo” en mi paciente, fueron cambiando los escenarios subjetivo transferenciales apareciendo en el relato la presencia de experiencias satisfactorias que permitieron que muy lentamente pudiésemos inscribir escenas con una marca positiva.

3) Es ante esta variación que empezó a perfilarse la preeminencia de su posición nostálgica.

Era una posición diferente a la de aquel paciente que transita una depresión o que está elaborando un duelo. Desde su posición mantenía vivo y actual un vínculo con “su esposa”, enunciado como  “lo mejor que tuvo, lo que nunca pudo terminar de lograr y el testimonio de lo que fue su vida”. Enunciaciones que sostenían una afirmación narcisista inimaginables por mí desde nuestro archivo transferencial y absolutamente incuestionables hacia su posición nostálgica respecto a “algo que brillaba por su ausencia”. Así como antes la queja sostenía la presencia del objeto en el espacio donde imperaba el apego al negativo, en este momento por medio del investimiento en nostalgia quedaba construido un objeto nostálgico que mantenía una doble polaridad lo ajeno – lo propio, lo muerto – lo vivo y era testimonio de un nivel de desmentida donde lo imposible se tornaba improbable.

Lo esencial de su energía estaba consagrada a mantener posible a este personaje, “su objeto nostálgico” a través de recuerdos y emociones supuestamente sentidas. Estos relatos estaban  absolutamente desconectados de mi registro de lo que fue su historia matrimonial. Es este clivaje entre su decir y mi sentir lo que me llevó a pensar en el uso particular y pervertido del recuerdo que produce desde su posición. Así como el pensar en el apego al negativo implicó reconocer la corriente del apego como necesaria, en este momento el investimiento  en nostalgia operaba como una necesariedad en el conjunto de su vida psíquica. Habitualmente en el trabajo del duelo, el investimiento de la representación lucha contra la percepción de la falta, pero en mi paciente al haber operado un apego al negativo, no podíamos referir la nostalgia a una pérdida. Entiendo la apelación al falso recuerdo (en un sentido equivalente al del falso self) y construcción de un objeto nostálgico como un modo de positivar  a un objeto supuestamente existente, sostenido desde la presencia del dolor alguna vez vivido. Dicho de otro modo, el investimiento nostálgico lucha dentro del sistema defensivo , como contrainvestidura frente a un registro,  sostiene una fetichización del recuerdo al referirse a lo que supuestamente existió. En sesión  desde mi registro subjetivo transferencial, era escuchado como lo que hubiera sido y lo que nunca hubo. Acceso a la temporalidad del hubiera, una temporalidad imposible y al servicio de la eficacia de la desmentida. En sesión había momentos en que se registraba la contradicción entre su decir y mi sentir y mi paciente mantenía la relación transferencial ya sea discutiendo u oponiéndose, pero había otros momentos en que se registraba la presencia de un clivaje, de un vacío. El supuesto recuerdo pasaba a ser una afirmación en tiempo presente produciendo sincrónicamente una descarga de afecto y un registro del mismo. Se iba dando un escenario que debía sostenerse creíble frente a un otro para que sea eficaz la desmentida. Es la posibilidad de tener determinado registro del afecto lo que va sustituyendo o pervirtiendo la relación con el objeto12. Para esto es necesario un nivel de retracción, y sostener una lógica contradictoria, paradojal y ambivalente. Esta solución masoquista13 implicaba con todo un menor nivel de retracción al existente  cuando   apelaba a la queja y el dolor como testimonio subjetivo de lo no habido. Como dije anteriormente a diferencia del objeto depresivo en el que lo sobreinvestido es la sombra del objeto, en la construcción del objeto nostálgico se sobreinviste su brillo, tornándose fundamental lo que brilla por su ausencia14. Así como en el período anterior pude imaginar a mi paciente aferrado al dolor, en este momento puedo imaginarlo aferrado de un modo fetichista al brillo del objeto nostálgico, dentro de un espacio nostálgico y fuera de la coordenada témporo-espacial. Si bien el resto de escenarios sostenían equilibrios placenteros tanto con su nueva pareja, con sus hijos y en su vida profesional, nada era suficiente como para cuestionar la vigencia del objeto nostálgico.

Al hablar de su esposa (objeto nostálgico) 15 aparecía en su rostro una expresión facial de triunfo que yo detectaba por sus sonrisas y miradas en búsqueda de complicidad. En el investimiento nostálgico hay un triunfo obtenido por medio de un componente de dominio dándose una fusión del yo, el ideal del yo y el objeto. Lo específico en mi paciente es que su investimiento nostálgico no era un tipo de dominio sobre un objeto perdido, sino la construcción de un objeto sostenido por un componente de dominio, mediante el cual pudo ir corriéndose de la queja y el dolor. En el momento actual la mezcla de triunfo y placer es testimonio de haber podido erigir su objeto nostálgico como fetiche.

Todo investimiento objetal implica en un primer momento un movimiento activo de dominio, de aprehensión del objeto, investimiento sensorial y motor que da como resultado imágenes del objeto, y un segundo momento pasivo, de acceso a la experiencia de satisfacción con el objeto, constitutivo de representaciones propiamente dichas16. Desde mi archivo de imágenes la historia con su esposa era un cúmulo de imágenes desde el investimiento de dominio. En aquellos pacientes en quienes no hubo un acceso inicial a la experiencia de satisfacción queda jerarquizado el componente de dominio como modo de producción del objeto que junto a un investimiento pervertido del dolor opera como condición de sobrevida. Es la eficacia de este dispositivo el que empezó a estar amenazado ante la presencia de un otro espacio en donde operaba la experiencia de satisfacción. Es en este momento en el que empieza a desplegarse la postura nostálgica.

Los pacientes predispuestos a comprometerse en una vía nostálgica son aquellos en los cuales la actividad representativa quedó sometida a investimientos de dominio. La posibilidad de estar “solo en presencia del objeto” era imposible en mi paciente, esta escena se daba de un modo pervertido en la evocación inmediata de un objeto nostálgico. Esta mezcla de evocación e inmediatez se apoya en la descarga somática del afecto y el registro del mismo mediante la autoafectación, adquiriendo el afecto en este caso un lugar de percepción. La evocación inmediata del objeto nostálgico por medio de la autoafectación es el equivalente de un contacto mínimo e íntimo con un supuesto objeto. La descarga del afecto que de inicio fue el representante somático del registro perceptivo alucinatorio queda en lo actual17 adjudicado a un proceso de autoafectación provocando por medio de un sustituto afectivo un fetiche garante del contacto directo, por lo cual debe haber siempre en estos sobrevivientes una emoción al alcance de la mano. El uso del afecto que utiliza el perverso afectivo es un movimiento centrípeto y en aislamiento, regresando a la alteración interna como modo de enfrentar el registro de la necesidad.

En general pensamos al afecto en relación con la representación, pero en la categoría clínica que estamos encarando jerarquizamos: 1) la relación del afecto con el lugar específico dado al objeto y 2) un estado de retracción en el que se da un investimiento del afecto por sí mismo, el que opera como un tipo pervertido de cuasi objeto transicional. El sobreinvestimiento fetichista de un afecto es atribuido supuestamente a la relación con un objeto, cuando en realidad los afectos son promovidos por sí mismos no siendo el testimonio subjetivo de la autenticidad de un vínculo. El afecto es buscado en sí mismo logrando un fenómeno somatopsíquico en el que la representación, a la cual a posteriori se asocia en el escenario transferencial18, es auxiliar y autoproducida. El conectarnos con la autonomía del afecto a partir de la descarga, momento previo a la percepción de la descarga, abre la dimensión de poder pensar que todo afecto más allá del valor cuantitativo, puede tener un valor dinámico y funcional, pudiendo incluso llegar a tener un valor representativo en sí mismo. En la perversión afectiva nostálgica el objeto nostálgico es sostenido desde una necesariedad, el investimiento nostálgico es un modo subjetivo de construcción de un objeto virtual a partir de la articulación del dolor y del recuerdo.  Se despliega un goce puramente afectivo, un mecanismo de autoafectación en detrimento del intercambio real con un objeto en la realidad, para lo cual se da una virtualización del espacio y el objeto, es decir un sobreinvestimiento de lo virtual19.

En sesión funcionamos con doble escucha,

  1. a) una referida a la línea asociativa y representativa, y
  2. b) otra que al registrar la modulación y fluctuación afectiva permanente permite aprehender los elementos paraverbales.

Es este último tipo de escucha el que posibilitó acercarme en esta ocasión a un nuevo escollo clínico, y registrar a la autoafectación y la perversión afectiva nostálgica20 como dispositivo de sobrevida.

Hubo momentos en que mi paciente desplegaba una escena con un compromiso afectivo que lo involucraba enormemente, y yo quedaba perplejo al no poder registrar empáticamente su sentir, registro mi no sentir, registro la discordancia entre mi sentir y la escena por él relatada. En los momentos en que esta escena transferencial se desarrollaba su discurso rondaba acerca de su esposa, la que se tornaba ese objeto omnipresente, atemporal y nostálgico. Eran momentos de ausencia de un afecto interrogando mi subjetividad contratransferencial, un caer en blanco de mi atención, me encontraba observando su modo de llorar, los ruidos que producía al utilizar su pañuelo y el modo como lo doblaba, el momento en que las lágrimas y los mocos se juntaban, etc. Apareció un vacío en ese camino intersubjetivo que veníamos transitando. Fue este registro subjetivo transferencial el que llevó a preguntarme como operaba en mi paciente la articulación  del investimiento en nostalgia y el lugar del objeto en este proceso de autoafectación desplegado en ese escenario. Quiero destacar la diferencia de lo recién planteado de aquellas situaciones en las que a través de la aprehensión de la onda semántica del afecto podíamos sentir aquello que nuestro paciente no puede sentir por no disponer de recursos psíquicos. En este caso (enunciado por R Roussillon como transferencia por retorno o paradojal),  el espejo afectivo del analista es un agente revitalizante del aparato psíquico del paciente al posibilitarle la recuperación de lo aún no subjetivado.

La  situación particular que estoy describiendo responde a una perversión afectiva en la que se dio la sustitución del proceso de complejización y cumplimiento del camino pulsional hacia una relación objetal por una autoafectación virtualizante. Es un tipo de retracción hacia una realidad virtual en la que por medio de la autoafectación y la autoconmiseración se logra cierta recuperación narcisista. Para que se pueda dar la autoafectación se generó una distorsión en el tránsito entre lo psíquico y lo somático. De este último queda sólo la descarga del afecto creándose luego un escenario artificial en el cual se supone la percepción del mismo e incluso un claro registro del matiz afectivo. Este último sería revelador de un momento subjetivo si no fuera todo esto un dispositivo de autoafectación en un escenario que supuestamente habita en la realidad. Nuestra presencia en este momento es la de aquel testigo y testimonio del haberse podido transformar lo imposible en improbable. Así como en psicosomática veíamos comprometida la actividad fantasmática y el registro del matiz afectivo, en el componente perverso afectivo tenemos:

1) la sustitución de la fantasía por un escenario virtual, omnipresente y nostálgico, 2) la vida afectiva transformada en ese dispositivo de autoafectación, siendo el matiz afectivo una neoproducción afectiva,

3) el objeto rigidificado en una posición que garantice el sostenimiento de este escenario en un tiempo circular.

El sobreinvestimiento de un supuesto placer aislado y nacido de la autoafectación muestra una afectividad en circuito cerrado. La virtualización de los objetos habilita un funcionamiento autárquico del aparato psíquico configurando en esta patología narcisista una adicción electiva al flujo afectivo (directamente relacionado con el mecanismo de retro-acción que hemos definido específico en la solución adictiva) 21. Era insistente en mí  el interrogante por la omnipresencia incuestionable de su esposa como objeto nostálgico. Es ante este interrogante  que noté la importancia de diferenciar la descalificación del objeto de lo que sería la denigración del mismo. La descalificación del objeto lo mantiene presente y útil para este dispositivo. Es una transfiguración, su esposa sigue siendo garante de todo lo no dado y al mismo tiempo el objeto único e insustituible. Evidencia un afecto pantalla no relacionado con experiencia de satisfacción alguna sino simplemente proveniente de un movimiento de dominio. La descalificación del objeto que posibilita la autoafectación es narcisistamente útil ya que no implica un proceso desobjetalizante y por medio de una sobresexualización se logra un rédito narcisista y un equilibrio subjetivo. Una autoafectación virtualizante y narcisizante que no conduce hacia la satisfacción y objetalización sino a un fetiche, un objeto interno afectivo sostenido por la autoconmiseración en el proceso de autoafectación, para lo que necesita un objeto descalificado y omnipresente22.  Si la descalificación sobreviene denigración se pone en marcha un camino desobjetalizante, dándose una desintrincación pulsional que, en la medida en que se torne desubjetivante estaríamos ya en presencia de un narcisismo de muerte. Si bien en su circuito íntimo no operaba la desobjetalización, el registro de mi no sentir expresa un momento de desobjetalización respecto al lazo transferencial. Ataque al vínculo transferencial, necesario para poder sostener ese circuito cerrado albergando su propio objeto nostálgico y el sobreinvestimiento del afecto autoproducido. En estos momentos circulaba en la sesión un tipo de afecto y tensión que hacía dificultoso mi pensar, me sentía partícipe de la escena y al mismo tiempo mantenido a distancia, la alteridad de mi presencia operaba como una amenaza potencialmente traumática para mi paciente. En la autoafectación se sobreinvisten los sentidos siendo habitual que emerjan frases inacabadas y en suspenso. Todo lo planteado nos lleva a diferenciar el lugar del afecto en la perversión del uso perverso del afecto dado en la perversión afectiva. Este dispositivo de sobrevida hace que cierto sector aún no subjetivado de mi paciente pueda protegerse narcisistamente evitando tanto la desobjetalización como la desubjetivación. A posteriori de haber advertido este dispositivo pude optar, en estos momentos de impasse relacional, por acompañarlo en silencio mientras él seguía hablando. Al estar interrumpida la complementariedad interfantasmática iba tomando nota de los datos que él aportaba, para que en un momento posterior al resubjetivarse mí paciente y dentro del vínculo transferencial se pudieran retomar estos datos dándole un valor historizante. En el momento de la autoafectación la escena se despliega al aparecer una palabra gatillo, lo que sugiere la idea que para obtener este efecto se concentra el placer preliminar como lo principal del investimiento. El objeto virtualizado tiene valor de pretexto ya que lo esencial del proceso se desarrolló de modo independiente del mundo exterior y en circuito cerrado. Se logra el investimiento de un escenario fantaseado y estereotipado producto de una manipulación interna de emociones y sensaciones. Es una búsqueda compulsiva de impresiones y de emociones, una automanipulación psíquica y búsqueda de placer, un supuesto circuito de deseo independiente de un anclaje en lo somático, dándose un retorno sobre sí mismo en un tipo de autoerotismo desencarnado.

Este historial clínico muestra el modo como a partir de transformar mi malestar en registros clínicos subjetivos transferenciales pude interrogar desde estos últimos a la teoría e ir conquistando escenas e intelecciones que generaron en mí la creación de nuevos archivos en relación con un tipo particular de patología del duelo.

[1] Modificación actual del trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312. Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.

[2] Eduardo Grinspon 2015

[3] Perteneciente a Laboratorio en UCES,

[4] E Grinspon, A Eiguer

[5] G Bayle,

[6] Nuestros pacientes no comienzan con lo traumático. referir a lo traumático es “para alguien “y en un a posteriori,

 


Notas

  1. Texto incluido en La bisexualité psychique, pág. 86.
  2. Es por esto que sólo lo voy a nombrar como mi paciente sin tener que fabricarle un nombre propio
  3. Por ej.: Masoquismo mortífero, masoquismo guardián de la vida, Benno Rosemberg; Apego al negativo, Didier Anzieur, René Roussillon; Solución masoquista, adictiva, René Roussillon; Perversión narcisista, Incestualidad, Paul Claude Racamier; Perversión afectiva, Christian David; Objeto nostálgico, Claudette Lafond, Paul Denis; etc.
  4. Masoquismo mortífero, masoquismo guardián de la vida, Benno Rosemberg; Nivel adecuado de resistencia primaria, Daniel Rosé.
  5. Andre Green
  6. Didier Anzieu, René Roussillon.
  7. Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo, Eduardo Grinspon, y col.
  8. Creo importante aclarar que los distintos cambios que enuncio en esta comunicación se fueron dando a través de varios años de tratamiento.
  9. Paul Denis
  10. Paul Denis
  11. Un tipo particular de escisión. Posiciones subjetivas en paralelo, Eduardo Grinspon, y col.
  12. Christian David
  13. René Roussillon
  14. Paul Denis
  15. Claudette Lafond
  16. Paul Denis
  17. Hasta este momento, la descarga del afecto era representante de dolor, testimonio presubjetivo del objeto ausente.
  18. Escenarios ante los cuales nos sentimos presenciando un ritual privado e íntimo.
  19. Christian David
  20. Chirtian David diferencia la perversión afectiva en narcisista, masoquista y nostálgica.
  21. Vicisitudes de la subjetividad del analista como criterio orientador de su intervención en circuitos transubjetivos de alta toxicidad, Eduardo Grinspon
  22. Christian David

Bibliografía

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