Cuando ni el dolor ni la paradojalidad alcanzan.

Trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312.
Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.
*Por Eduardo A. Grinspon y Nilda Neves

 

Introducción

Los interrogantes que como analistas planteamos a la teoría son múltiples y se renuevan incesantemente impulsados por nuestra actividad cotidiana. Dentro de este terreno  nos hemos planteado la pertinencia y también la necesidad de poner en juego nuestra subjetividad como clínicos para poder expresar, transmitir y compartir experiencias.

Entre los afectos posibles que experimenta un terapeuta en sesión, eludiendo el campo de los fenómenos resistenciales propios, existe una amplia gama de procesos acontecidos en el paciente que nos llegan a través de la captación empática de sus estados afectivos. En ocasiones lo que captamos tiene el signo de lo peculiar, extrañas vivencias que nos invaden como destellos de algo remoto u oscuro. Elementos que parecen no haber sido subjetivados jamás, acechan buscando un sujeto.

Cuando esto sucede, el analista que se reconoce afectado en el vínculo por actos psíquicos ajenos, implementa recursos diferentes entre los cuales resulta de fundamental valor el poder apelar al apoyo de una teoría sólida y actualizada que le ayude a salir de la extrañeza y a posicionarse frente al paciente conservando su lugar.

Interrogar a la metapsicología desde la subjetividad del clínico implica buscar aportes de autores que enriquezcan la perspectiva y que sostengan la búsqueda. Las reflexiones expuestas a continuación contienen algo de esas preguntas y también de los caminos y confluencias encontradas.

En el tratamiento de familias con patologías graves se despliegan escenas en las que se observa la alternancia de momentos de historización intersubjetivos, con otros fusionales, que expresan una holofrasis témporo espacial.

Un tema fundamental lo constituyen los modos, niveles y contenidos en la comunicación de los integrantes de cada familia. Hay que diferenciar entre aquello que circula en términos intersubjetivos que incluye relaciones de diferencia y de complementariedad, de lo que queda incluido como trans-subjetivo aboliendo los límites del espacio subjetivo.

Así como en los tratamientos individuales nos preguntamos por el destino intrapsíquico dado a lo nuevo, creemos que también en el nivel familiar resulta indispensable interrogarse por esta función y sus procesamientos.

En ciertas familias se puede inferir que lo nuevo expresado en los hijos es metabolizado intracorpóreamente por medio de abortos, o circula en el espacio intersubjetivo al servicio de desmentir heridas narcisistas, naciendo  como si hubiera sido producido dentro de una cripta en lugar de un útero materno.

Lo transmitido transgeneracionalmente puede, en ocasiones lograr su acceso a palabras por medio de un circuito largo,  o al tomar un circuito corto emerger en actuaciones o pasajes al acto. Esbozaremos las características de una familia en la que una de sus hijas produce un pasaje al acto suicida.

Desde este punto de vista el acto suicida puede ser leído desde lo individual como  pasaje a lo real, pero al mismo tiempo al quedar inscripto opera como una escena, acto de realización significante. (Morir es nacer en el campo del otro) Actualización significante en la medida que hace actual algo de aquello  forcluido, de lo no dicho del mito  transgeneracional

En cuanto a las características de las estructuras familiares que observamos, suele presentarse una articulación de elementos  que incluyen la  copresencia de:

  • hijos adictos o transgresores
  • hijos que permanecen a la sombra, hasta que en un momento producen un acto que funciona como el retorno de un modo siniestro, de lo forcluido.
  • Complicidad interfantasmática en los padres.

Transmisión familiar

Freud  define el concepto de intermediario como “agente de transmisión” que cumple una función reguladora entre formaciones de estructura o de intensidad diferentes. La expresión intrapsíquica más acabada del intermediario la constituye el yo, por su condición de ser  frontera.  La función de intermediario de esta instancia incluye la transmisión psíquica y la función de síntesis entre los territorios delimitados, los tres amos: el ello, la realidad y el superyo.

Proponemos agregar un cuarto vasallaje impuesto por lo antiguamente desmentido y lo nunca subjetivado (R. Rousillon – G. Bayle).

Entre los diferentes tipos de transmisión que pueden establecerse en un grupo familiar, Kaes (1993) diferencia, la intersubjetiva que implica la existencia de espacios que hacen posibles procesos transformadores dados por la subjetividad de los individuos, de aquel otro tipo de transmisión a la que llama transpsíquica en la que los limites subjetivos  son arrasados.

Este tipo de vinculación entre los individuos parece establecerse en los casos en que predomina la lógica de los llamados por Bion “sistemas protomentales”, a los que caracteriza por la falta de diferenciación entre lo físico y lo psicológico o mental. En ellos se conserva o actualiza, un nivel de organización que corresponde a un momento anterior a la aparición de afectos y representaciones como contenidos de la conciencia. Los límites entre los aparatos psíquicos no existen; las barreras entre los cuerpos son atravesadas, constituyéndose cada masa corpórea en órgano o fuente erógena para los demás, quienes no la consideran ajena sino prolongación del propio cuerpo. Esta lógica de funcionamiento puede aparecer en las estructuras familiares ya descriptas.

La profundización en los determinantes, hace necesario el planteo acerca de qué es lo que se transmite y  de cómo se transmite. Para ello es necesario indagar en cuales son las fallas  de intermediación del yo  que borran las  fronteras entre instancias, generando desbordes en lo real. Esta función está presente desde el comienzo de la estructuración yoica y las perturbaciones pueden abarcar desde los más tardíos y refinados recursos hasta, en virtud de la regresión, los más arcaicos.

Cuando claudica una estructura yoica, es una anterior la encargada de efectuar los procesamientos psíquicos de ligadura, de acuerdo con las leyes que la organiza.

El modo de transmisión que podemos inferir como propio de los sistemas protomentales parece estar vinculada con una perturbación en el yo real primitivo.

Este yo que tiene como función diferenciar el adentro del afuera, dejando el mundo exterior desinvestido, puede resultar perturbado en su desarrollo y pasar a considerar estímulo pulsional aquello que tendría que resultarle indiferente. La barrera de protección antiestímulo que debería proteger de intrusiones del medio, presenta fallas de diversa magnitud. Los estímulos resultan desbordantes, los externos por falta de protección, los internos por falta de filtro. En estas condiciones lo primero “nuevo” que debería surgir, el registro de los afectos en la conciencia, resulta en anegamiento de la misma. La desestimación del matiz afectivo introduce una falla fundamental en el proceso de subjetivación

 

Que es lo que se transmite

Sostenemos que en un grupo familiar, lo transmitido sin intermediaciones, aquello ajeno que se introdujo en lo propio en forma arrasante y que por lo tanto  nunca fue subjetivado tiene una relación estrecha con lo que habita una cripta en la generación anterior. Lo encriptado en la pareja parental opera como imago, núcleo imagoico enquistado en la generación siguiente.

Situaciones traumáticas vivenciadas en las generaciones precedentes determinan la puesta en marcha de defensas patógenas del tipo de la desmentida. Lo desmentido en una generación resulta abolido en la siguiente.

Refiriendo a la transicionalidad como modelo necesario para la apropiación subjetiva Winnicott habla de la ilusión de lo creado/encontrado, Roussillon agrega lo destruido/encontrado. Creemos necesario pensar también en la importancia que asume en estos casos límite, lo no-habido/encontrado. La  diferencia  estriba en que cuando hay algo destruido siempre queda un resto, un testimonio que pulsa para encontrar un trámite de realización, para ser inscripto, para ser encontrado. En el caso contrario cuando no hay resto, por no haber habido ¿qué es lo que queda?

Estamos en el campo de la representación de la no representación (Green, 1993) o de la vivencia de la no vivencia.  

Esta huella de la no vivencia, de lo no habido insiste para ser encontrada. La transmisión inter y transgeneracional de los traumas, nos lleva a cuestionarnos acerca de los modos de procesamiento intrapsíquico de los traumas. 

Roussillon plantea que el narcisismo puede ser entendido como el esfuerzo del sujeto para integrar de algún modo, en cuyo trámite apela al masoquismo erógeno guardián de la vida (B. Rosemberg), aquellas zonas traumáticas de su historia en el seno de su omnipotencia interna. La realidad psíquica del sujeto lleva la marca concreta de las respuestas parentales al estado de desvalimiento, en que se producen sus primeros movimientos pulsionales. Nos habla además de un tipo de huella que no se presenta como memoria sino como sensación, percepción o motricidad y que se hace presente como elemento actual.

Es un modo de reorganización apres coup, mediante el cual se intenta recuperar lo que, junto a lo que funciona como simbolizado representado y reprimido se presenta clivado. Estos clivajes, subvierten los modos del funcionamiento psíquico impidiendo el proceso representativo. Lo mantenido en estado arcaico, en estado ello, se caracteriza por estar (en souffrance) en sufrimiento, intentando en su advenir, actualizarse en el presente. Como dice Rousillon “para poder ser sepultado en la historia y no frecuentar las alcobas del presente”. Ya  Lacan describe en La deuda simbólica al “Invitado de piedra que retorna en los síntomas…. ” (Lacan – La cosa freudiana – La deuda simbólica – Escritos 1).

La escucha del analista, es el único espacio donde lo jamás subjetivado, va a poder ser percibido, en ese punto de inflexión que Haydee Fainberg enuncia como la escucha de la escucha. Diferenciamos lo anteriormente desmentido que retorna como “la inquietante familiaridad” de lo nunca subjetivado que retorna como “la inquietante extrañeza”.

La  historia familiar

Guillermo consultó en forma individual, por sus severas crisis de angustia en el transcurso de las cuales “no podía llorar”. Su meta fundamental era cuidar a “la familia” a la que decía otorgar un lugar fundamental en su escala de valores.

Nacido en el seno de una familia encumbrada, por ser el hijo menor quedó al cuidado de una institutriz, que le brindó cariño y principios diferentes  de los que se privilegiaban en su familia.

Recordaba haber sido testigo mudo de escenas promiscuas que tenían como protagonistas a sus padres.

Desde muy niño se adjudicó la función de cuidar a la familia ayudando a ocultar lo “corrupto, falso o hipócrita”.

En su historia familiar se sucedieron muertes violentas. En la actualidad cuida a su madre alcohólica a quien administra personalmente la medicación  psiquiátrica y “hace la vista gorda sobre las botellas de vino que aparecen en la casa”

Marisa, su esposa, daba mucha importancia al ambiente social y económico que la rodeaba. En la pareja eran frecuentes las peleas, por celos o por críticas hacia la falta de habilidad de su marido para producir los bienes materiales a los que aspiraba.

Guillermo la describe como fría, inafectiva y con una notable impunidad en su decir y en su hacer. En el trato hacia los hijos, no acostumbraba nombrarlos sino que se dirigía a ellos a través de apodos insultantes.

Pasaba por momentos de retracción, “con depresiones”, de los que salía con ataques de  violencia hacia sus hijos.

La preocupación constante de Guillermo y su tema habitual era su hijo Willy,  adicto a la marihuana y a la cocaína, quien vivía en un estado de aceleración, desplegando conductas de riesgo, que intentaba sostener con mentiras y maniobras transgresoras, seguidas de promesas de enmienda y pedidos de disculpa.

Guillermo centraba la problemática de Willy en el desamor de la madre quien constantemente expulsaba al hijo de la casa familiar. Guillermo se desesperaba para resolver los problemas del joven, intercediendo para evitarle las consecuencias de la ira materna y en ocasiones “salvándolo” de graves sanciones legales.

El grupo familiar se completaba con dos hijas. Mariela, la mayor, representaba un apoyo para Guillermo con el que compartían muchas responsabilidades de la casa.

Estaba de novia con Pablo, un muchacho de nivel social inferior al de la familia, razón por la cual su madre se oponía tenazmente a la relación.

Mariela parecía resistir las presiones de Marisa, hasta que queda embarazada y se somete a un aborto. Dos meses más tarde comunica a su novio su decisión de interrumpir la relación. Pablo muy alterado, se aleja en su auto y a las pocas cuadras sufre un accidente en el cual pierde la vida.

Mariela acude al velatorio y se enfrenta con la madre del joven, quien la acusa en una escena de violencia, de ser la culpable de la muerte de su hijo. Guillermo intenta mediar y apaciguar con argumentos acerca  del dolor que está experimentado su hija.

Al día siguiente Mariela se suicida arrojándose al paso de un tren.

El estado de abatimiento y angustia en que quedan  los hermanos a partir de la tragedia motiva el pedido de terapia para la familia.

Al poco tiempo de iniciado el tratamiento se plantea que Marisa ha comenzado a hostilizar a su hija menor, Inés para que abandone a su novio por no pertenecer a su misma clase social. La evidente similitud con las circunstancias asociadas a la tragedia anterior hace reaccionar a Guillermo y a Willy convalidando el lugar de Inés.

El tratamiento se mantuvo solo unos meses, en el transcurso de los cuales el protagonismo de Willy fue disminuyendo hasta que, al poco tiempo aceptó una internación en una clínica psiquiátrica.

Creemos de utilidad para la comprensión de la dinámica familiar recortar una escena ocurrida en ese lapso.

En un momento de los habituales en Marisa, en que se mostraba deprimida y retraída, Guillermo organiza una cena, para mejorar el clima familiar, a la que asisten Elena y su esposo, amigos de la pareja. Marisa hace una escena de celos, en la que según su marido “se puso como loca”.  Guillermo reconoce, en su sesión individual, que la situación no es del todo descabellada ya que efectivamente Elena es su amante desde hace mucho tiempo.

Articulación entre clínica y teoría

Tan sólo al mes de la muerte de una de sus hijas, la madre saliendo de la  depresión ubica a Inés como lo nuevo que debe ofrendarse para desmentir lo sucedido. El suicidio de Mariela había instaurado un orden en la estructura familiar, el problema grave ya ocurrió y era fechable para el resto de la familia.

Al inducir en la hija sobreviviente, la misma escena que antes había generado fatalmente en la mayor, ésta no habría muerto del todo. Para el particular funcionamiento de esta familia alguien debe no morir pero sí estar al borde de la muerte. (Ante el final dramático de un film, se retrocede la película para que a partir del mismo punto pueda tener un fin diferente y eternizado).

Frente a la nueva escena toda la dinámica familiar se modificó, limitando a la madre en su acto intrusivo, intentando evitar la repetición de lo ya producido.

La muerte de Mariela produjo un movimiento exogámico, que incluyó el pedido de tratamiento, en el transcurso del cual se pudieron desplegar ciertas complicidades, lo que permitió aportar palabras y escenas para la apropiación subjetiva. Luego de la enérgica reacción familiar de apoyo a Inés, Marisa empieza a deprimirse y a quedarse en cama. Es en el momento de la depresión de su esposa que Guillermo lleva a su amante a la casa.

Hoy Marisa mira la escena promiscua, así como Guillermo lo hizo en su infancia. Hoy quizás como ayer la escena promiscua, tapa ó vela una escena de desvitalización aportando excitación y texto adecuado.

En este momento Guillermo es el personaje omnipotente que aporta “lo sucio, lo corrupto” y depende de él que  no se note. En esta escena Marisa pasa a ser una loca acreedora que reclama lo propio vivo a un tercero que es Elena y Guillermo pasa a ser el objeto, el deudor holofraseado. Tanto Mariela en el acto suicida, como Guillermo en esta escena perversa, asumen el lugar del objeto.

Esta escena se puede interpretar en referencia a otra, la  del velatorio, en  la que una madre desesperada interpela y reprocha a alguien la muerte de lo propio,  promoviendo en  la acusada  el acto suicida.

Se advierte cómo lo nuevo puede o debe ser usado para desmentir lo ya sucedido y cómo las escenas perversas aportan excitación y personajes para sacar a alguien de la retracción.

En la madre era evidente el exhibicionismo de la impunidad. Las acciones degradantes y humillantes aparecían articuladas con otras del padre que tendían al ocultamiento. Creemos que Guillermo, suponía soslayar las consecuencias del rechazo (químico) materno neutralizando el efecto mortífero y su evidencia.

Lo que habitualmente no es proferido por hallarse reprimido o transformado, en esta familia perdía el velo y era dicho impúdicamente por Marisa o jugado perversamente por su marido.

Guillermo como adicto al adicto defendía al hijo vivo, sobrevivido  al odio de la  madre.

Este hijo se tornaba entonces en acreedor permanente, impulsivo, imperativo y transgresor, adecuado solo para la lógica de la supervivencia (P. Racamier, 1991).

En la pareja aparecía un pacto de inseparabilidad, necesario para sostener la impunidad anónima y promiscua. En la familia parece predominar un criterio que así como no admite diferencias de sentimientos o pensamientos tampoco reconoce diferencias entre los cuerpos. La relación de dos al fusionarse, transforma el producto de la misma en algo  generado por un solo cuerpo. Este producto, degradado a lo orgánico, resulta asimilable y/o excretable.

Al suicidarse Mariela se instaura como objeto nostálgico para el padre, quien desde siempre mantenía esa tristeza de base sin llegar al llanto, típica de la dependencia adictiva  de un objeto nostálgico.

En Mariela podemos inferir la articulación entre un sentimiento de celos y de exclusión respecto a “en quién piensa mi padre” y una identificación con una madre que la desestima en su subjetividad. Madre e hija quedan encriptadas en ese vínculo, centrado en la incorporación y fagocitación, tendiente a retener con envidia a la hija, sin abortarla, pero ligándola de un modo fetichizado a su propio narcisismo intermediado siempre por la función neutralizante del padre (P. Racamier – L’inceste et l’incestuel – Une presence de fetiche, 1995).

Podemos inferir dos ejes de fetichización, Guillermo con el hijo, como un adicto al adicto donde también el adicto funcionaba adherido al narcisismo del padre y otro entre madre e hija en una alianza mucho más críptica.

En la estructura triangular que formaban el padre, el hijo y la droga, esta última es el agente que ataca químicamente a Willy del mismo modo en que era atacado fusionalmente por su madre, el padre neutralizaba en parte, los efectos de ambas situaciones tóxicas, pero sin sustraerlo del todo.

Guillermo, frente a situaciones difíciles afirmaba, “no es tan grave porque a mí también me pasa”. Este modo de banalizar,  habitual en el adicto al adicto es una forma de neutralizar la diferencia,  por medio de la identificación.

Willy por medio de la droga y de la velocidad,  lograba la obnubilación de la conciencia y la descarga de una tensión insoportable. Procuraba expulsar frenéticamente a aquel para quien el rédito de la subjetividad  hubiera marcado vivo y diferente. La tensión vital, que tiene como destino la complejización,  no se puede sostener y queda al servicio de la pulsión de muerte. La pulsión deviene tóxica, y el principio de placer es desbordado por un más allá que exige la satisfacción del goce.

Las conductas frenéticas  borran las diferencias degradando al testigo, ese otro de sí mismo que puede ser excéntrico. En esta condición no era posible apropiarse subjetivamente de la afectividad, de la percepción y de la motricidad. El yo queda inerme frente a un modelo identificatorio que en lugar de operar como garante del ser, aparece como un déspota que sólo aspira a la supresión del sujeto (D. Maldavsky,  1992).

En estas familias el duelo patológico queda encapsulado crípticamente, el hijo nace sobreinvestido en un lugar heroico y triunfante, teniendo garantizado el ser fetiche para alguien y al mismo tiempo sostiene en sí mismo un tipo particular de triunfo de la pulsión de muerte (P. Racamier).

Diferenciamos al claustro materno, matriz de lo nuevo e inscripción de lo imaginario, de la cripta, pre-ocupada por aquello cuyo destino ya está eternizado. Lo nuevo queda al servicio de desmentir heridas narcisistas, duelos patológicos. Va a ser  desde los hijos que lo anteriormente desmentido va retornar, imponiéndose como algo siniestro, como “inquietante familiaridad”. Este sentimiento de ajenidad es homólogo al núcleo incluido intrusiva y brutalmente en el espacio psíquico del hijo.

Lo que retorna por medio del pasaje al acto de los hijos, presentifica una escena que condensa lo desmentido, lo desestimado y algo del superyo  que reclama infructuosamente una inscripción diferente.

Se podría ubicar cada formación sintomática como un modo de salir y al mismo tiempo de retornar. De este modo la adicción a la droga desde la lógica intersubjetiva  familiar es un intento de salir en la búsqueda de lo diferente,  rescatándose del circuito endogámico, salida  que culmina en  el encuentro con aquello de lo que se pretende huir: lo mortífero, lo inercial.

Un interrogante posible sería si estas familias consultan porque están preocupadas por la adicción o porque la evidencia exogámica de la adicción del hijo produce un desequilibrio económico y estructural, por medio del cual el mito fundante de este grupo familiar podría llegar a adquirir palabra.

Transmisión del mito familiar. Enquistamiento imagoico

El mito fundante en estructuras familiares como las que describimos tiene  contenidos que le son propios, características y formas de transmisión más generales que nos interesa destacar.

Como contenido del inconsciente, el imago se diferencia de la representación cosa, creada como condensación de vivencias, y a la vez surge a partir de ella.

La imago corresponde al tipo de representación que aparece en el momento restitutivo, cuando la representación cosa se ha desconstituido o dicho en otros términos, cuando la metáfora paterna ha fallado. En ese momento aparece la imago como retorno de lo forcluido, de lo desestimado y opera  como un objeto extraño y exterior al yo al  que se le impone de un modo tiránico y omnipotente.

Este terreno ha sido preparado por un tipo especial de vivencias traumáticas que dejan una fijación duradera.

Las diferentes formas de trauma determinan distintos tipos de fijación. La fijación a vivencias de satisfacción, dentro del ámbito de los traumas necesarios, provee un contenido representacional para la fantasía y puede llegar a ser usado como contrainvestidura.

La fijación despertada por una vivencia de dolor, puede encontrar en otra vivencia el apoyo para su transformación en vivencia de satisfacción. En este caso la pulsión no se enlaza con la percepción de un objeto, sino a una actividad del yo y a una realidad perceptiva modificada supuestamente por esa actividad. Esta inscripción es usada luego como contrainvestidura al servicio de la desmentida (herida narcisista).

Finalmente la fijación puede  surgir en torno a una vivencia no habida, en cuyo caso la pulsión queda sometida a la compulsión, a la repetición, sólo puede enlazarse con la puesta de un sujeto ajeno que toma al yo como objeto de su percepción y su motricidad, dejando lugar como defensa a la desestimación. El yo del sujeto, desde su necesariedad narcisista va a ofertarse a la necesidad narcisista del perverso o del psicótico (retorno de lo jamás subjetivado).

“La pulsión no despertada por vivencia queda estancada con un carácter tóxico produciendo efectos patógenos en el cuerpo o generando objetos restitutivos”                (D. Maldavsky, 1994).

Para Freud las representaciones restitutivas surgen de la necesariedad psíquica determinada por la imposición de lo filogenético. Los esquemas heredados constituyen un saber, (para Lacan perteneciente a una ética inconsciente) una preparación para entender, una preconcepción (Bion) que da forma a las vivencias del suceder individual. Cuando no hay coincidencia entre los esquemas y el vivenciar, la necesariedad estructural impone el predominio de los primeros.

Desde la vivencia no habida pero impulsora de desenlaces, surgen las representaciones imagoicas. Aparecen desde lo encriptado y circulan como lo maldito (A. Eiguer – Le generationel, 1997).

La transmisión intergeneracional de los traumas incluye habitualmente historias insoportables, inconfesables, en padres, abuelos e incluso en otras generaciones.

En este último punto es importante enunciar como formación del inconsciente, el concepto de cripta de Abraham y Torok y el de imago como lo enuncia Paul Denis.

Cripta es descripta como un lugar cerrado en el interior del yo. Este lugar es habitado por el fantome o espectro, definido como una imagen  o recuerdo que ha sido enterrado sin sepultura legal. Contiene el recuerdo de un idilio vivido con un objeto prestigioso y que ha devenido inconfesable. Desde su inclusión espera su resurrección.

A esta mezcla de idilio y olvido lo llama “represión conservadora” ya que por su naturaleza de indecible escapa a todo trabajo de duelo. Imprimirá al psiquismo una modificación oculta, es necesario enmascarar y desmentir tanto la efectividad del idilio así como la pérdida de tal unión o compromiso narcisista todo lo cual conduce a un tipo de duelo patológico.

J. C. Roushy plantea, que no es pertinente hablar de transmisión, ya que estamos hablando de un momento de unidad dual, de fusión. El registro es somato psíquico y comprende una trans-fusión.

Evelyne Kestemberg (1978)  describe al soi como la primera configuración organizada del aparato psíquico, que emana de la unidad madre hijo. Representa a nivel del sujeto, objeto de la madre, lo que pertenece al propio yo de manera precoz  antes que se instaure la distinción entre sujeto y objeto.

El hijo es objeto para la madre y el mundo fantasmático de ésta modula las premisas de su organización psíquica, la relación objetal, el autoerotismo y la continuidad narcisista.

El soi no puede ser identificado con el yo (moi) que sigue siendo la instancia organizante, pero representa en su seno el origen del sentimiento de si (Ich gefuhl). Lo nunca subjetivado persiste enunciado desde los orígenes por el objeto primario y su entorno.

Paul Denis, (1996) describe a la imago como figura colosal y aplastante. Combina los aspectos de dos personajes, masculino y femenino, con asociaciones precedentes, las que no interactúan, no dialogan, sino que forman una sola figura que se impone.

En las escenas que la familia desplegaba en sesión era notable la coincidencia entre esta definición y el modo particular de vivenciar el vínculo que los hijos mantenían con la pareja parental.

La imago es una representación coagulada que juega en el inconsciente un rol de prototipo. Poderoso, tiránico y limitante; pesando sobre nuestro destino psíquico e integrando las características provenientes de la relaciones precoces con ambos padres.

El status metapsicológico de las imagos es diferente al de la representación que organiza el funcionamiento pulsional, configurando objetos sustituibles que se combinan para formar  conjuntos funcionales de representaciones.

La instancia superyoica resulta, en una elaboración subjetiva, de la sumatoria de influencias sucesivas de las imagos parentales que le han servido de base.

Paul Denis cuando intenta definir la regresión imagoica rastrea en la obra de Freud el destino de la pulsión ante su desinvestimiento  La libido abandona la representación de objeto, la cual, por estar precisamente desprovista  del investimiento que la designaba como interior, puede ser tratada como una percepción y proyectada hacia el exterior.

Lo que es desinvestido, expulsado en lo real (forcluido) no podrá ser investido nuevamente por la libido sino bajo una forma no simbolizada, perceptiva, alucinatoria modificada o persecutoria.

Paul Denis sostiene que la imago ocupa un lugar intermediario respecto a este movimiento Su constitución o su reconstitución a partir de una representación implica una forma de retiro del investimiento libidinal respecto a la representación inicial, retiro que la priva de su pertenencia al tejido del psiquismo y le da el carácter de  cuerpo extraño psíquico, sin expulsarlo en lo real.

Describe  dos componentes de la  pulsión: el componente de dominio (emprise) y el de satisfacción, de cuya articulación depende el mantenimiento de la tensión vital. El componente de dominio, lo relaciona al elemento motor, activo, en búsqueda del objeto, es una especie de “vector narcisista”. El componente  de la satisfacción es relacionado con la vivencia, lo enunciamos como  “vector  objetal”.

La representación es el resultado de la integración de los dos tipos de investimientos: las huellas mnémicas en dominio (en emprise) son combinadas con el recuerdo de la experiencia de satisfacción, y lo que queda de esta experiencia da  a la representación su pertenencia al mundo interno (vivencia de satisfacción). Las huellas perceptivas no tienen más que un rol de soporte y el componente de investimiento en dominio  está al mínimo. Lo que da a la representación su carácter de imago es que se produce un retiro en el registro del investimiento en satisfacción.

El debilitamiento de los lazos con la experiencia de la satisfacción y el aumento de su investimiento en dominio desplaza a la representación, la hace devenir imago, del mundo interno migra hacia la periferia: abandona al yo sin abandonar al psiquismo. La representación es constitutiva del juego representativo interinstancias, la imago deviene cuerpo extraño no entrando más en la relación. Entre la cripta y el enquistamiento imagoico, intermedia la identificación, la constitución del superyo.

 

Fallas en la constitución del superyo

Es habitual encontrar en familias como las que presentamos un secreto de familia oculto e inconfesable, que ha colocado al representante de la función paterna en posición de impostura.

Lacan jerarquiza la idea de impostura o transgresión en la generación precedente, como un elemento fundamental en el origen del superyo de cada individuo así como las consecuencias sintomáticas en las generaciones que siguen.

En esta familia estaba vedada la posibilidad de asumir la libertad de una posición epistemofílica capaz de sostener la actitud interrogativa hacia el medio, la cual hubiera  posibilitado deconstruir-reconstruir el apellido paterno, implicando las propias características biográficas (mito familiar fundante).

El apellido del padre  tiene eficacia como ley en la medida que la madre lo demande para encarnar la ley ante sus ojos y ante los ojos del sujeto. Esta terceridad marca el límite de la relación fusional y posibilita que paulatinamente se integre el pensar con esa actitud interrogativa.

Es el padre esperado desde la necesariedad de una ley el que al ser degradado en su función respecto de la impunidad de la madre, queda ubicado en el lugar de impostura.

En la medida en que el sujeto vivo ya antes de nacer ha sido objeto del deseo de sus padres, en el acceso a su subjetividad se ha dado la subjetivación forzada de la deuda simbólica.

Al “Invitado de Piedra” de Lacan lo podemos pensar como el retorno en presencia del asesinado, de la ausencia, del pecado, del espectro que habitualmente habita en las criptas.

 

Tipo de duelo – Herida narcisista -Hijos fetichizados

Jean Cornut (1991), ubicó dentro del terreno de la  desmentida un mecanismo utilizado para refutar la diferencia existente entre vivo-muerto  El efecto de esta desmentida es la producción de un “niño de reemplazo” que continúa el destino de una culpabilidad transmitida de una generación a otra. La transmisión de lo desmentido circula tanto por lo no dicho de lo dicho en el discurso familiar así como por las contrainvestiduras.

Ante un duelo que desencadena una herida narcisista, por la hemorragia  libidinal  pesa sobre el yo la amenaza de un hundimiento subjetivo. Esta amenaza que revela el retorno sobre el yo de la pulsión de muerte, se da por desintrincación pulsional ya que era  el objeto ahora perdido en quien se sostenía la ligadura pulsional. Debe producirse entonces, un clivaje dinámico y económico, que luche contra la extensión de la desintrincación, evitando la nadificación del sujeto.

La desmentida y la idealización alimentadas por todas las energías disponibles van a constituir de urgencia un objeto protético (G. Bayle – Les clivages, 1996). El mantenimiento de este objeto es necesario para evitar el riesgo de melancolizarse o entrar en crisis de despersonalización (situación que se vivía estáticamente en esta familia).

La creación y el mantenimiento del objeto protético intenta preservar de toda alteración el objeto interno anterior a la herida. Llamamos objeto interno al conjunto de movimientos de investimientos pulsionales en relación con el representante exterior.

Ante la caída del representante de la representación del objeto, los investimientos pulsionales se orientan a construir una prótesis interna, con un gran costo libidinal. Este elemento protector está asegurado por la actividad fetichizante. Habrá que apelar a la contrainvestidura para que se produzca un tipo de representante que no es ni el del objeto perdido, ni  del protético. Este es el objeto fetiche, que va a permanecer brillante e idealizado mientras que el protético  queda clivado. Cuanto más próximo y peligroso sea el objeto protético que pertenece a la realidad psíquica, más deberá eclipsarlo el fetiche que responde a la realidad material.

Los hijos de esta familia funcionaban como estos objetos fetiches evidenciando en otro lugar y en otra escena, un objeto protético que obturaba una herida narcisista. La desmentida entre vivo-muerto estaba en la base de esta familia, produciendo el estado de casi muerto en el borde, pero debiendo nunca morir.

Las actividades fetichizadas mediatizan la relación con el objeto protético, intentando vivir como si “lo ocurrido aún no ocurrió”.

Censura del amante – Comunión de desmentida

Michel Fain y Denise Braunschweig (1971) definen censura del amante diferenciando dos funciones: a) la coraza de protección antiestímulo que depende de la madre y b) la censura que pertenece al amante, representación maternal inconsciente”. Es ella quien ejerce “la censura del amante”. Esto implicada la capacidad de la madre de desinvestir alternativamente a su bebe, “de poder dormirlo”, para luego recibir el deseo del hombre. En este desvío, tránsito de la madre desde el niño al padre, en función de amante de la madre, (diferenciado del genitor), esta última retoma su propio narcisismo depositado antes en el hijo.

Por este camino el niño accede a la posibilidad del autoerotismo que primero acompañará a la  alucinación y luego  a la  fantasía.

Si este procesamiento no se da, se instalará  o una perversión de la censura o a una forclusión del amante (forclusión del Nombre del Padre) que dará lugar, en el mejor de los casos,  a la producción de los hijos fetiches antes descriptos.

La fusión de la madre, y del hijo a su servicio, lleva a una “comunión de desmentida”  que implica siempre un ataque a la terceridad.  En el niño esta fusión se da a costa del propio yo piel (D. Anzieu), privándose de su continente propio, quedando adherido al objeto primario en forma permanente.

A partir de estas escenas se crea un clivaje entre el mundo exogámico y el mundo privado endogámico en el que la familia  mediante sus complicidades sostiene la lógica de la comunidad de desmentida.

Temporalidad circular.

A la vida psíquica la entendemos como un sistema abierto y el sujeto vivo, hablante es hijo de una evolución dada por la tendencia a una satisfacción alucinatoria nacida de los sufrimientos, falta, ausencia, pérdida.

La idea de proceso que esta relacionado con lo temporal, no refiere ni a lo instantáneo ni a lo simultáneo sino a un desarrollo orientado en una dirección. En esta familia el proceso tiene característica de paradojal, como estructura de temporalidad circular alrededor de un núcleo inmovilizante y contradictorio, un proceso sofocado (César y Sara Botella).

La paradojalidad es un tipo de repetición degradada a la reedición, utilizada como resistencia al devenir. El pasaje al acto de Mariela implica un intento, dentro de la estructura, de retomar  lo procesal saliendo de la lógica de la paradojalidad.

Pensamos a este pasaje al acto de un modo homólogo a como se presenta la repetición alucinatoria de una percepción dolorosa, que a pesar de su apariencia automática es en realidad en su compulsión a repetir, una búsqueda de lo diferente, testimoniando  una función mínima de ligadura pulsional, y un proceso en marcha.

  1. Racamier (1978) define al Principio de Supervivencia como aquel que tiende y asegura la propia sobrevida.

Este principio funciona tanto bajo la égida del principio de placer como en oposición complementaria con él. Sobrevivir no es un postulado, es un fruto, un resultado. Es imposible pensar el sobrevivir sin su antagonista; respecto de la vida, estaría la no vida, frente al sobrevivir, la nadificación.

La lógica que acompaña a este principio, dentro de la cual entraría la oposición definida por J. Cornut de  vivo/muerto. La paradojalidad excluye el registro de la contradicción, es la organización psíquica capaz de inmovilizar la circulación de significantes y coagular las fantasías sin siderar el psiquismo.

El inconsciente es intemporal, la paradojalidad es antitemporal.

En una familia como la que estamos describiendo, la paradojalidad organiza la vida psíquica y el sistema relacional de toda la familia, se puede pensar sin referir ni a los orígenes, ni a los fines de lo procesos, nada es verdadero ni falso.

La paradojalidad es uno de los sistemas defensivos más poderosos ( para la supervivencia ), que se ejercen contra la conflictualidad, la ambivalencia, la individuación/separación

La desmentida de lo originario, tiende a apaciguar una angustia transgeneracional respecto a la posibilidad de que exista un origen y un mito familiar. En el origen de la desmentida de los orígenes, persiste “en souffrance”  el sufrimiento de no haber sido psíquicamente engendrado.

 

Escena Plena – Acto suicida

La escena producida por Mariela produce un corte en el clima tóxico, pasional y mudo que predominaba en la familia. Este hecho actual, da sentido en un apres coup a una escena antigua, que al no tener inscripción había quedado en suspenso, en acecho   circulando de un modo no integrado.

Siguiendo la definición de Lacan del efecto de una palabra plena, en “ función y campo de la palabra ”,  llamamos escena plena a aquella que reordena las contingencias del pasado (dándole un status imaginario) otorgándole un sentido en las necesidades por venir (posibilidad de ser subjetivadas simbólicamente) con lo poco de libertad que cada estructura familiar tiene, de acuerdo a la articulación entre lo transubjetivo, lo intersubjetivo y lo intrapsíquico ( E. Pérez Peña y E. Grinspon – “¿Qué repite el efecto psicosomático? ”, 1988 ).

La escena plena, es el modo de realización posible de lo nunca subjetivado o nunca simbolizado.  Este efecto de actualización significante se produce en la medida que los significantes se constituyen como tales, en el preciso momento en que cobran su efecto, sólo en la medida que den coherencia a una escena toman el valor de significante.

El clima tóxico en el que vivía esta familia es lo que llamamos un demasiado lleno, una presencia masiva, inmovilizante que sostenía un clima fusional eternizante.

Mariela al matarse se propone como objeto perdido. Mata algo, se produce ausente para alguien, para quien esta ausencia ya es del orden de la falta y sostiene la necesariedad de ser significado. Lo que era angustia en Mariela no tuvo otro trámite, que el de ser derivado en la motilidad, nivelándose hacia el principio de Nirvana. Canceló su posibilidad de ser, constituyéndose en ser para los otros al hacerse presente como ausente.

Entre el principio de constancia y de placer, proponemos incluir un principio de dolor ( E. Perez Peña, E. Grinspon ) al cual se apelaría al utilizar en urgencia al masoquismo guardián de la vida,( Beno Rosemberg, 1991 ) que coincidiría con el principio de supervivencia definido por P. Racamier.

Entendemos el acto suicida como el momento de la total desintrincación pulsional. Se concreta la tendencia mortífera de la pulsión. Dándose el gozo absoluto y frenético en Eros, en paralelo con el gozo absoluto y desobjetalizante de la pulsión de muerte (Green, 1995).

Simultáneamente se produce la articulación con un superyo degradado cuyo  imperativo mortífero impone el “goza”.

En la estructura quedó fundado, de modo trágico, un momento de pérdida del objeto, necesaria para que caiga la omnipresencia del objeto Madre y se pueda reinstalar el ciclo pérdida-ausencia-representación. La temporalidad sólo se inscribe en el movimiento de la pérdida. Incluso lo impensable, hasta ese momento, irrepresentable, tiende ahora hacia lo temporal, inscribiéndose en el movimiento vivo de la pérdida. Esta última dada en el sujeto en persona real; (P. Guillaumin, 1996) en la producción de la representación en devenir y el futuro de la misma.

Que haya un mas allá del principio de placer, una pulsión de muerte, un principio de Nirvana no quiere decir que estos últimos estén desintrincados respecto del principio de placer. No quiere decir que el trabajo psíquico efectuado para remontarlo no se base en el reinado del principio de placer. La repetición alucinatoria de una percepción dolorosa a pesar de su apariencia automática, es compulsión a repetir en búsqueda de sentido y testimonia ya el ejercicio de una función mínima de ligadura, de un tiempo previo al, trabajo de acceso a la representación, de un proceso en marcha (César Botella y Sara Botella, 1995).

La Madre funcionaba como ese objeto inutilizable, en el sentido Winnicottiano, que provoca una seducción narcisista, obliga al sujeto a ponerse al servicio del narcisismo del objeto, a incorporar a este objeto en su interior para salvaguardar su narcisismo quedando alienado al mismo.

El funcionamiento del sujeto queda al servicio de este objeto que conserva el status de núcleo imagoico, sin apertura asociativa sin generatividad ni transicionalidad. Esta descripción correspondería a los vínculos de complicidad narcisista entre un padre y un hijo, a la persistencia de núcleos imagoicos que tratan al yo como un cuerpo extraño (D. Maldavsky, lo enuncia como el déspota o psicótico proyectado).

El objet no fue ofertado al sujeto como objouet (Jouet – juguete). No hubo un espacio lúdico, en términos transicionales que permitiera la apropiación subjetiva. La falla del objeto primario en asegurar la coincidencia entre alucinación y percepción ( logrando la ilusión ) conducen al enquistamiento narcisista primario de experiencias anteriores condenadas a ser activadas alucinatoriamente y a atormentar persecutoriamente al individuo.

Mariela mata a la Madre atacando la fusión objetal. En el acto suicida se da una profunda regresión, el cuerpo ya no queda excéntrico al yo, siendo “mi cuerpo”, sino que regresa a la posición autoerótica, sin acceder a ningún tipo de espacialización y transicionalidad.

Para Lacan, imago es sólo la del cuerpo propio, lugar donde, desde la ética inconsciente se articula la función del objeto y la función de Ley o disyunción. Si acto es el modo mediante el cual un lugar inconsciente deviene sitio espacializado, matar-se fue el modo de matar a costa del cuerpo propio la imago eternizante, eternizada, poniendo en circulación la necesidad de disyunción y la propia marca subjetiva.

La escena plena producida a costa de un sector propio, es el modo de la estructura familiar de relanzar la capacidad de historizarse así como de recuperar la función de transicionalidad.

Conclusión

La línea de pensamiento parte de la posibilidad de procesamiento del trauma por más de un aparato psíquico. Hemos integrado un grupo de conceptos correspondería a lo que enunciamos como clínica del desinvestimiento, del particular ensamble entre desinvestimiento, contrainvestidura narcisista, distintos tipos de clivajes y un singular retorno en condiciones no siempre previstas dentro del clima del sobrevivir. Este modo de pensar es muy útil en terapia familiar ya que estamos en presencia de por lo menos dos generaciones.

Creemos que también puede ser instrumentado en tratamientos individuales, cuando nos encontramos ante la emergencia intrusiva de esos elementos en bruto, expresión de lo nunca subjetivado, que nos exponen en la transferencia a estados de inermidad e impotencia o a caer en complicidades perversas.

Es función de la transferencia analítica contener y transformar estos elementos de modo que permitan recuperar la transicionalidad necesaria para la apropiación subjetiva.


Bibliografía

 

  • ABRAHAM N. Y Torok M. (1978), L´ecorce et le noyau, Flammarion
  • BAYLE G. (1996), Les clivages, Revue francaise de psychanalyse, 60, 1303, Paris, PUF
  • BOTELLA C. et S. (1995), A propos du processuel (Automate ou sexuel infantile?), Revue francaise de psychanalyse, 59, 1607, Paris, PUF
  • CICCONE A. y LHOPITAL M. (1991), Naissance a la vie psychique, Paris, Dunod
  • DENIS P. (1996), D´imagos en instances: un aspect de la morphologie du changement, Revue francaise de psychanalyse, 60, 1171, Paris, PUF
  • DENIS P. (1997), Emprise et satisfaction, Paris, PUF
  • DIATKINE G. (1997), Mon nom est personne: petite historie de la forclusion du nom du pere, Revue francaise de psychanalyse, 61, 415, Paris, PUF
  • EIGUER A. et coll. (1997), Le générationnel, Paris, Dunod
  • FAIN M. (1971), Prelude a la vie fantasmatique, Revue francaise de psychanalyse, 35, 2-3, Paris, PUF
  • GREEN A. (1995), La metapsicología revistada, Buenos Aires EUDEBA, 1996.
  • GREEN, A. (1993), El trabajo de lo negativo, Buenos Aires, Amorrortu eitores, 1995.
  • GUILLAUMIN J. (1996), La croyance et la fonction de synthese du Moi dans líinterpretation des clivages, Revue francaise de psychanalyse, 60, 1619, Paris, PUF
  • KAES R. et coll. (1993), Transmission de la vie psychique entre générations, Paris, Dunod
  • KESTEMBERG E. (1978), La relaction fetichique a l´objet, Revue francaise de psychanalyse, 42, 2, Paris, PUF
  • LACAN J. (1966), Escritos 1 y 2, México, Siglo veintiuno editores s.a., 1980.
  • MALDAVSKY D. (1992), Teoría y clínica de los procesos tóxicos, Buenos Aires, Amorrortu editores.
  • MALDAVSKY D. (1994), Pesadillas en vigilia, Buenos Aires, Amorrortu editores.
  • PEREZ PEÑA E. y GRINSPON E. A. (1988) ¿Qué repite el efecto psicosomático?, Revista de psicoanálisis, XLV, 5, Buenos Aires.
  • RACAMIER P.C. (1978), Les paradoxes des schizopherences, Revue francaise de psychanalyse, 5-6, 871-885, Paris, PUF.
  • ROSENBERG B. (1991), Masochisme mortifere et masochisme gardien de la vie (coll. des Monographies de la RFP), Paris, PUF
  • ROSENBERG B. (1997), Le moi et son angoisse, Paris, PUF.
  • ROUSSILLON R. (1995), Metapsychologie – ecoute et transicionalité, Revue francaise de psychanalyse, 59, 1351, Paris, PUF.
  • WINNICOTT D.W. (1971), Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1982.