A partir del modo en que D Maldavsky plantea los diferentes estados de las defensas, podemos suponer que en la formación de familias como las que describimos, en un primer momento en la pareja parental se dio una alianza inconsciente defensiva[1] que en su estado exitoso era sostenedora de la ilusión de vivir en una “neo realidad” “auto producida” y con la “fantasía de autoengendramiento”, dentro de la articulación exitosa, de las diferentes desmentidas, de la diferencia de sexo, de generaciones, de la autonomía narcisista, de vivo-muerto, y de la intercambiabilidad de seres.

El equilibrio interdefensivo en su estado exitoso lograba rechazar algo fuera del yo “familiar” y al mismo tiempo mantenía la continuidad narcisista identitaria parental. Luego de un tiempo y avatares de la vida, ante la aparición de manifestaciones sintomáticas y sus adecuaciones defensivas, este equilibrio se torna exitoso fracasado.

Cuando la defensa es exitosa-fracasada, mantiene “aun” el rechazo de algo (y por lo tanto no hay retorno de lo rechazado) pero ya la ilusión de omnipotencia es relevada por vivencias displacenteras, habitualmente previas o coincidentes con  la presencia de interrogantes vehiculizado por el pasaje por el acto de algún hijo posicionado como Unico (hijo actuador predestinado).

Debemos estar atentos al tipo y estado de las defensas de cada uno de los miembros del grupo familiar, sin perder de vista la necesaria diferencia generacional en el proceso de transmisión, que parte inevitablemente de la pareja parental y el modo en el que cada integrante de esta queda incluido en ella.

Escenas paradigmáticas y patógenas dadas a partir del estado “exitoso fracasado del equilibrio interdefensivo en TPFP.

Se genera en la pareja parental de un modo provocante-convocante fundamentalmente entre ellos pero “también” hacia los hijos como partenaires forzosos[2], una escena  patógena en la cual cada miembro, de un modo fijo y estereotipado, se ofrece aportándole al otro “no otro”, el personaje necesario para su escena privada sostenedora de su corriente defensiva y garante de su continuidad narcisista identitaria  singular (respecto a su  mito familiar de origen).

Es decir se produce un tipo de “doble” al servicio de sostener la eficacia de la comunión de desmentida,  dentro de una alianza  “defensiva” la cual, en el caso de   darse a costa del narcisismo, los hijos, representantes de lo nuevo, se torna para estos “ofensiva”.

Resumiendo, en términos trans-generacionales  el equilibrio interdefensivo exitoso  comienza a ser exitoso- fracasado al darse fisuras o grietas que hacen presente la amenaza del retorno de aquella herida del narcisismo familiar frente a la cual fue eficaz la comunión de desmentida y se tornó finalmente fracasado con la emergencia del sufrimiento psíquico familiar ante la desvitalizacion de algún miembro familiar o el pasaje por el acto de algún hijo a quien pensamos como Hijo Actuador  Predestinado.  Actuar que puede dar lugar al retorno en acto y a través de lo actual [3] tanto de lo clivado en la subjetividad parental como de aquello clivado de la subjetividad del Hijo[4]. Son los momentos en los que los movimientos perversivos narcisistas se  tornan más destructivos.

Siguiendo la definición de G Bayle nos enfrentamos con el efecto del fracaso  del clivaje funcional de la ´pareja parental en el que se daba la articulación de herida narcisista y desmentida eficaz, ante la insistencia del clivaje estructural subyacente al actuar del Hijo, en el que se daba la articulación de carencia narcisista y desestimación.

Al pensar esta situación de retorno en sesión, lo que estaba clivado “de la” subjetividad del hijo pasa a ser en sesión “lo clivado en” la intersubjetividad transferencial que incluye al hijo su familia y al analista familiar “en persona”. A partir de  esta intersubjetividad transferencial se da un nuevo estado del equilibrio interdefensivo que hemos llamado “fracasado en búsqueda de la diferencia”[5], siendo necesaria la presencia y disponibilidad narcisista de “la persona del analista” para sostener el  encuentro  co- alucinatorio, al ser continentes de la apertura alucinatoria de nuestros pacientes en búsqueda del objeto y la figurabilidad.

Recordemos que R Roussillon enuncia a la compulsión a la subjetivación dentro de un automatismo de repetición, como un tercer principio junto al de placer y realidad, así como  al retorno de lo clivado de la subjetividad como un cuarto vasallaje del yo (además del ello, del superyó y de la realidad), teniendo que definirse en cada caso la articulación de desmentida o desestimación ya sea de los afectos, de la instancia paterna, o de la realidad, sin perder de vista que estamos pensando estos conceptos a partir de un yo y un  narcisismo familiar dentro de la intersubjetividad transferencial que nos implica.

Son momentos en los que, al sostener el imperativo de “cuidar un hijo de las maniobras perversivas del agente de la solución perversiva”, se accede a la diferencia entre ser El Hijo Único atrapado en la solución fetichizante de la pareja parental, y ser un hijo en términos inter-generacionales. Este posicionamiento subjetivo transferencial tiene un efecto a posteriori ya que involucra también al hijo que alguna vez fue quien es hoy el agente perversivo narcisista.

Ante esta situación transferencial que nos involucra e implica en sesión, es nuestro malestar el que pone en juego nuestra memoria y la disponibilidad subjetiva que nos posibilita resistir (endurer) a las maniobras desubjetivantes de la solución perversiva. Resistencia necesaria que sostiene dentro el espacio intersubjetivo transferencial el camino somato—psíquico y la apertura alucinatoria que inaugura el acceso a alianzas  no patógenas que posibiliten este encuentro co-alucinatorio en el que se sostiene la  búsqueda de un objeto alucinable para simbolizar y el acceso a la subjetivación historizante de nuestros pacientes

 

[1] R Kaes
[2] Hijo rehén cautivo y cautivado.
[3] E Grinspon
[4] R Roussillon
[5] E Grinspon