Eduardo A Grinspon
Secuencia en mi posición preoníricaen sesión que antecede a este desarrollo.
- Desde una posición implicativa en sesión frente a situaciones de un profundo colapso de mi paciente, presencia de un desvalimiento en el que “ya” prima el silencio, la retracción y la desesperanza, resistiendo (endurance) a la posibilidad de mi desesperanza, en una sesión de pareja advino el interrogante e intervención pertinente acerca de ¿fue chiquita alguna vez? Esto llevo a esta hermana melliza a “continuar diciendo” acerca de su “no lugar” frente al espacio que ocupó su hermana “siempre” enferma desde su nacimiento. Enuncio “continua diciendo” por la continuidad de su tono respecto al tono de mi intervención. Situación específica que he notado y referidas a mis intervenciones luego de la apertura del circuito co-alucinatorio intrasesion.
- A posteriori, ante mi atrapamiento frente a la reedición de estados de profunda desesperanza de mi paciente, de un modo homologo a las escenas que surgen a partir de mi pensamiento en escenas, advino una reflexión intrasesión, pero, nuestros pacientes no nacen ni comienzan con el trauma ya que todo trauma es un trauma para “alguien ya vivo”.
- Ante un escollo clínico similar e insistiendo en mí el resto “alguien para alguien”, al sustraerme en sesión de la desesperanza (desespoir) pude imaginar-pensar a “mi paciente” y recuperando una posición “en espoir” advino, “si tiene ombligo y habla algo recibió”. Este fue un punto de inflexión en el que “me encontré” aportando el interrogante ¿usted tiene ombligo?
La presencia “en mí del significante ombligo” inauguró la posibilidad de intervenciones que me posibilitaron co-generar en nuestro espacio inter-subjetivo transferencial, diversas escenas en las que intentamos acceder junto con mi paciente a su marca de resistencia primaria singular, base de su solución de sobrevida psíquica. Esto me llevó a diferentes intervenciones intentando co-construir y dar figurabilidad a marcas de su experiencia de nacimiento, expresión de una escena primaria gestante y fundante para todo ser vivo.
¿Es posible que esta experiencia quede resignificada al modo de convicción constituyendo una marca identitaria sostenida a partir de experiencias de sufrimiento claramente “nombrables” en las cuales el sufrimiento se tornó organizador de un apego al negativo del objeto alguna vez alucinado y fallido? A partir de procesos recorridos con pacientes y familias en las que primaban soluciones narcisistas de sobrevida psíquica y su derivación identitaria, este interrogante y presunción clínico conceptual no cesaba de insistir en mí.
Un ejemplo introductorio de intervención en sesión familiar.
En una sesión de familia una hija adoptiva (22 años), luego de diversos y serios pasajes por el acto frente a la fecha de su cumpleaños, puede enunciar y sostener su enojo por haber sido abandonada por su madre biológica. Un momento puntual en el que sinérgicamente emerge en su madre adoptante un claro gesto de malestar que podía lleva a las conocidas escenas de co-excitación fusional entre ambas. Implicarme en esa tensa escena intersubjetiva transferencial posibilitó sustraerme de lo ya conocido y dirigiéndome a la hija enunciar que su madre biológica decidió no abortarla, de algún modo la deseó viva y luego de algunos meses posteriores a su nacimiento la entregó en adopción. Continúe explicitando, ahora dirigiéndome a su madre, que sus padres adoptantes ante su dificultad de concebir un hijo mantuvieron innegociable el lugar del “hijo deseado”. Esto posibilitó el encuentro y nacimiento “familiar” de esta hija para esta pareja parental adoptante, quienes continuando con el medio maternante necesario, posibilitaron a esta hija tanto ser quien hoy era así como sostener sus interrogantes en sesión.
Desde mi posición en sesión esta enunciación sostiene en cada hijo la diferencia entre su madre genitora de la función maternante. J Andre se interroga ¿“un afecto no constituido puede nacer de la experiencia transferencial”? , agregando que la diferencia entre analistas y obstetras no es tan clara, un planteo con el que mi experiencia clínica me lleva a estar totalmente de acuerdo.
Ombligo marca de una experiencia subjetivable.
Enunciamos al ombligo como “el ombligo de alguien singular”, una marca corporal “nombrable” para todo ser nacido y vivo que implica a su vez una “experiencia incuestionable alguna vez vivida”. Esta marca es un vestigio del vínculo con su genitora quien cumplió su función gestante y fundante de ese ser vivo. En todo hijo que “tiene ombligo y habla”, esta marca refiere a lo más arcaico y vital de esa relación junto a sus múltiples avatares. Esta enunciación al ser pensada desde el hijo, nos enfrentó con interrogantes y diferencias en esta necesaria función maternante para cada “hijo” frente a su desvalimiento inaugural. Es el destino de los avatares antes mencionados con lo que nos enfrentamos en nuestra clínica frente al sufrimiento narcisista identitario extremo.
En cada hijo el corte del cordón realizado por un “tercero” fue su primera separación e interrupción de su continuidad humoral en el camino” de acceso a su autonomía somato psíquica. Se inaugura su acceso a la posibilidad de respirar y luego en su dependencia inevitable con el medio (environement) se accede a la termo regulación y alimentación. Esta experiencia relacional fundamental generó la inscripción de significantes de demarcación para ese hijo, a partir de lo cual esta marca corporal sostiene “una huella (trace)” abierta a la “relación de lo no reconocido” en su diferencia con la “relación de l´inconnu” o de desconocido. Lo no reconocido como lo deja planteado G Rosolato es de algún modo conocible o deducible de otros significantes en la sustitución posible. Esta diferencia al ser pensada desde una posición implicativa dentro de nuestra intersubjetividad transferencial, nos llevó a plantearlo como lo aun no reconocido.
Pensamos que en un hijo esta marca sintetiza y evoca sus diferentes búsquedas del objeto (otro sujeto y su pulsión), en cuanto “objeto de o para su pulsión”. Búsquedas con su consecuente apertura alucinatoria y las marcas generadas acorde a la respuesta registrada. Experiencia vivida por nuestros pacientes en quienes el trabajo del afecto sostuvo el circuito en el que se articularon los significantes enigmáticos enunciados por J Laplanche con los de demarcación descriptos por G Rosolato. Es necesario aclarar que nos referimos tanto a las marcas generadas a partir de la presencia trófica de este objeto y el acceso a la experiencia de satisfacción, como a aquellas dadas por las fallas en su presencia. Estas últimas restan como trazas cuantitativas enunciadas como perceptivas. En estas al ser “la sombra del objeto la que fue incorporada”, se inaugura la ´posibilidad de constituirse un apego al negativo del objeto como recurso de sobrevida psíquica y la consecuente presencia en “lo actual” de “incorporats”. Estos incorporats evidencian la capacidad de resistencia primaria de nuestros pacientes como base estructural en el acceso a su solución narcisista de sobrevida psíquica. Al pensarlos como una presencia “en lo actual” de restos de alguien para alguien, un destino posible de estas incorporaciones es acceder al trabajo de representancia logrado a partir de la transferencia por retorno de estos restos en sesión. Partiendo del concepto que el par pulsión-objeto se considera indisoluble, nuestra posición clínica se implica en el circuito inter pulsional entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo. En este punto lo planteado como lo no reconocido pasa a ser lo aun no reconocido en nuestra intersubjetividad transferencial. Lo desconocido por impensable es la matriz negativa que subyace en nuestra reverie articulada con las búsquedas en las que el sufrimiento de nuestros pacientes se torna en sesión, gritos mensajeros para alguien disponible.
Pensamos al ombligo como marca de una experiencia vital y un saber corporal con la posibilidad de un conocimiento aun no re-conocido. Estamos refiriendo a partir de la separación original a una experiencia de vacío en búsqueda del objeto de perspectiva y solución narcisista lograda. El ombligo, una marca corporal en ausencia de función, sostiene la posibilidad de una representación fantasmatica para alguien y disponible para la “puesta en juego” del trabajo del resto dado en el circuito desde lo desconocido hacia lo aun no reconocido.
¿Qué es lo necesario para esta puesta en juego?
Para acceder a esta posibilidad en nuestros pacientes, es necesario relanzar el trabajo de representancia o de simbolización previo a toda representación. Una situación estructuralmente homologa a la que en la dimensión de lo primario, la falla en la presencia del objeto condujo a su incorporat. Estamos enunciando la posibilidad del retorno de los restos de este incorporat, para lo cual es necesario relanzar desde la intersubjetividad posible, la búsqueda alucinatoria de lo aun no re-conocido. Esta búsqueda que desde nuestros pacientes no cesan en su insistencia, se plasma a partir de la apertura co-alucinatoria dada por la presencia de un objeto otro sujeto y su pulsión.
¿Quién? ¿Nosotros en sesión frente a la presencia de la desesperanza? ¿Situaciones de riesgo de vida en nuestros pacientes?
Esta cicatriz es un orificio obturado que reenvía directamente a una madre genitora, enunciado por G Rosolato como “fente”, hendidura o grieta, “los labios de un orificio que expresa la discontinuidad hacia un interior continente y a un exterior “abismal”. Un límite y una cubierta (couvercle).
Al enunciar la escena primaria (u originaria) gestante y fundante, intento continuar la reflexión de A Green al enunciar “no podemos seguir pensando en jerarquizar padre “o madre, sino pensar en la pareja y su evolución hacia el padre (del hijo). Una relación de tres, la madre originaria de inicio, luego, ¿qué es el padre para esa madre? Una relación de dos con un tercero en latencia, “a trois”, el padre sale de su latencia hacia un verdadera triangulación”. Debemos pensar todo esto en sus diferencias entre las posiciones familiares para cada uno de nuestros pacientes.
¿Es posible en situaciones de gran desvalimiento que alguien apele a esta marca en búsqueda de alguna sensación necesaria como un punto de fijación ante la tendencia desobjetalizante en desesperanza? Refiero a una búsqueda desde nuestros pacientes o desde nosotros como personas implicados en nuestra intersubjetividad transferencial.
Ejemplos que relanzaron este interrogante
Guy Rosolato despliega el ejemplo de una paciente que en momentos de repliegue en su infancia, se chupaba el pulgar con una mano y con la otra iba debajo de su ropa y se acariciaba el ombligo, logrando un sentimiento muy vivo de omnipotencia. Esta paciente refería a una madre psíquicamente ausente. Este ejemplo abrió el interrogante acerca de su diferencia con una paciente mía que en la actualidad padece artritis reumatoidea auto inmune, quien de chiquita sola en su casa frente a una madre desinvistiente y un padre no conocido, se cubría con la sabana y para dormirse se arrancaba las pestañas necesitando la experiencia de su dolor para dormirse. Un equivalente de experiencia intrauterina accediendo a un apego al dolor como marca del apego al negativo del objeto como estrategia de sobrevida psíquica.
Otra paciente relata que a los pocos meses que muere su mama, comienza con mucha angustia, “no era extrañarla ya que no la veía seguido, pero me angustiaba mucho darme cuenta que nunca más la iba a volver a ver ni escuchar su voz”. ¿Presencia de la negatividad necesaria en búsqueda de la representación de la falta? Continua mi paciente “registro su muerte y comienzo con crisis de llanto, en las que se me tornaba imposible parar de llorar y tranquilizarme. Una noche acostada en mi cama, sin darme cuenta me toco el ombligo y automáticamente me doy cuenta de que mi ombligo era la marca en mi cuerpo de que estuve unida a ella. Me invadió una sensación de tranquilidad y me calmé en ese mismo momento, me alivió el dolor, dejé de llorar y tocándome mi ombligo pensé ¿Cómo nunca lo pensé o como no me di cuenta antes? El hecho de pensar que tengo una cicatriz “de por vida” que representa la unión con mi mama me daba tranquilidad. Luego me quedo dormida y al día siguiente al despertarme siento una molestia en el ombligo y lo tenía lastimado, supuse que dormida me lastime. A los pocos días “se me hicieron cascaritas” que luego se fueron. A partir de ahí empecé a utilizarlo como herramienta para los días difíciles.
Siempre tuve sensibilidad en el ombligo, no tolero que alguien me toque el abdomen por miedo a que me lastimen el ombligo. Incluso si alguien acercaba la mano a mi panza me encorvaba para protegerme. A los 16 años me hice un piercing en el ombligo, requería de mucho cuidado para que no se infecte. “No lo cuide como debía” creyendo que no iba a pasar nada y se infectó. Luego de curar esta infección, pudo cicatrizar y me saqué el piercing. En ese momento tenía doble marca, la del ombligo y la del arito ya que era una marca visible. Hoy a los 34 años, a 6 años de que murió mi mama sentí ganas de volver a hacerme el piercing, no sé si por el arito en si o para cuidármelo como correspondía. Así lo hice, cuidé la marca, cicatrizó más rápido de lo que se espera y hoy es parte mía”.