A posteriori de conceptualizar acerca de la necesidad de habilitar el hecho de “honrar el propio dolor padecido”, “me encontré con un tipo de intervención” en la que enuncio a una paciente:

“Usted no es el dolor que sufrió, usted es quien sufrió el dolor”.

Al mismo tiempo otra paciente, que afirmaba una posición paradojal y ambivalente en sus relaciones afectivas, refiere a su padre “afirmando y concluyendo”: “finalmente yo soy como él”.

En este caso intervengo diciéndole: 

“Usted no es como él. Usted es “quien sufrió su propio dolor frente al modo en el que “él funcionaba en su familia”.   

Otra paciente quien refiere de modo explicativo al efecto patógeno y desubjetivante padecido ante manipulaciones perversivas narcisistas de su madre, se mantiene “atemporalmente” sometida a un supuesto imperativo materno paradojal, en el que no hay lugar para su nacimiento como “otra mujer”. 

Sin haber podido apelar a una función paterna eficaz, a la cual describe como aquella “que brillaba por su ausencia”, posiciona a “su padre” como una persona funcional a las manipulaciones maternas distorsionantes del sentido de la realidad. Esta paciente no puede sostener situaciones de pareja y mantiene al mismo tiempo una dificultad en creer y confiar. En varias experiencias sus relaciones de pareja se arruinan abruptamente por maniobras de su partenaire aparentemente no previstas por ella.  

Ante su decir de un modo afirmativoyo estoy identificada con lo pasivo de mi padre”, registro que “mi paciente”, desde una posición explicativa queda acorralada o coagulada en su paradigma relacional vigente. Una posición “sin salida”, homologa a lo padecido en su registro histórico y se ofrece en este momento “a sí misma como agente responsable, frente a su analista en persona”. Este registro intersubjetivo transferencial me lleva a intervenir diciéndole: 

“corrámonos de la palabra identificación y pensemos que usted no es el dolor que padeció sino quien padeció el dolor”.

La paciente expresa un cierto asombro y se genera un silencio en el que yo recupero escenas que habitaban en mi memoria, en las cuales “mi paciente” era un testigo implicado frente a lo que sucedía en su medio familiar. A partir de este registro de analista en persona con memoria y en posición prospectiva (“en espoir”), intervengo aportando alguna de estas escenas en las que “ella, pequeña, quedaba impotente ante la pasividad de “su padre” frente a las afirmaciones y acciones enloquecedoras de “su madre”. Una referencia a la “posición de testigo homóloga a la que yo me encontraba en sesión”. 

A partir de mi aporte, la paciente lo continua y comienza a enunciar varias escenas, pudiendo ahora entre nosotros y en sesión, co-construir el efecto que tuvo en ella estar ubicada en el lugar de testigo impotente padeciendo sus experiencias de sufrimiento, vergüenza y desesperanza frente a las maniobras (manipulaciones) enloquecedoras de su madre. Con cierta autoafectación, continúa enunciando la pena por “su padre sumiso” en quien el dolor y el sacrificio fue un valor y estuvo siempre ubicado en la posición de objeto del sufrimiento generado por otro, y para quien la única salida posible fue morir.

Este tipo de intervención nos llevó al interrogante ¿Cuáles son aquellas situaciones intersubjetivo transferenciales dadas en cada analista en persona, que lleva a que entre las intervenciones posibles se haga presente nuestra referencia a la “dimensión del ser”?

Al sentirnos implicados en un movimiento anti proceso, una reedición destructiva, una regresión pulsional extintiva dada por la vigencia patógena de un “superantiyo incestual antiproceso” estas intervenciones en nombre de las pulsiones de vida, hacen referencia a una creatividad y “acto analítico inminente” que G Bayle enuncia de un modo metafórico como la tiranía de Eros.

Para que nuestras intervención como “persona del analista”, representando al “analista en persona de mi paciente”, sea eficaz, es necesario en primer lugar hacer presente al “sujeto del propio dolor”, para tener presente a quien hablarle.

¿Cuál es el transito intersubjetivo transferencial hasta acceder a este registro?

En estos procesos, este matiz se da en primer lugar en nosotros a partir de nuestra historia intersubjetivo transferencial dentro del proceso recorrido y desde esta posición intervenimos y hablamos. Es cualitativamente diferente “decir” en sesión, que hablarle a alguien subjetivamente presente. Este matiz necesario es el que posibilita la eficacia de nuestra presencia como una función objetalizante necesaria en el momento del retorno del resto aun no subjetivado. Momento puntual en sesión en el que adviene el dolor en su dimensión cuantitativa en búsqueda alucinatoria del otro necesario para acceder al matiz cualitativo y ser vivencia de dolor y sufrimiento de alguien “para alguien”.

En el transito clínico conceptual que intento desplegar, en un primer momento al escucharme decir “honrar el propio dolor padecido”, se hizo significativa mi afirmación acerca del “propio dolor”, la cual abre la posibilidad de “sufrir el dolor ajeno”. Esta posibilidad está presente en muchos de nuestros pacientes quienes solo encontraron su propia calma y un lugar “en y para alguien”, siendoen el paradigma relacional subyacente en “su historia familiar”, una función eficaz en aliviar, calmar o suprimir el dolor de alguno de sus padres ante sufrimientos instalados en un clima contextual de “sin salida” (impasse). Referimos a climas familiares  en los que dado un hecho traumático y a partir de la vigencia y eficacia de la transmisión traumática de lo traumático (retracciones sostenedoras de secretos encriptados, duelos no resueltos y otros), este adquirió el rango de “catástrofe generacional”. Explicito la dimensión de eficacia ya que para que esta se concrete, tienen que sostenerse vigentes en la alianza parental, un pacto narcisista sostenedor de complicidades. 

A posteriori de este registro, me encontré con este tipo de intervención que enuncia la “dimensión del ser” de nuestros pacientes y a las que denomino “contra afirmativas”, frente a la afirmación narcisista e identitaria sostenida por la posición de “mi paciente” en las escenas intersubjetivo transferenciales que nos implican. Estos ejemplos evidenciaron la posibilidad de un tipo de transferencia por retorno (en su diferencia a la transferencia por desplazamiento), que sostiene en el vínculo transferencial la “presencia de aquello clivado que pulsa desde el negativo en nuestros pacientes y que no cesa de insistir en búsqueda de  la objetalización necesaria para la apropiación subjetiva”.

Estas intervenciones enunciadas como afirmaciones “contra afirmativas” sostenidas por “su analista” en persona, pueden ser pensadas en respuesta a una petición que de algún modo registramos dentro de un movimiento de la re-petición resiliente que adviene y nos implica en su búsqueda alucinatoria.

Mi intervención es una afirmación, “yo afirmo algo respecto a la historia subjetiva de mi paciente”, es como si a partir de nuestra historia, yo supiera algo y haciendo uso de mi “saber”, le digo a alguien “dentro de nuestro vinculo”  “usted no es lo que sufrió, usted es quien sufrió”, o en otro paciente, “usted no es la miseria que lo avergonzó, usted es quien sintió la vergüenza”. Es decir intervengo mediante una posición intersubjetivo transferencial “contra-afirmativa”,  interpelando una “asociación de “mi paciente” del orden de lo explicativo», que lo encierra en su núcleo identitario fruto de su solución narcisista de sobrevida psíquica,.

De esta manera voy a la búsqueda del testigo intra-subjetivo del propio dolor vivido pero “aun no vivenciado o subjetivado”, en su camino a acceder en nuestro espacio (a deux) “entre dos”, al testimonio que le posibilite acceder a ser sujeto del sentimiento o de la vivencia del dolor.

La afirmación identitaria de mi paciente, en su dimensión explicativa en sesión, podría conducir a que el analista exprese un tipo de acuerdo convalidante (por medio de un gesto o decir “claro”). Tal afirmación resulta en una respuesta que coagularía un acuerdo transferencial patógeno acerca de algo respecto al ser de “mi paciente” y a la identificación con su sufrimiento en impasse, un sin salida homologo al que subyace en su solución narcisista identitaria. 

En estos pacientes, ante su afirmación en sesión equivalente a “yo soy”, este tipo de intervención de “su analista”, generó una vacilación, y al vacilar su discurso fijado a “ser” el objeto del sufrimiento generado por otro, emergieron diversos comentarios o asociaciones que nos enfrentaron, como ya lo hemos planteado, con lo aún desconocido de “nuestros pacientes”. 

Dado que estas “intervenciones, no estratégicas” tienen lugar dentro de un contexto de dialogo, es habitual que surjan comentarios “aparentemente conocidos pero aún desconocidos por el analista”.

Pensamos que “nuestras” intervenciones contra-afirmativas son respuesta a un tipo de “pedido-interrogante” de “mi paciente”, si no fuera de este modo no serían significativas “para alguien”. Posiblemente este acto analítico recupera dentro de “nuestra asimetría” en sesión, los interrogantes coagulados en su núcleo identitario producto de su solución narcisista de sobrevida psíquica.

 Habitualmente sus efectos se notan en un corrimiento del lugar desde donde “mi paciente” habla, varia el tono, vacila su paradigma relacional y cambia el efecto en mí. Desde ese momento, se abre la posibilidad de historizar, accediendo a la figurabilidad de diferentes escenas, que refieren a lo que enuncio como “lo aún desconocido de nuestros pacientes”.  

La “dimensión narcisista identitaria a nivel del ser” o lo vital identital, se establece como el eje que se da en estas situaciones desde el paciente o desde el registro del analista.  Referir a una marca identitaria implica no perder de vista que esta síntesis subjetiva posible de nuestros pacientes opera como “lo propio” o sostiene la dimensión de lo propio y nos permite pensar el paradigma relacional de base y los recursos singulares posibles con los que pudo sobrevivir psíquicamente en su sufrimiento narcisista en el tránsito a su constitución del yo sujeto. Cada ser vivo nace como puede, vive, sobrevive y muere a su manera.  

Freud  decía que la curación de un paciente depende de una disposición que hay en todos los seres vivos, la llamaba pulsión de sanar y que está relacionada con estas respuestas en sesión que nos asombran. Si la pulsión de sanar implica la posibilidad de un retorno a un estado anterior, nuestra posición aporta la objetalizacion necesaria para poner en marcha un sector de la pulsión de sanar que vaya a un estado alguna vez habido que permita la cicatrización y el re lanzamiento subjetivo.

La pulsión de sanar habitualmente opera silenciosamente para reparar problemas que han surgido en cualquiera de nosotros, pero hay otras veces dice Freud, que no alcanzan los recursos de cada uno y ahí es el momento en que interviene la posición del analista, para quien la pulsión de sanar es el principal aliado en su función.

Los recursos antes mencionados son los que están en la base de la pulsión de sanar como aliado fundamental del terapeuta, ya que cuando hablamos de los estancamientos de los procesos, referimos a la dificultad de acceder a una anaclisis suficiente para que la pulsión de sanar posible se ponga en juego.

En el momento de la constitución del yo sujeto, se dan equivalentes de interrogantes dirigidos al “objeto otro sujeto”, y a partir de su respuesta posible, se dieron las consecuencias traumáticas de este momento. Estas son la base de estas situaciones patológicas y patógenas, en las que nos encontramos con una afirmación que transforma al sufrimiento en un estado estable de su defensa en un estado exitoso fracasado. Una solución narcisista que sostiene una síntesis, sin posibilidad de vacilación e interrogantes.

La recuperación de estos por la subjetividad del analista, relanza la búsqueda objetalizante que nos posibilita abrir la dimensión del conflicto y que advenga el sujeto del “propio dolor padecido”, dándole un marco de enunciación en sesión y significativo para nuestros pacientes.   

A modo de conclusion: 

Estas soluciones narcisistas de sobrevida psíquica sostienen en estos pacientes, lo que hemos nombrado “su apellido otro”, el cual al ser enunciado por su analista en persona, nos posibilitaba co-construir entre los dos (analista y paciente) su marca identitaria mediante la cual esa `persona pudo sobrevivir a los abusos por exceso o por defecto. Pero en esta comunicación estamos desplegando otro matiz, en el que en lugar de co-construir juntos una “afirmación síntesis en la diferencia”, recupero desde mi malestar, mi memoria singular y desde una particular soledad en sesión, enuncio este tipo de intervención que contiene  interrogantes y abre diversas  dimensiones.

Al enunciar como persona del analista “Usted no es lo que sufrió, sino quien sufrió”, aludiendo a ser sujeto del propio dolor, implica la aceptación que alguna vez algo hubo, a partir de lo cual algún esbozo de sujeto puede estar en latencia en su solución narcisista. Dentro de las escenas fijas en las que los movimientos patógenos sostienen la posición de “objeto quejoso y sufriente” que garantiza la sobrevida como “único” ante un organizador tiránico, alterna un accionar acorde con un “yo culpable y deudor” o con un accionar destructivo sostenedor de un “yo soy el mal”, A partir de la posición de “su analista” de no dudar que algo hubo, podemos salir del desvalimiento sin salida y la fantasía de autoengendramiento, e ir a la búsqueda de los recursos y la objetalización alguna vez lograda.   

Ante esta especificidad clínica, como analistas en persona, nos encontramos “subjetivamente implicados” frente a estrategias de sobrevida psíquica, que refieren al singular modo de haber sobrevivido psíquicamente a las fallas en el modo de presencia del objeto “otro sujeto” y la terceridad necesaria. Es decir de algún modo se logró resistir a los climas abusivos, ya sea por exceso o por defecto,y acceder a una “solución narcisista” sostenedora del sentimiento de sí y del núcleo identitario posible. Éstas operan para cada uno como su marca identitaria. Es decir los agentes de estas soluciones, tienen una singularidad subjetiva, producto del modo de haber resistido (endurance singular) frente a su necesario llegar a ser alguien para alguien.

Referir a una marca identitaria implica no perder de vista que esta síntesis subjetiva posible de nuestros pacientes opera como “lo propio” o sostiene la dimensión de lo propio y nos permite pensar el paradigma relacional de base y  recursos singulares posibles con los que pudo resistir en su sufrimiento narcisista y sobrevivir psíquicamente hasta la constitución del yo sujeto. Cada ser vivo nace como puede, vive, sobrevive y muere a su manera.