Un modo singular de acceder a los interrogantes que conducen a la investigación clínico conceptual.

 *Eduardo Alberto Grinspon

 

Fragmento introductorio en el artículo “Del apego al negativo a la perversión afectiva nostálgica. Perspectiva clínica pensada desde la subjetividad transferencial del analista[1].

 

Esbozaré en esta introducción el camino mediante el cual me aproximé desde mi accionar clínico a una patología particular que Christian David denominó perversión afectiva nostálgica. De acuerdo a la perspectiva clínica de la que partamos  existen distintas formas de presentar un paciente, en la elegida para esta comunicación el énfasis no estará puesto en las características del paciente sino en delinear la historia del “entre dos” intersubjetivo que es la “intersubjetividad transferencial[2].

Cuando presento a “mi paciente” estoy presentando a aquel que habita en mis registros subjetivos y la historia que relato es aquella construida a partir de los registros que se han hecho subjetivamente significantes dentro del proceso terapéutico constituyendo “nuestro” archivo de escenas o tesoro del significante intersubjetivo transferencial.  Esta es la razón por la que sólo voy a nombrar a “mi paciente” sin tener que fabricarle un falso nombre propio.

El devenir de un proceso terapéutico se da a través de la interacción o resonancia inter-imaginaria en un “entre dos” intersubjetivo, mediante la cual se van  esculpiendo construcciones intrapsíquicas e intrasubjetivas que configuran dentro de mi trama o espesor imaginario esos archivos a los cuales refiero al intentar pensar a mi paciente y desplegar un efecto historizante o mitopoietico.

La enunciación de un paciente la puedo registrar como una referencia a “lo actual”, a “lo histórico”, incluida la dimensión trans–intergeneracional, o a “lo transferencial”. En la medida que pueda transitar libremente entre estos tres niveles, articulando imágenes de mi propia historia personal, mi capacidad de reverie está funcionando y adquieren figurabilidad escenas desde las cuales “me encuentro” subjetivamente implicado y puedo intervenir.

Con el paciente que voy a presentar hubo varias situaciones en las que este camino se interrumpía, apareciendo en mí un tipo de tensión somatopsíquica u otros registros subjetivos tóxicos de malestar.

Este malestar emergía al encontrarme sin recursos frente a mi paciente, quien se direccionaba hacia un camino ya previsible por mí. Sabiendo por el tono de voz lo que iba a decir, era un devenir anticipable e imposible de variar que nos dejaba a ambos en un callejón sin salida. La complementariedad interimaginaria dejaba de funcionar y en una particular sensación de soledad registraba lo que inevitablemente iba a desarrollarse en una re-edición hacia un más de lo mismo (cualitativamente diferente a la repetición hacia lo diferente). Mi sensación de malestar e incomodidad, testimonio de lo que enuncio como un escollo clínico para cada analista en persona, cedía en el momento en el que al poder imaginar escenas diferentes a los estereotipos a los que me sentía convocado, recuperaba mi capacidad de reverie, y la complementariedad interfantasmática volvía a circular relanzando la cogeneratividad asociativa y el proceso terapéutico.

La perspectiva que me interesa rescatar es aquella por la cual a partir de esos “impasses relacionales y mi malestar consecuente”, pude ir descubriendo diferentes panoramas clínicos. Una posibilidad de repensar un proceso terapéutico fue a partir de los registros clínicos emergentes de la intersubjetividad transferencial, plasmados en el modo como “me  he descubierto nombrando ante mí mismo”, la situación de mi paciente en cada uno de  esos momentos. Los momentos de estancamiento en el proceso terapéutico dejaban latentes en mí interrogantes que promovían distintas derivaciones, ya sea un diálogo con colegas en grupos de intervision en nuestro Foro de articulación clínico conceptual[3] o encontrarme “casualmente” con el vivenciar clínico subjetivo de otros analistas describiendo climas subjetivo transferenciales homólogos a los que yo estaba vivenciando. En los últimos años ha habido una cantidad de categorías clínicas que  han adquirido un status diagnóstico desde la subjetividad transferencial del analista, y habilitaron la circulación de una serie de neoconceptos[4] sumamente esclarecedores que intentan dar cuenta de estos descubrimientos.

Con el paciente al que refiero me encontré hace varios años enunciando su “empecinamiento adictivo a un útero transformado en mortífero”, junto a otros momentos en los que me encontré diciendo un “empecinamiento adictivo a extraer ternura de un cubito de hielo”.

Si afirmo “ante mí mismo” un empecinamiento, estoy refiriendo a una característica de la relación sostenida por un tipo de motricidad e imagino a mi paciente en oposición a algo que creo que podría ser mejor para él. Desde esta referencia intersubjetiva quedaba planteado un espacio de tozudez, de necedad, y un modo de organización de los argumentos tanto en mi paciente como en mi insistencia. En esos momentos aparecían en mí: fastidio, asombro, impotencia,  encontrándome luchando contra sectores rígidos del paciente y monótonamente repitiendo de diversos modos un más de lo mismo con un grado creciente de irritación y sentimiento de insuficiencia. Pensar desde mi singularidad las metáforas y significantes que utilizo en cada construcción y “transformar la afirmación en interrogante” es el camino que me llevó a arribar a un status diagnóstico. Es diferente la posibilidad de un proceso terapéutico si ante un avatar “contratransferencial”, (que prefiero pensarlo como intersubjetivo transferencial), registrado desde mi malestar, reduzco lo que está sucediendo a lo conocido, o si  a partir de mis registros subjetivos puedo imaginar, por las diferencias en los matices que encuentro, estar frente a “una categoría clínica desconocida por mí” hasta ese momento.

Se daba en ese momento del tratamiento un circuito de empecinamiento recíproco y en el cual  a pesar de mi malestar y enojo, al escucharme decir “empecinado” me rescataba. Esto corresponde a uno de los distintos alertas egodistónicos que acompañan mi accionar analítico en sesión, por ej.: “si me escucho, me callo; si me registro insistiendo, me callo, etc.”. La sensación de soledad y vacío que emergía al correrme de la escena del empecinamiento recíproco me hacía pensar en la falta de un recurso imaginario – simbólico. Hay una imagen faltante que “insiste en mi desde mi inconsciente” y un proceso que intentaré delinear, mediante el cual arribo al encuentro con un concepto que permite finalmente reubicarme en la situación transferencial. Me siento orientado cuando  esta imagen se torna figurable, queda ensamblada con una intelección o un concepto y lo que hasta ese momento era “un registro clínico subjetivo transferencial”  adquiere palabras dándome un sostén conceptual. Recupero una terceridad que se evidencia por la aparición de aquellos interlocutores internos con los cuales “casualmente” me pude encontrar y un enriquecimiento de mi archivo de escenas a partir de lo cual vuelve a circular el tránsito de la complementariedad interimaginaria.

Los registros clínicos que voy a describir hay que pensarlos dentro del contexto de descubrimientos desde la intersubjetividad transferencial. Una dificultad que se me presenta en la comunicación de los materiales clínicos, es cuando al intentar compartir registros clínicos emergentes de la subjetividad transferencial, estos son reducidos prematuramente a “una conclusión” metapsicológica referida a lo ya conocido, lo que opera como interferencia y conlleva a  la pérdida de sutilezas y matices. Refiero al término conclusión pensando en los tiempos lógicos ya que respetando este tipo de temporalidad: “el momento de ver” correspondería al contexto de descubrimiento, en el  registro desde mi malestar del escollo clínico;  “al momento de comprender” y aquel en el que logro convalidar este registro singular frente a pares al “momento de concluir”. Este último momento se da ya apelando al contexto de justificación, al conectarme con el modo como otros analistas describen situaciones homólogas ¿un acceso al otro sujeto y su pulsión necesario para el trabajo de figurabilidad? El encontrarme “casualmente” con un otro que describe un vivenciar homólogo a mi sentir, permite recuperar una línea identificatoria que finalmente articulado a un concepto se torna “terceridad”.

Este tránsito, que parte de inicio con un malestar o inquietud, se torna finalmente en alivio primero y luego en bienestar al encontrar la escena que se torna creíble para mí y sostenible en nuestro espacio terapéutico, apareciendo el recurso imaginario – simbólico que permite que aquello registrado desde un real corporal adquiera un espacio psíquico en el “entre dos” intersubjetivo transferencial.

La secuencia sería: malestar – soledad – falta de recurso imaginario – endurance singular—sustraerme del magma trans subjetivo– resistencia en el “tempo” necesario hasta apelar a “mi otro posible”–acceso al trabajo del negativo– figurabilidad y subjetivación – concepto – terceridad.

Poder transitar esta secuencia implica no quedar sometido a un superyó analítico, reduccionista y explicativo, a una función paterna banalizante que reduce lo emergente a lo ya conocido. Sostener el malestar y el conflicto4, buscar los matices, las diferencias y la especificidad, es respetar lo singular de un paciente que en muchos de los casos que estamos encarando “son sobrevivientes” que muestran en el vínculo terapéutico los recursos o dispositivos mediante los cuales han sobrevivido a distintos tipos de desvalimiento y su sufrimiento narcisista con su frecuente derivación identitaria.


NOTAS

[1]Modificación actual del trabajo publicado en la revista “Actualidad Psicológica”, año XXVIII, nº 312. Septiembre 2003. Buenos Aires, Argentina.

[2]Eduardo Grinspon 2015

[3]Perteneciente a Laboratorio en UCES,

[4] E Grinspon, A Eiguer