Nuestra memoria y la posición activa consecuente, posibilita una transformación pasivo activa terapéutica a partir de la persona del analista.
Aceptar lo desconocido de nuestros pacientes, es no olvidar ni banalizar nuestra memoria de un modo reduccionista. Son momentos en los que un espacio de inter-visión con colegas es muy útil, ya que nos posibilita en un clima confiable, plantear nuestros asombros, confusiones, y ser escuchado “en una situación en la que siendo la misma persona, estoy en un momento posterior”.
Pienso que nuestra presencia subjetiva en su dimensión benevolente y disponible, posibilita a nuestros pacientes, quienes para transitar la sobrevida psíquica, han tenido que soportar experiencias inaceptables hoy dentro de los mecanismos de vida psíquica, conectarse con los restos de estas experiencias que no cesan de insistir.Refiero a todas las experiencias que fue necesario vivenciar para sobrevivir y llegar en el momento actual a ser quien cada uno es. Diferenciamos la lógica de la sobrevida psíquica en la que primó el anonimato el alivio y la calma, de aquella lógica propia a la vida psíquica en la que la experiencia de satisfacción, el acceso al principio de placer y a una terceridad eficaz fue posible.
En la especificidad de nuestra posición clínica ante este escollo clínico, nuestra memoria responde a un tipo de escucha que sostiene un modo singular y activo de dar lugar en nuestro espacio a la dimensión cuantitativa del dolor de alguien, “mi paciente” y su nacimiento subjetivo posible a ser sujeto de su propio dolor en su dimensión cualitativa. Aclaro “mi” paciente porque esta búsqueda se da dentro de un tipo particular de intersubjetidad transferencial[1] sostenedora de la objetalizacion necesaria para el nacimiento subjetivo de “alguien para alguien”, en primera instancia para “mi-nuestro analista de pareja”. En estas situaciones clínicas, es a nosotros a quienes nos corresponde sostener la dimensión plural[2], diferente a aquella lógica abusiva sostenida en el “accionar a costa del otro”. Poder mantenernos subjetivamente vivos, a partir de nuestra (“endurance”) resistencia singular, posibilita el pasaje del estado exitoso fracasado del equilibrio interdefensivo a fracasado en búsqueda de la diferencia. Recuperar la dimensión del “sujeto del propio dolor” y salir de la posición quejosa y pasiva del objeto del dolor causado por el movimiento de un otro ubicado como agente del propio sufrimiento, posibilita que advengan estas referencias en nuestro espacio.
En estas configuraciones vinculares, a partir de nuestra presencia implicativa objetalizante, se da un trabajo de subjetivación historizante en el que lo que varía son “nuestros pacientes” y es nuestra memoria la que “debe mantener esta variación”. La posibilidad de que vacile la sintomatología del equilibrio interdefensivo imperante es casi nula. Al primar estrategias de sobrevida psíquica, la variación es lenta y progresiva y en lo manifiesto se van a mantener en la misma posición dentro de sus personajes. Fue en nuestro espacio terapéutico, en el que se dio la vacilación posible y es a partir de nuestra posición, que se va a poder cumplir un imperativo que prima en nosotros como analistas, cuyo enunciado es “el efecto trófico de nuestra tarea es centrifugo, es decir desde el interior de nuestro espacio hacia el exterior, su medio familiar y social”.
NOTAS
[1] Subjetividad transferencial que nos implica como analistas en persona, en el neogrupo que constituimos.
[2] En la que el todo es más que la suma de las partes”,