*Eduardo Grinspon – Liliana Alvarez Melero – Beatriz Burstein
1) Introducción
El presente artículo es el resultado de un proceso de investigación consistente en tomar coyunturas o hechos clínicos delineados a partir de detectar un funcionamiento coincidente en varios pacientes. Buscamos definir esas coyunturas clínicas, pensarlas desde la metapsicología, y evaluar las problemáticas teórico-clínicas que nos plantean para que se pueda sostener el proceso analítico.
Consideramos que al hablar de un paciente, nos referimos a la relación de cada analista con su paciente y del registro, desde su propia subjetividad, de alguna huella de lo no subjetivado por ese paciente. Es por esto último que pensamos en la importancia de generar grupos de discusión clínico-teórico que posibiliten un espacio de suficiente libertad y confianza (¿recuperando las posibilidades transicionales?) para compartir y dar figurabilidad a aquellas escenas que evidencian el genuino vínculo que cada uno de nosotros tiene con su paciente en un momento dado.
No partimos de la metapsicología para ir a la clínica, seguimos el camino inverso:
- Esbozamos el elemento clínico;
- Intentamos describir la problemática transferencial, dando lugar a lo que desde nuestro malestar puede revelar algo de la dificultad de ciertos pacientes en sostener una continuidad narcisista, lo cual lleva a un permanente ataque del equilibrio en el proceso terapéutico.
Estas situaciones quedan en evidencia sobre todo en lo que últimamente se ha llamado patologías narcisistas, pacientes borderline, casos difíciles, estados límites, y queremos agregar el modo en que René Roussillon define a estos pacientes dentro de una clínica de estados límites de la subjetividad y de la subjetivación en la patología del sufrimiento identitario narcisista. Una de las posibilidades de estos pacientes es que sostengan un apego al negativo, lo que se evidencia en un tipo de transferencia paradojal (D. Anzieu – R. Roussillon)1.
Vamos a apelar a una cantidad de autores con quienes compartimos lo que decidimos llamar subjetividades clínicas, y es el modo en que cada uno de nosotros interpela la teoría como terceridad necesaria en la soledad que sentimos frente a ciertos hechos clínicos.
Describiremos un tipo de coyuntura clínica sobre el que venimos investigando en el último tiempo. Para definirlo podemos seguir 3 ejes:
- Su inserción social articulada de un modo unívoco a su vínculo laboral.
- Un espacio familiar donde se evidencia un tipo de vínculo de pareja que da cuenta de un empecinamiento masoquista (solución masoquista – R. Roussillon)2, sosteniendo una relación fetichista al negativo del objeto.
- Emergencia de lo nuevo, dentro de espacios de cierta marginalidad a partir de lo que hemos llamado experiencia corporal significable.
1.1) Su inserción social articulada de un modo unívoco a su vínculo laboral.
Dentro de la casuística hemos notado estos hechos clínicos en aquellos sujetos que trabajan en corporaciones del mundo globalizado. Exitosos en su actividad, ejercen el poder de la toma de decisiones en sus medios laborales, son los triunfadores de la guerra económica que nos plantean permanentemente el estado de guerra de sus economías libidinales.
Dice Gerard Pirlot, (Revue Francaise de Psychosomatique, nº15, 1999)3: “Existen hoy neurosis traumáticas de la guerra económica, donde el traumatismo repetido, imprevisible o explosivo, pero siempre incesante, influye sobre las estructuras psíquicas de nuestros pacientes. Se constata igualmente la pregnancia cada vez más fuerte en el mundo social y en el de las empresas de un estado de espíritu donde las performances financieras, operatorias y/o viriles son demandas en detrimento de otros valores y al mismo tiempo sin existir alguna certeza sobre el futuro.”
Como característica histórica, hemos notado en estos pacientes, la coincidencia de haber atravesado en algún período de su vida momentos de inferioridad o disminución (sentimiento de futilidad), superados a costa del esfuerzo y la eficacia, lo que hace que permanentemente podamos percibir las dos caras de una misma situación.
La estructura corporativa la entendemos como una madre perversa que desde la seducción narcisista (P. C. Racamier)4 sostiene de un modo no verbal, el imperativo: “vas a disponer de más de lo que necesitás a cambio de sectores de tu subjetividad”.
Estos contratos, como seguramente pasa en la seducción narcisista materna, no son full time sino full life. Dentro de este marco todo lo necesario para su medio familiar pasa a ser garantizado por la compañía (escolaridad, servicio médico, auto, disponibilidad económica, etc.) Comprobamos la existencia de un espacio marginal que funciona como parte estructural, donde emerge una veta perversa que en general pasa por el alcohol, la droga, los manejos financieros y las prostitutas.
Todo esto nos plantea permanentemente problemas técnicos: A) es muy difícil pactar horarios con estos pacientes ya que al viajar permanentemente no hay registro de lo propio incluso respecto a su domicilio; B) nos replanteamos ante cada caso en particular el cobro de sesiones, para que la sesión y el espacio analítico no sean reducidos a un número que banalizaría el vínculo transferencial; C) son pacientes que sostienen una transferencia paradojal.
1.2) Espacio familiar como escenario de la eficacia de una solución masoquista
En estos pacientes existe una escisión o clivaje de la subjetividad, lo que implica la posibilidad del sostenimiento de dos posiciones subjetivas funcionando en paralelo.
Seguramente esta posibilidad de lograr escenarios en los cuales se puedan sostener este tipo de escisión fue el modo de sobrevivir. Las dos posiciones subjetivas que se producen en un momento de la vida de estos pacientes son: 1) la que articula lo social, laboral y familiar; y 2) el espacio marginal en el cual podría darse la recuperación de algún sector escindido de su subjetividad, si no quedó expulsado mediante la descarga desubjetivante.
El motivo de consulta habitual es la presencia de un conflicto emergente ante la caída de la eficacia de su defensa. Su relación de pareja la podemos delinear como sostenida desde una posición subjetiva, mediante la cual se funda un lugar acreedor, demandante, reclamante, donde impera la queja y el reproche que sostiene permanentemente a un otro articulado y no articulable que opera como deudor.
Si bien por momentos la escena se invierte y lo que se relata es la queja de ese otro respecto a la ausencia de nuestro paciente, esto habitualmente es usado: A) para sostener la idea de injusticia de ese reclamo por todo lo que logra en términos económicos y en el mantenimiento de este tipo de vida; B) para dar sustento a un tipo de culpabilidad, que luego explicaremos, por ciertas transgresiones dadas en ese espacio de vida marginal. La relación está centrada en poder pedir desde el reclamo, aquello que el otro no puede dar “quedándome ligado desde mi sufrimiento y siendo mi dolor el testimonio de tu ausencia”. Son pacientes que al no poder procesar de un modo intrapsíquico e interinstancias el conflicto, necesitan que éste se juegue permanentemente en una intersubjetividad, tendiendo al acto desubjetivante en un momento de acelere o euforia química (predominancia de la descarga en la tendencia entrópica de la pulsión). Este tipo de relación de pareja lo enunciamos como solución masoquista por medio de una relación fetichista al negativo del objeto.
Elegimos el término negativo del objeto tomando un texto de André Green5 en el cual, mencionando a D. W. Winnicott, se refiere a que “la falta de cierta respuesta de la madre en los momentos primarios conduce a un estado en el cual lo negativo es real. La marca de estas experiencias sería tal que se extendería a toda la estructura y devendría independiente de las apariciones y desapariciones futuras del objeto; lo que significa que la presencia del objeto no modificaría el modelo negativo, devenido la característica de las experiencias vividas por el sujeto. Lo negativo se impone como una relación objetal organizada, independiente de la presencia o ausencia del objeto.” Sobre este comentario de André Green, Jean Michel Porte6 plantea que esta solución negativista tendería finalmente a hacer salir tanto al objeto de su ausencia como al yo de su nadificación, sustituyendo al fracaso de la satisfacción alucinatoria del deseo que hubiera tenido que ser encuadrante del objeto por una persistencia dolorosa, dando lugar en su presentificación a un más allá de toda cualidad masoquista.
Si en un ser vivo se da un momento inaugural de no investimiento, esa situación tiene dos posibilidades: 1) no resiste, y muere ya que la pulsión fue a la descarga en un circuito corto implicando la muerte de la pulsión; 2) pudo resistir logrando un tipo de intrincación pulsional. El modo singular que cada uno resistió queda plasmado en un núcleo masóquico primario (B. Rosemberg)7 en el cual también quedan marcas presubjetivas de lo que podemos enunciar como dolor sin conciencia, previo a la vivencia de dolor y dentro de un más acá del masoquismo.
Los rasgos caracteropáticos de estos pacientes los pensamos como lo más propio en su patrimonio subjetivo ya que es el modo como cada uno ha podido sobrevivir. La relación fetichista al negativo del objeto se da dentro de una escena necesaria para mantener viva la posibilidad de que haya un otro con quien poder sostener de un modo activo, la escena de la queja y el reproche. Decimos de un modo activo porque suponemos que esta escena de pareja opera como solución masoquista que defiende al paciente del retorno de vivencias de agonía presubjetivas y atópicas.
Nos fue muy útil la idea de René Roussillon8 de que existe un “retorno a” para evitar el “retorno de”. Es decir “el retorno a” indica el modo activo, transformación pasivo – activa, de retornar a la escena traumática (como traumatismo primario arcaico o precoz) para evitar el “retorno de” la misma escena padecida de un modo pasivo. Este modo de entender la escena es fundamental para definir la posición transferencial que tomamos. Pues debemos entender que por más intenso que parezca el dolor desde el síntoma, esto está dado dentro de una escena, hacia un otro, por medio de manipulaciones y tendencia al acto, lo cual podemos decir es un “dolor en esperanza” (en espoir), mientras que el otro dolor de cuyo retorno el paciente se defiende por ser un dolor que proviene de la marca de agonía, es un “dolor en desesperanza” (en desespoir).
Cuando el paciente se queja ante nosotros de su esposa, operamos como ese otro que da testimonio al sostenimiento de su queja, de su reproche, de su excusa que siempre son recursos yoicos. Nos habla de cómo en un otro no hay un registro de él como persona diferente en su singularidad, pero tener un cónyuge con quien poder mantener una queja y un dolor permanente y a quien reprochar teniéndola presente, es una escena necesaria que mantiene vivo el testimonio de un dolor que es el único registro del objeto alguna vez no habido.
Pero entendamos bien, la eficacia de esta solución masoquista es que sigue manteniendo clivado el sector presubjetivo, donde se sostiene la marca de la agonía. A los vasallajes del yo habitualmente enunciados, el ello, el superyó y la realidad, debemos agregar un cuarto vasallaje: el retorno de lo no subjetivado (R. Roussillon)9. Es decir que suponemos que lo aún no subjetivado retorna de algún modo y por no poder tener soporte representacional, corresponde a lo aún no representado. El único modo de retorno, es poder apelar a representaciones de lo actual, percepción actual, como un modo de acceder a cierta figurabilidad (R. Roussillon – C. y S. Botella) 10.
Más de una vez nos preguntamos por qué una separación no es posible, realmente lo definimos como no posible, no como no probable, porque la separación matrimonial o la pérdida de la solución masoquista acercaría a la marca de lo no representado, en cuanto estado de no representación.
Acordamos con César y Sara Botella11 en que lo que acerca a la angustia y al mayor punto de desvalimiento, no es la perdida del objeto sino la ausencia de la representación del objeto. Es este punto de estado de no representación ante el cual opera la defensa.
1.3) Lo nuevo – La relación corporal significable
El hecho clínico que notamos es que dentro de ese espacio marginal, previsto por la estructura corporativa (y corporativa familiar), surgen situaciones en las que puede retornar lo no subjetivado, pero dentro de lo “aún no habido, aún no vivenciado”. Como ejemplo describimos un paciente que habitualmente establece relaciones casuales con prostitutas. Estas relaciones operan dentro del marco de la excitación y la euforia química, tienden a la descarga y habitualmente no dejan resto. Como dice un paciente “es un service”. En determinado momento dentro de estas relaciones, se da un tipo de encuentro por el cual se supone que ambos partenaires han registrado algo, que opera como resto. Es desde este resto, que se inicia una relación en lugar del código dado por el dinero y maniobras manipuladoras o especulativas. Al describir esta relación aparecen vivencias o sensaciones, suponemos, de lo nunca habido, de lo no inscripto, y se empieza a describir un tipo de satisfacción diferente. Se solidifica un clivaje apareciendo dos espacios subjetivos en paralelo, en palabras de un paciente: “dos canchas que nunca se juntan”. Recordando algo que ya dijimos, respecto al motivo de consulta, esta afirmación del “nunca se juntan” sostiene en su imperativo la posibilidad del fracaso de la eficacia de la defensa.
Decidimos llamarla experiencia corporal significable (E. Grinspon – E. Pérez Peña) 12, porque es a través de la experiencia corporal que se posibilitó la inscripción de aquella vivencia, que en tanto una huella perceptiva pulsaba desde lo negativo buscando la representación aún no habida. Es decir, desde aquella vivencia que pulsaba, en cuanto vivencia satisfactoria sostenida en la contracara del núcleo agónico. Suponemos que en la relación con ese otro sostenido por la prostituta hubo algo del orden de la captación de la subjetividad propia y del otro. El mencionar la subjetividad del otro, nos lleva a pensar en la teoría del apego que tanto anticipa D. W. Winnicott13, cuando divide el objeto subjetivo del objetivo percibido en forma objetiva. O cuando Daniel Widlöcher14 hablando de la teoría del apego, plantea que el objeto del apego no es sustituible y no responde al objeto de la satisfacción. Es ese mismo objeto que René Roussillon15 hablando del apego, enuncia como partenaire privilegiado en el intercambio afectivo.
Pensamos que hasta el momento de la experiencia corporal significable, la relación fetichista al negativo del objeto operaba como equivalente del apego al negativo. Pensando de qué modo se hace significable la experiencia corporal, suponemos que existe una posibilidad de desplegar el mecanismo de proyección normal (D. Maldavsky) 16. Es decir, algo del mecanismo proyectivo que debería haberse desplegado para inscribir cierto tipo de satisfacción en una relación objetal, estaba en latencia o al acecho. Nos queda como incógnita por qué se dió esta inscripción en este momento de la historia de ese individuo, en ese momento particular y en ese encuentro marginal, que nos recuerda cuando Benno Rosemberg17 dice que para que el mecanismo proyectivo pueda desplegarse debe darse en un instante fuera de la realidad. Pensamos que la proyección es lo que continúa a lo que César y Sara Botella18 denominan percepción – alucinación.
Desde la clínica nos resulta útil pensar que la marca precoz u originaria de la carencia en ser es perceptivo alucinatorio, y que la actividad alucinatoria originaria sea la interfase somato-psíquica. Dicen César y Sara Botella19 que el percipiente está próximo al yo corporal. “Pensamos que el pasaje del estado de tensión al estado alucinatorio, constituye un modelo que marca definitivamente y en permanencia toda la vida psíquica.” “Ante el fracaso de la alucinación de la satisfacción lo que significaría simultáneamente pérdida del objeto de la satisfacción, se produce una brutal condensación de investimientos, un estado de tensión donde la cantidad implota en estado alucinatorio. Este momento mítico del inicio de la vida psíquica siempre presente, implica conjuntamente implosión y escisión”.
Esta implosión del estado perceptivo alucinatorio que nos recuerda a la alucinación negativa encuadrante del objeto, se articularía al mecanismo de proyección normal para poder inscribir la experiencia de satisfacción. Es desde este fondo alucinatorio que como reviviscencia alucinatoria impregna la experiencia corporal vivenciada con la subjetividad descubierta en la prostituta y posibilita el despliegue del mecanismo proyectivo que pulsaba en latencia, o al acecho.
Queremos terminar con un párrafo de Daniel Widlöcher20: “Si la organización neurótica en el sentido más amplio del término, muestra la intrincación conflictual entre el amor al otro y la búsqueda de placer autoerótico, es evidentemente interesante investigar en qué tipo de organización patológica se mostraría una disociación entre las dos exigencias, incluso en el borramiento de una de ellas según un mecanismo que habría que determinar. Se debería interrogar sobre el destino de estas dos líneas del desarrollo de Eros en las organizaciones perversas y frente al destino tan particular del autoerotismo en el montaje del escenario perverso, y preguntarse qué ha advenido del apego primario.”
Podríamos responder, diciendo que entendemos que estos pacientes muestran en su patología de estados límites el conflicto de la difícil intrincación entre: 1) los sectores del apego a un otro insustituible, pero que aún en su falla deja una marca. Esta última marca es la que D. Anzieu21 enuncia como apego al negativo; 2) el registro de una experiencia de satisfacción mediante el cual se recuperaron sectores del autoerotismo que operaban en acecho dentro de lo aún no subjetivado.
2.1) Eficacia de la solución masoquista. Sostenimiento del apego al negativo del objeto.
Intentaremos enumerar algunas particularidades del funcionamiento de pacientes, las cuales nos posibilitan pensar que estamos en presencia de una solución masoquista, evidenciada por una relación fetichista al negativo del objeto.
Para poder dimensionar el sentido de la solución masoquista, creemos importante en primer lugar entender al aparato psíquico como un aparato de trabajo y de creación, de tratamiento, de categorización, de combinación, de memorización, de ligadura y de representación simbólica. Es decir un conjunto de procesos de transformación (Bion) 22, de lo dado (arcaicamente, originariamente), informaciones y energías venidas tanto de lo externo como de lo interno, de lo actual como del pasado (R. Roussillon) 23. El hecho de pensar el aparato psíquico como un proceso transformador y creativo, nos posibilita entender la solución masoquista como un modo creativo de sobrevivir, en apariencia bajo la primacía del principio de placer – displacer, cuando realmente están funcionando en un más allá del principio de placer, lo que podríamos decir bajo la primacía de la compulsión a la repetición o automatismo de repetición, como único modo de funcionamiento ante el retorno de lo aún no subjetivado.
Dice René Roussillon24, “suponemos en estos pacientes una experiencia traumática primaria cuya huella perceptiva queda conservada en sectores clivados de su subjetividad. Estas huellas perceptivas sometidas a la compulsión de repetición, van a ser regularmente reactivadas al ser alucinatoriamente reinvestidas. Su reinvestimiento alucinatorio va a amenazar a la subjetividad y al yo a un retorno de la experiencia traumática, lo clivado tiende a retornar. Pero al no ser esto último de naturaleza representativa, se produciría en acto, lo que reproduciría el estado traumático en sí mismo. Por lo tanto, el clivaje solo no alcanza, va a ser necesario organizar defensas contra el retorno del estado traumático anterior. Estas defensas complementarias puestas en juego por el aparato psíquico, intentando ligar y coagular de manera estable la posibilidad del retorno de lo clivado, es la característica de los cuadros clínicos de este tipo de defensas narcisistas.”
El contrato de pareja sadomasoquista donde se mantiene la relación fetichista al negativo del objeto, sostiene una tentativa de retorno al estado anterior, mediante el cual se positiva un contrato narcisista alienante e insatisfactorio pero que mantiene de algún modo un lazo con el objeto. Frente a la amenaza de catástrofe psíquica en la que caería el sujeto si rechazara las condiciones alienantes, el sujeto sostiene creativamente, como solución masoquista, el contrato narcisista con el objeto.
Por más alienante que sea, por más incomprensible para la lógica del analista, que estos vínculos se mantengan siempre es una defensa frente a la confrontación de las angustias sin nombre del estado agónico. Como si se hubiera dado la posibilidad de elección de un objeto insatisfaciente y alienante, frente a la imposibilidad de elección y sensación de sin salida que implica el dolor en desesperanza y el retorno de la experiencia agónica.
Resumiendo, tenemos que pensar en una experiencia agónica en desesperanza, sin fin, sin salida, y sin representación que en general tiene dos caminos: 1) el sujeto se atribuye ser objeto y causa del estado agónico, ser el malo, el no querible, como un modo de desmentir el traumatismo primario, culpabilidad primaria dada por el fracaso del encuentro objetal necesario para apropiarse del autoerotismo o, 2) ante la amenaza absoluta de la desesperanza, proyecta, busca y encuentra las causas fuera de sí, recupera la posibilidad de la queja.
Creo que son estos conceptos enunciados por R. Roussillon25 los que nos permiten entender luego a la solución masoquista como aquel proceso que tiene jerarquizada y estabilizada la desinvestidura, la posibilidad casi atemporal de sostener la queja en la que el propio sufrimiento es el testimonio de lo que el otro le debe, y desde la deuda ya se produjo la transformación de carencia en falta. Recordemos que el discurso de estos pacientes sostiene una palabra evacuante por un lado, y reafirmante en un acelere concéntrico de su dolor, por el otro.
Jean Guillaumin26 (pág. 179) describiendo la estructura de un yo en negatividad, piensa poder concebir al yo como organizado en su centro, no por un núcleo denso sino por un vacío o un agujero negro. “Este vacío central operaría como un atractor, polarizando y manteniendo como satélites alrededor de él, en órbitas definidas o variables, formaciones masivas correspondientes a identificaciones más arcaicas o dependencias más alienantes.” “Constituyendo un verdadero caparazón, formado de representaciones que miran a la vez el adentro del yo en su agujero y los objetos de afuera.” Jean Guillaumin entiende al núcleo vacío como el atractor, lo que daría un yo fuerte que no sería otra cosa que el equivalente de un campo de fuerzas que sostiene eficazmente en su periferia.
Creo que la solución masoquista de la que hablamos podría ser metafóricamente también pensada como estas caparazones satelitales que abrazan un núcleo vacío o agujero negro (F. Tustin)27 en la que se conserva la huella presubjetiva de lo agónico. Así como está garantizada la estabilidad de la solución masoquista, el vínculo transferencial está marcado por las características de la transferencia paradojal. En este tipo de transferencia “el analizando viene a hacer sentir al analista o percibir, aquel sector de él mismo que no puede percibir, sentir, o ver de él, la demanda al analista es que sea el espejo del negativo de él mismo, que por medio de su propio sentir pueda registrar lo que no ha podido ser sentido, visto, o entendido de sí mismo. Resumiendo, es intentar hacer vivir al analista lo que no ha podido vivir de su historia.” (R. Roussillon) 28
Son los ataques a la estabilidad transferencial los que evidencian la discontinuidad narcisista, el fracaso del sostenimiento del sentimiento de sí. La sensación de nunca saber si el paciente vuelve, o cuánto tiempo va a estar en tratamiento, o qué pasa la próxima sesión con lo acontecido en el día de hoy. Contratransferencialmente es notable la duda respecto de la continuidad del vínculo, pero es la presencia invariable de la intensidad de la escena la que nos lleva a concluir la intención de “resolver el trauma metiéndose en el trauma”, modo de entender el “retorno a” para evitar el “retorno de”.
Resumiendo, hemos enunciado:
1) huella de lo agónico;
2) solución masoquista;
Podemos enunciar también:
3) morir es nacer en el campo del otro.
Suponemos que desde el traumatismo primario y la posibilidad de haber sobrevivido de algún modo, se sostiene en estos pacientes una subversión tanto del verbo nacer como del verbo morir. El verbo nacer es entendido, no creemos que sea sentido. Ese mismo agujero negro que describimos metafóricamente en el yo, lo inferimos presente en el núcleo de la palabra nacer. Por haber sobrevivido, aferrándose al negativo del objeto, el sufrimiento es el testimonio de haberse sostenido vivo frente a la ausencia del objeto, es la presencia en negativo la única garantía de algo. Desde esta lógica, morir en un pasaje al acto, es un modo de ausentarse, provocarse ausente en el campo del otro, ir en un frenesí hacia el negativo como atractor, poder llegar a ser (degradación del tener en ser) el objeto en negativo. Entendemos este movimiento como un movimiento en acto, sincrónico, fuera de la temporalidad. Si pensamos que para la producción de la solución masoquista operó un mecanismo de la desmentida, ya en este momento del pasaje al acto, se apela a una defensa más radical del tipo de la desestimación. Dentro de la solución masoquista y ante la imposibilidad de darse una separación o pérdida, se mantiene la omnipresencia de algún objeto “investido en nostalgia”.
En relación con la perversión, Claude Lafont29 sostiene que teniendo en cuenta los avatares y el destino dado por el peligro de la inexistencia (acercamiento al estado de la no representación, C. y S. Botella) 30, se producirían investimientos en nostalgia. Define a los objetos nostálgicos como aquellos objetos idealizados y aprehendidos como origen de felicidad. Pero si pensamos que “nostos” es retorno y “algos” es dolor, es el dolor lo que tiene un valor estructurante más en un sentido madurativo que regresivo (pág.1659, 1992, T. 56)31. La nostalgia implica el retorno de los afectos escindidos de la representación.
Paul Denise (El duelo, 1994)32 retoma el tema de la nostalgia, definiendo una posición nostálgica, para aquellos estados particulares donde la economía no es ni la del duelo ni de la depresión. La nostalgia es divisada como una fuerza organizatriz para el conjunto de la vida psíquica y la capacidad para durar y resistir. En la nostalgia hay una fetichización del recuerdo, no para luchar sino para ocultar la percepción de la falta. En nuestros pacientes, el investimiento en nostalgia sostiene parte de la solución masoquista en defensa del retorno de lo no habido, del estado de no representación.
Dice Paul Denise33: “existe una exaltación de la nostalgia singular en la confusión del ideal y del objeto. En efecto, en la nostalgia el ideal del yo no parece como una instancia respecto a la cual se da una cierta libertad de elección del objeto: el ideal del yo se confunde con la posesión del objeto. El nostálgico siente que obtuvo el dominio sobre el objeto perdido, sentimiento de triunfo próximo a la fusión del yo y el ideal del yo.” Respecto a estos pacientes que estamos viendo, César Botella34 piensa en la degradación del ideal del yo a un objeto de la autosensualidad. “El fracaso del dominio sobre el recuerdo condena al duelo o a la búsqueda de una actualización de la pérdida, por el culto del dolor, del afecto autoprovocado, del deseo del objeto perdido. El trabajo psíquico en cuanto proceso de transformación, puede no tender al duelo sino a reencontrar una forma de actualidad del objeto, a mantener la actualidad de una pérdida por el culto de una sensación. Es este tipo de lógica la que opera en los pacientes que utilizan la nostalgia como positivación de lo no habido. Lo no habido es referido al objeto, el dolor de la nostalgia es referido al sujeto. Es la reviviscencia alucinatoria lo que va a dar un contenido positivo a la ausencia realizando una actualización que afirma y desmiente.” Esto último se inscribe en el encuadre de la perversión afectiva de Christian David35.
El cuarto punto que enunciamos es: 4) característica del tipo de escisión – lo clivado.
Es complejo definir el tipo de escisión predominante en estos pacientes. André Green36, enuncia la posibilidad de coexistencia de dos posiciones subjetivas en paralelo. Dice hablando de estos pacientes, “son locos, locos no psicóticos. Una locura que sólo puede manifestarse verdaderamente en las condiciones facilitadoras del encuadre analítico. Encuadre analítico favorablemente receptivo a su regresión.”
Pensamos que si estos pacientes mantienen una escisión en paralelo con dos posiciones subjetivas coexistentes y yuxtapuestas, es el espacio analítico el que puede sostener la posibilidad transicional entre ambos sectores.
André Green37 enuncia que el fetichismo implica una revolución que sostiene la coexistencia de dos sistemas. Plantea que ante el modelo de defensa calificado como vertical donde la represión mantenía lo reprimido, cuando opera el clivaje no hay verticalidad sino horizontalidad, coexisten dos juicios ninguno de los cuales anula el otro. Esta misma posición la sostiene Daniel Widlöcher38 cuando para poder fundamentar la coexistencia de dos posiciones subjetivas, retoma la frase de Freud, de que el yo puede sostener dos actitudes contrarias con respecto a un solo objeto. Widlöcher rescata que no es un clivaje entre representaciones sino entre actitudes y dependientes de creencias incompatibles.
René Roussillon39 avanza un poca más, planteando que en este tipo de pacientes se sustituye la verticalidad del clivaje, oponiendo el centro a la periferia, o el retorno de uno de los polos en otro, por un funcionamiento en banda de moebius, o aún en universos paralelos sin reflexividad. Esta carencia de reflexivilidad es para nosotros el punto nodal, es esto lo que nos lleva, desde nuestra lógica, a registrar la dificultad de entender la coexistencia de dos posiciones subjetivas diferentes.
Pensamos que la solución masoquista, en cuanto relación fetichista al negativo del objeto, opera para el equilibrio narcisista de ese sujeto vivo como apego, único testimonio de lo no sustituible en cuanto aquel objeto objetivo que describe D. W. Winnicott40, o el objeto del apego que describe Daniel Widlöcher41. Si bien en este caso responde a consecuencias del apego al negativo, por el tipo de retracción en que viven estos pacientes, es útil recordar el modo en que David Maldavsky42 enuncia al apego, planteando que en el primer momento de la vida posnatal eros (libido y autoconservación) inviste los órganos como pulmón o corazón (Freud 1926)43. En este momento existe una forma primordial de resolver la exigencia de eros que es la alteración interna. La alteración interna, como respuesta a las exigencias funcionales, se desarrolla junto a un tipo específico de lazo con otro en posición de doble orgánico placentario, con funciones desintoxicantes y protectoras.
Estos pacientes viven en un estado de retracción, aferrados a un núcleo tóxico que adquirió figurabilidad a partir de la solución masoquista en la que imperaba un apego al negativo junto a procesos autocalmantes, privilegiando más la calma que la satisfacción.
Si podemos tener presente que un sector de la escisión opera como sostenimiento y garante del apego, tenemos que pensar que hay otro sector que se mantiene en latencia y al acecho, dando la posibilidad de inscribir alguna vez la experiencia de satisfacción no habida. Quizás nos sea útil tomar una frase de Daniel Widlöcher44 cuando plantea que “la sexualidad genital adulta no se contenta con absorber aquello venido del infante; más bien que una fusión, es la forma última de apoyatura, de anaclisis, (de etayage).”
Creo que es pertinente esta afirmación, pues suponemos que estos pacientes ante el exceso de dependencia hacia el objeto desinvistiente producido en la solución masoquista, promueven un tipo de búsqueda hacia un cuerpo otro, buscando la descarga y es en esta búsqueda que por un nuevo yerro de la tendencia entrópica de la pulsión hacia su descarga, podría producirse un tipo de ligadura pulsional que promueve un resto subjetivable que es lo que enunciamos como experiencia corporal significable.
2.2) Experiencia corporal significable
Al definir la experiencia singular vivida con la prostituta como experiencia corporal significable, lo hicimos integrando tres términos:
1) Significable: Junto con Eduardo Pérez Peña45 lo hemos homologado a lo representable y enunciado como lo vivo. Lo significable es aquello vivo que va a la búsqueda del efecto de significación para que algo quede significado. La misma lógica la hemos homologado a lo representable que va a la búsqueda de la posibilidad de la representación para que algo quede representado para el sujeto. Integramos todo esto a lo que Roussillon46 enuncia como compulsión a la simbolización, como modo de apropiación del sujeto vivo de los sectores aún no subjetivados.
2) Experiencia: Término que también enuncia Winnicott47 en “Juego y realidad”, como experiencia corporal. Intentamos dar status a aquella situación intersubjetiva vivida, sin la certeza de haber sido vivenciada, dejando una marca presubjetiva y atópica, que apelando a lo antes mencionado como lo vivo o lo significable, va a retornar buscando su inscripción por medio de la representación (efecto de significación – compulsión a la simbolización).
3) Corporal: La espacialidad donde se procesa lo antes enunciado es la espacialidad corporal, a través de una relación corporal entre dos cuerpos (entre deux).
Si bien trasciende la temática de esta coyuntura clínica, hay algunos conceptos presentes en psicosomática que nos pueden ser útiles para pensar la experiencia corporal.
Es útil pensar, integrando conceptos tanto de César y Sara Botella48 como de Claude Smadja49, que existe un monismo pulsional psico-soma dándose la posibilidad de un proceso progrediente hacia la psico-lógica, que va hacia la representación, articulado con un camino regrediente posible hacia el fondo alucinatorio del psiquismo que subyace a toda representación. Pensamos que la posibilidad de acceso a lo alucinatorio es la interfase entre la posibilidad de recurso psíquico o de mentalización, o ir a un más allá, hacia el soma como acceso a la bio-lógica. En el cuadro orgánico, es el cuerpo por medio del dolor o el sufrimiento el que da una inscripción egodistónica, y opera por lo tanto como punto de fijación para que desde allí se pueda producir un proceso reorganizatriz.
Jerarquizamos lo egodistónico, pues no es lo mismo un cuadro orgánico silente que conduce a la muerte (y a la muerte subyacente de la pulsión), que aquel cuadro orgánico que por medio del dolor, el malestar o incluso un alerta numérica (por ej., valor numérico de glucemia o de tensión arterial) se hace significante para un yo. Si pensamos junto con Claude Smadja, que el modo de entender la depresión esencial en el paciente psicosomático, es pensar que el objeto perdido es el yo siendo lo psicosomático “una enfermedad del narcisismo pensado desde la segunda tópica”, al ser el cuadro orgánico egodistónico es cuando se puede producir una recuperación narcisista. Si los sectores escindidos no subjetivables no habían sido narcisizables, es desde el cuerpo en la experiencia corporal significable, que aquel sector de la experiencia de satisfacción aún no habida ni representada pudo recuperar el camino de la proyección normal, logrando un tipo de inscripción mediante la cual no sólo algo adquirió status de representación, sino que también algo fue significado para alguien, en última instancia lo significado.
Resumiendo: Cuando falla lo alucinatorio, como actividad psíquica en búsqueda de lo objetal y el acceso a la representación, se da una precipitación a un más allá donde el último recurso es la lógica biológica en el espacio corporal, apelando regresivamente a la libido intrasomática, como modo de recuperar o sostener un punto de fijación desde donde desplegar recursos psíquicos. Suponemos que en la experiencia corporal vivida con la prostituta, estos pacientes buscan por medio de la descarga más la calma que la satisfacción, operando por lo tanto como procesos autocalmantes.
Para que la experiencia corporal haya sido significable, debe haberse dado algo diferente y no previsto por lo cual queda un resto que se inscribe. A aquello no esperado lo definimos como el encuentro con la subjetividad necesaria en un otro que posibilitó recuperar la cualidad del objeto objetivo (Winnicott) 50.
Así como estos pacientes sostenían el apego mediante una fijación al negativo del objeto, por medio de esta inscripción última, se recupera el apego al objeto objetivo recuperando la dimensión de un objeto disponible y suficientemente presente, objeto necesario, afín pero diferente, presente pero no intrusivo. Todas aquellas escenas que podemos imaginarizar mientras escuchamos a nuestros pacientes, nos convocan al momento del pasaje de la etapa de libido intrasomática, en la cual opera como lógica la alteración interna, a la etapa oral primaria accediendo a la experiencia de satisfacción.
Para que se haya dado el apego al negativo del objeto, suponemos que hubo un momento donde la alteración interna fue a costa del propio organismo, en el momento donde la implosión del estado alucinatorio fue en búsqueda de aquel objeto que hubiera permitido sostener la experiencia de satisfacción. En esa marca somática, marca cuantitativa en búsqueda de lo cualitativo, quedó inscripta la experiencia de agonía.
En la experiencia corporal significable se registra la inscripción de la marca de la satisfacción siendo marca del modo cómo alguien ha sido registrado desde un cuerpo por un otro en lugar de seguir sosteniendo la marca de un cuerpo procesando en soledad, y siendo la alteración interna a costa del propio cuerpo encerrado de un modo frenético en el sadomasoquismo intracorporal. Lo que produjo una variación para que la experiencia corporal sea significable fue el encuentro con un cuerpo otro respondiendo desde cierto registro subjetivo.
Es a partir de esta experiencia corporal significable que el discurso del paciente comienza a emerger desde dos posiciones subjetivas diferentes: una que despliega un discurso emergiendo desde la lógica del apego al negativo del objeto; y otra que emerge desde el sector de lo nuevo, desde la experiencia de satisfacción recubierta de cierta condición transgresiva o marginal. Hemos notado que en estos pacientes ciertos momentos de furia que se evidenciaban como una tensión o violencia intracorporal (sosteniendo un goce masoquista desde la tensión corporal) tienden a desaparecer. Nuestra propuesta clínica es que el modo posible de escuchar a estos pacientes que operan con un clivaje en paralelo es reconocer a la relación transferencial como el espacio donde se puede transitar la brecha de un modo transicional. Es el espacio analítico en cuanto espacio imaginario el que puede desarrollar la capacidad de contener ambos sectores y de un modo singular desde cada vínculo analítico recuperar lo transicional como posibilidad no habida en la vida de este paciente. Si bien el relato del paciente emerge recubierto de un contenido exhibicionista, lo que nos ubicaría desde nuestra escucha en un polo voyeurista, si el diagnóstico es correcto, es la escucha del analista en cuanto un otro disponible y capaz de escuchar el relato de una experiencia corporal diferente, desde donde se puede nuevamente desde lo imaginario, recuperar el modo en que ese sujeto vivo logró no haber ido a la descarga desubjetivante sino sostenerse subjetivamente presente y poder resignificar la experiencia vivida al poder “contarla”. Si alguna vez pensamos que aquel que puede contar es porque también él cuenta en la vida (E. Grinspon y E. Pérez Peña)51 es en esta escucha donde más que escuchar cómo cuenta lo que ha sucedido es poder escuchar a alguien que contó para alguien, siendo alguien para alguien (significante para otro significante). Es nuestra escucha y nuestra posición subjetiva lo que posibilitaría discriminar si en el relato existe ese resto, ese algo más del orden de la satisfacción en lugar de la descarga o la calma. A partir de ese momento algo interfiere en el movimiento compulsivo a un vínculo de apego hasta ese momento necesario como defensa frente a la acechante vivencia de agonía.
Así como desde la queja recuperábamos el dolor inscripto “en desespoir” y podíamos construir escenas que permitían a nuestro paciente correrse de la culpabilidad primaria, es ahora desde la experiencia de satisfacción desde donde podemos construir y dar status de figurabilidad a esas escenas que estaban condensadas en un núcleo al acecho esperando ser desplegadas. (Freud, Amorrortu, T.XVII, p. 180)52
Cuando hablamos de distintos niveles de mezcla o desmezcla pulsional enunciamos algo que lo podemos resumir como la tendencia entrópica de la pulsión (E. Pérez Peña)53. El ser vivo es un ser pulsional en quien lo presubjetivo, lo que está en acecho o en latencia, pulsa desde lo real hacia lo imaginario y lo simbólico para poder ser metabolizado dentro del circuito interinstancias, y alguna vez adquirir el status de olvido dentro de la propia historia. La pulsión es lo que define el campo de existencia del sujeto, la pulsión mediante su tendencia entrópica va a la descarga, y es en el yerro de esto último cuando se da la inscripción.
Dice un paciente ante una determinada situación, “fui a abrazar a mi mamá, nunca había abrazado a mi mamá, sentí algo extraño en mi cuerpo, abrazar a alguien desconocido por mí, era abrazar por primera vez a alguien conocido por mí y a la vez desconocido. No tengo registro de haberla abrazado nunca, si alguna vez la abracé no lo tengo registrado”. Elegimos esta viñeta clínica pues no estamos mostrando un recuerdo sino el modo en que un sujeto vivo a posteriori de la experiencia de satisfacción puede procesar situaciones que se le presentan como novedosas.
Recordemos que Freud54 nos dice que para que se inscriba la experiencia de satisfacción tiene que haber una pulsión disponible en acecho y un objeto en posición favorable que actúe como soporte para la proyección. No arrasando la pulsión del sujeto sino sosteniendo la proyección del mismo haciendo posible la inscripción.
A la experiencia corporal significable la describimos como un yerro de la tendencia entrópica de la pulsión, pues yendo el sujeto hacia la experiencia de un modo casi compulsivo buscando la descarga, hay un yerro en la concreción de este circuito corto y algo queda inscripto. Esto último asombra al sujeto, es registrado como algo nuevo y desconocido pero familiar, opera como algo extraño condensando lo que llamamos la inquietante familiaridad. Esa inscripción es la derivación hacia la vida de lo que si hubiera ido a la descarga hubiera conducido a la muerte de la pulsión.
Es la posición del analista, al aceptar la escisión o el clivaje en paralelo como posibilidad de supervivencia de ese paciente, la que posibilita aprehender el retorno de lo aún no subjetivado. Cuando escuchamos la escena que adquiere figurabilidad en la solución masoquista podemos aprehender y construir la escena subyacente en el miedo al retorno de la vivencia de agonía. Al hablar el paciente desde el apego al negativo del objeto, dejamos de lado la lógica de la satisfacción que interferiría nuestro pensamiento haciendo imposible y no improbable entender la lógica de ese momento, ya que siendo el núcleo el dolor, nuestra posición transferencial es ir a buscarlo empáticamente, entendiendo que es un sufrimiento que avergüenza desde la culpabilidad primaria.
Es también la escucha del relato de lo gratificante de la experiencia corporal significable lo que nos permite aprehender la marca de lo nuevo aún no subjetivado y desde donde es posible resignificar o repensar la historia de ese individuo.
2.3) Lo aún no subjetivado – huella mnémica presubjetiva, preontológica y atópica
Lo habitualmente descripto como huella perceptiva o signo perceptivo aún no subjetivado corresponde a una marca cuantitativa en el ser vivo que sostiene la búsqueda de lo cualitativo dentro del proceso de complejización estructural necesario para el sostenimiento de la continuidad somato-psíquica. Esa marca insiste en su necesariedad de inscribirse adquiriendo dimensión temporal y dentro de algún espacio intersubjetivo o transferencial. Es recién en ese momento donde puede ser aprehendida dentro de lo que enunciamos como el retorno de lo aún no subjetivado (aún no representado). Intentamos esbozar una diferencia respecto a lo que Freud en la carta 52 (…) 55 enuncia como signos perceptivos. Suponemos que en ese momento para Freud a la percepción inicial de la cual derivan los signos perceptivos (huellas perceptivas) está agregada la conciencia. Desplegando una mayor conceptualización de la conciencia originaria y su función, D. Maldavsky56 describe que a ese momento correspondería una percepción sin conciencia y las huellas mnémicas derivadas de la percepción sin conciencia. Estas últimas resultado de la discordancia originaria, primaria o precoz entre la economía pulsional y el mundo externo necesario.
A esta huella la enunciamos como presubjetiva, preontológica y atópica. Ella es la que puede retornar o insistir buscando su inscripción más allá del principio del placer y al aparecer carece de pasatidad como si no fuera algo del pasado del paciente. Anteriormente (Nilda Neves, Eduardo Grinspon, 1998)57 intentamos dentro del carácter siniestro del retorno de lo aún no subjetivado, esbozar diferencias entre la inquietante extrañeza y la inquietante familiaridad (Gerard Bayle) 58. En ese momento pensamos que desde el clima empático transferencial era posible registrar algo de la inquietante familiaridad, de aquello que alguna vez dejó una marca en ese ser vivo, aún vivo pero fuera del circuito de su subjetividad. Este tipo de huella mnémica retorna por medio del principio de la compulsión a la repetición infiltrando la percepción actual mediante la reviviscencia alucinatoria. Este tipo de huella mnémica enuncia el recuerdo de un yo, poniendo en evidencia la impronta de un momento particular de su constitución, momento de caos, de debacle en el momento de estructuración de ese yo (urbild del yo). Esas huellas retornan buscando la subjetivación, sometiendo al sujeto quien las padece pasivamente y es a partir del escenario intersubjetivo e incluso corporal que se posibilitaría el apropiarse de lo propio pudiendo historizarlo y de ese modo historizarse.
Así como César y Sara Botella59 planteaban que el percipiente está cerca del yo corporal y metafóricamente que “la marca queda en la carne”, pensamos que la huella mnémica presubjetiva, preontológica y atópica es testimonio de un yo real primitivo en cuya base se mantiene la marca de la agonía y el sobrevivir.
Es la estructura del yo real primitivo la que guarda la marca del modo de haber sobrevivido y del modo en que se logró el límite desde Eros frente a la tendencia entrópica de la pulsión. Es el yo real primitivo el que guarda este núcleo masóquico primario que sostiene el modo del pasaje de la etapa de la libido intrasomática a la etapa oral primaria (David Maldavsky) 60. Al pensar en distintos modos de funcionamiento del yo real primitivo frente a la discordancia originaria entre la economía pulsional y el mundo externo (medio maternante, Didier Anzieu61: “Aquel que aporta la experiencia estructurante del intercambio de ternura”, p. 107, Créer. Détruire), creemos que un punto fundamental en los pacientes que estamos describiendo, es el modo singular como cada uno constituyó el componente del apego. Donde se mantiene el desgarro, o lastimadura, es en el modo en que se constituyó el apego, pues finalmente de alguna manera se logró el auxilio ajeno y la experiencia de satisfacción. Si bien tanto, los pacientes que estamos pensando como en pacientes psicosomáticos que apelan a la solución biológica, han llegado a resolver la experiencia de satisfacción, nos preguntamos de qué modo se instituyó el anclaje vital. Para pensarlo es importante referirse a ese momento del doble orgánico, del objeto objetivo, por medio del cual cada uno constituyó el componente del apego. Este último va a ser el soporte para poder resistir en lo actual de un modo homólogo al utilizado alguna vez para sostenerse vivo hasta lograr la experiencia de satisfacción pudiendo a posteriori resignificar esto dentro de una lógica de mayor complejización (Daniel Rosé)62. A este momento que es previo a la inscripción de la experiencia de satisfacción, y que marca el pasaje de la libido intrasomática a la oral primaria, y formación del núcleo masóquico primario, desde Freud63 lo podemos referir al sadomasoquismo intracorporal (Freud…). La lógica que en él opera es la de la alteración interna siendo importante que en el momento del sadomasoquismo intracorporal la alteración interna no sea a costa del propio organismo sino disponiendo de ese objeto necesario presente pero no intrusivo, afín pero diferente por medio del cual se pudo constituir el componente del apego.
El momento en el cual la alteración interna es a costa del propio organismo, lo homologamos a lo que César y Sara Botella64 enuncian como el momento de la implosión del estado alucinatorio en búsqueda del objeto. Es entonces cuando ante el desfasaje o la discordancia entre el medio y las necesidades pulsionales, y de acuerdo al nivel de desvalimiento tolerado, queda inscripta esa marca somática o cuantitativa. Esa marca cuantitativa en búsqueda de lo cualitativo es en estos pacientes lo que enunciamos como vivencia de agonía. Así como mantienen el apego al negativo del objeto, también mantienen vivo el movimiento de intento y fracaso hasta lograr la aparición en algún espacio y tiempo, de ese cuerpo otro, que desde su anclaje subjetivo posibilite que se inscriba tanto la marca de la satisfacción al haber sido registrado, como recuperar desde el dolor, el recuerdo de haber sido un cuerpo procesando en soledad y donde la alteración interna fue a costa del propio cuerpo. Momento frenético del sadomasoquismo intracorporal implicando una falla respecto a defensas pulsionales, no yoicas, en el que el frenesí químico apuntaría al vaciamiento lo más rápido posible, dejando al yo sin energía de reserva (proceso autocalmante, desvitalizante y desubjetivante). Es en este punto de interfase tan difícil de definir o de explicar, donde suponemos que opera la experiencia corporal para que sea significable.
Bibliografía
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