Item desplegado más extensamente en Equilibrio Interdefensivo en “Posición del analista”

En estas familias en algún momento el contrato narcisista afiliativo [49] de la pareja con su pacto denegativo funcional [50] complementario, se sostenía en base a una reciprocidad y comunión de investimientos narcisistas y objetales, junto a una comunión de mecanismos de defensas no patógenas. Se daba una combinación inter-defensiva, una “metadefensa” [51] que sostenía el sentimiento de sí. Luego ante una adversidad o amenaza a la estabilidad de dicho contrato narcisista, se dio “un pacto denegativo patógeno”, es decir afectando a otro, que llevó a clivar y expulsar algo dentro de la espacialidad familiar y mantuvo la continuidad narcisista identitaria bajo la egida de una instancia superyoica en su carácter antisuperyoico familiar pervertizante. Una alianza patógena que sostenía la ilusión de vivir en una “neo realidad” “auto producida” junto a la “fantasía de autoengendramiento”.

Luego de un tiempo y frente a la amenaza del retorno de lo clivado, se diò la aparición de manifestaciones sintomáticas y sus re-adecuaciones defensivas necesarias. El estado de la alianza patógena se torna “exitoso fracasado”. En este se mantiene lo expulsado, pero ya la ilusión de omnipotencia o rédito narcisista es relevada por experiencias de sufrimiento psíquico. Se genera en la pareja parental de un modo provocante-convocante, entre ellos pero “también” hacia los hijos como partenaires forzosos [52], un movimiento en el cual cada miembro, de un modo fijo y estereotipado, sostiene su disponibilidad para aportarle a su partenaire el personaje necesario para la escena privada de cada uno. Sostenedora ésta de su singular continuidad narcisista identitaria acorde a su contrato filiativo [53] y a la cadena de la cual cada uno es miembro.

Es decir se produce un tipo de doble al servicio de sostener la eficacia del desmentir dentro de esta alianza “defensiva”, la cual por involucrar a los hijos se torna para estos “ofensiva” o alienante [54]. Estas situaciones familiares altamente tóxicas son habitualmente previas a la presencia del actuar de alguno de los hijos, posicionado como el hijo actuador predestinado [55], que lleva finalmente al estado de fracasado de la alianza defensiva.

Presencia del lenguaje del acto que puede dar lugar al retorno en acto y a través de lo actual [56], tanto de lo clivado en la subjetividad parental como de aquello clivado de la subjetividad del hijo[57]. Estos son los momentos en los que los movimientos perversivos se tornan más destructivos.

Ante la insistencia del actuar de algún hijo nos enfrentamos con el efecto del fracaso del “estado exitoso” del clivaje funcional [58] de la pareja parental,en el que se daba la articulación de herida narcisista y comunión de desmentida. Este “agieren” es a su vez expresión de la vacilación del clivaje estructural, articulación de carencia narcisista y desestimación subyacente dentro del grupo de hermanos.

Estamos enfrentados de un modo implicativo con los efectos de la presencia del clivaje familiar [59]. Lo clivado en la subjetividad parental refiere a una catástrofe generacional secretada dentro de una comunión de desmentida. Se produjo a partir de lo no dicho de lo dicho, lo secretado, un resto expulsado como indecible dentro de la espacialidad familiar, el que a su vez quedó clivado de la subjetividad de los hijos. En estos la marca de esta negatividad tomó el lugar de aquello desmentido y desencadenó nuevas modalidades defensivas. Estas sostienen a su vez en la presencia del actuar a través de lo actual, la posibilidad del retorno de lo clivado aún no subjetivado [60].

Al pensar esta situación de retorno en “nuestro espacio intra e intersesiòn”, lo que estaba clivado “de la” subjetividad del hijo pasa a ser “lo clivado en la inter-subjetividad transferencial” que incluye al hijo, su familia y a nosotros como “su” analista familiar”. A partir de esta inter-subjetividad transferencial se da un nuevo estado de las alianzas defensivas, al que hemos llamado “fracasada en búsqueda de la diferencia[61]. Este último es dado a partir de un pasaje por el acto de alguno de los hijos, siendo necesaria nuestra disponibilidad subjetiva para recuperar la función mensajera y objetalizante de la moción pulsional.[62]

Son momentos en los que sostener el imperativo de “cuidar a un hijo de las maniobras perversivas” [63], posibilita a este hijo acceder a la diferencia entre ser “El Hijo Único cautivo y cautivado” en la solución fetichizante de la pareja parental, a ser “un hijo” en términos intergeneracionales. Este posicionamiento analítico tiene un efecto a posteriori ya que involucra también al hijo que alguna vez fue quien es hoy el agente perversivo narcisista [64].

En esta situación transferencial, nuestro malestar pone en juego nuestra disponibilidad para resistir a las maniobras desubjetivantes y dar gradualmente acceso a alianzas intersubjetivas no patógenas, tróficas y acorde a fines.